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Historia de la poesía argentina, de Luis Benítez

sábado 18 de mayo de 2019
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“Historia de la poesía argentina”, de Luis Benítez
Disponible en la web de la editorial

Historia de la poesía argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX
Luis Benítez
Ensayo
Editorial Buena Vista
Colección Agalma
Córdoba, Argentina, 2019
ISBN: 978-987-4984-03-6
280 páginas

Una brújula para encontrar un mapa o las coordenadas para llegar a la casa de un guía muy particular, algo así podría ser esta reseña. La causa es que la Historia de la poesía argentina que propone Luis Benítez se anuncia como una “guía” (en la introducción del libro) y como un “esbozo muy general y aproximado al fenómeno”1 de la poesía argentina (en la coda), pero es un instrumento de observación al que haríamos bien en historizar a su vez ya que su lente, lejos de ser transparente, está confeccionada con el mismo material que describe. Un acápite inicial echa por tierra la posibilidad de un descriptivismo neutral. La cita en cuestión recupera un comentario de Javier Magistris que denuncia la existencia de una historia “hegemónica” de la poesía argentina, la cual silencia y excluye voces no oficializadas. Ya estamos preparados, por lo tanto, para leer un trabajo crítico destinado a brindar una visión alternativa que habilite voces poéticas marginadas. Hay que tener en cuenta, además, que ese propósito no es formulado por un académico sino por un poeta que pronto define con claridad su perspectiva, fuertemente marcada por su pertenencia generacional (la de los poetas emergentes alrededor de 1980). Hechas estas salvedades preliminares y antes de ver en qué términos funciona la tensión entre historia hegemónica y alternativa de la poesía argentina, cumplamos con el rito de seguir los capítulos de esta historia propuesta, la cual tiene, por supuesto, un origen preciso pero bastante remoto.

Justamente, la primera elección que hace Benítez a la hora de historizar la poesía nacional es separarla de la fundación jurídica del Estado y unirla al devenir de la historia cultural e idiomática de la nación, privilegiando la cuestión territorial. Así, en el siglo XVI tendríamos ya a algunos “precursores” de la poesía argentina en autores como Luis Miranda de Villafañe y Martín del Barco Centenera (nacidos fuera del territorio de la futura República Argentina) y en el siglo XVII al fundador de una poesía “protonacional” argentina en la figura de Luis de Tejeda, nacido en Córdoba en 1604. Hay un consenso en considerar al autor de El peregrino en Babilonia como nuestro primer poeta y también lo hay en relación con el hecho de que nuestras letras estuvieron regidas inicialmente por los modelos españoles: el influjo de las figuras dominantes del Siglo de Oro durante la época virreinal primero y, seguidamente, las formas neoclásicas que rigieron las producciones del siglo XVIII y principios del XIX atadas temáticamente a las vicisitudes políticas, de las que nuestro himno nacional es ejemplo privilegiado.

