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Marcial E. Ocasio Meléndez:
“No puedo dejar de ser puertorriqueño, independentista y hombre libre”

domingo 6 de noviembre de 2022
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Marcial E. Ocasio Meléndez
Marcial E. Ocasio Meléndez: “Crecí cercano a las fuentes del poder político, económico y religioso de mi isla sin saber mucho de esos temas”.

Marcial E. Ocasio Meléndez (Puerto Rico) es docente e investigador en la Universidad de Puerto Rico. Es egresado del Bachillerato en Ciencias Aplicadas con concentraciones en Biología e Historia de la Universidad de Puerto Rico (B.A.Sc. 1959-1964). En dicha entidad universitaria completó también una Maestría en Artes con concentración en Historia de Puerto Rico e Historia Colonial de América Latina (M.A., 1972-1977). En la Universidad del Estado de Michigan completó su doctorado en Historia de América Latina (Ph.D., 1979-1983). Es autor de, entre otros trabajos de investigación, Estados Unidos: su trayectoria histórica (2011). Ocasio Meléndez fue mi profesor de Historia de las Instituciones Coloniales de América Latina en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Él ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

 


 

En 2012 se publicó en México Capitalismo y desarrollo: Tampico, 1876-1924. Es la versión al español de un libro suyo publicado en 1998 en Estados Unidos. ¿De qué trata en este libro? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

El libro Capitalismo y desarrollo en Tampico, 1876-1924 se publicó originalmente en inglés con un título similar, aunque editado para esta edición en español que fue publicada por la Universidad de Tamaulipas, estado mexicano donde se encuentra la ciudad de Tampico. El tema principal es el desarrollo urbano. Mi intención era tratar de entender las fuerzas y acontecimientos que permitieron que esa ciudad se desarrollara de ser un puerto secundario y pequeña ciudad mexicana en una urbe de cambios acelerados en la tecnología y las finanzas al convertirse para 1920 en el suplidor principal del presupuesto nacional. El texto combina elementos de economía, de planificación urbana, de políticas urbanas del estado, de luchas entre las jurisdicciones políticas de la federación, pero sobre todo de gentes nacidas de un entorno revolucionario que eran los que hacían posible el cambio. Combina las visiones de una dictadura y de una revolución.

En una visita al Archivo General de Puerto Rico, la doctora Silvestrini nos impulsó a estudiar nuestros pueblos.

Para mi tesis de maestría en Río Piedras, había comenzado el tema urbano con una investigación sobre la ciudad de Río Piedras entre 1860 y 1898. Aquel tema surgió de las clases con el doctor Arturo Morales Carrión y con los jóvenes doctores Fernando Picó y Blanca Silvestrini, quienes estaban en la onda de los Annales, hija de sus estudios en Albany y Johns Hopkins e introdujeron a los estudiantes en los temas de esa visión historiográfica: historia urbana, microhistoria, temas sociales, historia cultural. En 1968, el doctor Luis González y González, del Colegio de México, publicó uno de los textos singulares de microhistoria en español de Latinoamérica, similar a los de Levi y Le Roy Ladurie, una investigación y narrativa modelos para el uso de la microhistoria. Él presenta la historia de su pueblo, donde “nunca pasaba nada”, pero que le permitió escribir casi trescientas páginas sobre el tema. Ese fue el modelo a seguir por varios de nosotros, estudiantes de la UPR. En una visita al Archivo General de Puerto Rico, la doctora Silvestrini nos impulsó a estudiar nuestros pueblos, con la documentación existente que estaba llegando al Archivo, y quizás en los pueblos mismos, tarea que pocos habían trabajado en la historiografía puertorriqueña.

