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“Soy la muerte porque la muerte no vendrá nunca por mí”
Pequeña serenata para Ophelia-Aglaia: ignota y rebelde

sábado 16 de noviembre de 2019
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“Ophelia” (circa 1851), de John Everett Millais
Ophelia, el cuadro de John Everett Millais en el que se enfoca el ensayo de Aglaia Berlutti que da título a su libro Ophelia ignota (El Taller Blanco Ediciones, 2019).

El jueves 31 de octubre fue presentado en La Poeteca, en Caracas, el libro Ophelia ignota, de la escritora venezolana Aglaia Berlutti, con palabras de las escritoras, actrices y dramaturgas Yoyiana Ahumada Licea y Daniela Jaimes-Borges y un performance a cargo de la bailarina y coreógrafa Carolina Wolf. Hoy ofrecemos a los ojos de la Tierra de Letras los textos de ambas autoras sobre este libro publicado por El Taller Blanco Ediciones.


Soy Ofelia. La que no ha guardado el río. La mujer ahorcada. La mujer con las venas de las muñecas abiertas. La mujer de la sobredosis en los labios de nieve. La mujer con la cabeza metida en el horno de gas. Ayer paré de matarme. Estoy sola con mis pechos, mis muslos, mi vientre. Destrozo las herramientas de mi cautiverio, la silla la mesa la cama. Destruyo el campo de batalla que fue mi hogar. Abro de golpe las puertas para que pueda entrar el viento y el grito del mundo. Hago pedazos la ventana. Con las manos ensangrentadas rasgo las fotografías de los hombres a quienes amé y que me utilizaron en la cama sobre la mesa en la silla en el suelo. Prendo fuego a mi prisión. Arrojo mis ropas al fuego. Desentierro en mi pecho el reloj que fue mi corazón. Salgo a la calle, vestida con mi sangre.

Heiner Müller, Máquinahamlet

Como Virginia Woolf, como Mary B. Shelley Wollstonecraft Godwin, Teresa de la Parra, Yolanda Pantin, Hannah Arendt, Marguerite Duras, la autora que presentamos hoy ha edificado su habitación propia. La de su voz especialísima, la que se construye, dialoga y encuentra un sitial en el lugar de lo monstruoso, lo sobrenatural y la muerte.

Una ventana para mirar la calle, la montaña, el cielo, el mundo entero y luego traducirlo en palabras. Un ventana hacia lo cotidiano para crear lo extraordinario. Una ventana que se abra hacia el olvido y la belleza (Ophelia ignota, pág. 57).

Lee también en Letralia: “Apuntes sobre Ophelia ignota, de Aglaia Berlutti”, por Daniela Jaimes-Borges.

Aglaia Carolina Berlutti, cuyo nombre primero proviene de la Aglaia odorata, del reino de las fanerógamas, que conducen a todos los linajes de las plantas que producen semillas. El segundo, que viene de Carlos, en este caso Carolina, traduce a una mujer fuerte. Y vaya que lo es.

“Soy monstruosa”, dice…

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa, profesora de fotografía y escritora. Buena parte de su obra artística —por no decir que casi toda— la ha dedicado a indagar en la imagen de lo femenino, pero sobre todo en su mirada particular y bastante única de mirarse. Su obra fotográfica es una suerte de performance suspendido sobre la imagen que persigue transmitir: la del horror y lo sobrenatural. Es editora de la revista Penumbria (México) y colaboradora de varias publicaciones dentro y fuera de Venezuela como Revista Clímax, Vanidades (México) y Huffington Post (España), en las que analiza el papel de la mujer en la sociedad contemporánea. Es además una fanática, especialista y practicante de la crítica, la reseña y el pulso de la cultura de masas en el género del terror.

Virginia Woolf fue la primera escritora que se ocupó de trazar la relación entre mujer y escritura. Construyó ese recinto simbólico de la voz femenina. Puso el dedo en la pústula de la sociedad que no daba lugar a “esa fragilidad extrema. Fragilidad engañosa —erigida sobre un armazón de hierro”, tal como la definía, como Aglaia Berlutti, a quien estoy presentando por segunda vez. La primera fue con una suerte de relato de construcción: Bruja urbana, editada por FB Libros. Un primer libro que anunciaba los que vendrían como frutos de su madurez.

¿Quién es Ophelia ignota?

“Soy yo y a la vez, es mi asombro por la muerte. Es mi obsesión por lo muerto y enterrado, por la tierra removida, los espectros y terrores nocturnos. Ophelia está ligada a mi muerte, a la muerte, a lo tanatológico. Mi Ophelia vive en mis fotografías. Le construí un mundo con imaginaria visual propia. Y es, de hecho, una progresión de todos mis dolores y asombros”.

 

Su Ophelia ignota viene a sumarse a las representaciones pictóricas de fin de siglo del personaje trágico hamletiano.

¿Ignota?

