La casa editora Aquitania Siglo XXI, de México, publicó recientemente una antología poética del argentino Luis Benítez que reúne en sus páginas una cuidadosa selección de sus cuarenta años de trayectoria. Compilada y prologada por la autora y editora Gabriela Guerra Rey, la obra, según resalta el sello, inaugura una colección dirigida a “publicar y divulgar la mejor poesía de grandes poetas contemporáneos y acercarla a todos los públicos”.
“la primera vez que alumbró un sol
el cielo estaba lleno de nada”.1
Luis Benítez
Procuraré que estas breves líneas puedan servir de aproximación a la lectura de Una Gran Guerra habita las cosas: lo mejor de Luis Benítez, extensa y cuidadosa selección de poemas que componen esta antología de la vasta obra del poeta, narrador y ensayista argentino; un enorme trabajo, un verdadero bordado en filigrana, realizado por su editora, la cubana-mexicana Gabriela Guerra Rey.
Se puede afirmar que tiene sentido leer poesía en la medida en que el lector esté dispuesto a sumergirse en ella como en una experiencia. ¿Pero una experiencia de qué? Una experiencia integral, que no descarta una forma no sistemática de aprendizaje que involucre la totalidad de su intelecto y de sus dispositivos perceptores, que deje que los mismos sean intersectados hasta que todo su ser sea “leído”, “escrutado” por el texto poético, en cada nervio, en cada fibra, en cada sentimiento. Puede ser que de allí emerja esa paradoja que se expresa en la forma de un mismo sujeto pero en otro estado de su sentir integral, casi un otro que es casi el mismo, pero no es otro ni tampoco el mismo. Toda obra de arte se lo propone, sólo las grandes a veces lo logran. Tal vez de esto, además del valor simbólico y el significado de la palabra y las palabras, hablaba Rimbaud cuando afirmaba que la poesía debía desordenar todos los sentidos (léase también “todo el sentido” y “todo lo sentido”). Tal vez a esto también se refería alguien a quien hace mucho tiempo escuché decir que la poesía es un juego, pero en el nivel de lo más grave.

Una Gran Guerra habita las cosas
Luis Benítez
Poesía
Aquitania Siglo XXI
Ciudad de México, 2022
ISBN: 979-8424754364
233 páginas
Sospecho que esta estrategia es la que Benítez ha puesto en juego y a ese lector es al que su obra se dirige y demanda; así ha sido, en mi opinión, a lo largo de su extensa relación con la poesía, esa presencia esquiva, que pareciera seducir a tantos, a la que tantos creen acceder y a la que tan pocos alcanzan.
Hay un hecho muy notable en la obra de Luis Benítez cuya observación se ve facilitada en este caso por formar parte de un solo volumen que reúne poemas que van desde 1980 (Poemas de la tierra y la memoria, cuando el poeta contaba con jóvenes 23 o 24 años) hasta 2021 (Nadie sabe dónde estuvimos). Me refiero a la madurez en la mirada, uno de los pilares en la construcción de su estilo, una madurez inusual en un hombre tan joven, cualidad que los años enriquecieron manteniendo inalterable la sensibilidad, el detalle, la belleza en el decir, la precisa agudeza en el mirar. (Nota necesaria: no es menor la importancia de la lucidez, también la de una notable inteligencia y la de una valentía que Benítez utiliza para ir al hueso de las cosas.) Un ejemplo de la idea que se esboza en este párrafo son algunos fragmentos de poemas que a continuación se transcriben:
Antes que digas nada, la vida y la muerte han ocupado / sus lugares y la orquesta ataca con la sangrienta / sinfonía del nacimiento; / (lloran los actores desnudos al salir a escena) / mientras un salvaje verdugo apaga y enciende / las luces a su antojo.
(Del poema “Antes que digas nada”, en Poemas de la tierra y la memoria, 1980).
Como éramos entonces, como seremos mañana / hueso y lodo ya no importa. / El recuerdo es el futuro que nos saluda de lejos, / el recuerdo es alguien que viene a despedirse / una y otra vez, por penúltima, penúltima vez. / Y todos vamos a dormir: la tierra y la memoria / se reparten sus muertos y sus vivos / sin cerrarles los ojos ni la boca, / sin decirles que están más allá del tiempo / ni confiarles los áridos secretos que sabíamos de niños.
(Del poema “La tierra y la memoria”, en el libro Poemas de la tierra y la memoria, 1980).
Dame una mentira enorme, / que haga girar al revés el tiempo en los relojes / y arrúllame en ella, / hasta que en mis labios aparezca / la helada sonrisa del idiota.
(Del poema “Dame una mentira enorme”, en Poemas de la tierra y la memoria, 1980).
