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El tiempo es un león de montaña, de Trinidad Gan

miércoles 15 de mayo de 2019

Trinidad Gan

“El tiempo es un león de montaña”, de Trinidad Gan
Disponible en Amazon

El tiempo es un león de montaña
Trinidad Gan
Poesía
XX Premio de Poesía Generación del 27
Visor Libros
Colección Visor de Poesía
Madrid (España), 2018
ISBN: 978-84-9895-325-1
74 páginas

Comencemos la lectura de El tiempo es un león de montaña (XX Premio de Poesía Generación del 27): un viaje por la memoria de la poeta granadina Trinidad Gan (Granada, 1960) que, a través de una serie de paradas nemotécnicas, nos conducirá a meditar sobre el tiempo, una suerte de armonía del desgarro del ser, aun a sabiendas de que todo está perdido. Poesía que trasciende la línea intimista porque reflexiona sobre el lado espiritual del ser no sólo del sujeto en cuestión sino de todos quienes nos acercamos a sus páginas; en palabras de Ángeles Mora: “acercándonos a las cuestiones que nos preocupan en nuestro mundo y en nuestra cotidianidad”.

El título se nos desvela en la cita del poeta Raymond Carver “Time is a lion mountain”, extraída sutilmente del célebre poema “Woman Bathing”, publicado en 1989 en el libro A New Path to the Waterfall. Es, sin duda, una de las claves más importantes la interpretación de esta metáfora. El tiempo posee esa capacidad dañina típica de los grandes felinos. Pero debe advertirse que el león de montaña es uno de esos animales que persiguen a su víctima, la rondan, la cercan, no la atacan por una embestida sino pausadamente. Y el ser se nos aparece tan frágil como la porcelana china; un ser frágil a la intemperie. Fiera era, concretamente, la lluvia, alta, y fiera la vida para fray Luis de León.

Tan diáfano como el título es la forma en que el conjunto está compuesto, sin restar ningún mérito. Desde el poema que abre el volumen se nos anuncia el desdoblamiento del sujeto lírico que provoca intercambios entre la mujer y la niña, un viaje por la memoria que le llevará a recordar su mirada juvenil por la “Carretera 50”, uno de los poemas clave, y que acentuará su mirada poniendo el foco de atención no en el paisaje exterior sino en el tiempo pasado (“pero el retrovisor, en su bruma, devuelve / tan sólo el balanceo de un león de mentira”). Así, recorre las guerras y la injusticia, sobre las víctimas en Palestina (“Niño en Gaza”), en Siria (“Imagine all…”) o en España (“La memoria turbia”: “Y huesos sin lugar, sin nombre, / escombros de una paz sepultada con fuego”). En cambio, como aprecia atinadamente Antonio Jiménez Millán, sufre un “contrapunto”, es decir, la mirada se adentra en la poesía, aquilatándose una poética, por lo que de la conciencia social viramos a la reflexión metapoética, del mismo modo, esto es, con un sujeto desdoblado, pues la mirada se fija en el exterior pero se pliega hacia el interior, y allí deja de ser contemplación para mutarse en reflexión del ser, en el pensamiento del día a día: ya en el poema “Perspectivas” el poema se asemeja al espejo, y el principio, en analogía de la soga que pone el verdugo, así el poema nace de las manos, es decir, de la corporeidad (“Allí contemplo ahora / la imagen invertida de mis manos”); en el poema “Lluvia” el tintineo de las gotas se corresponde con el de las sílabas causando un ritmo armonioso (“El ruido de la lluvia / punteando las sílabas”); en “Definiciones”, las tres claves, cuyos campos semánticos se van ampliando paulatinamente, se enuncian y se trenzan, la mirada, las palabras y la memoria en una maniobra (“de signos, de palabras luminosas / que sirvan para algo distinto / a señalar el mundo”); en “Caza nocturna”, en otro final apoteósico, debe leerse en clave metapoética, pues la búsqueda por la palabra precisa como una persecución, el conjunto armónico resulta de una lucha (“un zarpazo, un golpe oscuro, / que no sabe siquiera ser preciso, / me derriba, / casi a tientas enciende / la orilla nueva de un poema”); o la contemplación deviniendo en reflexión, en paisaje interiorizado y proyectado desde dentro, desde una perspectiva crítica, fieramente, como se deduce al término de la composición “Monedas en la fuente”: “Comienza la lectura. / Dentro de mí, la fiera abre sus párpados. / Y felina, inocente, da cuenta de la caza”. A lo largo de este primer apartado la musicalidad ha sido visible no sólo en los endecasílabos sino también, implícitamente, a través de la música de Dylan o Lennon.

