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Pan de poesía mazateca
Entrevista a Juan Gregorio Regino

domingo 20 de mayo de 2018
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Juan Gregorio Regino
Regino: “Cuando escribo, en la ciudad o en mi casa del pueblo, me aíslo, me traslado a un plano en donde me reencuentro con mi identidad”.

Quienes conocen a Juan Gregorio Regino aseguran que su puntualidad es la más puntual de todo el Sistema Planetario y que su disciplina puede resultar agobiante. Le pregunto en dónde nació, y él intenta ser natural en su respuesta, pero no puede, el orgullo se le impone: “Mi pueblo está de pie, fue arrancado de su territorio ancestral por la construcción de la planta hidroeléctrica Miguel Alemán; se llamaba, en lengua mazateca, Ndá Yá Ndsié —Paso Nazareno—; ahora se le conoce, paradójicamente, como Nuevo Paso Nazareno, en Oaxaca. Un río lo baña, Ndá ‘Ní, que quiere decir ‘río de ortigas’. N’ní es una variedad de ortiga que en esa región la llamamos ‘mala mujer’ y al parecer inundaba su ribera”. ¿Y cómo se gana el pan Juan Gregorio? “Trabajando como director del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali)”, responde. Sin embargo, su oficio más íntimo y verdadero es el de poeta.

¿Qué hace Juan Gregorio como director del Inali? Le interesa alcanzar una meta: que las lenguas indígenas se instalen en diversos sectores de la sociedad.

Juan Gregorio, quiera o no, abre los párpados a las cuatro de la mañana, todos los días, da vueltas en la cama y poco antes de las seis ya está de pie. Desde el terremoto del 19 de septiembre de 2017 usa como pijama unas bermudas —“por si tiembla”, explica—, tiene listas unas chanclas y, muy cerca, el teléfono, las llaves y la cartera (por si acaso, por si fuera necesario salir hecho un bólido al sonar las alertas sísmicas). Una vez de pie, hace media hora de ejercicio, se baña rapidísimo: “en diez minutos” —dice él—, se viste, luego desayuna casi siempre café con leche y pan. Si le da tiempo, entonces sí, se da gusto cocinando huevos para el primer alimento, lo completa con fruta y tortillas, que trae de su pueblo, “son productos de primera calidad. El maíz es orgánico, mi esposa y yo lo sembramos para autoconsumo”. Tratándose de comida, dice que es muy exigente y que sabe distinguirla.

Trabaja en el trayecto a su oficina, pero ya antes de bañarse checa correos y manda mensajes a su equipo. En el auto, mientras atiende asuntos, oye música, le gustan “el rock y el rock indígena” que interpretan grupos como Sak Tzevul (tsotsil) y Hamac Caziim (seri). También oye noticias, a Carmen Aristegui.

Una vez en su escritorio, verifica, de nueva cuenta, qué pendientes tiene, “tal vez algún oficio que debí haber girado a mi jefe, el subsecretario de Diversidad Cultural, en la Secretaría de Cultura. A esto le doy prioridad”. ¿Qué hace Juan Gregorio como director del Inali? Le interesa alcanzar una meta: que las lenguas indígenas se instalen en diversos sectores de la sociedad; “lucho para que estén en agendas de gobernadores, diputados, senadores, la SEP, Gobernación, Sedesol”, explica con paciencia y se abanica con un sombrero que lleva puesto. El sol de la una de la tarde está inmóvil durante la entrevista.

Juan Gregorio busca que, en todas las instituciones de gobierno, se generen espacios y servicios para los hablantes de lenguas indígenas y se incorpore la diversidad cultural como uno de los ejes de las políticas públicas, tal “como lo marcan el artículo 2 de la Constitución y la Ley General de Derechos Lingüísticos”.

El director del Inali, a fin de alcanzar sus propósitos, ha de presentar propuestas —dirigidas tanto a las entidades arriba mencionadas como a funcionarios— que, además de tener un sustento jurídico, muestren que “las lenguas indígenas constituyen un capital social-laboral importante”. Para cumplir su meta, Juan Gregorio requiere de aliados para que su propuesta sea incluida en las agendas de los gobernadores. “Mi trabajo consiste en gestionar que ese asunto esté en la agenda del más alto nivel”, comenta abanicándose.

