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Efe Rosario:
“No soy un escritor con prisas”

domingo 30 de octubre de 2022
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Efe Rosario
Efe Rosario: “Mis esfuerzos intelectuales y creativos aspiran a pensar en el Caribe, a establecer diálogos, a reputar el plurilingüismo y el multiculturalismo que nos constituye”.

Efe Rosario (Carolina, Puerto Rico, 1990) es I Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez (Coral Gables, 2020) por su poemario También mueren los lugares donde fuimos felices. Poeta y editor, desde 1990 es Félix Miguel Rosario Ortiz. Estudió un Bachillerato en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, y completó su doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell, en Nueva York, Estados Unidos. Realizó su disertación doctoral sobre memoria, paranoia y escritura personal. En la actualidad es docente-investigador en Spelman College, en Georgia, Estados Unidos. Rosario también es autor de El tiempo también ha sido terrible con nosotros (2020). Él ha contestado nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

 


 

En 2020 publicó También mueren los lugares donde fuimos felices. ¿De qué trata dicho poemario? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

En ese poemario reanudo un ciclo poético que inició con El tiempo ha sido terrible con nosotros (Ediciones Alayubia, 2020). Ambas colecciones procuran testimoniar una suerte de destrucción de la memoria que sólo es posible evidenciar por medio del poema-archivo. Es decir, toda desgracia, una vez se supera, corre el riesgo de convertirse en épica vergonzosa en la que el sujeto lírico se produce engañosamente a partir de una imagen condicionada por su nostalgia y su idea de suponerse héroe. No toda supervivencia es heroica ni todo pasado fue mejor. Es por ello que en esos dos libros parto de lo autobiográfico, pero no con la intención de desvirtuar el poema hasta hacerlo confesionario; me interesa más transitar del hecho al deshecho, como si lo primero fuera un árbol del mundo sensible mientras que lo segundo, con sus ramas más extrañas, rascara en el mundo inteligible. Son dos poemarios que divulgan una continuidad de la fatalidad, pero que proveen visiones alternativas de cómo determina la ilusión, la conciencia individual y las proyecciones colectivas.

De cualquier manera, prefiero que el libro hable por su cuenta y que sean los críticos y los amables lectores quienes den razones. He dedicado largas horas, he leído y releído mis manuscritos… y con eso me basta. Lo que asevere fuera del verso tiene menor relevancia.

 

“También mueren los lugares donde fuimos felices”, de Efe Rosario
También mueren los lugares donde fuimos felices, de Efe Rosario (Fundación Juan Ramón Jiménez, 2020). Disponible en Amazon

¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a También mueren los lugares donde fuimos felices y su trabajo creativo-investigativo posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de puertorriqueño y su memoria personal de la literatura dentro de Puerto Rico o fuera?

Mi trabajo conocido parte de la literatura duelista. En ese sentido, tanto en El tiempo ha sido terrible con nosotros como en También mueren los lugares donde fuimos felices las piedras angulares son el trauma, la educación sentimental, la pedagogía del dolor, la despedida y la construcción a distancia de un país del que se cree haber salido, pero que sigue destellando en la memoria. Haciendo coincidir mi experiencia de estar viviendo entre Puerto Rico y Estados Unidos desde 2015 con la voz lírica que gobierna en esas dos colecciones, es palpable una lucha contra el desapego al mismo tiempo que se echa de menos, como si “de menos” fuera un país y uno tratara de superar un país del olvido.

 

Si compara su crecimiento y madurez como persona y escritor con su época actual en Puerto Rico, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-investigativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?

He ahondado en mi paciencia. Antes me costaba sostener proyectos de largo aliento u ordenar manuscritos bajo un mismo tema. Necesitaba soltura, una voz contundente y, sobre todo, disciplina. Parecerá tonto, pero me tomó unos años comprender que el placer y la experiencia lectora no se correspondía con el placer y la experiencia escrituraria.

De las tantas cosas que le debo a la Universidad de Puerto Rico y la Universidad de Cornell, hago hincapié en el ejercitamiento de una escritura restaurativa y reflexiva. Conseguí convertirme en un creador más programático. Esa paciencia y disciplina me han dado el valor para lanzarme a otros géneros que siempre he querido cultivar, como son la novela y el cuento.

Ahora que sobrevivo dando clases de literatura en los Estados Unidos y que mis estudiantes pasan por ejercicios similares que antes me permitieron jugar y experimentar con el idioma, me emociona notar cómo ellos también descubren en sus palabras un sonido original.

 

No me queda claro a qué núcleo generacional pertenezco.

¿Cómo visualiza su trabajo creativo-investigativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera? ¿Cómo ha integrado su trabajo creativo-investigativo a su quehacer de escritor?