Cuando fui aceptado para el doctorado por el Departamento de Historia de la Universidad del Estado de Michigan comencé a pensar en el tema de disertación. Deseaba continuar con el tema urbano, pero de América Latina, porque me interesaba ampliar el trabajo comenzado en Puerto Rico. En aquel momento, me interesaba Centroamérica, región que aún hoy en día ha sido poco estudiada en la historiografía latinoamericana por latinoamericanos. De manera que hice varios viajes de investigación a El Salvador, país que me atraía por la densidad poblacional y sus características sociales y donde había posibles comparaciones con Puerto Rico. Particularmente, la ciudad llamada Santa Ana, pero había problemas para la investigación. Gran parte de la documentación en el Archivo Nacional se había quemado en un fuego del siglo XIX y otra parte se la había llevado a su casa de Santa Tecla un ricachón nacional, miembro de una de las quince familias que dominaban el país, y que no permitía verla a nadie que oliera a izquierdista. Logré saltar esa barrera gracias a una bibliotecaria puertorriqueña que estaba en El Salvador con las Naciones Unidas y logré ver documentos en su casa con su permiso tras una difícil entrevista: una anécdota interesante de vida. Como quiera que sea, examinando textos en la biblioteca de la Universidad Nacional, el ejército la invadió y, tras varias horas de confrontación y tiroteo entre estudiantes y maestros del recinto y los militares, y yo leyendo debajo de una mesa, fui llevado por soldados a los portones de entrada con la amenaza de que de volver no saldría del país.

“Capitalismo y desarrollo: Tampico, 1876-1924”, de Marcial E. Ocasio Meléndez
Capitalismo y desarrollo: Tampico, 1876-1924, de Marcial E. Ocasio Meléndez (Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2012). Administrador

Cuando comencé los estudios doctorales en Michigan State University, mi consejero y amigo el doctor David Bailey, mexicanista, pensó que podía conseguir una beca Fullbright para continuar la investigación salvadoreña. Pero, en ese momento, estalló la revolución que ya se veía venir en El Salvador, de manera que mi interés por el tema se vino abajo. Bailey me aconsejó entonces que continuara el tema urbano, pero quizás sobre una ciudad mexicana. Dio la casualidad de que me encontré con Tampico en una de mis clases donde tenía que hacer un trabajo de investigación en fuentes primarias, parte de las cuales trabajé en los Archivos Nacionales de Estados Unidos y en el Archivo General de México. El tema escogido era el petróleo mexicano y con ello comencé a empaparme de la historia moderna de México, donde esa ciudad (para mí desconocida hasta el momento) fue un centro petrolero que había jugado un importante papel antes, durante y después de la Revolución mexicana (1910-1920). Tuve la suerte de ser becado a pasar un mes en Tampico y Ciudad de México para investigar las posibles fuentes primarias que allí se encontraran.

Tampico fue una importantísima ciudad-puerto de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Las conexiones de ferrocarril con Monterey y Ciudad de México le permitieron ser el puerto de salida de los minerales que venían del norte y del centro del país. Se le conoció internacionalmente como “la princesa del Golfo” cuando Veracruz era la reina como centro portuario comercial del país. Es al comenzar el siglo XX que sufre la transformación en un puerto de enorme importancia económica para todo el país por su avance petrolero e industrial.

La ciudad tenía un importante pasado histórico, pues allí se logró la independencia nacional cuando, en 1829, el general Antonio López de Santa Anna derrotó las tropas españolas dirigidas por el general Gabino Barredas que desde Cuba habían sido enviadas para retomar el Reino de la Nueva España. Allí se rindió España y no en Veracruz en 1821. Entre 1863 y 1867, la ciudad fue una de las puertas de entrada y salida de las tropas francesas durante la invasión y el reinado de Maximiliano de Habsburgo. Fue la primera ciudad mexicana en tener un cónsul estadounidense en 1823. En 1900, y relativamente cercano a ella, se encontró el mayor campo petrolero descubierto en México. Allí nació Mexicana de Aviación en la década de 1920 y por allí pasaron en 1915 los obreros (anarquistas) de la Casa del Obrero Mundial de México a luchar contra Pancho Villa, sin lograr que los obreros de Tampico se les unieran. Allí se construyeron cuatro refinerías de petróleo y un sinnúmero de fábricas de apoyo a la industria petrolera, convirtiéndose en un poderoso centro obrero industrial de México. Allí se estableció la primera fábrica de Coca-Cola en el país y fue sede de las grandes compañías de petróleo que llegaron a México entre 1900 y 1920. Su vida urbana era comparable a la de las grandes ciudades del mundo, pues abundaban los dólares y pesos que producía el petróleo. Famosos chefs se traían de París para sus restaurantes; mientras que sus centros nocturnos presentaban grandes espectáculos, algunos prestados de Francia como el Folies Bergère y el Montmartre de París, y su población saltó de 20.000 en 1900 a más de 100.000 habitantes en 1920.

