La canción del ciempiés
José Pulido
Novela
Caracas (Venezuela), 2004
Alfadil
ISBN: 980-354-145-5
223 páginas
Si sabe qué significa enganchar en literatura, si ha disfrutado de un deleitoso enganche con un libro, me entenderá cuando le digo que al leer la novela La canción del ciempiés, del escritor venezolano José Pulido, editada por Alfadil, fui enganchado de manera que no pude dejarla hasta terminar la última línea en la página 223. Son historias que se cruzan y giran alrededor de la casa del Vedado número 21, construida en Cuba en la primera parte del siglo XX, aunque parece enclavada en una dimensión donde no existe el tiempo. La importancia de esta casa no reposa sólo en la utilidad que le dieron las personas que la habitaron, o en la remembranza del virtuosismo arquitectónico europeo o del reservorio pictórico de uno de los más grandes artistas del siglo XVII, Pedro Pablo Rubens, enterradas en el corazón de aquella casa, sino que es un pretexto para contar parte de la historia mitológica de Cuba. La descendencia de la princesa Matula, hija del rey Prebo, esclavizada por los conquistadores europeos y mancillada por su amo don Manuel. Que de pronto enloquece por el misterioso ciempiés tatuado sobre la piel de la princesa, que parece moverse como una criatura viva, sin perjudicar el resto de su piel tersa, que lo excita al punto de que sea inevitable sembrar sus semillas blancas en su vientre negro. Entonces llega Beribén, el elegido de los Orishas, y consuma el destino que tenía trazado por los dioses y el propio rey Prebo de salvar la descendencia real.
Los descendientes, Lisandro y Efraín, cada uno con cualidades, vicios y destinos distintos, trastabillan en medio de las convulsiones de La Habana por los efectos del socialismo soviético, la caída de Batista, el advenimiento de la revolución castrista y la diáspora cubana. Efraín viaja a muchos lugares y Lisandro a muy pocos, aunque ambos finalmente concurren en Caracas.
Gastón Paredes, de 68 años, exitoso empresario mayamero nacido en La Habana, quiere regresar a la que fue su residencia antes de verse impulsado al exilio.
Son historias que giran en diferentes escenarios, pero de una forma alternada y sincronizada, sin perjudicar el hilo narrativo, que es usado en tercera persona, y la tensión que se mantiene en toda la novela. Algo que me cautiva de los textos del maestro Pulido es su capacidad descriptiva, el realce de los elementos de la realidad social, el estilo diáfano y bien cuidado de una prosa que esboza esa forma propia del narrador venezolano al abordar la temática criminal con una mezcla de humor y seriedad.
Paralelo al relato de Matula y su descendencia está el otro en el que prefiero ahondar por reunir propiamente los elementos de la novela negra.
Gastón Paredes, de 68 años, exitoso empresario mayamero nacido en La Habana, quiere regresar a la que fue su residencia antes de verse impulsado al exilio por el advenimiento de la revolución castrocomunista. Pero es Rogelio Valdivieso, de 62 años, un famoso paisajista y pintor habanero, admirador de Rubens y comprometido con el partido revolucionario cubano, el que ocupa dicha residencia.
Sale a relucir Vanessa, la ex novia de un sobrino de Rogelio que se le murió cumpliendo deberes en Angola con el ejército revolucionario. Ella se quedó, como quien dice, haciéndole compañía en El Vedado. Pero ni imagina hasta qué punto es el compromiso de ese hombre, que es casi como un tío postizo, con el partido de la revolución. Sospecha que es Dalmacia, el secretario político.
Como seguidora del mundo de las artes, está enrolada como empleada cultural. Sus días pasan mostrándoles a los turistas las bondades de la isla, sus playas, los combos hoteleros, el casco colonial de La Habana y los atractivos de la cocina local. No percibe que sus pasos están siendo calibrados por alguien que decide las cosas desde la oscuridad, a ver si en un futuro más próximo que lejano la convierte en una importante agente del espionaje. Pero Rogelio es un hombre de alma solitaria, moldeado por dos símbolos disímiles de los que nunca ha podido desprenderse: El Granma, su barquito sentimental que pensó ideal para la pesca del pez espada (como Hemingway), que le permitió elevarse a la gloria política y ser reconocido. Y el hotel batistero donde saciaba sus ganas desde los dieciocho años con las mujeres amigables que formaron su temple de hombre. En esa casa en medio de su soledad, lleno de pintura y rodeado de cuadros, Vanessa Carnevali, de sólo veinticinco añitos, es un deleitoso tormento. Con la frescura de su juventud, esa estructura firme de su cuerpo atlético y sensual por los deportes, sí, pero también por su instrumento diario, la bicicleta. La ropa sexy que suele ponerse sobre todo en la casa, o cuando la advierte en la cocina o en cualquier parte, le hace recordar que debajo de esos sesenta y dos años y esa ropa hedionda a sudor y manchada de pintura, todavía existe un cuerpo que necesita satisfacción. Sólo se calma a veces con la compañera del partido, Dalmacia. Aunque sabe que sólo esa carajita podría saciar el volcán que lleva dentro. Sólo cuando le viene algo de luz de la sensatez, por la evocación de la imagen de su sobrino muerto, quizás pensará en un perdón inexplicable que nadie escucha, y del que tampoco recuerda cuando la vuelve a desear.
