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Islote: geografía, historia y cultura en la zona entre Arecibo-Barceloneta, de Ernesto Álvarez

sábado 19 de marzo de 2022
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“Islote: geografía, historia y cultura en la zona entre Arecibo-Barceloneta”, de Ernesto Álvarez
Islote: geografía, historia y cultura en la zona entre Arecibo-Barceloneta, de Ernesto Álvarez (Boán, 2021).

Islote: geografía, historia y cultura en la zona entre Arecibo-Barceloneta
Ernesto Álvarez
Ensayo
Ediciones Boán
Arecibo (Puerto Rico) 2021

El poeta, novelista y ensayista Ernesto Álvarez nos invita a conocer las particularidades geográficas del Islote que lo vio nacer y la nobleza de su gente descrita en un lenguaje que da un toque poético a la narración. En Islote (2021) convergen paisajes en los que el lector puede apreciar las diversas anécdotas, memorias e impresiones que entrelazan la vida del autor con la historia de la zona costera puertorriqueña. Si bien este libro enfoca los espacios geográficos y el bagaje cultural de Islote, también es cierto que profundiza en la vida de las comunidades fundiéndolas en distintas miradas del entorno.

Primeramente el doctor Ernesto Álvarez enfocará el pasado y los aspectos geográficos de la zona isloteña para luego describir la realidad distintiva del lugar haciendo una exposición de sus orígenes y demarcando esa extensión geográfica que muchas veces ignoramos cuando queremos poner en perspectiva la historia de nuestros pueblos: “Es Islote un territorio entre dos ríos. Si al norte lo limita y da forma a sus hermosas playas el océano Atlántico y se tiende al sur la laguna Tiburones, llamada comúnmente Caño Tiburones, es fácil comprender sus límites geográficos cuando se le observa rodeado de agua. Es, en fin una isla, en la que cabría al menos diez veces la isleta de San Juan”.1 El autor enfatiza la extensión territorial de Islote y sectores adyacentes para luego enfocar sus transformaciones utilizando como fuente el libro de Íñigo Abbad y Lasierra,2 y apuntalando a su vez la distancia de aquel pasado con los cambios transcurridos en esta zona a través del tiempo. En este contexto expresará lo que observó de niño, lo que ha guardado secretamente en su memoria como un gran tesoro: “…Haciendo un recorrido por este sector del barrio Islote, recuperando memorias para alimentar nuestro legítimo orgullo de ser y pertenecer a un lugar, en apariencia mínimo, pero grande en espíritu…” (80).

Para los que apenas conocemos la realidad histórica de Islote, este nuevo libro de Ernesto Álvarez presenta toda una historia llena de sorpresas y profundas observaciones, ya que a veces, por no decir siempre, existe un abismo entre lo que creemos conocer pero desconocemos. Los seres que día a día transforman la dinámica cultural de nuestros pueblos transcurren por estas páginas con la gratitud que el paisaje mismo ofrece a sus vidas. En mi lectura, más que fijarme en los aspectos geográficos, que en el fondo son la defensa total de esta hermosa crónica, me quedo como sumergido en la singularidad de las estampas regionales y en los pasajes evocativos que proyectan recuerdos de infancia: “Cuando yo era niño, oía nombrar esa esquina como La Curva de Ño Goyo. Sin duda algún Gregorio debió vivir en este sitio o ser los terrenos aledaños a su propiedad” (53). Esto lo dice Álvarez al hablar de la Playa de Caza y Pesca, y sobre esa porción de tierra llamada Piquiña, apunta: “No tengo idea de dónde le viene el nombre a este sector de Islote. He formulado muchas veces en mi mente este enigma, sin acertar con una respuesta satisfactoria. Me pregunto si se debe a que las aguavivas o medusas abundaban en sus playas, cuyos filamentos producen ardor intenso al rozar un cuerpo…” (63). Hay en la secuencia de estas estampas el conocimiento que atrae como ganando en proyección humana aquello que los años no han podido borrar. Por eso, como quien dialoga poniendo el corazón en lo que dice, el escritor nos acerca a su intimidad. Y no es extraño que así sea para los que conocen la dedicación de Ernesto a todo lo que tenga que ver con la historia y la cultura puertorriqueña. En este sentido, si fuéramos a medir intelectualmente su vida tendríamos que medirla a través de su laboriosa escritura, su dedicación a lo nuestro y las hermosas ediciones que año tras año saca a la luz no por orgullo propio, sino para satisfacción de otros y otras porque este escritor no visita su obra por el apasionamiento de proyectar a quienes considera dignos de admiración y reconocimiento. Por eso, este nuevo libro es otra publicación que afirma la constancia de su trabajo. Las cosas que vemos en Islote van uniendo aquí y allá recuerdos que no son meras curiosidades, sino trazos de ese mundo del que experimentamos una grata sensación de afecto tal como si estuviésemos caminando por su historia. Los detalles que emergen de la lectura vuelan una y otra vez acercando lo que parecía una realidad perdida en el tiempo: “Entre las primeras memorias que de mí tengo está una ocurrida cuando yo tenía cuatro años y al parecer definiría mi carácter para el resto de mi vida” (90). Esta visión enfatizará los hechos que rodearon la vida del autor convirtiendo la experiencia de la niñez en hechos referenciales. Un testimonio vivo que vincula al narrador con los diferentes contextos geográficos que irán redescubriéndonos el Islote que hoy día conocemos: memorias, cuadros, detalles, costumbres, situaciones y descripciones que marcan las peculiaridades que matizan este libro. En este sentido, Islote… no es tan sólo una crónica, sino también la historia personal de esas experiencias que se convierten en una especie de diálogo afectuoso. Así, por ejemplo, leemos: “El sector Boán tiene su historia. Boán debió ser el cacique que habitó esta costa a la llegada de los españoles a la zona de Arecibo. Si no fue el nombre del régulo, el toponímico es de origen autóctono, sobreviviendo en la tradición del sitio que lo lleva” (121). Y más adelante: “…Boán es el nombre de un sector de Islote hoy. Al iniciar la historia con la invasión hispánica, debió ser un cacicazgo, pues el nombre geográfico ha sobrevivido a través de siglos. ¡Hasta el sol de hoy!” (139).