En cierto momento de 1913, Tampico hospedaba a representantes de unas quinientas compañías petroleras de todo el mundo.

El petróleo fue el gran generador de dinero para México durante la Revolución mexicana y para el período presidencial de Álvaro Obregón (1920-24). Las grandes fuentes del petróleo mexicano estaban bajo el poder de dos individuos sin relación alguna con las gigantescas Shell y Standard Oil. Éstos fueron Edward L. Doheny, estadounidense que descubrió los campos de petróleo de Texas y California y de las cercanías de Tampico, y el ingeniero inglés Weetman Pearson, constructor del túnel Lincoln en Nueva York y de las enormes obras del acueducto de Ciudad de México. En cierto momento de 1913, Tampico hospedaba a representantes de unas quinientas compañías petroleras de todo el mundo. La ciudad tenía periódicos en español, inglés y otros idiomas, así como escuelas que enseñaban diversos idiomas necesarios para servir a la gran cantidad de hombres de negocios que llegaban constantemente. En el tráfico comercial competía con Veracruz, y en el urbano, con la enorme capital de México. Varios novelistas alemanes usaron a Tampico como fondo para sus trabajos: B. Traven, El tesoro de la Sierra Madre (1927, y que John Houston hizo película en 1948), y Joseph Hergesheimer, Tampico (1929). También el gran escritor estadounidense Upton Sinclair visitó y escribió sobre Tampico en la década de 1920. Todas estas obras fueron utilizadas en mi investigación pues entiendo que los novelistas, y a veces los poetas, describen realidades en sus obras que los historiadores no ven o no examinan.

La tesis doctoral fue editada para su publicación en inglés y nuevamente para su publicación en español y creo que hasta el momento es el único texto sobre Tampico que trata de unir petróleo, riqueza y urbanismo y sociedad. Como todo trabajo de investigación histórica, tiene ciertos énfasis y limitaciones que dan la autoría y las fuentes. Las fechas del texto y de la tesis tienen razones históricas. En 1876, el general Porfirio Díaz, héroe del 5 de mayo contra los franceses y general liberal que logró derrotar y atrapar a Maximiliano, dio un golpe de Estado y tomó el poder en México hasta 1911, cuando abandonó el país. Él casó, en segundas nupcias, con una dama perteneciente a una importante familia asociada con Tampico, y como presidente apoyó mejoras importantes para la ciudad y el municipio. La administración y el pueblo de Tampico le fueron fieles mientras gobernó; más tarde, con los cambios económicos, la ciudad nunca cayó en manos revolucionarias, pero fue fundamental para la economía del país. En 1924, por razones de cambios legales revolucionarios y acciones internas de la ciudad, su municipio fue dividido en dos ciudades: Tampico y Ciudad Madero, que fue la primera ciudad controlada por obreros en México y quizás en el mundo.

