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Luis A. López Rojas:
“Se escribe para entender el mundo, para despojarse de ideas falsas y adoptar nuevas explicaciones”

viernes 14 de mayo de 2021
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Luis A. López Rojas
Luis A. López Rojas: “Formo parte, cronológicamente hablando, de un grupo de excelentes historiadores que a través de nuestros escritos hemos coincidido en replantear la disciplina histórica”.

Luis A. López Rojas (Humacao, Puerto Rico, 1961) es historiador, docente e investigador en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao. Es egresado del Bachillerato en Artes con concentración en Humanidades (Historia, Literatura y Arte) de la Universidad de Puerto Rico en Cayey (B.A., 1984). Obtuvo su grado de maestría en Historia de Puerto Rico y el Caribe (M.A., 1989) en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, donde además completó su doctorado (Ph.D., 1996). En la Universidad de Valladolid, España, también realizó estudios doctorales en Historia y Literatura Hispanoamericana (1992). Sus temas de interés investigativo son, entre otros, los estudios puertorriqueños, los estudios caribeños y los estudios culturales. Él ha respondido a mis preguntas, y todas sus respuestas son para compartirlas con vosotros.

 

Hace algún tiempo publicó La mafia en Puerto Rico: las caras ocultas del desarrollo (1940-1972) (Isla Negra Editores, 2004). ¿De qué trata dicho trabajo historiográfico? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarlo?

Es un libro que tuvo como objetivo exponer el surgimiento de lo que se conoce como economía ilegal y los lazos que tuvo con el desarrollo económico de Puerto Rico. Mi interés era exponer que, a medida que este desarrollo tuvo éxito, se generaron toda una serie de entramados socioeconómicos que potenciaron y auspiciaron el crecimiento de una economía del bajo mundo, basada en las drogas, los juegos de azar, la prostitución. Por lo tanto, ese desarrollo, que en su momento se autopromovió como un aura de honestidad, valores cívicos burgueses y con un liderato que se presentaba como la quinta esencia de la moral y rectitud, no era del todo sincero, había un lado oscuro, fuerzas del mundo de la mafia que crecían conjuntamente con las políticas establecidas.

El poder político es uno de los factores en juego, sin embargo, es otra más de las instancias.

Ese libro surgió buscando información sobre la época muñocista. En el periódico El Imparcial me encuentro con unas noticias en las cuales se registra una protesta de las prostitutas de la calle Luna, en la cual éstas alegaban que eran víctimas de redadas y arrestos mientras las prostitutas de los hoteles eran protegidas. Estas redadas ocurrían según las manifestantes porque ellas eran puertorriqueñas mientras en los hoteles eran extranjeras y estaban bajo el control de las mafias. Esa protesta, y esa presencia mafiosa en los hoteles, demostraban que había más de lo que se había admitido, y había que investigar.

 

¿Qué relación tiene su trabajo creativo previo a La mafia en Puerto Rico y su trabajo creativo-investigativo entonces y hoy? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de puertorriqueño-caribeño y su memoria personal con lo caribeño dentro de Puerto Rico y el Caribe?

Este trabajo se enmarca dentro de varios frentes de discusión histórica. Primero había publicado un libro titulado Luis Muñoz Marín y las estrategias del poder 1930 a 1945, en el cual trabajo un análisis del líder fundador del Partido Popular Democrático (PPD), utilizando a Michel Foucault. Esto me permitió deconstruir el discurso, las instancias y las redes del poder en las cuales se fundamentaban las praxis políticas del líder del PPD y de las ideas sociales que se impusieron como normativas luego de su ascenso al poder estatal. En el último capítulo de ese libro, que es el más foucaultiano de todos, expongo cómo se construyó una nueva idea sobre la salud, el cuerpo y la enfermedad. Es decir, cómo el poder se infiltró en todos los espacios vitales y desde allí se adueñó de todos los espacios, una nueva mirada sobre lo que somos se impuso. El poder político es uno de los factores en juego, sin embargo, es otra más de las instancias; esa construcción sobre el cuerpo y cómo se concibe, que explica la forma en la cual se autoconcibe el ciudadano y encuentra su espacio social, era vital.

