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La noche eterna

miércoles 31 de julio de 2019
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Antonio Jiménez Millán
Biología, Historia, de Antonio Jiménez Millán, ofrece un recorrido por la memoria de nombres y sucesos cuyas reflexiones muestran la fragilidad del ser ante lo perdido o ausente.
“Biología, Historia”, de Antonio Jiménez Millán
Biología, Historia, de Antonio Jiménez Millán (Visor, 2018). Disponible en Amazon

Biología, Historia
Antonio Jiménez Millán
Poesía
Visor Libros
Colección “Palabra de Honor”
Madrid, 2018
ISBN: 978-84-9895-232-2
210 páginas

Tras dos colecciones de poemas que recogen lo mejor de sus anteriores libros, La mirada infiel. Antología 1975-1985 y Ciudades. Antología 1980-2015, el profesor y poeta granadino Antonio Jiménez Millán (1954) entrega una nueva obra lírica, Biología, Historia, publicada por la editorial Visor dentro de la colección “Palabra de Honor”, ofreciéndonos un recorrido por la memoria de nombres y sucesos cuyas reflexiones muestran la fragilidad del ser ante lo perdido o ausente.

Desde su título nos anuncia una vital noche desde donde se abren los poemas, como buen noctámbulo, defensor de ese otro modo de vida. Nos conduce a las coordenadas de su origen, hacia la intimidad del verso, a sentir su respiración. La memoria se asienta en lugares con un tono nostálgico destacando el uso del lenguaje que envuelve las palabras transportándonos a otro lugar, a otro tiempo. La mirada le lleva al sujeto a embarcar la reflexión mediante un compromiso ético y moral hacia la palabra, hacia la historia y hacia sí mismo. Es, por ello, un libro cargado de homenajes, especialmente el dedicado a su amigo Juan Carlos Rodríguez (profesor de poetas). Leemos en el poema de cierre (p. 108):

Tú nos dijiste que la decadencia,
el desgaste, la muerte,
eran cuestión de pura biología.
Importaba la historia, sobre todo.

La organización del libro está bien planteada en ocho bloques donde se reparten las composiciones en verso y en prosa del capítulo cinco, breves en su mayoría, salvando el último poema de mayor aliento y extensión. Algunos de los poemas son presentados en series, algo a lo que su autor nos tiene acostumbrados en anteriores publicaciones. En ellos predomina la naturalidad de los versos de ritmo endecasilábico. El discurso poético del granadino se dirige a los lectores que sentimos la necesidad de reflexionar sobre el magnetismo que produce la reconstrucción sentimental de una vida, bagaje acumulado que termina deviniendo en desengaño y escepticismo, constante en la obra de Jiménez Millán, como se detecta en el poema “Realismo sucio” (p. 63):

Y yo, en las altas horas de la noche,
olvidaba el pasado y el presente.
Porque el futuro ya se ocuparía,
más tarde o más temprano, de nosotros.

La memoria traza un trayecto pasado por la juventud, la adolescencia y la infancia. El sujeto da buena cuenta de todo lo que el tiempo arrasó: no sólo se llevó lugares o paisajes sino también amores, deseos. A la vez que el sujeto las descubre, se ve fuera de ellas. Pero, además del componente sexual, hay otro, el moral que despuntaba ya desde joven, mientras sonaba en la radio la maravillosa música de Redding, Franklin o Clapton. Gracias a la música, aquel tiempo pasado vuelve a presentarse. Así, leemos en la tercera sección del primer poema (p.19):

Quien se lanza al vacío
es el adolescente descuidado
que empieza a no creer
en verdades impuestas.