Pero el nombre de Islote evoca también el reconocimiento y la ternura, las costumbres y tradiciones, la poesía y el trabajo solidario de quienes hacen de este lugar el gran motivo de sus vidas. He aquí reflejada la memoria y sentido de solidaridad de la comadrona Margarita Correa: “¡Cuánta gratitud merece una persona que dio su vida al servicio de una comunidad recibiendo poca recompensa!” (123); asimismo la figura de aquel joven (Arquímides Pérez) que desafiaba el oleaje de las costas hasta convertirse él mismo en la desgarradora imagen de su muerte en el poema “Quimi al aire”, de Ferdinand Padrón Jiménez (129):

(…)
Dotado de silencio,
al borde de la piedra detenido,
como una estatua humilde
veías el mar,
sencillamente,
pero el mar entraba en ti
igual que una estación interminable,
poblada de meses sucesivos…

El paisaje y el ambiente natural de la vida al aire libre o los trabajos de campo, ilustrados sutilmente en los cuadros del pintor Samuel García Román (Aires arecibeños, La ciénaga, Caño Tiburones), son también hermosos referentes visuales de estas crónicas, asimismo las creaciones artesanales de Thelma Álvarez; magníficos signos de creatividad y evidencia artística como lo es también el Taller de Artesanías de Jorge Campos, lugar en el que grandes y chicos imprimen a la creación de máscaras el sentido de las tradiciones y fantasías que acompañan las festividades navideñas. En esta secuencia hallamos al artista Osvaldo de Jesús, cuya poderosa intuición lo ha llevado a crear hermosas serigrafías sobre nuestros patriotas (Hostos, Betances, Julia de Burgos) y a recuperar la imagen precoz de los alados visitantes que adornan su obra pictórica: “Defensor del ambiente y las criaturas que en él habitan, las serigrafías de Osvaldo de Jesús rinden tributo a la ornitología local, al pintar aves de difícil localización en la geografía de Islote. Garzas, turpiales, reinitas y sampedritos aparecen entre los llevados por el artista a sus serigrafías. Mínimas expresiones de vida como el cobito marino aparecen en sus obras” (186). Hay que resaltar igualmente el sentido ecológico en la obra de Karen Lardie Reyes, contempladora de una naturaleza que funde en la candidez de sus textos la esplendorosa imagen del paisaje: “Si desde algún altozano caribeño y frondoso / alcanzo a verte, Isla, en tanta gloria, / ¿cómo no habría de estallar mi frágil alma / al observarte desde una nube esplendorosa / cual si fuera dueña de tu criolla historia?…” (poema “Remedio natural”, 239). Y es que en Islote viajamos hacia la tierra, hacia la geografía, hacia las consideraciones humanas de aquello que nos parecía oculto y ahora se nos ofrece en este libro. Todo un mundo percibido desde la altura del conocimiento y en la evocación del carácter local y de su gente. No de un lugar común, sino de este Islote que trae la luz de un paisaje que no podría ser visto sino por quienes saben corresponderse con la tierra que les vio nacer y hablar de ella con orgullo, como extensión y experiencias de la vida.

