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Diego Falconí Trávez:
“No creo que la disidencia sea un lugar de comodidad, sino de incomodidad perpetua”

domingo 5 de junio de 2022
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Diego Falconí Trávez
Diego Falconí Trávez: “Estar en la boca del lobo es también estar en el centro colonial del privilegio editorial”.

Diego Falconí Trávez (Quito, Ecuador, 1979) es jurista, docente e investigador andino. Ejerce la docencia en la Universidad Autónoma de Barcelona, España, y en la Universidad San Francisco de Quito, Ecuador, entidades de las que también es egresado. En la de Barcelona obtuvo su doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y en la de Quito su licenciatura en Derecho. En Ecuador dirige el Grupo de Investigación en Intertextos entre el Derecho y Literatura, y en Barcelona forma parte del Grupo de Investigación en Cuerpo y Textualidad. En 2016 obtuvo el Premio Casa de las Américas, en Cuba. Sus investigaciones tratan sobre los estudios literarios, los estudios comparados, los estudios críticos del derecho y la heteronormatividad, los estudios cuir y LGTB, los estudios poscoloniales y decoloniales, y los estudios andinos. Falconí Trávez ha dado respuesta a nuestras preguntas, y todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

 


 

—En 2016 recibió el Premio Casa las Américas por De las cenizas al texto: literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX (2016). ¿De qué trata dicho ensayo? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

Cuando yo era más joven no había en las compilaciones más canónicas de la literatura LGTBI+, de la literatura queer, de aquellas de textos feministas incluso… no había autorías de los Andes.

—Este es un ensayo en que trabajé de modo muy profundo. Eso implica que hice un trabajo de investigación teórica, pero al mismo tiempo un trabajo de revisión identitaria que involucra a los colectivos y personas que me acompañaron en el momento de salir del armario, ese ritual complejo, también confuso, cuando era joven. Había algo que me parecía muy extraño en la zona de los Andes, y es que parecía que era una contradicción ser sexodiverso, sexodisidente, y ser de los Andes. Luego, cuando dejé Ecuador, cuando vine aquí a España a estudiar, noté esa contradicción todavía con más fuerza. A diferencia con lo que pasa hoy en día con una serie de autorías literarias, cuando yo era más joven no había en las compilaciones más canónicas de la literatura LGTBI+, de la literatura queer, de aquellas de textos feministas incluso… no había autorías de los Andes. Había sí de Argentina, Brasil, del Caribe, de México, pero de repente, esa área andina que, por otro lado, ha sido fundamental para entender la historia y la narrativa latinoamericana, no existía. Eso, desde luego fue un motor fundamental para mí, para entender qué es lo que estaba pasando, qué es lo que había pasado para que existiera ese vacío que hizo tan complejo también ese acto de salir del clóset para mí y mi generación. Ese abismo inicial se vinculaba con la historia regional pues las civilizaciones andinas, en especial la civilización inca, la más notoria en Suramérica, hacía pensar que la no existencia de lo sexodiverso y sexodisidente tenía raíces profundas, lo que hacía que todo fuese todavía más inquietante. En mi estudio tuve, como suele suceder con las personas que hacemos trabajo literario, que volver hacia las crónicas de Indias. Cuando las leí ya yo tenía un aparataje crítico proveniente de los estudios decoloniales, más bien dicho, anticoloniales en intersección con el género como categoría analítica, porque cuando se leen las crónicas desde esta perspectiva, las crónicas adquieren un tono muy particular. En mi caso me permitió comprender cómo las civilizaciones andinas e incaicas tenían una forma de representación de género, en identidad, práctica y deseo, que iban más allá de lo heteronormal, de lo cisheteronormado, que era el paradigma hispano y europeo. Entender esas lecturas me posibilitó comprender también el inicio de una práctica, que es la sodomía, que justificaba el vaciado de significado homoerótico, lesboerótico, transerótico, y demás, en la zona de los Andes. Con el delito de sodomía lo que se hace, básicamente, es extirpar el deseo y el cuerpo no cisheteronormado. Por tanto, todos estos cuerpos que hoy en día llamaríamos trans, que llamaríamos maricas o gays, o lesbianos, identidades de género diferentes, en suma, son catalogados como sodomía. Lo que se hizo, además, siguiendo la normativa de la época, fue quemar esos cuerpos. Ese fue el inicio de mi investigación, que, no obstante, giraba en torno al siglo XX pues no se puede entender el siglo XX y todas sus reivindicaciones sin comprender primero ese ejercicio de genocidio. Entre paréntesis, algunos autores dicen que genocidio no es la forma de aproximarse, digamos protogenocidio para que estos señores no se inquieten, pero el caso de las personas sexodiversas y sexodisidentes, con mucha claridad, habla de un deseo de exterminio específico. Quiero decir, hubo un tratamiento y un pensamiento genocida para todas las personas indígenas, pero en el caso de las personas sexodisidentes había una intersección que es ser indígena y ser sodomita. Lo interesante, no obstante, era también constatar cómo, a pesar de esa insistencia del borrado colonial, aparecieron después una serie de corporalidades que se negaban a ser disciplinadas bajo el régimen cisheteropatriarcal. No obstante, lo que pasó en el siglo XX, que es el momento histórico en que se ubica mi ensayo, es que se crearon una serie de paradojas y de contradicciones, que tienen que ver con ese borrado y con esa reaparición, que, por otro lado, es una reaparición mediada nuevamente por poderes con interés de dominación global. Las identidades LGBT, como las conocemos, son identidades articuladas en el primer mundo, específicamente en Estados Unidos, en el momento en que se constituía en el país más poderoso del mundo. Me interesó, entonces, entender toda esta contradicción que se genera, primero, desde los cuerpos que fueron condenados a la hoguera por la Corona hispana, y luego de las reivindicaciones que tienen su génesis global en el capitalismo estadounidense. De allí el título del libro, De las cenizas al texto, pues las cenizas sodomitas son un símbolo que perdura y permite ver una serie de paradojas, tensiones, reivindicaciones, imposiciones que ocurren en la literatura del siglo XX.

—¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a De las cenizas al texto: literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX y su trabajo creativo-investigativo posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de ecuatoriano y su memoria personal del derecho y la literatura queer dentro de Ecuador o fuera?

—Mi experiencia como ecuatoriano y como andino, porque yo creo que para mí casi es más importante ser andino que ser ecuatoriano, es vital. La identidad andina, que te da la historia de vivir entre valles y montañas, la historia de todos esos cuerpos que han tenido que existir en este espacio complejo, está siempre conmigo. Yo crecí, de nuevo me voy a lo autobiográfico, en un Ecuador que hasta el 97, cuando yo cumplía dieciocho años, castigaba las relaciones homosexuales con reclusión mayor. Es decir, con el encarcelamiento más grave, y la pena era de ocho a doce años de cárcel. Eso, desde luego, que ha marcado la forma en que yo entiendo la vida, la ley y los textos culturales como los textos literarios. Yo estudié originalmente Derecho, soy abogado y, de hecho, sigo siendo profesor de Derecho en Ecuador, y para mí el discurso de la ley ha sido fundamental. A diferencia del lenguaje descriptivo, que es tradicionalmente el lenguaje de la literatura y de la historia, que básicamente explica cómo es la realidad, el lenguaje prescriptivo, característico del derecho y la medicina, crea la realidad. De un segundo al otro ambas disciplinas, al enunciarte como enfermo o delincuente, tienen la potestad de cambiar absolutamente la percepción de quién eres en la sociedad. Cuando nos acercamos a los textos coloniales tenemos textos normativos que cambiaron el estatus jurídico de las personas a semipersonas. Pero además, las crónicas de Indias son una forma descriptiva compleja: son textos literarios, pero al mismo tiempo son textos históricos, es decir, conviven la historia y la ficción. Leer las crónicas a la luz de otras normativas jurídicas permite dar un análisis crítico más amplio, al menos desde mi perspectiva. Esta interdisciplina ha afectado la redacción de los trabajos que yo hago. Miro el texto literario, pero no puedo de dejar de pensar en el texto jurídico que de algún modo convive con el texto literario. De hecho, la literatura y el derecho son las dos disciplinas por excelencia del mundo antiguo en Occidente. Para Grecia era la literatura la forma más elevada de arte, específicamente, a través del teatro. Mientras que para Roma fue el derecho la forma principal de exposición de esa cultura. Por tanto, literatura y derecho siempre han estado inmersas en el sistema occidental. Y de nuevo, desde una perspectiva crítica, desde los estudios decoloniales, desde los estudios feministas, desde los estudios antirracistas, es posible entender cómo literatura y derecho actuaban en conjunto para normar una serie de corporalidades, para decir cuál tenía que ser el lugar de esas corporalidades en el texto literario y en el texto legal. Los vínculos entre literatura y derecho, por tanto, son infranqueables en mi trabajo y están en todo momento en diálogo.