Cuando Gastón y Felícita se miran, lo hacen con una ternura que va más allá de una correspondencia común.
Gastón Paredes, de sesenta y ocho años, propietario que no perdió el tiempo para amasar una obscena fortuna. Administra junto con su hijo y nieto muchas empresas, entre ellas una estación de radio en Miami, y otra de distribución de telenovelas. Ha dejado que su hijo Carlos se encargue de las otras empresas para no estresarse debido a su edad, aunque eso es un imposible, porque sigue preocupado por las mejoras de la programación, y con la competencia infinita del mundo herciano o marciano de las emisoras, que no le dejan sosiego, aunque son Robertico, su nieto, y la nuera Felícita, los que llevan el trabajo duro. Por cierto, su nuera, esa atractiva mujer que paradójicamente a pesar de su nombre, no ha encontrado la felicidad con su hijo Carlos. Porque él siempre vive perdido en los negocios y también de perder el poco tiempo que le resta, en divertimentos circunstanciales, que en la mayoría de los casos tienen rostro de mujer.
Cuando Gastón y Felícita se miran, lo hacen con una ternura que va más allá de una correspondencia común; recuerdan cuando hace veinte años, comenzando apenas la relación de ella con su hijo Carlos, Gastón los salvó de separarse por culpa de una leguleya de Nueva Orleans que enloqueció a su hijo. Sin embargo, el encuentro entre Gastón y su nuera fue tan ameno que los tragos los transportaron a la habitación de él, donde siguieron bebiendo y riéndose de chistes y cosas que se les ocurrían. Recostados sobre la cama entre tragos y ocurrencias, la falda amarilla de ella va mostrándole la extensión blanca de sus muslos, que le producen la firmeza de un músculo que no se entrenaba desde hacía mucho. Ella lo nota con una risilla tímida y maliciosa, y él trata de justificarse, avergonzado. Dios sabe que pensaba dejar todo allí y llevarla a su habitación, pero ella ya había decidido lo que quería. El gran pecado de Gastón y Felícita está bien descrito entre las páginas 24 y 25 del segundo capítulo. Él se lamenta: “No sabía que me gustabas tanto, Felícita. Qué pecado tan enorme. Perdóname”. Ella lo justifica con las aventurillas de Carlos y los cuatro meses de abstinencia en que la ha sumido. Y así, luego de toda una noche de coitos, se suben al avión para regresar a sus vidas. Cierran los ojos y fingen que duermen. Aquello nunca pasó, fue lo que acordaron.
Quizás es por esa razón que Gastón tendrá tal remordimiento que lo hace conceder a su hijo la total administración de sus empresas. Tal vez intenta eludir el desasosiego ocupando sus sentidos con la radio, aunque no le resulta, y menos cuando su nieto y nuera la llevan tan bien. Ya ni le dejan mucho trabajo, y es entonces que piensa en El Vedado. Llena su mente de recuerdos vividos en esa casa durante la época de Batista. De cuando empezaron las radionovelas y folletines, los noticieros, los extras escandalosos. La audiencia que estimuló el trabajo de habilidosos escritores, actrices, humoristas… De cuando se formó en la radio con su tío y maestro Ganímedes, y donde se le torció el corazón por el cochino dinero. Entonces se aferra en recuperar la casa, aunque materialmente es un imposible, y su hijo Carlitos y el buen amigo y abogado Padilla, le han resaltado los inconvenientes. De todos modos se lanza a los nuevos aires y viaja a la isla, aprovechando la coyuntura de los negocios hoteleros de su hijo Carlos con la empresa canadiense. Allí se encuentra con Rogelio y, muy a pesar de sus diferencias políticas, su amistad va creciendo y se consolida. Gastón se aloja en el hotel Nacional, que no había cambiado desde que lo conoció en ese pasado glamoroso de casinos, tapizados escarlatas y mafias. Visita todos los días El Vedado, a veces con su hijo Carlos que no desaprovecha oportunidades para invitar a salir a Vanessa, un efectivo colirio entre tantos hombres. Aunque ella sabe que, de todos, sólo se iría con uno de los más viejos, Rogelio.