La afilada mirada del sujeto se detiene sobre las partituras en una tienda de música y siempre actúa como filtro para volver a la ciudad de Granada. Pero el sentimiento no llega a descifrar los códigos. El efecto del zoom provoca una visión completa del decorado: tan pronto se aleja como se acerca al lugar transitado, vivido, tal vez se hace necesario para entenderlo mejor o aprehenderlo nuevamente. Los primeros versos constituyen un cántico donde se celebra los distintos referentes exteriores, algunos desolados. Para terminar con su significado (p. 16):

Recorrer la ciudad,
ponerle nombre a la aventura,
grabarla en la memoria
igual que se recuerda una canción.

En la siguiente sección del mismo poema, que comienza con la conocida cita de Pessoa, el sujeto derriba máscaras y los muros del yo para confesar abiertamente (p.18): “Los años sólo aportan / sentimientos de pérdida, / falsa serenidad, calma aparente”. Pero el poema no se queda con este cierre que podría haber sido perfecto, sino que se añade el aspecto en que se interrelaciona la ciudad, es decir, la proyección del exterior en el sujeto, es decir, cómo recala y cómo se aleja el paisaje de uno: “Leer una ciudad es seguir una vida, / recorrer lentamente las imágenes / que el tiempo fue dejando de nosotros”. Es sabido que el hombre moderno necesita alejarse de tantos desastres ocasionados por el mismo hombre.

La muerte asoma por algunos poemas al tomar una fotografía, y también el miedo y la enfermedad, que, desde la óptica de un adolescente, aún no llega a tener la misma importancia que se le concede cuando el sujeto escribe desde la madurez, reaccionando ante lo inmaterial. Y para ello, se toma las palabras como una forma de pensamiento y coraza frente a las dentelladas del tiempo (p. 24):

Sé que tiene sentido ese lenguaje
que rastrea en lo oscuro otra forma de vida
y no es sólo un antiguo amuleto de sombras
para esquivar el tiempo, su celada invisible.

El desdoblamiento del sujeto es llevado a cabo en poemas como “El espía”, dedicado a Gil de Biedma. Con un lenguaje directo, el tiempo hace cambiar la perspectiva del sentido de las cosas. A lo largo de algunos poemas la atmósfera de la ciudad, entre las estaciones de otoño e invierno, se intercala con la brisa marina de la costa malagueña. Lo vivido resuena en la memoria al tomar distintas fotografías, distintos recuerdos. La distancia espacial es la misma que la temporal: crea imposibles alzados, como ocurre en “Hard Rock Café (NYC)” o en “Presentimiento”. De este modo, estas revisiones constituyen homenajes y pruebas de amistad que el poder erosionador del tiempo se terminó llevando pero que a través de la palabra es vivificado. “Mantener la distancia es un aprendizaje”, insiste recordando la voz del poeta barcelonés.

Sin embargo, en el tercer capítulo, la poesía se transmuta en espejo de la conciencia, estando presente tanto implícita como explícitamente Ángel González. El efecto de descomposición de la realidad se convierte en una desconexión con la realidad (en “Disolución”); lo que no existe equivale al presente (en “Una conferencia”); los lugares no son lo mismo, no tienen el mismo significado sin los amigos ausentes, han cambiado por culpa de fanáticos y corruptos, por quienes pretenden ascender al poder, lo que deja miedo que recuerda el pasado (en “Banderas”): “Crecí sobre el recuerdo de una guerra: / hoy he de confesar que tengo miedo”.

En la parte central del libro se sitúa “Homenajes”, que constituye un cántico de celebración literario (a destacados nombres) y, al mismo tiempo, un mecanismo de reconstrucción expreso para que la memoria devuelva al sujeto la noche y el deseo; la vida y la literatura juntas. Pero esta conexión a priori amable genera vínculos que deben mantenerse alejados: “en la vida y en la literatura / hay que saber guardar distancias, / no creerse los fuegos de artificio” (p. 54). Y es que, sobrevalorado el poder de la poesía, el sujeto se pregunta, volviendo al desengaño: “para qué la poesía, la erudición, los libros, / si tus hijos te odian”.