Esta, de mis guerras, es la más dolorosa: / haber dejado todo en manos del leñador / y que sus brazos de músculos violentos / no conozcan la piedad a la mentira indefensa, / el último falso tesoro de mis despojados reinos.
(Del poema “Palabras para todo lo que se ha vuelto extraño”, en el libro Guerras, epitafios y conversaciones, 1989).
Soldado de la noche hace tanto, tanto tiempo, / no eras tú todavía, eras la pluma y el papel, / la vieja tradición de la sonrisa del día. / Jamás decae, no cesa nunca el décimo círculo / que te cierra el alivio del infierno: / los dioses que traicionas no existen ni perdonan.
(Del poema “Veo a los soldados de la noche”, en el poemario Fractal, 1992).
…y también, de una lúcida y descarnada inteligencia poética, dan cuenta estos breves versos:
libre y solo para siempre, como cuando era / y no sabía que era un niño.
(Del poema “César Vallejo”, en el libro El pasado y las vísperas, 1995).
Con este último fragmento de poema se cierra el apartado donde se procura evidenciar la permanencia de esa madurez casi natural en el mirar, de la inteligencia poética y de la asunción sin temor de los riesgos que acarrea plantársele de frente a realidades abrumadoras, esas “realidades” que están allí, de las que se podría decir que cualquiera puede verlas pero es el poeta y su alquimia, la palabra poética, quienes le dan entidad, presencia e irrefutable tangibilidad.
Transcurrieron años y esa mirada siguió perforando el mundo sin piedad y diciéndonos con sus poemas: no me miren a mí, a quien las cosas del mundo han puesto bajo vigilancia, mírense a ustedes mismos y a ustedes reflejados en las cosas, allí está todo, quien quiera oír que aprenda a escuchar, quien quiera mirar que se atreva a ver, no hay nada más. Veamos:
Sí, una vertiginosa sensación de mundo, / inmune al invierno o al zumbido del verano, / acompañó la tarde. La he mirado fijamente / y me pareció ver que algo en ella me miraba.
(Del poema “El observado”, en el libro El pasado y las vísperas, 1995).
Y esa mirada sigue hasta nuestros días, enriquecida, es cierto, pero tan aguda como al principio; basta ver los poemas del último libro (Nadie sabe dónde estuvimos, 2021) seleccionados para esta antología.
Luis Benítez construye una metafísica del vacío, de un espacio sin dioses, o mejor, con dioses que han renunciado a su ser deidad.
Hay sin duda una identificación que atraviesa los tiempos, de la que Benítez se hace cargo y la instala en el centro de su mirada poética. Uno de los faros de las letras de Occidente nos recuerda, por boca de su terrible personaje, Macbeth, que “la vida no es más que una sombra errante / Un pobre actor que pavonea su hora en el escenario / Y luego ya nadie más lo escucha / Es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia, que nada significa.2
En síntesis, si es que fuera posible sintetizar sin ser injustos con la vastedad y complejidad de esta obra, pero ateniéndonos a la necesaria brevedad que toda reseña ha de tener, porque si bien hay ejes que definen el estilo de Benítez (momentos de alta musicalidad en la límpida fluencia de sus versos, un amplio dominio del lenguaje, un notable bagaje de variados conocimientos y saberes), estamos frente a una pluralidad temática y un recorrido que va de lo erudito a lo cotidiano, que atraviesa la prehistoria y la historia, que transita de lo oscuro a lo luminoso, que hace gambetas a la esperanza tonta al igual que a la desesperada búsqueda de una esperanza que se reconoce cada vez más distante; es por ello que, en opinión de esta mirada, no puede recibir justicia en síntesis alguna.
Luis Benítez construye una metafísica del vacío, de un espacio sin dioses, o mejor, con dioses que han renunciado a su ser deidad y se repliegan en las aguas del olvido, una metafísica donde el lector queda solo (¿de qué otro modo estamos en la existencia?) en ese cosmos inhóspito con el que ha de lidiarse librado a las propias fuerzas, para encarar el atrevimiento de mirar de frente a la nada misma de la que, nos sugiere el poeta, somos parte. Veamos: “Detrás de algo verde / Siempre sucede algo malo: / Es dios que silba / Nos hizo un solo dios / Aburrido y hambriento” (en el poema “Bucólicas / Teología”, en el libro Les imaginations, París, 2013, una selección del cual, por primera vez, se publica en castellano en el volumen que aquí se reseña).
Creo que en dicho libro se recorta con toda claridad un humanismo desencantado, sin falsas esperanzas, la aceleración en el declive civilizatorio que algunos ya vislumbraron antes en la historia, desde el mundo del que se han retirado los dioses hasta la negación del dios cristiano en supuestas palabras del mismo Dante (poema “El décimo círculo” en el libro Les imaginations, 2013), sin abundar en lo conocido ya que a esta altura las palabras de Nietzsche tienen más de un siglo.
