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Un pulso que golpea las tinieblas:
Solo inclasificable, de Efi Cubero

sábado 12 de junio de 2021
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“Solo inclasificable”, de Efi Cubero
Solo inclasificable, de Efi Cubero (La Isla de Siltolá, 2021). Disponible en la web de la editorial

Solo inclasificable
Efi Cubero
Poesía
La Isla de Siltolá
Sevilla (España), 2021
ISBN: 978-84-17352-84-4
148 páginas

“Nunca imaginé que el dolor fuera tan parecido al miedo”. C. S. Lewis inició así Una pena en observación, duro testimonio de la pérdida de la persona amada. No creo que ese dolor se parezca a cualquiera de los sentimientos que son su consecuencia y su compañía. Ese dolor a nada se parece: provoca el miedo, la sensación del desamparo, la angustia, el asombro. Se esparce desde el lugar más profundo de nuestro ser, se expresa aprovechando nuestros órganos frágiles puestos a su servicio, se adueña de nuestra inteligencia, de nuestra mirada a las cosas, de nuestros sueños, de nuestra capacidad de seguir en pie sobre la tierra. Se recuesta en nuestra libertad de seres creados para ser felices o querer serlo. Acecha en la noche oscura que él mismo ha edificado para echarnos a los ojos el ácido ciego de la soledad y para verter en nuestros labios la sed muda de la desesperación.

El dolor de una pérdida así ni siquiera cede el paso a la palabra. Pero la palabra puede capturarlo, cercar su gesto, fijarlo a un espacio imaginario de belleza expresiva. Al darle forma en todo lo que vemos, al ofrecer una inmensa respuesta lírica que parece brotar del mundo entero, le obligamos a soportarnos. No puede con nosotros, aunque nunca podamos dejar de vivir bajo su mismo techo. Sigue siendo el más íntimo de nuestros enemigos, pero ya no es un adversario indescifrable.

Solo inclasificable es más que una respuesta literaria a una pérdida radical. Es la forma misma de vivir con ella y a pesar de ella. Quien conoce a Efi Cubero y sabe de su profunda honestidad creativa, sabe que pertenece a un grupo poco común de personas e incluso no tan abundante de escritores. Ortega decía que las ideas se tienen y en las creencias se está. Efi Cubero está en la poesía, reside en ella. Para ella, el quehacer poético consiste en dotar de expresión concreta a una forma de existencia lírica. Esa manera de ver el mundo es lo que debe existir ante todo en un poeta. Pero esa manera de vivir y de mirar parece contener ya las palabras que se utilizarán, tensadas con delicadeza sobre el aire, vibrando como una transparencia que permite entender el mundo. Porque la poesía es conocimiento, como ya nos lo dijeron los maestros de la posguerra atroz. No es sólo contar lo que nos pasa, sino convertirlo en experiencia literaria: lo primero se hace en la confianza de una amistad; lo segundo, en el vínculo de una lectura. La poesía no tolera la falta de intensidad, pero tampoco soporta la exageración de verbo o emociones. No se puede tomar a la ligera, pero tampoco puede cargársela de ficción ornamental ni compensar la falta de inteligencia lírica con la astucia del fabricante de bisutería. La poesía nombra lo que no puede decirse de otro modo, y eso siempre le ha proporcionado la calidad sagrada de las oraciones. Por eso, la poesía no es sólo una respuesta al silencio del mundo, sino una sabia utilización del silencio para que las palabras cobren su verdadero sentido. Creo que este libro tiene ese carácter.

Solo inclasificable es un solo poema con varios movimientos. Todos ellos nos hablan del mundo roto por la ausencia.

Efi Cubero es buena autora y buena lectora de poesía porque le resulta imposible vivir sin ella: sin leerla y sin escribirla. La poesía de Efi Cubero no es elección, sino fatalidad, como la de los grandes maestros. Es continente existencial desde el que se observa la propia peripecia. Y la llegada del dolor supremo, el dolor por la pérdida del amor de su vida, ha hecho que su existencia entera sea un diálogo permanente con el universo, con nuestra ambición de eternidad, con la esperanza inexpugnable, con la dignidad del recuerdo, con la belleza atenta de los espacios y los afectos compartidos, siempre en la escala precisa y misteriosa de la poesía. Palabra en el tiempo, pero palabra que tiende los ojos a una trascendencia que empezó con el Verbo. Un diálogo terrible, también, con lo que de cancelación de todo tiene la muerte del ser amado. El dolor como vivencia, pero no como reclusión en llanto y silencio. El dolor como experiencia literaria que pasa a ser compartido poéticamente por los que leemos, que no se cobija en sus alardes emocionales primitivos, sino que se construye, se objetiva, moldea los llanos, las nubes, las estancias sofocadas por la oscuridad, la dureza de la tierra y la sonrisa del agua, los pétalos tensos y el aire cicatrizado por los árboles quietos. Este dolor es inmenso siempre, reconocible ahora, aun cuando su causa última pueda hacer que le gritemos al fondo de la noche hasta agotar la voz. Pero la experiencia poética nos dignifica. Ese dolor nos tiene en sus manos, pero ya no nos humilla. Lo podemos pronunciar. Lo recitamos. Lo rezamos.