No me queda claro a qué núcleo generacional pertenezco. Si bien mantengo relaciones cordiales con la mayoría, no formo parte de sus círculos literarios. Lo que sí me consta es que, debido a la falta de recursos y actividad crítica comprometida con la calidad, el oficio del escritor puertorriqueño se suele percibir como una responsabilidad menor y no como una labor de resistencia cultural, de reconstrucción del lenguaje y de revisión de nuestra experiencia humana. Esto se agudiza cuando no te ajustas a los grupos. Te quedas solo frente a la palabra. Y eso, para algunos, puede ser paralizante.

Ya que al comienzo de la entrevista comentaba sobre nostalgias, se me ocurre esbozar una teoría: a los autores de hoy nos une la desesperanza, las crisis de imaginación y la neutralidad del pasado. Nos cuesta soñar el futuro porque el futuro es esquivo y amenaza con su inexistencia. Nacer y crecer en medio de tensiones bélicas, de recesiones económicas, de desastres ecológicos, de cuestionables vínculos con la tecnología y pandemias, ha inyectado en nuestros espíritus una fluida incertidumbre. Todos vamos cayendo en nuevas configuraciones del desaliento por el colonialismo, la posverdad, el neoliberalismo o la mezquindad. ¿Cuál es nuestro plan de vida o de país si sólo heredamos fracasos y todo apunta a la ruina? Hemos sido conducidos y hasta obligados a comer de un fruto nostálgico que nos engaña con felicidades impropias y despersonalizantes. Y el problema es que tales nostalgias tienden a oponerse a cualquier innovación. ¿Cómo sabremos resistir si insistimos en recuerdos?, ¿si hemos hecho del ayer nuestra única vía de escape? Que me perdonen los contemporáneos, tal vez hablo de mí.

Del quehacer literario debo decir que, aunque trabajo incansablemente, no soy un escritor con prisas. Intento regular la pasión del momento en que surge el texto. Guardar distancia, callar un rato, sirve para dominarse y regresar con otros aires a la obra. Escribir es reescribir. Y ante esta época que se desvive por la inmediatez, prefiero inventar con el mismo sosiego y las mismas pausas a las que estoy acostumbrado.

 

Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en la poesía en y desde Puerto Rico. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo-investigativo dentro de Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?

El Caribe está fracturado. He comprobado que a casi cualquier caribeño le resulta más familiar el extrarradio latinoamericano que sus vecindades insulares. Llámese accidente geográfico o histórico. Esto, aunque suene a ataque velado, no pretende serlo. Sin embargo, es una exhortación para estar a la altura de nuestras cercanías.

Las islas han estado tan rodeadas de mar como de mitos. Pero ¿qué tienen de misteriosas y admirables? Más allá de su importancia en las economías transatlánticas del siglo XVIII, éstas siempre han sido concebidas como colonias naturales. Según el imaginario europeo, la isla era un territorio que interrumpía la distopía. En otras palabras, vislumbrar islas era vislumbrar la utopía.

Pese a haber desempeñado un papel crucial en el pensamiento de la modernidad a nivel político, intelectual y cultural, en estos días hablar de islas es hablar de “las islas que van quedando”, como señalaría Vallejo en los versos iniciales de Trilce. Entonces, ¿qué sucedió con el concepto de utopía?, ¿ya no es posible imaginar comunidades ideales, sino comunidades que sobreviven?, ¿acaso están las islas condenadas a la marginación?

Mis esfuerzos intelectuales y creativos aspiran a pensar en el Caribe, a establecer diálogos, a reputar el plurilingüismo y el multiculturalismo que nos constituye. Por ahora, me resulta difícil responder cuál es la recepción de mi trabajo dentro y fuera de Puerto Rico. En el caso de otros autores, en alguna ocasión recuerdo haber mencionado esa cadena de reconocimientos que, en los últimos diez años, arrancan con el Rómulo Gallegos que obtiene Eduardo Lalo por su novela Simone en 2013, seguido por el Premio Las Américas que recibe Barataria de Juan López Bauzá, continuado por las múltiples premiaciones que Raquel Salas Rivera consigue en los Estados Unidos (poeta de la ciudad de Filadelfia, Ambroggio Prize from the Academy of American Poets por x/ex/exis/, el Lambda Literary Award for Transgender Poetry y finalista en el National Book Award por lo terciario/the tertiary), pasando por el IX Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero que cae a favor de Jonatán Reyes por su Data de otro ardor en 2018, mientras que en 2019 Mayra Santos Febres es galardonada en Francia con el Grand Prix Littéraire de l’Académie Nationale de Pharmacie por su novela La amante de Gardel y terminando en 2020 con el Ambroggio Prize from the Academy of American Poets que se agencia Mara Pastor con su Deuda natal. Esta lista —en la que seguramente faltan otros nombres— confirma una literatura pujante que se obstina en hacerse visible.

 

Me ha modelado una cultura intervenida, resistente e irreverente y la pulpa de mis historias procede de ese universo.

Sé que es usted de Puerto Rico. ¿Se considera un escritor puertorriqueño o no? O, más bien, un escritor, sea éste puertorriqueño o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?