He escrito un trabajo también publicado en México y que se encuentra en la plataforma Academia.edu titulado Los dos Tampicos. Un fascinante relato de cómo las fuerzas productivas, los obreros y el Estado se combinan para separar la jurisdicción de la poderosa ciudad en dos. Una de élite y burguesía y la otra de obreros. Ésta se llama Ciudad Madero y sigue siendo un enclave de poder trabajador. El fenómeno de esa división era que, no obstante la división del poder político, hasta recientemente la plaza principal de Madero estaba en Tampico, así como las oficinas de bancos y del estado, y aun el cementerio. Pero durante el período posrevolucionario, Ciudad Madero tuvo el poder que el Estado revolucionario buscaba entre los obreros cuya actividad principal era el petróleo.

Como mencioné arriba, mi primer director de tesis era mexicanista, el doctor David Bailey, quien había estudiado el tema de la Cristiada, Viva Cristo Rey, The Cristero Rebellion and the Church-State Conflict in Mexico: católicos en rebelión contra la Revolución mexicana. Junto a él, tuve también como mentor al doctor Leslie P. Rout, latinoamericanista con especialidad en Brasil y la esclavitud en la América Latina. Su libro principal es The African Experience in Latin America, publicado por Oxford. De Rout me impresionó el interés por el estudio concienzudo de la esclavitud en Puerto Rico. Hace dos años presenté un trabajo sobre la esclavitud en Río Piedras y he tenido estudiantes de tesis que han trabajado el tema de la esclavitud en la isla. Un ejemplo es la doctora María González y su trabajo publicado: El negro y la negra libres en Puerto Rico: 1800-1873 y su contribución a la identidad puertorriqueña.

El tema urbano que he trabajado tiene una profunda influencia de mi vida. Nací en el Viejo San Juan, donde me crie y estudié en sus escuelas llenas de chiquillos en aquel momento: Colegio Santo Tomás de Aquino, Corralón Metodista, Escuela Abraham Lincoln, Escuela Román Baldorioty de Castro. Leía con profusión en la Biblioteca Carnegie y en la del Ateneo, adonde desde los quince años iba a oír a los conferenciantes que presentaban sus ideas semanalmente, iba a las obras que montaban en su Teatro Municipal y participaba en el Coro de la Iglesia Metodista, de la cual fui miembro por varios años de mi adolescencia. Fue una vida urbana donde, además de poder leer libros sentado en una muralla del siglo XVII, oyendo al Atlántico, pude entrar a los fortines y vivir atrapado y feliz en esa mole urbana. Crecí cercano a las fuentes del poder político, económico y religioso de mi isla sin saber mucho de esos temas. Pero me interesaba examinar el cambio que se produce en una ciudad en particular con las innovaciones tecnológicas y legales que permiten que ella crezca, desarrolle y se reorganice. No me interesa el progreso, ya que éste es un cambio positivo constante, lo cual nunca realmente ocurre; el cambio puede ser anatema del progreso. Me interesa más el desarrollo que no es progreso, sino que puede detenerse o girar hacia el pasado. Por eso, tanto mi San Juan como el Tampico que estudié hasta 1924 se han desarrollado. Algunos objetos de mi estudio han desaparecido o han cambiado radicalmente. Los tampiqueños han recreado la ciudad que conocí en mi investigación, donde viví un año; ahora puede ser visitada como centro turístico. El área metropolitana de Tampico tiene más de un millón de habitantes y tiene una poderosa infraestructura industrial, aunque creo que el petróleo todavía juega un papel importante en ese desarrollo.

La experiencia de inmersión en la historia mexicana me permitió ver otras caras y otros acercamientos tanto a la historia de Estados Unidos como a la historia caribeña y puertorriqueña.

Después de la tesis doctoral, las obligaciones ministeriales de la enseñanza y de la administración mantuvieron mi tiempo muy limitado para la investigación. Sin embargo, la experiencia de inmersión en la historia mexicana me permitió ver otras caras y otros acercamientos tanto a la historia de Estados Unidos, la que he enseñado y publicado en todos estos más de cincuenta años de academia, como a la historia caribeña y puertorriqueña. En este tiempo he publicado dos textos de historia de los Estados Unidos. Además, he publicado una serie de textos escolares sobre América Latina para el Departamento de Educación y para Publicaciones Puertorriqueñas que han sido utilizados en el sistema de educación del país.

