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Yo escribo la noche, de Pilar Blanco Díaz

miércoles 3 de marzo de 2021
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Pilar Blanco Díaz
Yo escribo la noche, de Pilar Blanco Díaz, podría leerse como un cancionero de amor doloroso.

Pilar Blanco Díaz (Bembibre, León, residente en Alicante) tiene en su haber más de una docena de publicaciones poéticas, entre las cuales cabría destacar A flor de agua (Visor, 2000), La luz herida (Algaida, 2004), Ceniza (Hiperión, 2005), El jardín invisible (Rialp, 2006), Vigía de tu paso (Chamán, 2018) y, su más reciente entrega, Yo escribo la noche (Chamán, 2020). Su labor poética ha recibido distintas distinciones; sobresalen el Premio Internacional Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2003) o el Premio Alegría (2005). Una voz singular aquilatada en la aparición de distintas antologías de poesía española.

Yo escribo la noche podría leerse como un cancionero de amor doloroso. Los referentes recopilados en las distintas citas así nos lo confirman. El título viene dado en un verso de Alejandra Pizarnik: “Escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”. Pilar Díaz consigue expresar el arrebato amoroso sin caer en un endulzamiento patético.

“Yo escribo la noche”, de Pilar Blanco Díaz
Yo escribo la noche, de Pilar Blanco Díaz (Chamán, 2020). Disponible en la web de la editorial

Yo escribo la noche
Pilar Blanco Díaz
Poesía
Chamán Ediciones
Colección “Chamán ante el fuego”
Albacete (España), 2020
ISBN: 978-84-949969-9-3
97 páginas

Se trata de un conjunto cohesionado en grado sumo. Un breve pórtico y tres secciones con un número similar de poemas, donde el amor aparece representado desde la seducción, el entendimiento en la pareja y la herida.

El pórtico o umbral se compone de cinco hermosos endecasílabos donde el amor trasciende en varios símbolos: “de la noche un pájaro”; “temblor que no se eclipsa”; o “el manantial”. En la primera sección figuran los poemas más reflexivos sobre el estado de enamorarse. No importa atravesar el fuego mientras exista la voluntad de consumación; así concluye en “Si ardiéramos un día”: “No temo la fulminación, yo misma incendio. / Los huesos calcinados, pero amándote”. Semejante conclusión se nos ofrece en “Brasa”: “Algún día, fundida, alentaré en la brasa. / Ahora, atravesada del amor y la herida / sólo sé arder”. El amor es arrebato, desmesura, así se presenta el amante como “sabio, aunque lo llamen loco, profeta”, en “El resplandor”. Más adelante, se añaden, junto a los símbolos nombrados, estos otros, “Ser yo el temblor” y “paloma loca en vuelo”, que sugieren el instante inicial, cuando el aguijón del deseo ha penetrado. Se abre los brazos a sentir en “Marca de espada” pese a que la entrega nos pasa factura. La creación de un nuevo lenguaje se evidencia en poemas como “Pulmones y sal”, “Algo de mi partió” o “Leer lenguas”.

A pesar de que la poeta leonesa emplea un estilo narrativo, cargando las tintas de verbos, incluso hallando varias oraciones en un mismo verso, las repeticiones abrazan sugerencias.

En la sección nuclear, gana peso la oscuridad y la quiebra. En “Grieta” escribe: “Tengo un dolor / aquí, / donde la cicatriz limita con la noche”. Se ofrece a la luz en la noche, valga esta antítesis para comprender la desmesura de poemas “Como la aurora al pájaro” y su lógica continuación “Doler con alcuza”. Paralelamente, el sujeto que explora su intimidad, indaga en creaciones nominales, neologismos y emplea un cauce expresivo más extenso, llegando a ocupar la línea, en los poemas de este apartado. Así, el vallejiano “Los heraldos” es buena muestra de ello. El amor es un punto de fuga, en huidobriano, “Mira cómo rueda y cae”. Allí se rescatan magníficos versos sobre un sentimiento huidizo: “Desear no es tener, / es alargar la mano y acariciar distancia, / apacentar estrellas, / constelarse”. Especialmente desgarrador resulta el poema “Ella llora con una piedra en la garganta”. A pesar de que la poeta leonesa emplea un estilo narrativo, cargando las tintas de verbos, incluso hallando varias oraciones en un mismo verso, las repeticiones abrazan sugerencias y sus correspondencias léxicas abrazan evocaciones en la memoria, así en el extraordinario poema breve “En fuga inmóvil”: “Vuelvo. Busco fisuras. No / hay un hueco que abrace, / no hay huella que se funde en mi huella para abrir la caricia”. El deseo constatado de pérdida es terrible en la serie “Lo que se escapa”, “Cerrando astillas” (de estirpe machadiana y unamuniana) y “Pangea”. Ese deseo, tan inasible, no llega a ser encontrado ni siquiera por la misma poesía, así en “Los dioses ciegos”, que se corresponde con “Grieta”, mostrando así una perfecta circularidad: “Tampoco tú, poesía, alimento del excluido, sed del embriagado en las alturas densas de la noche. / Tampoco desde ti más que la lágrima”.

En los poemas finales, alternan los poemas breves (léase con gran atención “El cuenco de las manos”) con los más extensos del libro. En ellos, el significado de la poesía (en clave metapoética, “Una tumba en la playa”) aparece, ahora, enclavado en un revelador repaso vital de la figura femenina, de sus sueños estallados en la boca (“Del tamaño de un nido”), de su aparente irrealidad literaria (“Siempre La Maga”), de su fuerza (“Resistencia”), de la lucha literaria encarnada en Doris Lessing (“La página se ha vuelto un hormiguero”), del compromiso de la poeta con todas las mujeres que lloraron en “Mujeres como laúdes de sal” hasta terminar la correspondencia con otro magnífico poema, “Y no estar loca”, que concluye de esta manera: “imagen muerta con el cielo en los ojos, / todo el vuelo del pájaro en los ojos, caudal de la tristeza. / Para que te mirara, Ofelia, niña, / como mira el que ama, apenas ciego”.

En definitiva, Pilar Blanco Díaz ha vuelto a lograrlo en esta nueva entrega lírica. Yo escribo la noche es algo más que un cántico al amor, es un homenaje literario y la reclamación de la mujer en el ámbito literario. Poseedora de un estilo propio, la poeta nos muestra un conjunto que emociona por la forma en que expresa las distintas claves existenciales.

Jesús Cárdenas
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