Este humanismo de Benítez aparece muy necesario en especial en estos tiempos, donde justamente la palabra guerra ha vuelto a brillar, más que como una palabra o una metáfora, como esa sombra concreta, ominosa y palpable, cuyo parámetro generalmente se gradúa en la escala de los miles o los millones de muertos. Se aconseja detenerse y escandir con lentitud la lectura del poema “Zyklon© Valley” (en el poemario Nadie sabe dónde estuvimos, 2021).
El contrapeso a la dura realidad que alumbra esta dimensión de la obra de Benítez es el tributo a la belleza, justamente a esa belleza del ángel horroroso,3 esa belleza que es el primer grado de lo terrible;4 al abordar su obra el poeta nos pone frente al gran desafío de afrontar un riesgo: entrar en un territorio salvajemente bello y genuino, un espacio que deconstruye y reconfigura el mundo con sus dos poderosos instrumentos: la mirada y la palabra poéticas.
Remito, para no extender, al poema “Underground New York” (en el libro Manhattan Song, de 2010) y los demás poemas de ese libro antologados en este, que dan cuenta de la belleza aun en el padecimiento de la miseria, la marginación y la soledad.
Paguemos pues el tributo a nuestra autonomía y atrevámonos a mirar de frente esa belleza, la del universo y la de la poesía.
La palabra poética no es aquí la palabra del demiurgo ni la patraña del que trafica con supuestos poderes dadores de “la inspiración”. El “límite Benítez” (por nombrarlo de algún modo) es el propio poeta Luis Benítez que, con absoluta honestidad se sabe, y nos hace, parte de su poética, señalándonos con sus poemas que somos efímeros, gozosos y sufrientes, amamos y odiamos, estamos en soledad, podemos ser sublimes e imbéciles, hemos hecho de este mundo lo que es y no esperemos nada más; somos la sombra de una sombra y de muchas otras más, que por un instante deambulan y destellan bajo la luz oscura de la Gran Noche. Esta es nuestra realidad y también nuestra responsabilidad.
Para finalizar se citan fragmentos del poema “Una voz que creció omitida en las palabras” (en el libro Nadie sabe dónde estuvimos, 2021) donde la mirada de Luis Benítez, enriquecida por la incansable tarea de trajinar poéticamente el mundo y la historia, lanza su desafío en equilibrio precario sobre las arenas movedizas de lo incierto:
Lancé mi piedra a lo desconocido / y rompí la ventana del idioma
(…)
lo que estamos viviendo ahora es un retroceso / una voz que creció omitida en las palabras
(…)
caminamos siempre por la patria de lo imprevisto / lo posible es una nueva versión de lo imposible / y la primera vez que alumbró un sol / el cielo estaba lleno de nada.
Imaginemos a Benítez a campo abierto, bajo la luz de la luna, en medio de un desierto o en el erial de una gran urbe de este siglo. Está de pie, pasa su mano por la frente y eleva los ojos al cielo. Nada se interpone entre su testa iluminada y la noche infinita. Mira hacia la plena noche y, con una sonrisa cargada de ironía y tristeza, apunta con su dedo índice al cenit y nos dice (y se dice):
…eso, allí, nos aguarda, tiene la paciencia perpetua de las cosas, es el todo y la nada poblados de nada, salvo la enorme belleza que nos muestra y el amor y el horror que cada uno elija construir, construyéndose. Paguemos pues el tributo a nuestra autonomía y atrevámonos a mirar de frente esa belleza, la del universo y la de la poesía, no nos permitamos rehuir la mirada porque “lo bello no es más que el primer grado de lo terrible”;5 el que quiera ver que se atreva y vea; el que no, que mire para otro lado o abrace “la helada sonrisa del idiota”.6 “Tranquilo, son palabras”7… nada más ni nada menos.
- Enigmática gracia de las cosas, de Alberto Boco
(selección) - lunes 15 de agosto de 2022 - Poemas de Alberto Boco - viernes 22 de julio de 2022
- Tres poemas de Alberto Boco - miércoles 29 de junio de 2022
Notas
- “Una voz que creció omitida en las palabras”, poema del libro Nadie sabe dónde estuvimos, 2021.
- Fragmento del monólogo de Macbeth, de William Shakespeare, versión en castellano por el autor de esta reseña.
- “Todo ángel es horroroso”, en Las Elegías de Duino (Primera Elegía). Efece Editor, Buenos Aires, 1973. Versión castellana de E. M. S. Danero.
- Ídem 3.
- Ídem 3.
- Último verso del poema “Dame una mentira enorme”, en el libro Poemas de la tierra y la memoria, 1980.
- Último verso del poema “Las cinco estaciones”, en el poemario Nadie sabe dónde estuvimos, 2021.