Un ejemplo de lo que uno encuentra en la investigación ocurrió en 1898 cuando México estuvo muy interesado en adquirir Cuba durante la guerra hispano-cubano-estadounidense, pues había una profunda relación entre esa isla y Yucatán. El intento porfirista de colonizar la península de Yucatán con otra gente que no eran los mayas que allí viven tuvo una presencia en Puerto Rico con el envío de agentes de Campeche y Yucatán para llevar colonos puertorriqueños al comienzo del siglo XX como parte del plan estadounidense de sacar gente de la isla por estar (para ellos) superpoblada, un detalle de nuestra historia casi ignorado y que los emigrantes fueron a ese país en un número no conocido. En 1915, el gobierno de Puerto Rico envió un barco a México para traer a los puertorriqueños emigrantes. Regresó vacío, pero he encontrado noticias de boricuas en Chihuahua y Sonora, muy al norte, que pueden haber sido de los emigrantes que llegaron entre 1900 y en años posteriores al sur del país.

Creo que como extranjero mirando la historia de México, tengo otros enfoques y visiones que me dan mi puertorriqueñidad, mis estudios y los 122 años de colonia gringa que nos pesan. Hoy día mi nacionalismo puertorriqueño se empata con el nacionalismo mexicano, cubano, dominicano y latinoamericano. Entiendo que somos un gran pueblo unido por una cultura antigua, taína o indígena, previa a la europea, que debe continuar estudiándose, y que las europeas y africanas unificaron más aún, cuando la época contemporánea nos ha vuelto a unificar con el imperialismo gringo que toca a todos nuestros pueblos caribeños y que conforma la cultura puertorriqueña actual. Los libros de Sebastián Robiou sobre los llamados indios caribes y el descubrimiento de botes o canoas mayas recientemente hablan de un Caribe interconectado por mar entre esas culturas; por eso considero que somos algo más de lo que creemos.

 

¿Qué relación tiene su trabajo creativo-investigativo previo a Capitalismo y desarrollo: Tampico, 1876-1924, y su trabajo creativo-investigativo posterior? ¿Cómo lo hilvana con su experiencia de puertorriqueño y su memoria personal de lo caribeño dentro de Puerto Rico, México y Estados Unidos?

Cuando hago memoria de las influencias sobre mi visión de la historia tengo que comenzar por los maestros. Mi primer maestro de historia fue un libro de historia del mundo que me regaló, cuando tenía tres años, un viejo amigo de mi abuelo, don Andrés Aybar, un hermoso anciano de noventa años que tenía el cutis rosado y el pelo superblanco, y que había sido el último telegrafista de la Fortaleza bajo el régimen español. Hijo de españoles, vivía en la calle de la Tanca, en un segundo piso sobre el Colmado Pérez, esquina con la calle de la Fortaleza. Ahí vivía con sus hermanas, Carmela y Rita, todos solteros, quienes servían a veces de mis niñeras. Con ellas aprendí chiquito a bailar la jota, pues habían vivido en Aragón de niñas con sus padres, pero todos eran puertorriqueños. Al saber por boca de mi abuelo que yo había aprendido a leer y escribir con las lecciones de mi madre, don Andrés fue a un viejo armario en su cuarto de donde sacó este hermoso libro, porque tenía muchas imágenes grabadas, publicado en 1860 en Barcelona y me lo regaló. El libro era grandecito para un niño de tres años, no obstante, fue mi compañero por mucho tiempo. Todavía lo tengo, aunque algo maltratado por el tiempo. Allí aprendí sobre Mesopotamia y Egipto, Nabucodonosor y Ramsés, Babilonia y las pirámides. Conocí algo de la historia de Argentina de ese período, Rosas y Artigas, sobre el imperio de Brasil y Dom Pedro, sobre Bolívar y San Martín, sobre Washington y el recién electo presidente Lincoln, nombres que han resonado en mi memoria desde entonces.