Otro libro, Historiar la muerte 1508 a 1920, está construido dentro de las experiencias de la historia de las mentalidades que hoy día se conoce como historia cultural. Seguía los pasos de Michel Vovelle, Philipe Aries, Georges Duby y otros maestros de lo que se conoce como la Escuela de los Annales, escuela histórica fundada en Francia por March Bloch y Lucien Febvre, y continuada por Fernand Braudel. Había llegado a esta escuela leyendo sobre teoría histórica, y había visto las posibilidades que ésta abría para el análisis histórico de Puerto Rico. Me arriesgué a afrontar el tema de la muerte porque acometía un tema que nadie había atendido desde una perspectiva histórica, lo cual me permitía innovar en un campo en el cual innovar ya es de por sí un gran reto.

 

Si compara su crecimiento y madurez como persona, docente-investigador y escritor, con su época actual de escritor en Puerto Rico, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?

Cuando estaba en proceso de pensar estos libros, estaba ocurriendo el debate posmodernista, que entre sus desafíos cuestionaba la posibilidad de plantear la verdad en la historia, y replanteaban la escritura de la misma. Estos libros fueron mis respuestas a ese debate, en el sentido de ampliar la temática de la disciplina, reescribir el pasado desde una perspectiva del inconsciente colectivo como son las actitudes ante la muerte, y rehacer la forma como la historia puede ser escrita, como fue el caso de La mafia en Puerto Rico. El historiador tiene el desafío de encontrar nuevas formas de proyectarse, para convertirse en referente intelectual y social. A su vez tiene el reto que hacer que la historia deje de ser una disciplina rígida.

 

¿Cómo visualiza su trabajo creativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico? ¿Cómo ha integrado vuestro trabajo creativo e investigativo a su quehacer historiográfico?

Todos mis libros tienen el objetivo de aplicar al campo histórico nuevas teorías, hacer viables esas teorías desde un sentido práctico, y de ese modo relanzar a la historiografía puertorriqueña por nuevas vías de interpretación y de escritura. Por otro lado, y esto lo aprendí de Georges Duby, enamorar nuevos lectores, hacer que la historia sea leída por un público más amplio, un gran público, porque si no sólo nos leeríamos entre pares, viejos veteranos de guerras ya pasadas.

Como era un joven pobre, del este de la isla, mis posibilidades de tener acceso a una buena biblioteca eran muy limitadas.

Quizás este esfuerzo o meta proviene del hecho de mi propia temporalidad, de mi biografía. No pertenezco a un mundo burgués, soy de un barrio de Humacao que, como usted sabe, es un pueblo del este de Puerto Rico, de una familia campesina. Por lo tanto mis referentes simbólicos y mis agarres de figura de poder no son los del mundo urbano, profesional, burgués. Mis referentes son el agricultor, el maestro, la solidaridad campesina, el reverendo, el veterano de guerra, las mujeres de fuerte carácter. Ello me permitió crear mi propio imaginario, ya que encontré en los libros los otros referentes necesarios para completar mi mundo. Julio Verne, Emilio Salgari, Robert Stevenson, Charles Dickens construyeron una vía que no abandonaría nunca. Los libros de historia que leía eran la Biblia, por supuesto, que la veía como un libro de aventuras: diluvios, enanos matando gigantes, de espadachines. Creo que me la leí varias veces. Los libros de historia que ofrecían en la escuela eran para mí de inmenso placer, y en ellos historicidad y ficción se mezclaban; Ricardo Corazón de León, Merlín, Robin Hood, Los 300 espartanos, no había fronteras entre lo mítico y lo real. Así debe ser lo histórico. Más tarde llegaron otros libros: Cien años de soledad, El Quijote, El Aleph, Crónicas marcianas, Los hermanos Karamazov, y lo que al principio fue sólo una lectura juvenil se convirtió en una forma apasionada de entender el mundo, otra realidad me era permitida. Interesantemente, no puedo recordar un libro que en mi juventud me haya provocado el sentido de convertir o motivarme a ser historiador. Pienso en varias biografías que leí profusamente, como la de Mahatma Gandhi, de Louis Fischer, o la de Napoleón de Emil Ludwig o los libros que leí sobre los mayas, incas, aztecas; quizás ahí está la raíz del historiador en que me convertiría. Eso sí, tenía buena memoria y eso me permitía sobrevivir, acumular conocimientos.