Solo inclasificable es un solo poema con varios movimientos. Todos ellos nos hablan del mundo roto por la ausencia. Un espacio personal que se derrama sobre la naturaleza, porque es imposible contemplar cualquier cosa sin que el color áspero de la muerte suspenda su sombra desmayada sobre el mundo. Los cinco movimientos avanzan hacia un adagio que muestra la voluntad poética de no dar tregua, de mantenerse en pie sobre el dolor. No hay un final amable, que pueda destensar, sino un punto de llegada que es, a la vez, constancia de lo que será un modo irremediable de existir: “Hallar el corazón / del acontecimiento, / descorrer las cortinas, / reivindicar el hecho / de que sigues aquí. / Para eludir la muerte / atestiguar la vida”. El recuerdo de la persona amada es la manera de vivir que tienen nuestros muertos. El recuerdo no sólo es rememorar, sino conmemorar. No es acordarse de algo, sino estar junto a alguien otra vez. Es revivir.

Hacia esos versos finales nos conduce un trayecto de turbadora calidad, con el difícil equilibrio entre el impulso emocional y la contención lírica. Efi Cubero domina una forma expresiva que huye de la gesticulación verbal, de todo artificio, de toda treta de buen redactor y mal escritor. La autenticidad no es sinónimo de buena literatura, pero la autenticidad es condición inexcusable ya no de poesía buena o mala, sino de la poesía misma. También posee una sencillez atrevida, esa sencillez difícil que resulta de un largo proceso de depuración y que nada tiene que ver con la simpleza. Es la sencillez que permite que la lectura no tropiece, que la palabra fluya sin obstáculos, pero también sin monotonía: la agilidad de un arroyo, constante y diverso. La adjetivación suave, precisa, evocadora, nunca excesiva y reservada a lo inevitable. El ritmo, siempre apoyado en una destreza acrisolada en muchos años de lectura y de escritura, sensible a los acentos, a los versos de siete y once sílabas, lo mejor de nuestra armazón lírica.

Efi Cubero nos describe, desde el principio, el mundo sin la persona amada. Parece armarse de fuerza y de recursos en los acordes iniciales. “Sabías que me desnudaba por entero”, para hallar junto a él, frente a él, el tono poético exacto, para huir de la nada al ver el mundo. “En todo hay ley de lumbre planetaria, / (…) que el poema rescata en cada vida / o en cada soledad”. El universo entero se encuentra a la espera. Hay que nombrarlo. Nombrar es vivir y hacer vivir. También aquello que la muerte deja atrás, creyéndolo condenado al silencio.

Los siguientes movimientos ofrecen una perspectiva poética que huye de experiencias narradas, para pulsar lo que hay de esencial en cada instante expresado, lo que comunica un objeto, un momento, una impresión, con ese Todo que se rescata en el verso. Hay una tradición poética que Juan Ramón Jiménez cultivó en sus mejores momentos: es como alargar las manos hacia el mundo en reposo para hacerle hablar. Primero, recordar cosas elementales: la luz sabia, la que permite atisbar en la profundidad de las cosas, o en el envés oculto: “Para escudarme existe otra caligrafía. / La que no es contemplable”. Saber que sólo acertamos a aproximar la palabra, la imagen, a algo que no llegaremos nunca a describir completamente, “en la sed bautismal de lo inefable”.

La ternura de Efi Cubero nada tiene que ver con la flaqueza del ánimo: no escribe para que nos apiademos, sino para que degustemos, con ella, el sabor a una pérdida profunda.

