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Apuntes sobre Ophelia ignota, de Aglaia Berlutti

sábado 16 de noviembre de 2019
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“Ophelia ignota”, de Aglaia Berlutti

El jueves 31 de octubre fue presentado en La Poeteca, en Caracas, el libro Ophelia ignota, de la escritora venezolana Aglaia Berlutti, con palabras de las escritoras, actrices y dramaturgas Yoyiana Ahumada Licea y Daniela Jaimes-Borges y un performance a cargo de la bailarina y coreógrafa Carolina Wolf. Hoy ofrecemos a los ojos de la Tierra de Letras los textos de ambas autoras sobre este libro publicado por El Taller Blanco Ediciones.

Las mujeres no escribimos como los hombres, se sabe, estamos hechas de una particular ebriedad del alma, sustentada en el cosmos y sus creencias ancestrales y en el propio ánimo de los sentidos posibles en un mundo que cada vez más se ha visto embriagado de mujeres por herida. Herida siempre presente. Y celebrada. Y herida como incisión.

Lee también en Letralia: “Pequeña serenata para Ophelia-Aglaia: ignota y rebelde”, de Yoyiana Ahumada Licea.

Con ello no quiero decir que sean estas líneas una búsqueda excelsa de lo femenino, pero sí un punto de inflexión necesario para entender el libro de Aglaia Berlutti que desde las primeras páginas nos seduce a las brujas y a las castas. Pero sobre todo a las mujeres.

“Para las mujeres de hoy es necesario reconocer a aquella que buscó la libertad intelectual y comenzó a reflexionar sobre sí misma desde la independencia, desde la noción de suprema individualidad”, comenta en su prólogo Berlutti, aproximándonos así a un cuerpo diseminado y examinado en Ophelia ignota. Un recorrido preciso de interioridades y exuberancias femeninas. Sin embargo, el propio texto se erige de forma sensible en el mismo imaginario, haciendo una suerte de matalibro:

…el personaje de Bertha Mason fue un símbolo directo de la locura, pero también, de la ausencia de límites y una búsqueda de libertad desesperada que se entremezcla con la necesidad de la autora de expresar —de un modo u otro— el peso que le causaba el anonimato. Bertha (que en la novela es, de hecho, el obstáculo para la felicidad de la protagonista) tiene una extraña visión del bien y del mal, lo cual brinda a su ambigüedad una connotación metafórica. Bertha no es sólo la locura encarnada, sino el reflejo que convierte a Rochester en el héroe estereotipado de las novelas de la época.

En el anterior pasaje la locura que refiere Berlutti connota su propia voz, su propia búsqueda de hacer horizonte en lugares ignotos; una frescura que revela alma femenina, pero sobre todo alma. La imaginación acá es captada por un cesto de flores que observo en mi memoria para escribir, para revertir de alguna forma la poca holgura de la posición de la mujer históricamente y que me conmueve en cada acotación de la autora.

¿No es acaso la locura la primera exuberancia de la belleza, la más sensible forma de desestabilización?

La pregunta puede ser para algunos retórica, pero el espacio interior con el que acá se observan las cosas y el devenir femenino me hace replantearme incluso el lugar de enunciación desde el que en este momento las mujeres escribimos.

La evasión es otra forma de anonimato, insistiendo en la cita anterior, y en este libro la evasión no está dispuesta de manera inmediata, pero sí existe un lugar desde donde evocar sea posible para la mujer: una evasión de prejuicios entonces, para abrirse paso a una desenfrenada forma de pensar que, paradójicamente, se centra en un punto álgido con grandes y preciadas referencias de la literatura.

La condición de Ophelia la conocemos: pérdida de amor por un hombre que logra evadir y enloquecerse por venganza.

En el ensayo que le da título al libro, “Ophelia ignota”, y después de un recorrido brillante por grandes voces femeninas, Berlutti describe el icónico cuadro, la pintura de Ophelia morando en el agua, como cierta elegancia catastrófica. Y las preguntas regresan no simplemente para ser contestadas. Este libro, sin lugar a dudas, y este ensayo en particular, convocan la mirada de esa elegancia catastrófica que hemos tenido las escritoras a lo largo del tiempo, y con esto no quiero erigirme como feminista, pero sí femenina, ebria, loca, bruja: una Ophelia cabalmente a la que también le ha susurrado Hamlet o unos cuantos Hamlet que confirman la pulsión de vida, pero también de muerte.