Como era un joven pobre, del este de la isla, mis posibilidades de tener acceso a una buena biblioteca eran muy limitadas. Estaba la biblioteca de la escuela intermedia y superior, y estaba una biblioteca pública fundada por la familia de Roig, que habían sido los dueños de centrales azucareras, y pienso que en su ejercicio como patronos se habían dado el lujo de crear una biblioteca como forma de proyectar su imagen como grandes mecenas. Esa biblioteca, conocida como la Roig, poseía una oferta de libros de historia y literatura que fueron vitales en mi formación.

Otro factor de esa formación fue la oferta televisiva de esos años. Pertenezco a la primera generación influenciada por ese invento de comunicación. Esos años, y me refiero a los años de 1960 a 1975, fueron de una oferta de excelencia tanto a nivel nacional como del mundo norteamericano, programas de comedias puertorriqueñas con un sentido de comedia intelectual, que unidos a las series de aventuras exacerbaron mi imaginación. Te daré un ejemplo, yo vi la película Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, y La Dolce Vita, de Fellini, a mis dieciséis años, ofrecidas por un canal de Puerto Rico. ¿Qué otras cosas fueron decisivas?

Tuve a la vez la buena experiencia de estar en el programa piloto que el extinto Departamento de Instrucción Pública puso en marcha alrededor de 1976, el programa de quimestres. Esto permitía a los estudiantes tomar cursos diversos; pude tomar Historia de África, de China, de Japón, la Segunda Guerra Mundial, de América Latina, de Música Popular de Puerto Rico y de Música Popular Caribeña, de Cuentos Populares, de Mitología Grecorromana. Era un placer que compartíamos un grupo de estudiantes que teníamos inquietudes. De ese grupo de estudiantes, destaco al poeta Israel Ruiz Cumba. Con otros compañeros, Israel y yo organizábamos festivales de poesía, lecturas y películas, y varias veces hicimos peregrinaciones a la capital para ir a ver una buena película, ir a librerías y conocer la isla, era la búsqueda del saber como posibilidad, de un viaje que nos sacara de lo provincial. Tuve buenos maestros que fueron importantes en esos primeros años formativos: Silvia Molina, Ramonita Vega, Luis Laboy y Salvador Abreu, entre otros.

 

Ha logrado mantener una línea de creación historiográfica enfocada en la historia política y económica de Puerto Rico. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?