Más tarde, tuve algunas maestras de escuela superior que guiaron mi conocimiento, la señora Falú y la señora Clemente, la señora Van Smock, y aprendí algo de inglés con la señora Meléndez, gringa casada con boricua.

En la Universidad de Puerto Rico, las influencias han sido enormes y duraderas. Las profesoras de Humanidades: la doctora Luisita Cabrera y la doctora Manfredy; en Biología, los esposos doctora Candela y el doctor Meléndez; la doctora Gallardo en Matemáticas. En Historia fueron los profesores Gervasio García, Graciela Navarro, el doctor Toth, Isabel Chardón, Alberto Cibés Viadé, Lidio Cruz Monclova, Arturo Morales Carrión, Adela Clark, Augusto Rodríguez en Música, Mirna Casas en Teatro, el doctor George Fromm en Filosofía, y varios otros que la memoria no me permite recordar. También los numerosos amigos y colegas de mi departamento y otros que me han permitido tener una vida de altura en la academia. De la misma manera, cientos de estudiantes, muchos brillantes, que me motivaron a mejorarme para poder discutir con ellos sobre diversos temas. Los distinguidos profesores que conocí en los tres seminarios del NEH en que participé: el doctor Tom B. Jones (1909-1999), altamente respetado erudito estadounidense de Historia Antigua de la Universidad de Minnesota; el doctor William B. Bowsky (1934-2013), igualmente respetado erudito de Historia Medieval en la Universidad de California en Davis, y el doctor Jeremy Sabloff (1944), distinguido antropólogo experto en el mundo maya, en la Universidad de Pittsburgh, Pennsylvania. Ellos me enseñaron un mundo histórico que no se basa en teorías sino en la investigación y el criterio que los historiadores acumulan a través del conocimiento del pasado que brindan las fuentes y el uso de una imaginación vigorosa para trasladarse al pasado.

Para un historiador leer es esencial pues el aprendizaje es constante.

Por supuesto que no puedo dejar de mencionar las enormes influencias que han tenido en mi vida los autores de los numerosos libros que he leído desde mi infancia. Quizás los más influyentes son Cervantes, Goethe y Unamuno. Pero para un historiador leer es esencial pues el aprendizaje es constante. También la música, la cual amé de niño, y sus enormes influencias dadas por mi maestra de canto María Esther Robles, los directores de los coros en que participé, mi dilecto amigo del alma, el tenor Edgardo Gierbolini, y sus mis amigos, Frieda Stubbe, Justino Díaz, Falín Ferrer, Margarita Castro, así como mis compañeros del coro de la universidad y de los Cantores del instituto en los que estuve por un número de años.

Todos ellos están presentes en mi acercamiento al pasado y su comprensión, haciendo mi trabajo creativo de una riqueza distinta a la que buscaba que penetra en las entretelas de mis tiempos.

 

Si compara su crecimiento y madurez como persona, docente, investigador y escritor con su época actual en Puerto Rico, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-investigativo? ¿Cómo ha madurado su obra? ¿Cómo ha madurado usted?

Al madurar en el tiempo, también lo he hecho en mi visión y actitud sobre la historia.