El allegro llega como llega el mundo una mañana. Una nueva referencia a la escritura difícil, esa palabra que “guarda fidelidad de perro triste / que anhela la caricia de un lector futuro”, como la de Cernuda tendiendo su mano hacia quien habrá de leerle muchos años después, y sus palabras: “tendrán sentido al fin, y habré vivido”. Y los trigos que deben permanecer “antes de que os conviertan en harina”, como Antonio Machado trataba de inmortalizar al olmo viejo: “Antes que te derribe, olmo del Duero…”. Tratar de mantener viva la memoria de las cosas es nuestra manera de entrever un parpadeo de la eternidad. La mirada convoca una y otra vez esta segura inmortalidad de todo, porque en esa permanencia anida el consuelo único después de la muerte: el aroma del almendro, los cauces resistentes de los ríos secos, las aves sobrevolando un paisaje reiterado, la sobriedad de la encina, el súbito caudal, el mundo atento “sin que ni el tiempo ni la muerte importen”. Sigue el andante, que es recuerdo de actos compartidos, de viajes en busca de la belleza para la mirada de los dos. La pirámide de cristal que absorbe el frío, el pretil sobre el Arno donde los siglos nadan, la ceniza edificada a la sombra del Vesubio, la Muerte tramposa ganando la partida de ajedrez al caballero.

Y, al fin, el adagio cruel. Sin concesiones, porque la ternura de Efi Cubero nada tiene que ver con la flaqueza del ánimo: no escribe para que nos apiademos, sino para que degustemos, con ella, el sabor a una pérdida profunda que sólo puede compartirse si se dispone de inteligencia lírica sobrada. Ese es el vigor y el sentido de la literatura y ese es el territorio donde ejerce su soberanía la inspiración poética. “Compás de 3/4” es un poema extenso, un ávido reconocimiento del terreno, esta vez con la explícita referencia a la persona amada. Una larga reflexión sobre el aire que se respira ahora: “Allí estábamos ambos, hombre y mujer a solas, vulnerables, / prendidos del vacío centrados en un mundo sólo nuestro, / expuestos en el vértigo cóncavo del vivir, de alguna forma ajenos”. Es así, mirarse casi desde fuera, contemplar la indefensión de dos seres humanos, de un hombre y de una mujer no sólo enamorados, sino sosteniendo su vida entera a través de ese amor, dándole sentido al mundo a través de ese amor. Lo que hace este poema no es describirlo, sino convertirlo en metáfora, invocarlo para que la realidad adquiera su consistencia exacta y habitable. Luego, algunos poemas breves, instantes desolados: “Ya era tarde. / Tan sólo era la tarde. / Pero ardía”, como si el mundo entero palpitara a ciegas, como si nuestra conciencia latiera al compás de la vida injusta, y sólo se escuchara, como lo imaginó Celaya, “un pulso que golpea las tinieblas”.

Leer este adagio es asomarse a una minuciosa sensación de espera. Lo que se contempla tiene siempre una renovada fragilidad y, al mismo tiempo, una indudable voluntad de permanencia. En ese ritmo tranquilo de la naturaleza en la que todo fin es un comienzo, los versos contienen el recuerdo como una anticipación. El tiempo compartido es algo muy parecido a la eternidad cuando el recuerdo lo contiene: “Sus ojos que eran luz de un tiempo eterno / sobreviven en esta incertidumbre”. No olvidar es un pacto silencioso no sólo con el ser amado, sino con nuestra propia idea de vivir: “No queda otro remedio / que replegarme al fondo de mí misma / de una justa manera / cuando el presente ya es sólo pasado / y el futuro ilusorio apunta al infinito”. Sobrevivir al ser amado es vivir para el ser amado, vivir en otro tiempo, paralelo a la rutina del mundo, con algo que tiene menos de obsesión que de lealtad. A la vida cancelada y a la propia vida.

Esta es la forma del dolor que Efi Cubero nos ha proporcionado en este libro memorable: no el dolor mismo, sino aquello que nos permite decirlo, aquello que nos acerca a conocerlo y conocernos. “Vivir es una herida por donde Dios se escapa”, escribió José Luis Hidalgo cuando su enfermedad le acercaba al paisaje de una muerte extensa y victoriosa. Pero no quiero acabar con estos versos desesperados este comentario. Creo que sólo puede hacerse recogiendo los versos de aquel Aleixandre que habló del amor brotando, caudaloso, valiente, inagotable, enlazado a la vegetación y estallando en la cumbre perpetua de la tierra: “Se querían. Sabedlo”.

Ferran Gallego
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