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Casi desnudo como hijo de la mar

sábado 9 de mayo de 2020
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“Puentes de plata”, de Pedro Evelio Linares
Puentes de plata, de Pedro Evelio Linares (Ediciones La Luz, 2018).

Puentes de plata
Pedro Evelio Linares
Poesía
Ediciones La Luz
Holguín (Cuba), 2018
ISBN: 978-959-255-214-2
88 páginas

El amor no es del cuerpo solamente, puesto que se dirige hacia alguien, y tampoco es sólo del espíritu porque desea a ese alguien en su cuerpo.
Carl. G. Jung

Si el asiduo lector recuerda Poemas para fundir contra el pecho del acróbata (Ediciones Ávila, 2010), primer cuaderno de Pedro Evelio Linares, pudiera quizá haber retenido, por su extensión y franqueza, “Diálogo inconcluso con Dulce María Loynaz”. Disposición estética, aprehensión, despliegue de confirmaciones, anhelos temáticos y personales, acoplan lo que el autor ya recrea a las claras en su reciente volumen Puentes de plata. Otras conversaciones con los difuntos (Ediciones La Luz, 2018).

En rigor, ¿a qué recreación me refiero? En primer lugar a esa transición del poeta por etapas vivenciales, las que podrían estar asentadas en un diario o en páginas fragmentarias como se encuentran en los libros de memorias. Cuanto pareciera estar manifiesto solo en “Diálogo…”, sino también en “Ascensión”, “El rechazado demuestra quién sobrevivirá”…, regresa como resistencia, más sosegada, a Puentes de plata; por consiguiente, no es caprichoso el atrevimiento de evidenciar iniciales ganancias, aunque el sujeto lírico nos quiere implicar más con sus aspiraciones. Se revalida, con toda intención, el autoexamen del poeta creciente, bizarro pero cauteloso, frente al entorno mediador de su intimidad.

El poeta se sitúa en la escritura de sus clásicos más queridos, pero no con el propósito de legitimar sus propias líneas o de universalizar sus confesiones.

A Pedro Evelio no le preocupa saber qué puede dar como poeta. Rebasó esa etapa. Más bien, lo suyo es intentar que la creación vaya de continuo revelándolo. Aun cuando es su tono harto optimista por naturaleza, su fe en constantes y notorias utopías consiente que se vea a un peregrino tímido en apariencia. Trampero furtivo, egoísta fugaz, pues confina por un tiempo un orbe cultural. No obstante, por saber cuánto retiene, es que decide compartir conversaciones con los difuntos.

Ahora el poeta se sitúa en la escritura de sus clásicos más queridos (Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz, Francisco Mir, Raúl Hernández Novás, Maiakovski, Antonio Machado, César Vallejo, Juan Rulfo y Rainer Maria Rilke), pero no con el propósito de legitimar sus propias líneas o de universalizar sus confesiones. He aquí una reapropiación del texto ajeno, sin ánimos de fusilar una voluntad de forma y menos de estilo. Escribiendo desde ellos, desea el autor prolongar una atmósfera, acaso la clave del texto originario, pero exponiendo su específica poética, claraboya hacia su mirada del mundo, ese de esperanzas por encima de escaseces y pesadumbres. Sin embargo, al instante de quejarse por lo bajo en “Conversación con Nicolás Guillén. A propósito de su poema Tengo”, exhala más aplacado hacia el final quien, reconfortándose, registra: “En cambio, tengo y de sobra, Nicolás Guillén, / un paraíso interior para burlarme del espanto, / un conjuro rebelde con lunas de raíces afiladas, / algo de los nenúfares y otro poco del mar, / islas como diamantes y un fulgor de canciones / y un gran verso”.