Lo interesante del pasado es que es tan maravilloso cómo el presente, cómo el ser humano a través del tiempo y de la geografía se mantiene en constante desarrollo de la tecnología, cambiando las circunstancias de su entorno y creando constantemente nuevas formas de acercarse a los problemas que crea. He aprendido las lecciones de los grandes maestros de la historia, de la paciencia y de la rigurosidad que se deben tener con los documentos sean éstos escritos o materiales, de ver las verdades y no la verdad única, como enseña Hegel, del examen concienzudo de las fuentes como decía Von Ranke, de mirar todas las otras disciplinas con respeto pues añaden el conocimiento requerido para intentar entender el pasado como enseñaban Henri Berr, Marc Bloch y Lucien Febvre. Mi trabajo creativo pertenece a todas esas influencias de las que participan casi todos mis contemporáneos y estudiantes pues mantenemos las mismas líneas de pensamiento. La historia desde Heródoto y Tucídides ocurre en el mismo orden de investigación: problema, búsqueda de fuentes secundarias, hipótesis, fuentes primarias, investigación y juicios, y narrativa para exponer el trabajo. Las lecciones de Luciano del siglo III en Roma siguen siendo útiles en el siglo XXI, así como las de Anna Comnena y de Vico. De manera que mi trabajo sigue las mismas reglas de mis contemporáneos especialmente en su última versión micro histórica. La oportunidad de enseñar historiografía durante los pasados treinta años ha sido esencial en conocer la gigantesca obra de la historia y sus autores a través de sus textos. Por supuesto, con una gran influencia en mi visión de la historia.

 

Ha logrado mantener una línea de creación-investigación enfocada en Puerto Rico, América Latina y el Caribe en y desde Puerto Rico y Estados Unidos. ¿Cómo concibe la recepción a su trabajo creativo-investigativo dentro de Estados Unidos, Puerto Rico y fuera, y la de sus pares?

Mi trabajo no está enfatizado en la historia de Puerto Rico, sino más bien en la del Caribe y de la América Latina. Aun cuando la historia política y económica de Puerto Rico son temas de debate y de estudio, no son mis temas de investigación y trabajo, aunque he presentado algunos ensayos sobre la migración y los intentos de eliminar la enorme población puertorriqueña que hacía daño a los planes imperiales. También he dirigido sobre treinta tesis doctorales y de maestría, en su mayoría sobre temas de Puerto Rico. Hemos olvidado la demografía como una ciencia social muy importante para entender la historia. Al terminar el siglo XIX, Puerto Rico tenía una media de quince años, lo que implicaba un enorme crecimiento poblacional futuro, y en 1898 ya tenía la isla un millón de habitantes, lo que en ese momento lo hacía uno de los países con mayor densidad en todo el continente y con una población tan grande casi como algunos de los más extensos países americanos. Ese millón se cuadruplicó en el siglo XX, alcanzando los cuatro millones al comenzar el siglo XXI. Desde la perspectiva de formación cultural, era muy difícil la aculturación a una sociedad extraña, pues hacían falta medios materiales para lograrlo. Quiero decir que para lograr cambiar la cultura puertorriqueña hubiese sido necesario enviar unos dos millones de estadounidenses, que fueran mayoría cultural, pero eso no pasó ni pasará. Y como dice el gran historiador francés Augustine Thierry, los pueblos conquistados eventualmente conquistan a sus conquistadores. De ahí el poderoso nacionalismo que nos caracteriza, no estamos solos, pues somos muchos. Ese tema no ha sido muy trabajado por nuestra historia y sí me interesa especialmente en términos comparativos. Volviendo al ejemplo, en 1900 el país con mayor población en América Latina era México, con unos quince millones de habitantes, pero inmensos países como Argentina y Brasil tenían poblaciones escasas para sus enormes territorios; la primera no llegaba a cinco millones y el segundo no llegaba a diez millones. Entonces una pequeña isla con mucha gente adquiría mayor importancia continental. Lo mismo se debe pensar desde la mentalidad de los invasores, que tenían unos noventa millones regados por su extenso país, pero con enormes concentraciones y otros espacios casi vacíos como eran Arizona, Hawái y Nuevo México, así como muchos otros estados del oeste. Este tema ha sido importante para mí al abrir una ventana de comprensión de muchas acciones del pasado que no se entienden si no se conoce esta situación continental y estadounidense.

 

La conciencia de mi tierra chica y hermosa, de mis diferencias con los hermanos de las tierras americanas, es parte de mi bagaje como boricua.