Juan Gregorio ha sido un promotor decidido de la formación literaria para muchos hablantes de lenguas indígenas y está convencido de que ello constituye una inversión en el capital humano, pues “estamos encontrando muchos escritores y quiero pensar que, un poco, es resultado de todo este proceso de formación. Cuando yo trabajaba en la Dirección de Culturas Populares, impulsamos proyectos literarios en coordinación con varias universidades, eso ha permitido darle un estatus a las literaturas indígenas, las hace visibles y contribuye a prestigiarlas”. Desde la Dirección de Culturas Populares, Juan Gregorio Regino impulsó, con el Instituto Nacional de Bellas Artes, el ciclo “La primera raíz”, para “poner a los escritores indígenas en espacios como el Palacio de Bellas Artes”, dice soportando —¿estoicamente?— el calorón.

El director del Inali es promotor de las lenguas y literaturas indígenas; él mismo afirma “sí, soy poeta”, y sonríe como no lo había hecho durante la conversación. ¿A qué horas realiza el oficio de poeta este hablante de lengua mazateca?

“Cuando escribo, en la ciudad o en mi casa del pueblo, me aíslo, me traslado a un plano en donde me reencuentro con mi identidad, que me lleva al ritual, a los poemas-cantos sagrados de la tradición elitista del chamán, cosa que me está negada, pero que necesito entender porque la poesía está ahí”.

Juan Gregorio agrega que hacer poesía en lengua mazateca le genera más dificultades que en español.

Al escribir poesía, Juan Gregorio se interna en un mundo que exige ayuno, pureza, soledad y concentración, pues ha de desnudar su espíritu y de experimentar “nuevas sensaciones estéticas que me retan”. Que lo interrumpan, qué cosa, le causa algo más que irritación porque se siente extraído, separado de ese universo que, si bien lo reconoce como único y propio, “nunca voy a terminar de entenderlo, pero lo vivo y es en donde me brotan sentimientos de gozo, coraje y envidia que me alientan. Un conjunto de emociones que no logro compartir con mi familia, porque es un misterio en el que prefiero caminar solo”.

Juan Gregorio dice que su esposa, aunque “le ayuda a desenredar las hebras del misterio en mazateco, la veo celosa cuando ando tras las faldas de la poesía, me ve más lejano”. El poeta explica que cuando pone las manos en un poema, escribe en mazateco de principio a fin y que de esa forma hurga en su conciencia poética, en el yo individual y en el yo colectivo, “y, poco a poco voy urdiendo, enredando, desenredando y tejiendo fino hasta alcanzar los primeros versos”. Su proceso, confiesa, tiene doble propósito: la creación, desde una perspectiva estética y la construcción, desde el ámbito lingüístico.

Juan Gregorio agrega que hacer poesía en lengua mazateca le genera más dificultades que en español. “La poesía mazateca golpea mi entendimiento, reta mi inteligencia, hace revolotear mi sensibilidad. El mazateco es susurrante, mucho muy estilizado, fino, suave, melódico. El español es una lengua que posee los matices de la dureza, golpea las piedras, los mares y los ríos con el acero de su temple. En el miedo y en el misterio, ambas lenguas son parecidas, crean sus dioses, sus ídolos, sus fiestas, sus rituales. Los mazatecos aprendemos nuestra lengua chiflando, escribimos cantando, leemos levantando la voz para alegrar al mundo, somos la lengua de la naturaleza, estamos en la agenda del universo”, dice concluyendo y me ofrece una muestra de su quehacer poético:

Que siga lloviendo

Que no te dejo en paz,
que cada vez que te menciono interrumpo tu
viaje.
Que estás cansada de mí,
decepcionada, enfadada.
No me lo tomes a mal,
sólo quiero borrar tu silencio,
derramar tinta, sentimientos,
recuerdos.
Sólo deja que broten
y que siga lloviendo.
Habrá un espacio también para la noche,
entonces entre las sábanas
tendrán eco mis palabras.

Carmen Ros
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