Y como suele suceder en la vida real, después de una plácida calma, un vendaval subvierte el orden de las cosas. Todo comienza por la investigación del tráfico de drogas que desarrolla Gerardo, comisario de la inteligencia policial cubana. Le preocupan las consecuencias mediáticas de que la revolución resulte implicada en una red internacional de narcotráfico. Es por eso que va tejiendo cabos manteniendo el bajo perfil. Investiga a los hermanos Torrentes, asiduos consumidores de diversos tipos de drogas, pero sobre todo de coca, misteriosamente introducida en la isla. Trata de dilucidar la cadena de comercialización desde los consumidores hasta el que la introduce en La Habana. Algo muy difícil de lograr porque nadie se atreve a denunciar los eslabones. Todos conocen las implicaciones…
Pero oportunamente un coronel mexicano llamado Manuel Reyes se toma la molestia de visitarlo en su propia oficina. Le proporciona detalles sobre un cubano sin expediente contrarrevolucionario, que utilizaba empresas trasnacionales como fachada para el traslado de coca entre Europa y Estados Unidos, empleando a Cuba como trampolín. En eso sale a relucir un fulano Pierre McKingley, empresario canadiense que se había reunido en dos ocasiones con el capo.
Resulta que Pierre es el hombre de confianza de Carlos, hijo de Gastón Paredes, el empresario cubano exiliado en Miami que, por circunstancias personales, estaba de visita en la isla.
Gerardo accede a información clasificada por sus homólogos canadienses. Y se revela el prontuario delictivo de Pierre, que es detenido de inmediato e interrogado. Carlos se entera de su situación, pero la DEA envía expedientes a Gerardo que lo favorecen. Está limpio. De todos modos, Gerardo le asigna la misión a Vanessa de mantenerse cerca de Carlos, para descartar si él está conectado con el narcotráfico. El comisario político Rogelio estudia el asunto. Se preocupa por su pupila que es en realidad la única mujer que podría cambiar su vida. Hacerlo ver el mundo de otra forma. Vanessa sueña con ser actriz y conocer Francia, y Rogelio prepara un viaje para la ciudad de la luz.
La canción del ciempiés es más que una novela del género negro, es un thriller de colección donde el enganche suele ser casi instantáneo.
Carlos coopera con Gerardo para sacarle información a Pierre, y después se le permite salir de Cuba y continuar su vida en Miami. La operación de Vanessa continuará allá. Ella le hace creer que está interesada en una relación. Pero no todo es lo que parece. Gastón habla por teléfono con su amigo Rogelio, que es el primero en saber su gran secreto. ¿Serán sólo las pinturas de Rubens que mantuvo enterradas en El Vedado? Aunque es como una despedida porque después de colgar, íngrimo y solo en su departamento, engulle un poderoso veneno que lo hace garabatear la última línea de su existencia. Lo torturaban tantas cosas… No sólo que en realidad él era uno de los grandes capos que buscaba la DEA y su familia se mantenía ajena de todo el asunto, sino el haber traicionado a su hijo de tantas formas.
Por indicaciones de Gastón, Rogelio consigue los retratos de Rubens enterrados en El Vedado y los pinta superficialmente para ocultar su valor. Se los obsequia a Vanessa como un presente de su cariño, aunque le deja claro que ella es muy joven para él, y son de dos mundos muy distintos. Quizás sea posible que se quede con Dalmacia.
Incomunicados por un tiempo, Vanessa por fin le habla por teléfono desde Miami. Se entera de que el caso fue cerrado, y de que debe inmediatamente marcharse a París. Sí, Rogelio la ama, y su relación con Dalmacia fue sólo un fútil intento de negar la realidad. Pero la comunicación se corta. Vanessa no pudo escuchar lo que deseaba escuchar, y yo lo dejo hasta aquí porque ahora le toca a usted leer el libro.
La canción del ciempiés es más que una novela del género negro, es un thriller de colección donde el enganche suele ser casi instantáneo. Lo único es que debe tener cuidado cuando pase los dedos sobre el papel; no es por la tinta, es que a veces el ciempiés se pone algo agresivo.
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