“Frente a Costa de Oro, donde se hallan los petroglifos en el mar, al cruzar la carretera 681 inicia otra carretera hacia el interior. Desde la entrada se divisa una casa, en la esquina, enarbolando la bandera puertorriqueña…” (273). Por ese camino contemplamos la casa de Iván Elías Rodríguez y la doctora Marta Quiñones Domínguez, protagonistas de las duras y continuas luchas para defender el ambiente como expresión espiritual de sus vidas. Por eso los seres que asoman por estas crónicas perdurarán cariñosamente al compás del tiempo: “Tampoco olvido que, al reiniciarse las clases en enero, un día después de Reyes, a Daniel Correa le entregó la Principal dos juguetes: una bola de béisbol para un niño y un estuchito de costura para una niña, los cuales debía dar a alguien ‘que los reyes no hubieran visitado’. En medio del dilema que significaba la encomienda, sabiamente Mr. Correa decidió rifarlos entre sus alumnos” (299). En este contexto no podrían pasar desapercibidos personajes como don Pedro del Valle (203), Andrés Betancourt (211), José A. Santiago Delgado (217), Luis Felipe Román (283), don Ferdinand Pérez, “tejedor de chinchorros” (331), Alí Rivera (335) y tantos seres que representan los valores y la grandeza cultural y humana de Puerto Rico.

Una anécdota tristemente irónica refiere el suceso ocurrido una noche de deportes en el parque Sixto Escobar, en San Juan, a “El Gallito de Barceloneta” (1913-1979), primer campeón mundial de boxeo en nuestra historia. Esta anécdota revela la ignorancia y errada percepción de algunos seres (311). Pero no es la particular realidad de un ser lo que el profesor Ernesto Álvarez expresa aquí, sino la realidad de los que vivifican la imagen de nuestros pueblos convirtiéndolos en referencias de un vivir que derrumba la falsa imagen promovida por algunos. Por aquellos que confunden el progreso material con la profunda idiosincrasia de los pueblos. Por eso admiramos la interioridad de estas crónicas evocadoras de seres trabajadores, soñadores que en las distintas realidades de la vida exponen la fortaleza que los define. “Un hijo de este pueblo puede pasar inadvertido por varias razones. No nació ‘en la loza’, como se dice de quienes nacen en la ciudad” (335), señala el autor al recordar al amigo Alí Rivera y fusionar su nombre con el de la comunidad El Piche, lugar de nacimiento del músico. Fue Alí quien organizó la Rondalla Los Laureles con los amigos José Caballero, Ismael Rivera, Alfonso Maldonado y Diógenes Pérez. Sus datos biográficos el lector puede consultarlos en la revista Ecos de Plazuela, de Barceloneta.

Por otro lado, el nombre de Blanca María Marchand y su aportación cultural no podrían pasar desapercibidos en estas crónicas. Ernesto Álvarez usa el libro del escritor Luis Felipe Castelló para introducir un breve comentario y transcribir varias estrofas románticas que reflejan la emotiva visión del paisaje en la obra de esta escritora: “Hay en la autora una vena de amor trascendental y patriotismo superiores a los versos de compromiso…” (342). Y “concierne vincular a la autora con el devenir histórico y geográfico de Islote” (343). He aquí un par de estrofas dedicadas a Sixto Escobar:

En el barrio Palmas Altas
vio la luz por vez primera
el Gallito Campeón
gloria de Barceloneta.

Entre verdes cocoteros
nació en una humilde cuna.
El Atlántico le dio
su inquietud y su bravura.

(343)

Para Ernesto Álvarez las vidas de los que han contribuido a fortalecer la historia cultural de Islote no pasará inadvertida. He aquí evocado otro significativo poeta, José Vanga Rodríguez (Vésper), que universalizará en el rumor del mar su clamor por un mundo incontaminado y de mayor justicia. “Mucho hay que auscultar en la obra en versos de este poeta. Vésper denuncia dimensiones insospechadas del ser humano. En el poema transcrito, la protesta de la poesía social-realista está implícita, no con la arenga con la que otros gritan; el de Barceloneta concibe la metáfora múltiple: los peces muertos o por morir son también los humanos, de ahí ese paralelismo que opera en su poema”:3

Herido el mar está sangrando peces.
En la mesa de oro del portento
es la hora de cena y silban peces.
La tarraya enlutada gime al viento
Al compás de a rebato de un millar de pestañas.
Innúmeras cocinas están frías,
mil bocas están secas y yertas,
y un enorme rencor se despereza.
(…)

(346-347)

La poesía canta y nos lleva por varios caminos en el devenir de la vida. Y en este contexto, de luchas y contradicciones, es justo que busquemos en la poesía la luz optimista de un mejor porvenir. Por eso Ernesto Álvarez no podría dejar de mencionar los méritos de quienes reflejan en sus obras el ambiente y el tiempo que les tocó vivir. De ahí que Islote no represente sólo el andamiaje estructural del libro, sino también la imagen de quienes expresan en la poesía la patria que aman y su realidad histórica y política. En este contexto los poemas de Luis Felipe Castelló Cruz revelan ese sentido patriótico y religioso que señala Ernesto Álvarez: (…) “Felipe Castelló ha dedicado interés y esfuerzos a reconocer los valores literarios de su pueblo. Como creador de poesía, Castelló deja abundante obra en Ecos de Plazuela” (349). He aquí un poema dedicado a Juan Antonio Corretjer:

La patria, con mucho amor,
con una pausa en su llanto,
te ofrenda un hermoso canto
en la voz de un ruiseñor.