En este conjunto de ensayos, Ophelia —el tradicional arquetipo de la mujer sufrida y fuera de su centro— descubre la posibilidad de resemantizarse. La palabra de Berlutti se despliega por caminos de sombra para emprender la construcción de la voz femenina, o más precisamente, de la voz de la escritura asumida por una mujer. Como la Woolf, Aglaia define la relación entre mujer y escritura esquivando la tentación de teorizar y sin embargo, desde las propias voces elegidas para conformar este libro, construye un ars poética y hasta la tradición de ese canto inevitablemente doloroso a la ascensión de lo femenino. Así como el momento en que Elizabeth Siddal —la musa de la obra de John Everest Millais que cuelga en el Museo Nacional Británico de Arte Moderno— se levanta del cuadro que consagró su mórbida perfección para dejar de ser sólo una estampa de perfección y belleza. Aglaia reclama su lugar y les otorga un puerto de enunciación a esas voces. Ese acto de encender la llama de la escritura le otorga, como ella misma señala, “el don de suspender el caos, constatar el prodigio de vivir en lugar de sólo existir” (pág. 61).

Su Ophelia ignota viene a sumarse a las representaciones pictóricas de fin de siglo del personaje trágico hamletiano, a la desmitificación que los poetas contemporáneos han hecho de esta niña-virgen, víctima del amor… a la Ofelia de Heiner Müller que grita y se levanta simbólicamente para emanciparse y tomar voz propia.

Ayer por fin dejé de suicidarme. Ahora estoy sola con mis pechos mis muslos mi útero. Destrozo el instrumental de mi cautiverio, la silla la mesa la cama.

Ofelia rompe las cadenas que la condenaban a la locura y la muerte en el drama de Hamlet, se erige en un ser rebelde y derriba las puertas de su prisión. Una declaración de designios: libertad y palabra genuina y única que contrasta con la idea de pérdida de identidad, de fusión que invadía a Hamlet.

Una Ophelia que da voz a un conjunto de autoras y cuyo primer envión —“Fue el primer ensayo que escribí”, confiesa— fue el de una suerte de mujer gurú de la tribu de escritoras para Aglaia: Mary Wollstonecraft Godwin. “La idea de Mary como abstracción englobaba mi amor por los monstruos, mezclado con el que siento por escribir. Siempre estoy escribiendo sobre ella”.

Revisando el trabajo de Fernando Rísquez en su libro Aproximación a la femineidad, el camino de la mujer escritora permite concebir lo esencial femenino mas allá de la triada (psíquica) Hécate-Deméter-Koré (bruja, madre, hija) y de restringir su trascendencia sólo al hecho de ser madre. Berlutti lo tatúa en su enunciación al indagar en el camino de la construcción de la voz femenina como ese yo fugitivo que evade cualquier explicación. Deja constancia de que escribir, tal como le enseñó Virginia Woolf a sus poquísimos años cuando la descubrió por primera vez, tiene un precio en la salud mental y espiritual. Es un devenir, como afirma Deleuze, un largo trayecto sin principio ni final. Sabe que “las palabras llenan el mundo, lo desmenuzan, lo fragmentan en cientos de partes que luego deben ser unidas en busca de un sentido…”.

 

Un recorrido por los parajes de la mujer en busca de su voz, de su presencia en la escritura.

Construyendo la voz femenina: el viaje de Ophelia ignota

El lector realizará un desplazamiento a lo largo de un prólogo y cinco ensayos: Un prólogo desde la sangre: las mujeres que fuimos, desde el Malleus Malleficarum (texto canónico de la Inquisición); La loca del ático y otros misterios victorianos: las mujeres escritoras del siglo XIX; Todos los rostros de la Eva poderosa: el poder intelectual de lo femenino; Una bruja escritora: Shirley Jackson; El mal como ilusión: el absurdo espiritual, unas cuantas visiones desde Hannah Arendt, y para cerrar la propia reflexión de la autora sobre el viaje que ofrece, Ophelia ignota: sobrevivir al mito de la mujer escritora.

Un recorrido por los parajes de la mujer en busca de su voz, de su presencia en la escritura. Desde la reflexión del prólogo en ese texto de exclusión y crueldad que es el Malleus Maleficarum, donde toda mujer que piensa y persigue la construcción de su mismidad en el mundo es demoniaca, en una representación que se enraíza en ese imaginario judeocristiano en el que Eva representa, desde la noche de los tiempos, la tentación y el pecado; una narrativa que excluye a la mujer del libre albedrio llamada Lilith, que aparece antes de Eva y es borrada de un plumazo no vaya a ser que la costilla sea una falacia ad populum, condenada a vivir en la luna negra, y de allí al dicho de que las niñas buenas van al cielo y las malas a todas partes, para dejar la pregunta en el aire: ¿puede ser la creación intelectual una forma personal e íntima de expresión personal tan rotunda como la gestación de un hijo?

¡Que se levante Ophelia ignota con sus muslos y sus pechos!

Yoyiana Ahumada Licea
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