Los poemas que cierran el libro se refieren al vuelo y a la caída, metáfora de las ilusiones y las decepciones de la propia vida, naufragios en los que sobrevive el individuo.

Tras esta serie de poemas intensos, se ordena, en el segundo apartado, “Reflejos de un ojo felino”, un conjunto de poemas breves, que la autora ensaya como guiño a la cultura japonesa creando una atmósfera serena. Sin embargo, no es la unión del ser con la naturaleza el origen de haikús y tankas, sino el hecho de deliberar sobre el hecho de la palabra poética en todo su proceso de creación: origen (“Sombra y luces / de días laborables. / Mas, en la noche, / la palabra es guarida / para quien caza el tiempo”); poética (“Contra este cielo / unas ramas desnudas / como un alambre / de palabras y aristas. / Y en su filo el poema”); revisión y corrección (“Tiempo de poda: / recortar el cañón / de las palabras / y en la mirada vieja / poner otro calibre”). Las composiciones se adelgazan y se condensan, el poema dice más de lo que calla, es momento para las esticomitias y encabalgamientos de heptasílabos y pentasílabos.

Como si de un efecto cinematográfico se tratase, efectivamente empleado, por cierto, a lo largo de todo el libro, el foco de atención se pone en el interior del sujeto, como se enuncia, en el título del tercer bloque, “Dentro de mí, la fiera”, de nuevo la mirada, el comienzo del día (“El león, que despierta”). A lo largo de este cúmulo el lector se alerta, casi angustiado, a tenor de los peligros que sobrevuelan los versos. Así, el sujeto alerta sobre la falsedad de las palabras (“trampantojo” en el bloque anterior), las apariencias (“La ciudad amanece entre la niebla / con un rostro de invierno, desprovista de alas”) o la desconfianza recordada en “Hueco de pájaro en mi mano” (“esas líneas oscuras que creí tan vacías”). Junto a esas reflexiones, el tiempo cobra tanto protagonismo que termina por alzarse sobre el poema (“que la zarpa del tiempo ha desgarrado). A pesar de que converja la duda, siempre incierta, siempre sigilosa, sobre el hecho de escribir, como se expresa en “Alfabetos” (“Y el león de montaña se desliza / como un gato feliz, bajo mis dedos”). Los ojos contemplan y los referentes extratextuales alimentan el poema “Desconocida” (“casi un cuadro de Hopper”), el pensamiento descarta lo aparente y el tiempo cae por su propio peso, causando estragos (“Unas agujas lentas / acuchillan el tiempo / y pronuncian mi nombre”).

Los poemas que cierran el libro se refieren al vuelo y a la caída, metáfora de las ilusiones y las decepciones de la propia vida, naufragios en los que sobrevive el individuo, mecanismos que desatan los mejores versos de la poeta granadina (“Desalojar del todo, esta terca / habitación en la derrota. / Pero guardar el fuego”, escribe en “Luz de octubre”). En el homenaje lorquiano y, por extensión, a los poetas del 27 exiliados, cuya esencia de lo irremediable puede leerse en el poema “El viaje”: “ciprés de verde puesto en puntas, / verde estanque de otoño en el invierno, / verde con un ala de plata”…

El círculo vital se va cerrando hasta completarse en otro de los poemas clave del libro, “Pájaros huidos”, excelentemente acompañado por los magistrales versos de Cernuda, donde la armonía del ritmo endecasilábico lograda por Trinidad Gan, donde cadencia e idea se dan la mano alcanzando juntas la meta y donde la metáfora que ha cifrado su contenido, ahora nada esconde, pues todo es realidad reveladora alrededor de la memoria (“para ahuyentar con llamas a la fiera, / de retener palabras, tal vez alguna música / o el eco que dejaron los pájaros huidos”), revelación de que el tiempo, personificado por última vez, nos persigue, nos apresa y nos devora (“Pero al fin me dio caza”).

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