Nací y crecí en Carolina y durante veintitrés años viví ininterrumpidamente en un mismo apartamento que daba a Sabana Abajo y Torres de Sabana. Mi mundo se reducía a los acontecimientos de ese lugar. A diferencia de otros contemporáneos, en mi casa no imperó el entretenimiento norteamericano. A la televisión por cable se le anteponían los falsos estrenos de los canales locales doblados al español o las telenovelas latinoamericanas, la música en inglés se sustituía por la curaduría salsera de mi padre, las baladas románticas a cargo de mi madre o los sonidos urbanos y tropicales que mis vecinos enlataban en un grueso escándalo. Me ha modelado una cultura intervenida, resistente e irreverente y la pulpa de mis historias procede de ese universo. Si no me considerara un escritor puertorriqueño, no sé qué sería.

 

¿Cómo integra su identidad étnica y de género, y su ideología política con o en su trabajo creativo-investigativo y su formación en la Universidad de Puerto Rico?

En El tiempo ha sido terrible con nosotros doy algunas claves sobre cuestiones de identidad al escarbar en la infancia y replantearme la función y disfunción de la masculinidad. Todo lo concerniente a esas afinidades raciales, lingüísticas, culturales, políticas y de género salpica sus páginas.

En cuanto a mi formación en la Universidad de Puerto Rico, ésta, de alguna u otra manera, siempre estuvo presente. El primer libro que cayó en mis manos vino de la librería que ubicaba en el centro de estudiantes de Río Piedras y era un regalo hecho por mi hermana que me abriría al lenguaje. Años más tarde acabé matriculándome en el programa de Estudios Hispánicos, sin sospechar que conocería a tantas personas con intereses similares a los míos. La UPR fue algo así como un nuevo pulmón. Allí me hice ciudadano y me obsesioné con la figura del activista y el intelectual público.

 

¿Cómo se integra su trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritor en Puerto Rico hoy?

Durante mis estudios subgraduados, fui descubriendo que un sector del país era ignorado a conciencia y, por lo tanto, no tenía voz en la discusión y comprensión nacional. Habiendo crecido en una comunidad desventajada, llegué a sentir que no pertenecía a estos espacios culturales y que era un indigno representante de mi realidad social. Ante ese dilema, decidí que mi producción escrituraria reflexionaría sobre cuestiones de pobreza, desigualdad, dominio y opresión mediante la comunicación de la persistencia y la derrota. Es por eso que gran parte de mis libros ofrecen una exploración del duelo. En ellos conjugo las experiencias traumáticas a todo aquello que haya provisto una cierta educación sentimental. A esa pedagogía del dolor es que se debe que “hoy no se entiende la amargura, / porque en la escuela / no nos hablaron del llanto / ni hicimos esgrima con las lágrimas / ni el moco tendido sirvió / como bandera de rendición”. Igualmente, mi obra comparte un retrato de una isla entregada a la intermitencia utópica/distópica entretanto proclama —con sus brújulas éticas y estéticas— lo amado y corrige lo vivido, reconociendo que la memoria funciona como un ser vivo y que el acto de recordación, aunque falsea, también recupera una fisonomía de un yo en constante evolución.

 

Soy lo suficientemente afortunado de contar con lectores fieles y bondadosos.

¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

Soy lo suficientemente afortunado de contar con lectores fieles y bondadosos. Tras la publicación de El tiempo ha sido terrible con nosotros se acercaron muchísimas personas para expresarme cuánto se habían conmovido con mis poemas. Ese mismo año, cuando También mueren los lugares donde fuimos felices se alza con el premio del Certamen Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez, llegaron más lectores del exterior. No deja de sorprenderme que, con la cantidad de distracciones a la mano, alguien opte por hundirse o alegrarse con lo que escribo. De todos modos, no me embriago demasiado con bombos y aplausos ni supongo que fuera de este cuartito esperan consumidores hambrientos por devorar mis trabajos. El poeta peruano Javier Heraud ha dicho: “Es mejor: lo recomiendo. / Alejarse por un tiempo / del bullicio / y conocer / las montañas ignoradas”, y yo me suscribo a eso. Mi compromiso es con la palabra.

 

¿Qué otros proyectos creativos tiene usted recientes y pendientes?

Al momento tengo dos manuscritos listos. El primero se titula Mermar y es un poemario que concluye el ciclo lírico y duelista iniciado con mis otras dos colecciones de poesía. Luego está Morales 19, una novela que propone un Puerto Rico laberíntico y carcelario controlado por fuerzas relacionadas con la violencia, el narcotráfico y el sexo. La obra imagina un residencial que no existe, pero que ubica en la capital del país y engloba los retos y las contradicciones de cualquiera de los que sí conocemos. Mediante el desarrollo de un rumor —la amenaza de muerte extendida a uno de los narcotraficantes de Armando A. Morales—, todos los personajes irán cumpliendo una función detectivesca que los aproximará, inexorablemente, al revelado de distintas caras de una misma desgracia.

Wilkins Román Samot

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