¿A qué generación de historiadores pertenezco? Bueno, en términos cronológicos soy continuador de lo que se llamó nueva historia, esa generación de fines de los 1960 y mediados de 1970. Pero yo no soy discípulo de ellos. Los leí profusamente, conocí a sus miembros, Gervasio García, Fernando Picó, Francisco Scarano, Ángel Quintero, Andrés Ramos Mattei, Blanca Silvestrini, pero no puedo decir que he sido su discípulo. Yo quería hacer cosas diferentes, nuevas, y para hacerlo no podía partir de unos dogmas. Además, quería tener terreno abierto para experimentar. Tengo historiadores coetáneos, que creo que dirían lo mismo. Lo que me lleva a decir que formo parte, cronológicamente hablando, de un grupo de excelentes historiadores que a través de nuestros escritos hemos coincidido en replantear la disciplina histórica. Es decir, no nos hemos reunido para formar un grupo, no nos hemos comunicado para hacer un proyecto de análisis en común. Sin embargo, cada uno individualmente ha escrito con mucha concordancia sobre temas históricos, y hemos coincidido en varios aspectos, en darle más seriedad al pensamiento de corpus disciplinario, pensar teóricamente y los porqués de los aparatos discursivos, replantear el tema de cómo se ha escrito la historia hasta ahora, repensar el tema de la verdad absoluta, dando mucho esfuerzo también al tema de la construcción de los posibles nacionalismos, de la convivencia, y creo que hemos hecho un esfuerzo considerable por sacar temas universales de nuestra realidad. Este nuevo grupo puso énfasis en cómo se concebían la vida, la muerte, las formas de pensamiento, los ideales sociales, los imaginarios, las construcciones de las posibilidades de la existencia. Creo que hemos ampliado la disciplina y le hemos dado una vía de crecimiento muy amplia.

Tengo gran admiración por los trabajos hechos por Rafael Cabrera, Mario Cancel, José Calderón, José Arroyo, Carlos Pabón, Marlene Rodríguez, Mario Ramos, Silvia Álvarez, Pedro González, Pedro Reina, esto sin agotar una lista de excelentes historiadores.

 

Nunca me he sentido blanco ni me identifiqué con la mentalidad blanca de portar un privilegio de dominación fenotípica.

Sé que es usted de Puerto Rico. ¿Se considera un escritor puertorriqueño o no? O, más bien, un escritor, sea éste puertorriqueño o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?

Sí, soy puertorriqueño y luego descubro que esa particular puertorriqueñidad que yo viví me unía a un mundo más amplio, que era el mundo rural caribeño. Me he sentido más identificado y en sintonía con el mundo campesino dominicano, cubano, costarricense, colombiano, jamaiquino, hondureño, venezolano, que con el mundo burgués urbano de esta isla. Tengo valores, experiencias ancestrales, gustos musicales que el mundo burgués no cultiva sino que, de hecho, rechaza. Me siento más cómodo en un pueblo costero o montañoso que en cualquier ciudad. Usted podría preguntarme: ¿no es una contradicción qué su mundo sea de lecturas de Michel Foucault, March Bloch, Fernand Braudel o Peter Burke, y que sus querencias sean el mundo de lo rural? Yo te diría que quizás es la característica más caribeña, la posibilidad de siempre estar entre dos mares, entre el contrabando, el asalto a la ciudad y la admiración por ella. Eso fue lo que me maravilló de un cuento de Jorge Luis Borges, “El guerrero y la cautiva”. El guerrero ataca la ciudad y cuando descubre en ella la magnificencia y la cultura, se pasa al bando de los defensores. La maestra inglesa formada en la estricta educación victoriana es capturada y años después se le ve comiendo salvajemente de una presa. Son maneras diferentes de entender el mundo, la cultura y el viaje que hacemos hacia la conciencia humana. El Caribe, como tierra de frontera, es todavía tierra reciente, donde los matices socioculturales bordean fronteras de lo ilícito, lo legal, lo salvaje y lo culto; es decir, no tengo contradicciones, sólo soy caribeño.

 

¿Cómo integra su identidad étnica y de género y su ideología política con o en su trabajo creativo y su formación en Puerto Rico?

Me preguntas sobre cómo me identifico: como puertorriqueño, como un mestizo puertorriqueño, jabao; nunca me he sentido blanco ni me identifiqué con la mentalidad blanca de portar un privilegio de dominación fenotípica. Me identifico como un amante de la salsa y el jazz. De las lecturas de ciencia y ciencia ficción. Soy amante del deporte, del béisbol y el baloncesto, como vehículo de solidaridades y proyección nacional. El viajar, el ver nuevos países, una nueva ciudad, eso me motiva. He ido liberándome del ropaje machista con que fui formado y soy cada día un estudiante. Trato de apoyar las luchas comunitarias. Como todos, un hombre o ser de matices grises, que se ha equivocado muchas veces, y que ha tenido aciertos.