Tu vida fue consagrada
a tu más ferviente anhelo.
Fue Consuelo4 tu consuelo
en la difícil jornada.

(…)

Jamás tu alma doblegaron
los reyes de la avaricia.
Por tu amor a la justicia
los ruines te encarcelaron.

Valeroso borincano,
sensible poeta cialeño,
para realizar tu sueño
nos guías desde el otro plano.

En las batallas cruciales,
Comandante, al frente sigues.
Va a tu lado Ángel Rodríguez
mártir de tu amado Ciales.

(…)

Juan Antonio Corretjer,
¡Oh, glorioso Comandante!
Tu voz nos dice: ¡Adelante!
Morir luchando es vencer…

Variedad de discursos confluyen sobre un mismo plano, realidades que responden también a diferentes índoles y contextos son los motivos que provocan la grata lectura de este libro. Leer para comprender de un modo directo las cosas que confieren a la vida diaria una memoria para ser compartida, una realidad que deja oír sus voces como sobre un gran territorio olvidado que pide exteriorizarse para revelar las experiencias que nos unen: “Durante mi infancia, había el ancón que transportaba a la gente de Arecibo-Islote por el Río Grande, área cercana a su desembocadura, desde El Fuerte hasta Vigía. El ancón no era el embarcadero donde se abordaba, sino una balsa amplia que impulsada por una pértiga hacía avanzar Pepe Marín por el río entre el Manglar de Jareales hasta alcanzar la banda oriental del cuerpo de agua” (“El Ancón de Barceloneta”, 352-354). Estas memorias son producto de ese pasado al que el profesor Álvarez le asigna un lugar especial. Por eso el relato fluye enfatizando la voz de quien escribe, y produciendo una suerte de relación directa con el lector. Lo que amamos viaja entre la historia y los sueños. Perdura entre el pasado y un presente que se revela como un viaje interminable. Y ciertamente así es la vida en este Islote que sentimos nuestro, en este pedazo de tierra en el que viajamos por caminos donde todo converge frente al tiempo.

De algún modo, los que lean este libro harán sus propias reflexiones, recordarán experiencias parecidas a las suyas, historias que fortalecen la vida. Porque en el fondo la vida es lo que es, un viaje en el que somos sus protagonistas. En Islote el pasado y el presente representan la imagen de ese viaje. La conciencia que nos advierte el valor intrínseco del ser y las cosas que no pueden escapar del mapa de la realidad como la imagen de esa humilde tortuga capturada: “La captura de una tortuga era un acontecimiento de grandes proporciones durante el siglo pasado, digamos hasta hace medio siglo. El folklore del barrio estaba dispuesto a dar muestras de ingenio de distintos modos, desde el chiste popular hasta la composición de décimas…” (376). “Somos también conscientes de que el valor de estas décimas es el documental, folklórico, y tal vez sentimental, más que el artístico. Ellas nos ayudan a rememorar nuestras costumbres, y a guardar memoria de los hechos de nuestro pueblo”.5

Para concluir, escuchemos el “pájaro-orquesta” que anuncia el comienzo de un nuevo día, y, sin duda, también la visión de este Islote tan profundo en el vuelo del virtuoso ruiseñor.

El ruiseñor posando en coralinos flamboyanes
con don virtuoso aún más se elevaría
al concierto supremo; glorioso festival
de este pájaro-orquesta en armonías de coro
que amaneciendo anuncia el comienzo del día.6

David Cortés Cabán
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Notas

  1. Ernesto Álvarez, Islote, Arecibo, Ediciones Boán, 2021, p. 8.
  2. Ibíd., pp. 9-12.
  3. Véase el poema en las pp. 346-347. “Veneno: Inmortalidad”. El autor de estas crónicas lo clasifica como una muestra de poesía social, y una voz de protesta contra la contaminación del ambiente.
  4. Se refiere a la esposa del poeta Corretjer.
  5. Ver la sección “La Peja”, pp. 372-384.
  6. Karen Lardie Reyes, “Aspectos ecológicos de su poesía”, pp. 238-240.
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