Ese arco de personaje viene por diferentes derivas, y en mi caso, digamos, parte de esa herida de vivir en un sistema que fue profundamente homofóbico.

—Si compara su crecimiento y madurez como persona, jurista, docente, investigador y escritor con su época actual entre Ecuador y España, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-investigativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?

—En cine existe esta definición, no tanto de evolución de personajes, sino de arco de personaje. Es decir, hacia dónde va, cuánto crece el personaje. Si yo me analizo a mí mismo como personaje que migró, con razones vinculadas al sexilio desde Ecuador, veo cierto arco. Pero es un arco tramposo. Creo que aquí, digamos, los estudios cuir pueden ser interesantes para cuirizar el arco, para repensar el arco, porque me rehúso a pensar esa narrativa a partir de la cual seguimos un paradigma civilizatorio que dice que siempre que estamos en el primer mundo evolucionamos más, somos más prolijos pensadores, somos mejores escritores. Y yo en realidad lo que creo es que ese arco de personaje viene por diferentes derivas, y en mi caso, digamos, parte de esa herida de vivir en un sistema que fue profundamente homofóbico, pero que al mismo tiempo me dio muchas herramientas para lidiar con la discriminación. Agradezco todo lo que yo aprendí en Ecuador, toda la implicación en cuestiones teóricas, académicas, sociales, artísticas que tuve. No obstante, cuando yo llegué aquí a España, que hoy no es la misma que hace dieciséis años, me enfrenté a nuevas y violentas formas de discriminación, a una nueva manera de reabrir las heridas. El Reino de España es un estado colonial, racista y acrítico con la revisión de su pasado. De hecho, sigo pensando que estoy, incluso en la universidad, en la boca del lobo. Muchas veces puedo constatar la gigantesca ignorancia por parte de colegas míos que siguen utilizando terminologías degradantes dentro de mi departamento, cuando en vez de hablar de Conquista hablan de Descubrimiento. O cuando hablamos de que América Latina es un continente mestizo, y desconocen la resistencia de personas descendientes de personas indígenas o afro. Al ser una persona proveniente de los Andes que también tiene un imaginario aquí en España, no es lo mismo venir de Argentina o de Chile, se han infligido heridas. Con todo esto quiero decir que he aprendido sobre la colonialidad aquí, y también, y esto es interesante, he aprendido sobre mis privilegios en el Ecuador. Allí yo era una persona, sí, homosexual bajo la terminología jurídica de la época, pero una persona mestiza de la clase media que había vivido muy poca exclusión más allá de la diversidad de mi orientación sexual. Cuando yo llegué aquí comencé a vivir discriminación por mi raza y por mi país de origen. Entonces, entender eso me ha permitido hacer análisis mucho menos naive, mucho menos ingenuos. Para leer textos jurídicos, literarios, culturales, es importante tener una perspectiva interseccional que he aprendido en mi propia carne en este trayecto. Creo que, si no hubiera hecho este viaje a España, no hubiera podido hacer esa trayectoria que da cuenta de un pensamiento encarnado. Desde luego, y aquí tengo que resaltar eso, tampoco hubiera podido publicar en los sitios en los que he publicado. Estar en la boca del lobo es también estar en el centro colonial del privilegio editorial. Tener acceso a editoriales, ser profesor en una universidad española, abre muchas más puertas que si estuviera en Ecuador. Eso también me hace pensar que quizás no es la calidad de mis investigaciones lo que hace que se me publique, sino el sitio desde donde se están produciendo, y eso a mí me lleva a la autorreflexión y a valorar mi trabajo en su justa medida. Y a pensar en otros posibles escenarios. La palabra cuir, traducida al castellano desde la palabra queer, nos invita a la acción. Bajo esta perspectiva, y haciendo nuevas traducciones, vamos a decir que es importante comenzar a mariconear las rutas del conocimiento, a tortillar las estructuras del saber. Esto sin duda marcaría mi arco de personaje: ver el desplazamiento corporal que yo he tenido desde Ecuador hasta España de modo sexodisidente y anticolonial.