 

¿Cómo se integra su trabajo creativo a su experiencia de vida como estudiante antes y después de su paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritor en Puerto Rico hoy?

La universidad me ofreció la experiencia de entrar en contacto con más lecturas y varios profesores excelentes como Luis Mattei, Castora Lozano, Migdalia Barreto, Rosario Bouret, Margarita Ostolaza, Rafael Aragunde, muchas lecturas teóricas, de saberes diversos, Balzac, Goethe, Tulio Halperín Donghi, John Lynch. Luego, gracias a estos profesores fui en intercambio estudiantil a España, que creo fue un punto de cambio importante, descubrí a los grandes maestros de la pintura y descubrí que el mundo era amplio y ajeno, y que había que adueñarse de él.

 

¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo y a la temática histórica del mismo? ¿Cómo ha variado?

Como ya te he señalado, Historiar la muerte, Luis Muñoz Marín y las estrategias del poder y La mafia en Puerto Rico son la culminación de años de lecturas y de aprendizajes. Para hacerlos posibles tuve que romper muchas maneras de ver el mundo que impedían repensar el mismo. Escribir es una forma de descubrirse, de teatralización o dramatización de la vida. Se escribe para entender el mundo, para despojarse de ideas falsas y adoptar nuevas explicaciones. Me entiendo mejor a mí mismo cuando escribo: ¿qué descubrí en Luis Muñoz y las estrategias de poder?, las formas como hemos sido seducidos por el poder, para que el poder pueda obtener mi consentimiento ante su dominio; ¿qué descubrí en Historiar la muerte?, las maneras como se construyen los pensamientos sobre las ideas, la muerte, la vida, para que todas nuestras creencias se dirijan sólo a la finalidad de la aceptación; ¿qué descubrí en La mafia en Puerto Rico?, la hipocresía, mientras nosotros aceptamos el dominio, ellos juegan con diferentes reglas para cosechar frutos sociales que les permitan vivir holgadamente. Por ello escribir historia es un juego de pasiones y de reajustar continuamente las verdades. La historia no debe buscar la verdad, debe ser precisamente lo contrario, un sable, una hoz, una máquina destructora de las verdades. Yo quiero sólo una posibilidad de la verdad, y aquella que me permita decir que lo absoluto no existe, que las verdades cambian, como la historia misma.

Estados Unidos ha diseñado e impuesto el estado de aceptación colonial sobre nuestra comunidad, de tal manera que aceptemos como bueno su dominio.

Luego de La mafia en Puerto Rico e Historiar la muerte, retomé un escrito sobre el debate político entre Luis Muñoz Marín y el fundador del Partido Independentista, Gilberto Concepción de Gracia, en 1945. Fue un debate importante sobre el proyecto Tydings. Quería explorar por qué había fracasado ese proyecto, cuánta responsabilidad tenía Muñoz en ello, y cómo se construyó todo un aparato ideológico para justificar por qué no obtener la independencia. Por otro lado, quería visibilizar la figura de Gilberto Concepción en su denuncia frente a todo un aparato ideológico gubernamental que imponía una visión sesgada del país. Ese libro es mi libro donde utilizo todo un arsenal positivista, donde transcribo los artículos que ambas figuras hicieron en el periódico. La intención era demostrar la utilidad del recurso positivista como otro mecanismo de hacer historia que no debía ser descartado. Por el contrario, al actualizar la disciplina, el recurso positivista no debe ser minimizado, sino potenciado. Saberle usar. Era otro alegato a favor de la historia y cómo ésta puede ser pieza importante para entender la construcción de los aparatos ideológicos del Estado y la falsa construcción de nuestras nociones sociales.