Expliquemos esto con menos desparpajo. La condición de Ophelia la conocemos: pérdida de amor por un hombre que logra evadir y enloquecerse por venganza: un hombre que nos da lecciones, muchos años después, a los actores, de cómo debemos actuar y mitificar la exposición al público; un hombre planificado que para serlo, podríamos decir, hace caso omiso a la ebriedad del amor de Ophelia.

Ophelia, por su parte, enloquece con verdad en esa exuberancia de belleza que antes hemos apuntado y que bien registra el texto de Berlutti. Pero la modelo de Millais que compone este sensible cuadro para el pintor, de alguna forma también enloquece, enloquece su belleza y su gacela de alma, su tesón de modelo y las derivas en una aparatosa pulmonía que relata la autora en su obra.

Sin embargo queda deslastrar de un zarpazo el tono efímero de las cosas. Una mujer escribe y mata también a un hombre en la orilla de su demencia, una mujer ama porque su cuerpo lo decide; la ebriedad viene después, acaso en el punto y aparte porque nunca hay ni habrá punto final.

Berlutti acá descompone en un lenguaje delicado la forma de la tragedia sin ningún sentimentalismo y, como lectores de la experiencia, lo agradecemos, pues supone entonces un lugar forjado en el que nace y crece este libro e inunda, del agua en la que vemos a la Ophelia del cuadro, a todo nuestro rededor. Es el agua de Berlutti también, y entonces, no sólo la de Ophelia; es la autoridad de la escritura la que obedece a un tachón de los “sin embargos” en estación de luna que tiene la fecha en la que se presenta este libro: 31 de octubre.

Siddal, la modelo que sufrió de pulmonía al posar como Ophelia, relata Berlutti, se hizo forma y lugar entre pintores en controversia; desarmó al mundo que pensaba que ella estaba en las afueras; ignota, con su singular equilibrio para andar nuevos pasos, y así me dice este libro que se estremece el mundo y no sólo la historia que se podría contar.

¿Desde dónde escriben ahora las mujeres que escriben?, ¿cuál es el lugar de enunciación?

Es entonces el lugar de la mujer escritora el desconocido. Es entonces volver al inicio y repetir que no escribimos como los hombres, que nuestra forma de hacernos no es mejor ni peor, sólo diferente, que por la lucha para hacernos de un lugar hemos buscado formas, a veces, desesperadas, para ocuparnos de nuestro oficio.

“Con toda franqueza, escribo porque no puedo hacer otra cosa. Lo hago por amor, por miedo —uno profundo, que me acompaña a todas partes— pero sobre todo, porque es un lugar seguro que me ha protegido de todo tipo de sufrimientos y pequeños horrores cotidianos”, dice Berlutti al relatar un episodio personal, pero sobre todo convencida de lo que es y seguirá siendo.

Otorgar, quizás convenga decir acá, otorgar a la escritura el trazo de no dejar a un mundo por completo cuando se evita el horror y la tragedia de respirar por un pitillo después de correr kilómetros. Aire que sin duda nos salvará, pero que ampliamente el cuerpo nos exigirá más. Este más está acá en esta escritura singular y particular de Aglaia Berlutti.

Para terminar no quisiera dejar de decir lo que este libro convoca a la experiencia del oficio de escribir y a su propio replanteamiento o problematización: ¿desde dónde escriben ahora las mujeres que escriben?, ¿cuál es el lugar de enunciación? En todo caso, frente al panorama que ofrece Berlutti queda abierta la respuesta, la infinidad de respuestas para el lector.

En este sentido, Aglaia Berlutti, dejando ese abanico para proponer un pensamiento, nos ofrece, con su escritura femenina, la honestidad de la palabra y un lugar entrañable desde donde se es posible estar, escribir y sobre todo pensar a la mujer.

Daniela Jaimes-Borges
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