—¿Cómo visualiza su trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de docentes, investigadores y estudiantes con los que comparte o ha compartido en Ecuador y fuera? ¿Cómo ha integrado su trabajo creativo-investigativo a su quehacer de docente e investigador y su trabajo escrito de interés literario y jurídico?

—Creo que, en mi caso, con la partida de Ecuador hacia Barcelona, me he partido yo también. Es decir, la partida me partió. Y lo que hizo fue que me dio dos sistemas académicos en los cuales yo trabajo. Soy profesor aquí en España y también profesor en Ecuador. Aquí me especializo sobre todo en literatura y en Ecuador sobre todo en derecho. Aunque también voy mezclando ambos campos del saber en los dos países. Lo que puedo decir es que, contrario, de nuevo, a esa narrativa según la cual uno tiene aprendizajes en el primer mundo, para mí ha sido muy importante entender esos aprendizajes que vienen de mi país de origen, Ecuador, y de los cuales no me he desconectado. Toda esa reflexión realizada justamente desde los estudios anticoloniales, toda la reflexión vinculada a la raza, a la interculturalidad, que es un concepto que además adquiere sobre todo fuerza y empuje crítico en la zona de los Andes, aquí ni siquiera se abordaban cuando yo estudiaba mi tesis. Claro, lo que ha sido curioso es entender cómo aquí hablábamos de estudios lésbicos, del feminismo en plural, de estudios queer; entonces, digamos, que cada espacio me ha podido enseñar cuestiones importantes. Hoy en día esto me fuerza a pensarme como un académico que está entre dos realidades, y es esta la posibilidad de intervenir de algún modo desde ese lugar de frontera. Todos los textos fronterizos, pasando por los textos chicanos, los de Néstor Perlongher, que se movía igual entre la literatura, el activismo y la antropología, a mí me han ayudado a pensar una forma de conocimiento distinta más allá de la globalización. Frente a ésta, y aquí estoy citando a tu compatriota Larry La Fountain, y a otra teórica que es Marcia Ochoa, más allá de pensar la globalización, y quedarnos en ese concepto vacío que muchas veces nos quita la posibilidad de actuación, hay que pensar la loca-lización. Entendiendo a la loca como ese lugar de enunciación que yo también tengo de la persona marica, loca, que produce un conocimiento situado y que justamente tiene la posibilidad por haberse movido, de loca-lizar el saber. Entonces, creo que lo más interesante de este trayecto ha sido encontrar otras subjetividades, otras corporalidades como yo. Muchas de tu tierra, de Puerto Rico, que están entre dos lugares, y que tienen que negociar su pertenencia, su docencia, su escritura, entre Puerto Rico y Estados Unidos. De nuevo, hay que enloquecer o loquear esta forma de distribución del conocimiento, esta forma de escritura, incluso. Hay una cuestión que les repito a mis estudiantes de Ecuador y de España sin distinción, que es que, desgraciadamente, el texto académico, incluso diría que en ocasiones el texto literario, con el fenómeno globalizador, te obliga a que esos textos parezcan más hamburguesas de McDonald’s, que se pueden producir en Bangkok, Barcelona, San Juan o Quito. Cuando en realidad lo interesante es ir ubicándonos en el texto, contaminando ese espacio, usando nuestro léxico, nuestros aprendizajes más profundos. Así, creo que la tarea loca-lizadora pasa también por entender estos circuitos globales, pero también por boicotearlos, crear pequeños cortocircuitos locales y fronterizos que nuevamente permitan una rearticulación de la escritura, del ejercicio cultural, de la práctica jurídica donde quiera que estemos.

Ecuador ha sido increíblemente generoso con lo que yo he producido.

—Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en el derecho y la literatura en y desde Ecuador y España. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo-investigativo dentro de Ecuador y fuera, y la de sus pares?