Posteriormente, mis esfuerzos se dirigieron a buscar ampliar el horizonte de la disciplina para los historiadores puertorriqueños. De ahí surge Conquistas comparadas: un análisis de las conquistas desde los asirios hasta el momento actual. Fue un reto conceptual, que partía de mi inquietud por entender las estrategias con las que Estados Unidos había diseñado e impuesto el estado de aceptación colonial sobre nuestra comunidad, de tal manera que aceptemos como bueno su dominio, y que no podamos ver su dominio como algo externo, lo hemos interiorizado como parte nuestra. Es decir, estrategias de dominio, cómo hemos sido conquistados. Es de ahí que voy reconstruyendo todo el montaje conquistador que construyeron imperios importantes como el asirio, el romano, los árabes, los españoles, los ingleses hasta llegar a los estadounidenses. Historia desde la larga duración de Braudel, historia comparada de John Elliot, historia poscolonial, decolonial, historia que buscaba entender el proceso social conquistador como un proceso racional y que ubicaba la conquista de América y la de Puerto Rico desde un plano racional estratégico. De ese modo nuestra realidad era contextualizada en un escenario universal y se podía entender la conquista norteamericana sobre nuestro país; es decir, desnudar nuestro coloniaje. Aportando a la disciplina histórica puertorriqueña toda una serie de dispositivos conceptuales y teóricos de cómo se puede armar la historia.

Hijos del desafío: guerra entre boliteros y mafia italojudía en Nueva York, 1920 a 1962, es mi libro más reciente. Quería seguir la pista de Nelson Cantellops, personaje que menciono en mi anterior investigación sobre la mafia, y que sirvió como testigo principal en el juicio contra Vito Genovese, el capo de tutti le capi, de la mafia neoyorquina. Eran estos boliteros personajes fascinantes dedicados al juego ilegal. Merecían una investigación, una narración que los retratara en su diversidad y que pudiera visualizar el mundo en el cual se movieron y el mundo que crearon. Este libro está escrito con mucha soltura, está pensado para que los lectores encuentren placer en una narración que no olvida el aparato investigativo histórico, pero que satisface al historiador profesional porque puede ver el registro de los métodos históricos. Es un libro que busca ampliar nuestros lectores, y otra vez escrito con la intención de universalizar nuestra historia. Cuando hablo de universalizar nuestra historia, quiero decir que gran parte de la producción historiográfica es muy localista, y muy enfocada a la construcción nacionalista y antropológica de patrones. Dentro de esta temática se podrían entrelazar temas más universales y caribeños, si se hace historia comparada, creo que hacia eso debemos movernos y creo que algunos historiadores ya lo han hecho, como Pedro San Miguel. Hijos del desafío tiene esa cualidad, es libro de caribeños y sus problemáticas en Nueva York, y cómo ellos se visualizan dentro del mundo capitalista.

 

¿Qué otros proyectos creativos tiene usted pendientes?

¿Qué queda por hacer? Una historia del ruido, las pasiones, los miedos. Una historia de los entendidos del mundo desde una perspectiva caribeña. Una historia compartida de la conquista del Caribe. Una historia de cómo los caribeños nos vemos entre sí y cómo vemos a Europa, a Estados Unidos, a África. Una historia del fracaso en todas sus perspectivas tanto nacionales y conceptuales como personales. Eso hace falta, pero para ello necesitamos historiadores que no estén atados por sistemas académicos. Y que trabajen desde la honestidad y no buscando loas de los poderosos. ¿Qué quiero hacer? Una historia del narcotráfico desde 1972 hasta ahora. ¿Qué escribo? En este momento una historia desde la intimidad del muñocismo y una historia desde la intimidad de un trabajador migrante; dos perspectivas de mundo. Eso es lo que quisiera hacer, a menos que, como gran parte de lo que hecho, encuentre una pista, un misterio, y me arrebate hacia otros lares. Lo que sé es que, en la medida que voy escribiendo, voy tratando de hacer crecer la historia, como disciplina y como arte narrativo.

Wilkins Román Samot

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