Seguidamente, en los concisos y ordenados capítulos que se suceden, Benítez repasa, apoyándose en estudios y antologías que ya son clásicas, los períodos de la historia cultural y poética argentina: la generación del 37 y la incorporación del Romanticismo en el Río de la Plata, la gauchesca (con su raíz popular y el antecedente de los cielitos patrióticos) y el Modernismo. Para referirse a la figura de Leopoldo Lugones como representante principal de esa corriente en Argentina, Benítez tiene que reponer la trayectoria del nicaragüense Rubén Darío y describir el complejo influjo de los parnasianos y los simbolistas franceses sobre su obra para mostrar cómo es que por primera vez un movimiento poético americano influyó sobre la poesía española. Esta operación deja en evidencia uno de los supuestos no enunciados del libro: la condición de posibilidad de la historización de un género en las fronteras de un país requiere su puesta en relación con lo que una autora llamó la “República mundial de las letras”,2 cuestión que vuelve a quedar de manifiesto en los sucesivos capítulos en lo que Benítez describe el asentamiento de las vanguardias en el Río de la Plata. La palabra asentamiento busca reflejar la idea de que se trató de un fenómeno progresivo, primero preparado por una temprana visita de Vicente Huidobro en 1916 (el chileno presentó su manifiesto creacionista en el Ateneo Hispano-Argentino) y después con el regreso a Argentina de Borges en 1923, luego de su periplo europeo y, particularmente, de la adopción de los lineamientos del Ultraísmo. A partir de este punto se ralentiza la narración del desarrollo de la poesía argentina y los datos se tornan más abigarrados. En líneas generales Benítez hace lugar equilibradamente a la doble causalidad que motiva la evolución literaria, articula los hechos sociopolíticos con el fenómeno literario-poético poniendo atención a factores explicativos como la existencia de grupos y formaciones culturales, revistas literarias y editoriales, y apoyándose en la no poco problemática noción de “generación”, a menudo más o menos asimilada a la de “década”. Así, como reacción a las propuestas de los autores agrupados en los grupos de Boedo y Florida (1920-1930), surge la generación del 40, neorromántica y reactiva al vanguardismo previo. La del 50 constituye un nuevo impulso vanguardista, abierto esta vez no sólo a Europa sino a la tradición anglosajona. La generación del 60, marcada por la etiqueta uniformizante del “compromiso”, es presentada en su complejidad y heterogeneidad por Benítez y la del 70 aparece como una “bisagra” hacia los 80 en un contexto de disgregación social y represión. La generación que lo tiene a Benítez como uno de sus protagonistas está reflejada a través de las principales revistas del momento (Xul, Último Reino y Diario de Poesía) y de sendas antologías de Alejandro Elissagaray y Daniel Fara que recogen la producción del momento en líneas estéticas como neobarrocos, experimentales, objetivistas, neorrománticos (se retoma el imaginario y los referentes alemanes que alimentaron también a los románticos del 40) e independientes.

Los capítulos que se ordenan con un criterio cronológico (períodos de una década de duración) se alternan con otros que incorporan un criterio geográfico-provincial: “Santiago del Estero, 1924: nace el Movimiento La Brasa”, “Tucumán, década de 1940: surge el grupo La Carpa”, “La Rioja, 1952: aparece el grupo Calíbar”, “Jujuy, diciembre de 1955: la revista y el movimiento poético Tarja”, “1983: En la Patagonia, surge el grupo Coirón”, “Mendoza, 1990: El grupo Las Malas Lenguas”. De estos grupos se nos brinda una reseña de su creación, objetivos y principales animadores. La presencia de estos capítulos también nos permite inferir otro supuesto: convencionalmente, lo que se presenta como la historia de un género en un país queda acotado a las expresiones metropolitanas (Capital Federal, Rosario, tal vez Bahía Blanca para el caso de Argentina). Acaso en este sentido es que hay que leer también las palabras iniciales de Javier Magistris que refieren a una historia “hegemónica” y a las voces silenciadas. Reseñar la existencia de grupos provinciales es un gesto contrahegemónico, en línea con la política de la revista La Guacha (dirigida por Claudio Lo Menzo y el mencionado Magistris), que reivindica su carácter “federal” cubriendo periodísticamente eventos culturales vinculados a la poesía en todo el país. El listado final de más de 1.300 nombres de poetas argentinos sería parte de esta voluntad de dar visibilidad a escritores no conocidos. Sobre estas dos operaciones caben algunas preguntas: ¿se articulan de algún modo estos movimientos poéticos provinciales entre sí? ¿Son autónomos, tienen con la capital una relación de dependencia?, ¿evidencian “atraso cultural” o constituyen estéticas de jerarquía e incluso de avanzada? Por otra parte, es difícil inferir un criterio de selección para estos grupos. ¿Por qué tal grupo en tal provincia en un momento dado y no otros? Por qué no habrá, por ejemplo, una reseña sobre el grupo nucleado en torno a Laurel: Hojas de Poesía, El Lagrimal Trifurca o “Los Poetas del Aire”. No podemos saber si el autor no los conoce, si no los considera relevantes o si considera que están representados por los nombres que están en el apéndice. Y sobre el listado de los nombres (el corte temporal está dado por la publicación de al menos un libro de poesía antes de 2000), ¿no sería bueno indicar la procedencia provincial/regional, puesto que ese dato parece ser importante para cubrir la producción poética de Argentina?

