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El espía que escapó del habanero jardín de las delicias: regresa Guillermo Cabrera Infante

miércoles 26 de agosto de 2015
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espiaNadie debe dudar que la literatura de ficción es un boomerang muy peligroso para la historia oficial porque, al contrario de ésta, cubre casi todos los ámbitos y modela estancos que la Historia Oficial —vamos a escribirla con mayúscula— cree merecer y muchas veces reclama para a veces reescribir a punta de pistola. Por ello la literatura de ficción es una afilada espada de Damocles untada de veneno, puro veneno, y no sólo para la gran Historia —volvamos a ser gentiles y coloquemos la mayúscula— sino hasta para la vida privada, por releer y relatar posturas, confrontar rutas particulares, actitudes y lealtades. Eso ocurre, ha ocurrido en cualquier latitud y época.

Mapa dibujado por un espía, libro que editó Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en noviembre de 2013, es el tercer título póstumo que devuelve la voz literaria de Guillermo Cabrera Infante, escritor cubano galardonado con el Premio Cervantes 1997. No hay necesidad de recordar que los libros de este autor, a pesar de no ser publicados en el sistema editorial de la isla, son de los que pasan de mano en mano y de dispositivo digital a dispositivo digital —en todas sus variantes, estos—, y tienen infinidad de lectores por todo el archipiélago. Los libros suyos, publicados en otros lares, se comercializan en las librerías de uso a precio de espanto. Con ello recalco que no es tiempo de prohibiciones y si las hay, ese manto de hierro es bastante burlado por los lectores.

Guillermo Cabrera Infante se escuda casi todo el texto detrás de una tercera persona, recurso que a pesar de la frialdad y lejanía habitual en esa voz narrativa consigue dibujar un cuadro sufrido, conmovedor. Recalco que leer a este autor, leer una obra de ficción suya sin desbordes de juegos lingüísticos es una delicia. Hoy es imposible saber cómo hubiera publicado Mapa dibujado por un espía de estar él presente en el proceso de edición de este texto con tantos rasgos autobiográficos, tintes políticos, giros detectivescos y sobre todo una simplicidad que asombra y a la vez irradia belleza, una belleza rara e inusual en la literatura cubana.

Poco a poco vemos al personaje adentrarse en la vida intelectual habanera, y se nos muestra una radiografía cruda compuesta por el pincel verbal de Cabrera Infante.

Una urgente llamada telefónica de su compinche Carlos Franqui, combatiente, y antiguo jefe del periódico Revolución, y un poco marginado del centro del poder gubernamental en esos meses, le anuncia la gravedad de su madre, quien fallece en pocas horas, cuando Guillermo Cabrera Infante aún está en algún aeropuerto de Europa a la espera de un avión para regresar a Cuba y recibe la segunda llamada, esta última hecha por su esposa, la actriz Miriam Gómez, que ha quedado en Ginebra, en la embajada cubana donde él ostenta un nombramiento diplomático, cargo obtenido gracias al ostracismo blando que recibe varios años antes junto a otros intelectuales incómodos.

Regresar a La Habana es regresar a otra ciudad. Si su afamada novela Tres tristes tigres traza y rememora la vida nocturna habanera de los años cincuenta con música raspada en un disco de vinilo, conjeturemos de mambo o de jazz, Mapa dibujado por un espía es el reverso de ese disco que pudo ser la noche en la capital cubana, pero ahora descubrimos que en esta cara solo hay marchas y cantatas militares. Donde incluso las mejores de estas composiciones marciales fueron compuestas antes de la toma del poder de los revolucionarios y, más que música, lo que se escucha por múltiples altavoces son machaconas invocaciones emulativas que le resultan insoportables y quizá no comprenda su tempo.

Conjetura que la música y la alegría se han perdido junto a la gracia cubana, y desde su terraza, en pleno corazón del Vedado habanero, a través de unos anteojos, espía una ciudad muerta para él, donde sólo cree ver zombis y personas vencidas. A veces, por las tardes, se entretiene mirando cómo tormentas eléctricas fabulosas descargan todo su poder en el horizonte que desde su terraza es un trozo de océano Atlántico, iluminado de vez en vez en la lejanía por tales relámpagos, y donde un buque, la chismografía habanera dice yanki, otea a La Habana como él al infinito del mar y a sus recuerdos de la madre muerta.