—Creo que aquí hay una cuestión —perdona si soy repetitivo— que se vincula a la circulación del saber. Tengo que reconocer, a diferencia de las personas que se exiliaron en el siglo pasado y que no fueron atesoradas en su país, en mi caso, yo debo decir todo lo contrario, Ecuador ha sido increíblemente generoso con lo que yo he producido. Muestra de ello es que he tenido reconocimiento académico y creativo, con invitaciones múltiples que me han permitido estar en contacto con mi país. No tengo palabras suficientes para agradecer esto, y es que he tenido la oportunidad de formar generaciones, tanto de personas vinculadas al derecho con énfasis en género, y, por ende, con una mirada crítica, y también en los estudios literarios. Varias universidades, en Ecuador, han sido muy desprendidas, de nuevo, abriéndome las puertas para que pueda ir. De hecho, también en otros países de América Latina. En México, en Chile he sido profesor invitado en seminarios de doctorado y a presentar mis ponencias. Soy profundamente afortunado. Pero de nuevo, me obligo a hacerme una pregunta para evadir la autocomplacencia: ¿es esa generosidad solamente por mis investigaciones o porque estoy en España ocupando un lugar de privilegio? Por ejemplo, la Editorial Egales ha sido muy amable conmigo permitiéndome publicar textos. Egales es una editorial que se distribuye por toda América Latina. Lo que creo que hay que comenzar a hacer, y lo que yo he intentado hacer, es que estos libros y otros que son interesantes puedan ser adquiridos por personas que no necesariamente tienen el capital de personas académicas o con mayores posibilidades económicas. Quiero decir, no sé cuál es el caso de Puerto Rico, pero sé que es el caso de Ecuador, sé que es el caso de Chile, sé que es el caso de Argentina, sé que es el caso de México, y es que libros que vienen de Europa son extremadamente caros. Entonces, si un libro cuesta aquí quince euros puede llegar a costar veinticinco o treinta dólares en el otro lado, porque hay gastos de importación y exportación. Entonces, creo que es muy importante empezar a pensar cuáles son las estrategias que vamos a tener para que circule ese conocimiento. A mí me parece crucial que haya editoriales independientes en cada país que puedan republicar a mucho menor costo los libros impresos aquí. Esto requiere que las editoriales de este lado del mundo abran esta posibilidad. Al mismo tiempo, y esto ha sido importante gracias a esta red de personas que están haciendo estudios críticos y que permiten la traducción del pensar cuando se escribe en otras lenguas. De hecho, el propio trabajo que tú estás realizando, Wilkins, tiene que ver con esto, con una difusión-otra del conocimiento, que va más allá de lo nacional y que comparte ciertas inquietudes. Creo que eso es fundamental para que haya una recepción generosa, no solamente de mis textos, sino de los de cualquier otra persona. Esto además afecta los contenidos de las clases que estamos impartiendo. No puede ser que, por ejemplo, en América Latina, si estamos enseñando estudios cuir o estudios feministas, el grueso de los artículos o libros que usemos sean de Eve Kosofsky Sedgwick, Judith Butler o Lauren Berlant, teóricas del norte que son muy importantes, pero que no tienen ninguna noción respecto a cuestiones de raza, de clase o de colonialidad. A mí me ha servido mucho más leer a una Alicia Fiol Matta, a un Arnaldo Cruz Malavé, a un Larry La Fountain, a un José Esteban Muñoz, y creo que mientras no cambiemos esa práctica que mira a los modelos anglosajones, nuestra recepción de los textos va a tener falencias. Creo que el cambio empieza por las prácticas que tenemos como docentes, que tenemos como escritores, etcétera.

—Sé que es usted de Ecuador. ¿Se considera un investigador y jurista ecuatoriano o no? O, más bien, un investigador y jurista, sea éste ecuatoriano o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?

—En mi caso, es un poco al revés. Yo, después de haber vivido dieciséis años aquí, ya soy español. Pero cada vez que tengo que decir que soy español, me siento incómodo, precisamente por la mirada anticolonial que tengo, y porque veo la nacionalidad española como una forma de inserción estratégica en un espacio tan sellado y excluyente como es el de la Europa Fortaleza hoy. Quedarse en Europa es muy difícil y, de hecho, muchas de las personas de la disidencia sexual que nos casamos aquí encontramos en el matrimonio una estrategia legal para adquirir derechos, sin querer ratificar esta idea de amor romántico. Han sido las políticas racistas y neocoloniales muchas veces la razón para quedarnos. En mi caso, en definitiva, yo creo que tengo que seguirme llamando ecuatoriano, y creo que me tengo que seguir llamando andino. No obstante, también aquí hay una cuestión que resaltar. A pesar de que yo ya tengo aquí un lugar de seguridad gracias a una nacionalidad, la subjetividad migrante me acompaña. De hecho la mayoría de mis sueños ocurren en sitios de tránsito: aviones, hoteles, campamentos. Yo no sé exactamente si me puedo llamar un sujeto nómades, como proponía Rosi Braidotti, por ejemplo, pero sí que tengo la vida de desplazamiento, de migración como parte de mi constitución personal. Haber sido migrante ecuatoriano, andino, latinoamericano, en este contexto, me ha marcado de un modo muy profundo y no podría jamás desconocer ese acto de migración. Incluso, ese acto de migración me puede permitir a veces llamarme también español, pero como te digo, me causa mucha complejidad definirme así. Me sirve por cuestiones más bien legales, pero mi devenir crítico más bien se ubica en Abya Yala, en los Andes, me parece que eso es lo que me da más fuerza a quien soy yo y que define, si acaso, qué es mi identidad nacional.