Escribir desde ellos no consiste en la maña de resguardarse en sus techos firmes, sino ingresar a las moradas que aceptan un cumplido, no un retoque o una hechura. El cumplido es la prolongación, como cuando la biografía aprendida del otro convence para inquietar la sazón individual de vivir los días: “Machado, Antonio, amigo, / partamos a la albura pues así es, todo pasa y todo queda / pero lo nuestro es siempre pasar, hacer caminos, / labrar voces / sobre la mar y el surco y la gesta y el pasto y la neblina. / No persigo la gloria ni dejarle tampoco / en la memoria al hombre una canción; / que sea el silencio mismo quien decida el lugar / de lo que anuncio / y encima de las costas que sea el pedregal quien nos explique / cómo escoge el cohete sin color ni estandarte / su bandera”.

Asimismo se advierte que cuanto quiso o pretendió tener asoma en meditaciones, no en recuerdos y añoranzas. Pues la añoranza, en su fuerte atadura con la nostalgia, es un sentimiento tan embaucador como el estado melancólico, ese humor seco y otoñal que sume a la persona en una depresión profunda, apartándola de continuar. Inconforme el vocinglero, le enseña al mexicano un escape para aliviar el desánimo difuso, imaginario, inservible. A fin de cuentas, no determina, si bien media cuanto es extraño porque nunca se poseyó. ¿Cabe reclamar cuando puede contarse con hallados paliativos? De ahí que en “Conversación con Juan Rulfo” la voz del protagonista, tranquila, recapitule: “Por eso entonces mucho me he obligado / a reinventar los cuentos y a contármelos siempre igual / que un niño, / de vuelta a los portales o al cruzar con temblor / por los jardines, / como quien con sus santos ante los reyes vibra / y se confiesa. / Por eso que me he dado a fraguarme a mí mismo las historias, / a contármelas siempre una a una en mis hondas soledades”.

El diálogo con la escritura de los maestros le replantea una plática continua con la poesía.

¿Es Pedro Evelio un poeta romántico? Sí, aunque no en el sentido de esos que se abandonan a una intuición preconsciente. Él aterriza en lo diario, así su imaginación recontextualice el camino trazado por estos poetas. Búsquese su claridad de conciencia en cómo compone —citas mediante— una visión que partió otrora y, sin embargo, se reconstruye con la inclusión o asunción de referentes propios y universales. Más que devoción, ¿cuánto amor meditativo y resuelto insinúa en estas conversaciones? “Su fantasma aparézcase de repente en mi umbral, / Francisco Mir. / La isla sin sus cotorras, sin fulgor, sin gorriones / se ahoga en fuga hacia un charco inútilmente” o cuando Raúl Hernández Novás le provoca declarar: “Dios mío, uno de los cerebros más grandes de la isla / tuvo que ser testigo del paso de su nombre / por el reino triunfal de los suicidas, / para verse premiado por la ascensión de los ciegos”.

Amor hacia los convocados y lo contextual ya ido, del presente y del porvenir. Mucha inclusión le importa. Con Ortega y Gasset repasa: “Vivir es, de cierto, tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él”. Pedro Evelio es un poeta romántico, en efecto, porque previamente es un existencialista innato.

¿Existencialista innato? El diálogo con la escritura de los maestros le replantea una plática continua con la poesía. No poesía del pensamiento sino este último inclinándose a las libertades de aquélla. Las libertades están respaldas por el tono conversacional que, desde el subtítulo del cuaderno, se ha prefijado.

Acechan las imágenes del tigre, el alacrán, la noche y la penumbra. Sin embargo, imperan acaso el mar y afines: espuma, arena, marines, marinero, grumete, barco, galeón, balsas, algas, naufragios, peces, cardumen, piélagos, ola, delfín, península, islas, costas, huracán… porque Pedro venera el mar. Ni especifica por capricho, ni retiene en soliloquios. Sin dudas, son breves retazos bien traídos al nuevo discurso poético. Concordias donde uno está más que convencido de las asimilaciones de estos autores. Háblese incluso de confraternidades para que se consideren en verdad las conversaciones. Entonces los difuntos, reconociéndose en ellas, permanecerán. El afán es que el recién llegado se quede. Pero ¡mucho ojo! Sólo si viene pronto, dispuesto a aprender primero a escuchar.

Daniel Céspedes Góngora
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