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Los reyes de la mudanza, de Joshua Cohen

sábado 2 de mayo de 2020
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“Los reyes de la mudanza”, de Joshua Cohen
Los reyes de la mudanza, de Joshua Cohen (Deconatus, 2019). Disponible en Amazon

Los reyes de la mudanza
Joshua Cohen
Traducción: Javier Calvo
Novela
Deconatus
Madrid (España), 2019
ISBN: 978-84-17375-00-3
280 páginas

Los reyes de la mudanza es una novela más que sobre las mudanzas sobre la “ocupación”. Y lo primero que nos pide Joshua Cohen es que estemos atentos, que nos fijemos en los detalles del día a día. En este caso, fijémonos en la relación de los baúles amontonados en un espacio impersonal, porque es el inventario de las cosas despojadas de sus dueños y las relaciones de éstas con el resto de sus cosas que no sólo se relacionan entre ellas. Sea por algo que nos hemos cruzado varias veces y que no hemos percibido pero, sobre todo, en cómo está convenientemente gestionado.

Fijarse en los detalles es la tónica en el relato de Cohen. No como una simple exposición superficial de las vidas, sino un camino para que se entienda el punto de vista de donde parte la historia. Pero nada de sentimentalismos o nostalgia. Lo que subyace aquí es cómo la globalización ocupa los espacios físicos, utilizando maquinaciones y haciéndonos asimilar, de modo casi imperceptible, que todo es resultado de un proceso humano. Si no hay “una forma humana de suicidarse sin ayuda”, dice el narrador, tampoco hay un “ser humano sin más aislado y despojado de contextos, porque hasta una célula necesita un suelo, un techo y paredes”. En fin, es lo que eres por naturaleza. Esa debe ser la ocupación espiritual. ¿Cómo no nos damos cuenta del discurso que ceba tanto la vida de la persona, a cambio de un salario u horas libres, igual que con las expectativas e ilusiones?

Es simple; lo más importante es creer en la naturaleza del trabajo, del pago, de la tribu… Ese es el discurso que les interesa que ocupe nuestra mente. El objetivo, está claro, es doblegar voluntades, deseos, quereres hasta anularnos, haciéndonos creer que podemos ser felices. Sea en la paz de una oficina o en la guerra de ocupación, en este caso, israelí, como si fuéramos sus dueños. La explotación es la tónica. Hay algunos que se integran, pues prefieren mirar a un lado o se sienten más cómodos con soñar despiertos. Mientras que otros, digamos los apocalípticos, llegan a odiarse a sí mismos, actúan por impulso con sus creencias y emociones, dejando claro que no se adaptan del todo, aunque lo quieran, porque se resisten a huir hacia delante, a sentirse autoengañados o negar lo inevitable, la muerte.

Para Joshua Cohen ese es el trasfondo donde se desarrolla lo más importante de la novela. Quizá lo que está por detrás que sostiene la corrupción, como la red de la red, es el discurso encubierto que hace creer a Yoav o Uri que las vacaciones son una continuación de la guerra como la que han vivido en el ejército israelí. Cuando los isras ven la pistola en manos de Tom, es como un golpe en la memoria de sus pasos por el ejército. Los recuerdos de sus prácticas allí se hacen reales cuando encuentran un muerto en casa de Luter, alías Imamu —veterano de la guerra de Vietnam, negro, islamista, rastafariano—, y ellos son “encargados” de tirarlo en una valla del callejón sin salida.

Luego del desahucio de Imamu, éste, en un intento desesperado de venganza, rocía la casa con gasolina; el fuego pilla a los de la mudanza dentro. La acción de Imamu es el punto de inflexión, hasta el cenit de las llamas. El incendio produce un giro en la historia. Aquí la novela alcanza el clímax y ese giro, no es algo exacto, preciso, también es un movimiento que acelera los acontecimientos, revierte todas las situaciones que ha planteado el libro. Es un incendio tanto literal como metafórico: quema casas, coches, pero también ilusiones, seres humanos. Las consecuencias afectan a mucha gente, concretamente a Imamu, Uri, Yaov, y a David. Si para unos hay bomberos para otros hay desahucios; si para uno hay extradición para otro hay muerte. Pero ¿y David? Él está en México de vacaciones. Cuando se entera del suceso, se queda desconcertado, sin tener claro qué hacer. Parece no preocuparse por el incendio, sino por su futuro. Por consiguiente, como responsable legal de la presencia de los isras en el incidente, se da cuenta de que ha fracasado como padre, marido, amante y primo, y se queda.

Gilmar Simões
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