Sé que es usted de Puerto Rico. ¿Se considera un historiador puertorriqueño o no? O, más bien, un historiador caribeño, sea éste puertorriqueño o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente usted?

¿Si me considero un escritor puertorriqueño? Si, absolutamente. La conciencia de mi tierra chica y hermosa, de mis diferencias con los hermanos de las tierras americanas, es parte de mi bagaje como boricua. Hablo distinto, pienso distinto, tengo sobre mí las influencias de una España decimonónica, de una sociedad de avanzada tecnológica y material, de una sociedad mía diversa en colores y sentimientos, de una libertad ansiada y una real producto de mi familia, de un nacionalismo que llora cuando ve la bandera y oye la música de mi tierra cuando estoy lejos de ella, cuando miro la historia de otras tierras como perteneciente a ellas y entiendo a sus historiadores y escritores porque les mueve lo mismo que a mí con la mía. Yo me he dedicado a la historia mexicana, una hermosa y querida tierra, pero no soy mexicano, su idiosincrasia es única y no se puede copiar por alguien que no desea ser parte total de esa tierra, sino que he aprendido a respetarla y quererla con sus héroes y heroínas, por la grandeza de mucha de su historia. Si hubiera decidido tener que vivir en México quizás hubiese adquirido su nacionalismo, pero eso no me ha ocurrido.

 

¿Cómo integra su identidad étnica y de género, y su ideología política, en su trabajo creativo-investigativo y su formación en Puerto Rico, España y Estados Unidos?

El trabajo de un historiador o un escritor está siempre integrado a sus influencias; no puedo dejar de ser puertorriqueño, independentista y hombre libre porque mi obra escrita es reflejo de ese mundo. Una de las lecciones que discuto en mis cursos de historiografía es que los estudiantes intenten penetrar en la personalidad de los historiadores que analizan, porque sus historias, que son muchas veces la historia colectiva que se enseña a las gentes, están formuladas y escritas desde sus principios e influencias. La nacionalidad, las costumbres, la religión, el género, su Weltanschauung, su tolerancia, su conservatismo o liberalismo, sus tabúes, sus amores y desamores, y otras características, se reflejan en sus textos. No somos sicólogos, pero como dice Henri Berr, la sicología histórica es útil para entender cómo se crea la historia.

 

¿Cómo se integra su trabajo creativo-investigativo a su experiencia de vida tras su paso por la Universidad de Puerto Rico? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de docente, investigador y escritor en Puerto Rico hoy?

Mi obra es parte de mi vida, especialmente de mi vida académica comenzada y continuada en la Universidad de Puerto Rico, una de las grandes universidades americanas. Las experiencias de enseñanza, de actividades, de relaciones con profesores y visitantes, con colegas estudiantes y del salón de clases, son todas parte esencial de mi obra. Fui un buen estudiante en mis clases de ciencias y de humanidades, tengo amigos de vida y de trabajo todos relacionados con la universidad. He tenido la experiencia de enseñar en otras universidades tanto de Estados Unidos como de España y América Latina, y las experiencias han sido enriquecedoras, pero la UPR sigue en mi vida, especialmente cuando estoy a punto de retirarme de treinta y un años de servirle como profesor y administrador.

 

¿Qué diferencia observa, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo-investigativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?

Considero que mi trabajo publicado ha sido bien recibido por los que lo conocen. Mi libro de Tampico es único en ese estado y es referente para muchos interesados en el tema. Mis trabajos sobre Estados Unidos también han sido bien acogidos por la crítica de quienes los conocen. Mi texto de América Latina es considerado uno de los mejores escritos y publicados por el Departamento de Instrucción de Puerto Rico. Pero el halago no conforma el texto, sino su supervivencia y uso. Con eso seré feliz, el haber aportado un poquito al conocimiento de la historia en mí país y en los otros a los que he servido y creo que he logrado dejar una huella.

Wilkins Román Samot

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