Poco a poco vemos al personaje adentrarse en la vida intelectual habanera, y se nos muestra una radiografía cruda compuesta por el pincel verbal de Cabrera Infante, pincel virtuoso y saltarín lingüístico si los hubiera, que aquí es calmo y no pretende escamotear confesiones que el pudor de algunos autores suprimiría, y él —nunca sabremos qué actitud tomaría de haber seguido el proceso de escritura y edición definitiva— plasma sin afeites: no se baña en casi diez días y apenas se da cuenta, o menciona el inexorable desgaste del fondillo del pantalón de su traje o el suplicio de tragarse la bazofia que cocinan ahora en su casa más un sinnúmero de confesiones que van desde alegrarse cuando acaban de entrar al cementerio a sepultar a la madre a otras de catadura sexual.

El personaje cae de lleno en el torbellino revolucionario y no cae muy bien parado. Va recibiendo una andanada de indicios que revelan que es posible que no pueda salir de la isla, al menos en su condición de diplomático, y el clima de esta situación lo sufre cuando es casi bajado del avión que lo regresaría a Bélgica acompañado de sus hijas y ahí empieza un calvario que durará varios meses, sólo atenuado por múltiple escarceos amorosos que a veces parecerían exagerados y dignos de un don Juan tropical.

Un artífice principal de este texto es el sexo. El sexo humedece estas páginas como se humedece un jardín habanero, no ya un jardín de delicias, pero aún lo suficientemente atractivo para enamorarse y desandar desfogándose en apartamentos de amigos con una persistencia digna de folletín. Quizá el personaje sienta el sexo como la única posibilidad que le queda en la ciudad de reafirmación varonil, y las múltiples copulaciones dandinescas que realiza no sean más que su grito y rebelión a la situación pletórica de desencanto y falta de perspectivas que lo acecha. Guillermo Cabrera Infante copula en La Habana y en ese acto recupera su albedrío y se reafirma como hombre.

Toda una galería de personajes se pasea por las páginas y son escrutados por una mirada a ratos campechana y casi todo el tiempo paranoica. Una paranoia que se incrusta en el fondo de las páginas, en el fraseo de las palabras y hasta en el pabilo apagado de las velas porque se vive: la crueldad de la situación kafkiana se sufre en todo el libro, y más que imágenes verbales, es una temperatura, un temblor caliente y desgarrador que como una ola va recorriendo las páginas, y atrapa en su movimiento a él y a todos. Por ello la paranoia es otra protagonista de este texto y se agranda y reduce por momentos. El personaje se cuida de hablar, intuye que hasta los susurros pueden ser captados por todo un sistema de vigilancia, e incluso, no puede confiar ni en sus amigos; algunos están tan acorralados como él o mucho más, pero la duda paranoica es más fuerte y no cede a los impulsos de confesarse ni siquiera en familia.

Este es uno los mayores logros del texto: ese equilibro entre lo que se calla y lo que se dice, entre lo que se omite y se sugiere, entre lo que se grita en una cópula y lo que se toca en una banda musical. Es un diálogo cifrado que hace metástasis en el texto y se granea irrevocablemente y reverbera en las páginas.

Desencanto, sexo y paranoia podrían ser los ejes de esta obra póstuma de Guillermo Cabrera Infante. Este libro es un texto inacabado pero así se agradece mucho más porque uno podría coescribirlo y reconstruir algunas lagunas, corregir algunos datos erróneos de los personajes que aparecen en la guía de nombres al final del texto y sirve de ruta para conocer y ahondar en algunas trayectorias de los personajes invocados. Mapa dibujado por un espía nos muestra una ciudad en reacomodo, un país en tránsito, un autor lleno de madurez humana y literaria, un desencanto que absorbe y fertiliza. Es el regreso de Guillermo Cabrera Infante, nos conmueve y alarma.

Jorge Luis Rodríguez Reyes
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