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El pan del poeta
Entrevista a Xhevdet Bajraj

domingo 1 de abril de 2018
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Xhevdet Bajraj
Xhevdet Bajraj explica que, si bien de adolescente tuvo el sueño hippie del amor, la música y la fraternidad, “con el tiempo, cuando la vida te pone sus riendas en tus manos, cambia el punto de vista”.

Xhevdet Bajraj. Poeta. Nombre impronunciable y casi inescribible. Antes era yugoslavo. Desde hace dieciocho años vive en México y, obvio, ya está naturalizado, pero no niega “la cruz de su parroquia” pues también tiene la nacionalidad de Kosovo, el pequeño país balcánico en que nació. Ha publicado libros como El tamaño del dolor, Ruego albanés y Tezcatlipoca Blues, entre muchos otros.

¿Cómo es un día de trabajo en el caso de un poeta como Xhevdet? ¿Cómo empieza su jornada?

El poeta sonríe como haciéndolo para sí mismo, encoge los ojos y mira hacia abajo, no quita la sonrisa al responder con su acento balcánico, cerrando las vocales y suavizando las erres: “Cuando despierto no sé si no me aguanto a mí o al mundo. Mira, hay temas que enfrentamos, que nos aplastan como camiones que pasan encima de nosotros y mi respuesta es, si amanezco como manzana, doy jugo de manzana; si amanezco como limón, doy jugo y si no funciona bien doy limonada. Si el día me da un manotazo en la cara y sale algo oscuro, que algunos llaman poesía —y mientras salga—, estaré vivo”.

Hay días en los que Xhevdet no tiene clases y los consagra a la escritura, a la lectura, a la investigación y también a visitar librerías.  

Guardo silencio durante segundos que se estiran hasta sentirlos como minutos. Reacciono y pregunto: Sí, pero, ¿cómo se desarrolla tu día de trabajo?

“Cuando me levanto tomo café, que me lleva al cigarro, luego veo las noticias de México, las de los Balcanes, las internacionales. Si veo una noticia importante, veo varias versiones en distintos diarios”.

Luego de ese café acompañado de cigarrillos y noticias, si Xhevdet tiene clases, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, prepara la sesión. “Si doy uno de los cursos-talleres de poesía, leo poesía de mis autores favoritos y de crítica y trato de interpretar sus textos para ofrecerles algo a los estudiantes. Si la clase es de poesías nacionales, intento que los alumnos se asomen al espíritu, al alma de otro país, y por eso preparo antologías de autores de las lenguas que hablo, que muchas veces yo traduzco. Trato de hacer un balance entre los poetas oficiales y los marginales. Esas antologías las envío por correo a mis alumnos”.

Hay días en los que Xhevdet no tiene clases y los consagra a la escritura, a la lectura, a la investigación y también a visitar librerías. Dice que se carga de energía cuando lee lo que le gusta y, advierte con la voz, el tono y un dedo índice medio juez, medio observador, que no se aferra a ninguna propuesta estética específica, porque puede encontrar gusto en autores de propuestas y generaciones distintas. Lo que le interesa: “Autores cuya poesía intenta responder a los problemas existenciales que les tocó vivir; es un viaje en el tiempo, una aventura. Con eso, lo que gana uno es entender que las generaciones tienen en común algo trágico”.

Y ¿qué se propone Xhevdet en su trabajo poético?

El poeta mira hacia el frente, como si la pared de su sala estuviera lejanísima y tratara de reconocerla; entonces murmura, como quien encuentra lo que ha rebuscado toda la mañana: “Nombrar la derrota del ser humano”, y agrega hinchando ligeramente las fosas nasales: “Violencia, crueldad de la más sanguinaria, ejecuciones de terroristas, degollamientos”. Xhevdet toma su iPad, no habla, busca un poema suyo, lo ubica y lo lee en voz alta:

En la orilla del Paraíso

Alguien degolló a siete personas
y los siete cuerpos
los puso sentados en una misma línea
en siete sillas de plástico
donde se reclamaba cerveza Corona

Uno de los siete tenía un cigarro Marlboro
y un encendedor en las manos
pero igual
le faltaba la cabeza.

Xhevdet calla. Un silencio vibrátil queda en el ambiente. Traspasa. “Leí que en Veracruz hubo cuatro degollados, los pusieron en sillas. Leí eso y vi: al amanecer el pueblo se encuentra con los cuatro cuerpos. Yo estaba en los ojos del pueblo, soy el degollado, me aterro, y también soy el asesino”.

Silencioso, el poeta aspira el cigarrillo que ha encendido y vuelve la mirada al iPad, lee con cierto tono de grave dramatismo:

Busco la palabra

Por supuesto que he practicado deportes
en la última primavera del siglo XX
corrí el maratón y un cacho
con un montón de paramilitares policías y soldados
detrás de mi espalda

Lo malo es
que sigo corriendo
busco la palabra adecuada
para nombrar
la derrota del hombre.

Al terminar de leer el poema, el gesto que hace Xhevdet es un signo de absoluta soledad instantánea. Después se dirige a mí expresando que intenta ser “muy cristiano”. Yo sacudo un poco la cabeza tratando de decir que no entiendo. Él aclara: “Amar al prójimo. El prójimo es cada ser humano que veo y todos los que no veo, pero que nos enteramos de que existen. No podemos amar este hogar, que es la Tierra, si no amamos al último ser lo habita”.