Estos interrogantes, habilitados por una invitación que el autor hace explícita en la coda, no hacen más que apuntar a una cuestión de fondo: la de las enormes dificultades metodológicas y la inevitable impronta política de toda tarea histórica. A menudo (y por momentos el libro de Benítez no es la excepción) la narración de una historia literaria se hace sobre la base de lo que pareciera ser una realidad existente sin poner de relieve que esa realidad es el producto de una construcción posible sólo gracias a complejas y drásticas operaciones de exclusión, selección y jerarquización. Como señaló Stephen Greenblatt, “el objeto de atención histórica [en este caso la poesía argentina] es mucho más difícil de enfocar que las relaciones que ese objeto implica y mantiene”, ya que “la palabra literatura tiene una válvula de escape incorporada; si su significado estuviera fijado, si permaneciera quieto o permitiera que su historia se escribiera apropiadamente, no serviría con tanto éxito a su función social, que es demarcar divisiones y facilitar la adjudicación de jurisdicciones”.3 Precisamente porque lo literario es un terreno de disputas es que el libro de Luis Benítez se va cargando de un tono polémico a medida que se acerca al presente y a su generación, y llega a la confrontación explícita con el punto de vista de la crítica que durante la década de 1990 definió un canon estético (el llamado “objetivismo”) sobre todo a través de las páginas de la principal revista de poesía de la década, Diario de Poesía. Aquí vemos que no es posible hacer una simple guía de la poesía argentina, sobre todo cuando reconocemos que hay que decidir primero qué es poesía y qué no lo es (el nombre de Liliana Ancalao, por decir algo, nos puede hacer preguntar si lo que escriben, o lo que recitan, o lo que cantan los mapuches es parte o no de la “poesía argentina”), y después qué parte de la poesía merece pasar a la historia y cuál no. En ese sentido, sería oportuno volver sobre una distinción que de tan conocida a menudo se vuelve invisible: “La separación estanca entre la crítica literaria y la historia literaria debe ser denunciada como una trampa, como todas las polaridades que minan los estudios literarios, pero no para renunciar tanto a la una como a la otra. Al contrario, para manejar una y otra con conocimiento de causa”.4 Esta advertencia nos invita a asumir abiertamente nuestros compromisos estéticos y políticos, sin dramatismos pero sin real o fingida inocencia. La (“buena”) poesía (argentina) no puede ser otra cosa que el producto de opiniones encontradas, sería un error apelar a las buenas intenciones o a una supuesta neutralidad a la hora de participar de la construcción, preservación y transmisión de ese objeto cultural. Lo único que podemos hacer es construir nuestros argumentos de la mejor manera posible. En ese sentido, el libro de Luis Benítez es una referencia insoslayable.

Pablo Dema
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Notas

  1. Desde ya decimos que este objetivo se cumple con creces. Como se nos dice en una nota, este libro es la ampliación de una Breve historia de la poesía argentina publicada en Rumania por PIM Editura en 2015. El libro funciona como una excelente introducción a la poesía argentina para cualquier lector extranjero.
  2. La República mundial de las letras, Pascale Casanova, Barcelona: Anagrama, 2001.
  3. “¿Qué es la historia literaria?”, en Teorías de la historia literaria, Madrid: Arco Libros, 2005, p. 103.
  4. Ver Antoine Campagnon: “Historia literaria y crítica literaria”, en El demonio de la teoría, Barcelona: Acantilado, 2015, pp. 241-244.
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