Habiendo llegado al capítulo cinco, el cauce del verso se transmuta en línea, aunque no la musicalidad de las palabras, tampoco la combinación de las palabras, que se ajustan hábilmente para conseguir el efecto buscado: sugerir la idea, evocar lo vivido. Tal imagen se concreta en el poema “Violín”, donde la música trae las imágenes del ayer; al igual que ocurre en el poema “En el conservatorio”. Pero igualmente la música del Concierto de Año Nuevo transforma lo real (en “Para empezar el año”). La distancia de las cosas que ya no están vuelve a presentarse en un edificio inexistente, como sucede en “Pensión Buenos Aires”. Por ahí podría justificarse que la identidad no se revela sino que es cambiante (“La única certeza es lo inestable”, extraído del poema “Carnets”). Las anécdotas van dando paso a una mayor distancia y soledad en los poemas “Abandonos y encuentros” y “Dos hermanos”.

“Pantalla” es el apartado sexto. En él se pueblan los poemas de recuerdos y fantasmas mediante fotogramas en tres poemas (sobresale, por su desdoblamiento, “Un bufete”), dejando a un lado Venecia (“Noche en Venecia”), la memoria se explaya en distintos puntos de Francia donde no sólo figura la anécdota de su estancia, de su trayecto vital, junto con los guiños a grandes figuras de la música, la pintura y la literatura, sino también sus reflexiones sobre la posición lejana del ser tras el fluir del tiempo. Así, en “Cementerio Père-Lachaise”: “El tiempo va dejando sus mensajes / breves como inscripciones funerarias”. Se recuerda palabras de esos grandes artistas, incluso alguna conversación entre Cocteau y Modigliani, una dosis de culturalismo granado en la segunda sección de “Contrastes”. Destaca por su lirismo, su capacidad de sugerencia y muestra de tensión temporal el poema “Aix-En Provence, 2007”, donde dejó atrapadas vivencias que la memoria reconstruye. Así comienza: “Esta ciudad es parte de tu vida. / Una ciudad que vuelve, atraviesa tu tiempo y lo circunda”. Y así concluye:

Tal vez es la extrañeza del regreso
a la ciudad que está dentro de ti
como un reflejo en el cristal helado,
como la escarcha de un amanecer
que jamás olvidaste.

Cinco poemas constituyen el séptimo capítulo, “Rehabilitación”, donde la noche eterna ha dado a salas donde “el tiempo es lento, / mientras todos se aferran a la vida” (p. 97), en cuyos espejos el sujeto se refleja “provisional y torpe” (p. 98), recordando la enfermedad por su antiguo vicio al tabaco; entonces encuentra el tránsito entre el “intento de suicidio” y el “afán de supervivencia” (p. 99). En esas recreaciones se dispara la lucidez: “No más mitología del dolor. // Me despierto entre sondas y vendajes, / siento otra vez la aguja en una de mis venas” (p. 101). Pese a los achaques propios de la edad y las ruinas del cuerpo, regresa el optimismo: “hoy sólo quiero celebrar la vida” (p. 103).

El último capítulo podría entenderse como fundamental, pues Antonio Jiménez Millán rotula igual que el libro, Biología, Historia, acompañado por las citas de Dante y Ángeles Mora, y en su dedicatoria, al que fuese su profesor, esta elegía ocupa versos de gran afecto y emotividad lírica. Se descubre cómo era el profesor: desde su fisonomía a su carácter. La anécdota física de su imagen daba paso a su sabiduría de mostrar a sus alumnos a Borges y el célebre libro de Pasolini, Las cenizas de Gramsci, que, según se cuenta, fue leído con avidez por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada en los años setenta, y a los consejos que el autor del libro ha sabido llevar a cabo “a mirar muy despacio”. Esa es la clave. Como es la clave que se le ha de aplicar a este libro para lograr una lectura reflexiva: con calma. De este modo procedemos cuando tenemos en nuestras manos un auténtico libro de poemas.


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Jesús Cárdenas
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