Quiero ubicarme allí, en la disidencia, aunque cargo desde luego con mis normatividades y mis normalizaciones.

—¿Cómo integra su identidad étnica y de género, y su ideología política con o en su trabajo creativo-investigativo y su formación en Ecuador y España?

—Creo que una de las cuestiones que más le agradezco a las teorías y a las personas con las que he estado cerca, tanto de lo literario, lo artístico, lo activista y lo político, ha sido entender el valor de la disidencia. Quiero ubicarme allí, en la disidencia, aunque cargo desde luego con mis normatividades y mis normalizaciones. No obstante, creo fundamental subrayar que existe un orden cimentado por el derecho, por la literatura, que quieren crear una idea de naturalidad, de universalidad. La disidencia, por el contrario, es una actitud de la que no existe una catalogación, una definición absoluta de las personas y de las cosas. En este sentido, me parece que la disidencia funciona muy bien para explicar mi propia producción teórica y académica, que disiente de muchas categorías muy cerradas que me parece que hay que poner en sospecha constantemente. Mi definición desde el género, por ejemplo, es una definición disidente también. Aquí, y en otros lugares, hemos escuchado recientemente cómo discursos hegemónicos, el feminismo blanco, por ejemplo, no han logrado entender la complejidad de ciertas corporalidades. Asimismo, cómo los estudios decoloniales han sido o han tenido una visión bastante androcéntrica y poco centrada en la disidencia sexual. Estar desde un lugar de la disidencia te permite estar alerta a esos vacíos y universalizaciones. Lo mismo pasa con la izquierda. Yo soy una persona de izquierda, pero también disidente de izquierda. La izquierda latinoamericana de Correa, de Evo Morales, de Chávez, tiene cosas muy interesantes, es verdad, pero desde la perspectiva sexogenérica fueron tan nefastas como la derecha. Habitar el lugar de la disidencia permite hacer un análisis crítico y no acomodaticio pues lleva a un análisis crítico y propio. No creo que la disidencia sea un lugar de comodidad, sino de incomodidad perpetua, para ver cómo las diferentes teorías, y la política que está detrás de esas teorías, tienen ciertas intencionalidades que hay que constantemente cuestionar.

—¿Cómo se integra su trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su paso por la Universidad San Francisco de Quito? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de jurista, docente, investigador y escritor en Ecuador y España hoy?

—Hay algo que yo valoro mucho de la Universidad San Francisco de Quito, que es donde yo me formé y uno de los sitios donde yo doy clases ahora, y es que tiene una visión amplia de la educación. En mi caso, y, de hecho, me he encontrado muchas veces con personas que me lo hacen saber despectivamente, yo no soy un especialista en literatura, yo no me formé como filólogo solamente. En mi caso estoy entre la interdisciplina y la indisciplina. Es decir, entre un saber que se mueve entre al menos dos disciplinas y una ética que busca revelarse a la idea de permanecer en la disciplina. La disciplina tiene el rigor que te da un campo del saber, pero también una normativa exegética de la que pareciera no te puedes salir. A mí me interesa por todo lo que he mencionado, por la idea de disidencia, de frontera, no estar en la disciplina per se, sino estar interdisciplinariamente e indisciplinadamente en las disciplinas. En este caso, esa universidad me ayudó a transitar entre diferentes artes y ciencias, entre diferentes partes del conocimiento, también. Debí coger clases de literatura, de historia, de ciencias, de derecho, y entender que hay diferentes maneras de aproximarse al saber. También he tenido otras experiencias, en universidades en Estados Unidos y en centros como la Universidad Andina, en las que me he sentido muy a gusto por la posibilidad de habitar ese lugar intermedio. No se trata solamente de ser un especialista en un campo del saber, desde mi perspectiva, sino de entender los lugares intermedios que pueden existir para generar conocimiento entre las disciplinas.

—¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

—Yo creo que eso es muy palpable en dos momentos. El primero es cuando yo gané el Casa de las Américas, un premio importante, que además al estar ubicado en Cuba tiene una significación particular, que siempre va a generar opiniones. Hay en ese suceso un antes y un después para mí. Las invitaciones se multiplicaron después que gané. Yo diría que fue un momento personal, pero que también puede ser como parte de una cadena de sucesos históricos para reparar los silencios que existieron en América Latina desde la intelectualidad, en torno a las sexualidades disidentes. El segundo es un momento particular, aproximadamente en la segunda década de este siglo, cuando los discursos feministas, los discursos antirracistas, los discursos anticoloniales que se han venido gestando durante mucho tiempo han tenido un momento de legitimidad y de primacía no solamente en la academia, sino que también en la calle. Todos esos avances que hemos visto han permitido, por ejemplo, que mi investigación sea más legítima, y agradezco esa forma de poner el cuerpo que han tenido desde los movimientos sociales. Eso me ha permitido que mi forma de poner el cuerpo, que es la escritura, tenga más calado. Quiero subrayar que desde la academia ponemos el cuerpo también: se nos gasta la retina, se nos van formando escoliosis, los dedos devienen en artritis. Es decir, la academia es un trabajo, no es una acción etérea sino material. Creo que mi forma de poner el cuerpo ha tenido mucho más recepción, una recepción más amplia. Incluso, de sectores de espacios que yo no pensé iban a recibir mis textos de modo abierto.

El resentimiento no solamente está en el habla cotidiana, sino que, por ejemplo, está en el campo literario y en el jurídico.

—¿Qué otros proyectos creativos-investigativos tiene recientes y pendientes?

—Hay uno que me interesa, particularmente, que es sobre el resentimiento. Lo vengo desarrollando desde hace unos pocos años, vinculando la teoría de los afectos al pensamiento feminista y de género del sentir-pensar y la decolonialidad. El resentimiento no solamente está en el habla cotidiana, sino que, por ejemplo, está en el campo literario y en el jurídico. Me ha interesado ver quiénes han definido y qué se ha definido como resentimiento. Entre otras cosas porque yo he sido definido como una persona resentida también. De hecho, soy una persona resentida. Entonces, me ha interesado evaluar qué es el resentimiento, cómo se presenta, por qué aparecen los textos literarios. Por ejemplo, Harold Bloom decía, cuando definía el canon occidental, que hay un canon occidental y que hay ciertas personas que tratan de desestabilizarlo. Y él definía esas escuelas como escuelas del resentimiento. Me interesa ver qué es el resentimiento en el género literario. Y entender también que el resentimiento es también una emoción negativa, que por tanto tiene la capacidad de hacer mal al ser humano. Comprender hasta qué punto hay que reivindicar lo resentido, hasta qué punto hay que atacarlo, y entender cómo opera el resentimiento incluso al momento de escribir. De hecho, yo creo que algunos de los textos literarios más interesantes vienen desde personas que podríamos catalogar como personas resentidas y que han producido textos que podrían ser catalogados como resentidos, bajo la terminología de Bloom. Hay una larga tradición de literatura resentida, que, por tanto, resiente, vuelve a sentir, es repetitiva en la literatura latinoamericana. Creo que además se vincula mucho con los estudios de la sexualidad, con los estudios de raza donde este resentimiento habla de un sentimiento que aparece una y otra vez. Ese es un tema que vengo trabajando. Por otro, me interesa prontísimo, cuando acabe este año académico, dedicarme a mi escritura literaria, que, de hecho, es lo que me motivó inicialmente a escribir y que he dejado en estos años. La escritura académica también es apasionante, es maravillosa, te permite entender realidades y describirlas, proponer alternativas y conseguir cambios. Te permite, tal como dice Rita Segato, lanzar un mensaje en una botella al mar, que a veces las personas pueden rescatar y leer y compartir contigo aunque no conozcas a esas personas. Esa imagen que propone Rita Segato me parece preciosa para valorar el texto académico: una posibilidad de encontrar un mapa donde se encuentren las visiones y donde es posible articular desacuerdos críticos. No obstante, me interesa mucho el texto literario. De hecho, tengo un libro autoficcional atrapado hace dieciséis años que tiene muchas, incontables ganas de salir a la luz.

Wilkins Román Samot

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