Pregunto cuál es la religión con la cual simpatiza o a la cual se adhiere. Responde que su fe es, “para decirlo con Spinoza —el filósofo—, que todos somos parte de Dios: árboles, aves, animales, todos los que habitamos en esta casa que llamamos planeta Tierra”.

Xhevdet explica que, si bien de adolescente tuvo el sueño hippie del amor, la música y la fraternidad, “con el tiempo, cuando la vida te pone sus riendas en tus manos, cambia el punto de vista. Ese sueño no queda atrás, lo sigues cargando, pero ves la vida, sus ojos, y da miedo, ¿qué te queda como protección? Es como ver al sol y hay que ponerse lentes: la poesía me ayuda. Quizá también ocurra que soy como alguien que se asusta, tiene miedo y grita: La poesía es mi grito. Sí, mi grito es de poesía social”.

Mucha de la poesía de Xhevdet está escrita en español. Antes, en la hoy desparecida Yugoslavia, ni siquiera imaginó hablarlo. ¿Cómo ha ocurrido ese tránsito de apropiación del castellano? “Sigo intentando apropiarme de este idioma que ha ofrecido perlas brillantes. Yo vengo de dos lenguas pequeñas, soy bilingüe desde mi infancia, de dos riachuelos (serbocroata y albanés) y he venido a derramarme en este océano que es el español. Mira, es como si yo fuera un pez de dos riachuelos que fue herido en la guerra de los Balcanes; vine con esa herida a este mar, esa herida sangraba y en este mar puse mi sangre. Todo mi esfuerzo en español ha sido traducir esa sangre y, como en los mares desembocan varios ríos, esa sangre se ha mezclado con las heridas latinoamericanas. Cuando llegué a este océano, ahí estaba la carnada de las palabras, era cosa de tener sensibilidad, compromiso e inteligencia para morderla, y de ofrecerle a México mi gratitud porque me abría las puertas de la lengua y de su corazón”.

Cuando el “mexikosovar” de la colonia Roma, cuya mascota es el gusano del mezcal que tiene enfrente, Xhevdet Bajraj, se entrega a la escritura del verso, ¿cómo funciona?

Si uno no domina la lengua, no será escritor respetable. La lengua es el vehículo de la voz, del hueso, de la carne y del alma humanos.  

El autor de Tezcatlipoca Blues sacude la cabeza: “Detrás de la poesía hay mucho trabajo”, dice. Le pido que explique. Y lo hace:

“Primero: detrás de un poema hay muchas lecturas. Desde el punto de vista del oficio del artista, hay que leer aquello que nos sirve: poesía, narrativa, filosofía, historia. Yo recomiendo a los jóvenes que desean ser escritores, o que ya lo son, que lean las obras completas de sus autores favoritos. Por ejemplo, un Balzac joven y el Balzac maduro, verán cómo funciona un gran escritor. La grandeza está en las diferentes respuestas que da a preguntas en su evolución. O leer las obras completas de poetas como Villaurrutia, Blas de Otero, Luis Cernuda, Borges, Neruda…

”Segundo: detrás de un poema también está la actualidad que le toca vivir al poeta, aquello que lo lleva a ser manzana o jitomate cuando un camión le pasa por encima. Cuenta la humanidad particular del poeta, si es naranja y quiere dar jugo de limón, no es posible. Anton Chéjov decía que se puede mentir a una esposa, a los padres, al sacerdote al confesarse, tratar de mentirle a Dios, pero a un lector inteligente nunca se le puede mentir.

”Tercero: también están los recuerdos de los que estamos hechos, los colectivos y los personales.

”Y por último: La lengua. Si uno no domina la lengua, no será escritor respetable. La lengua es el vehículo de la voz, del hueso, de la carne y del alma humanos. Se deben elegir las palabras con cuidado. En mi caso, veo las palabras, las escucho, las calibro, estimo su potencial y, si una no me conviene, busco un sinónimo. Si un poeta no encuentra la palabra justa para inyectar sentido y emoción, entonces tiene permitido inventar una. Yo las he inventado en albanés: separo palabras o junto dos. En español todavía no me atrevo.

”Cuando escribo poesía movilizo todo lo anterior y, claro, también el olfato y la intuición”.

Y a qué horas come el poeta.

Xhevdet ríe. En un día de trabajo puede tener un desayuno fuerte; pero, en general, suele hacer la cena con Vjols, su esposa. “Muchas veces cocino yo, aprendí a hacerlo en México. En muchísimas ocasiones llamo a mi mamá a Kosovo para pedirle recetas, o le marco a mi esposa para que me guíe y me dé instrucciones. Me gusta cocinar frijoles con chambarete y salsa de tomate”.

¿A qué hora termina el día para el poeta de nombre impronunciable? “Mi día acaba a la una o dos de la mañana, pero sé desvelarme y dormir mucho más tarde”, responde en un español completo, pleno pero con decisivas resonancias de ríos balcánicos.

Carmen Ros
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