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Extrañamiento y desarraigo en A contracorriente, de Antonio Dagnino

sábado 21 de mayo de 2022
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Antonio Dagnino
Antonio Dagnino emplea experiencias personales como material de su novela A contracorriente. Fotografía: Asociación de Escritores de Mérida

Antonio Dagnino, profesor de dibujo de la Facultad de Artes de la Universidad de los Andes y profesor invitado en Chitrakala Parishad, la Escuela Superior de Arte de la Universidad de Bangalore, es el autor de la novela A contracorriente, publicada por Ediciones Solar en el año de 1993 y posteriormente en 2009 por Monte Ávila Editores.

Dagnino, como Francisco Massiani en Piedra de mar y Renato Rodríguez en Al sur del equanil, utiliza su experiencia personal en su obra y le otorga una trascendencia literaria; en los narradores anteriormente mencionados, escribir se transforma en una necesidad existencial, una confidencia que surge desde la reflexión de la soledad y que permitiría aproximarse a los personajes de sus novelas como si se contemplase un prisma que incorporaría las vivencias afectivas y psicológicas y los deseos.

En la génesis del mundo ficcional y en su construcción por el autor existiría información que procede del mundo real, con la inserción de hechos o realemas vinculados con la experiencia vital del escritor; sin embargo, como sucede en A contracorriente, importa poco si en la obra están presentes o no elementos autobiográficos o de la vida del autor.

“A contracorriente”, de Antonio Dagnino
A contracorriente, de Antonio Dagnino (Ediciones Solar, 1993).

En estos modos de procesamiento de la información el material del mundo real participa en la estructuración de los mundos ficcionales (Dolezel; 1999: 122).

A contracorriente es una obra que, como Piedra de mar, de Francisco Massiani, permite experimentar a través de la literatura las experiencias lúdicas de la adolescencia, que trascenderían, como enfatiza Huizinga en Homo ludens, la concepción tradicional del juego como una simple oposición a la seriedad.

Los niños, los jugadores de futbol y de ajedrez, juegan con la más absoluta seriedad, y no sienten la menor inclinación a reír (Huizinga, 2008: 17).

La espontaneidad y la irreverencia que se evidencian en A contracorriente y en Piedra de mar le otorgan a ambas obras una actualidad que resiste el paso del tiempo, a pesar de los avances tecnológicos y los cambios que se producen con frecuencia en la cosmovisión juvenil como consecuencia de la influencia mediática.

La evocación, el recuerdo de un tiempo pasado, es un elemento fundamental en la literatura y en ocasiones es difícil diferenciar entre lo real y la ficción en una obra literaria; los mundos ficcionales pueden ser abordados desde la realidad a través de los diferentes signos que los conforman y que configurarían canales semióticos con la obra produciendo una transformación de lo real en ficción, con aspectos estilísticos, simbólicos, ontológicos y semánticos que forman parte de la literatura.

A contracorriente permite aproximarse a la historia del joven Ángel Enrique, su tránsito vital y sus dilemas existenciales; es la evocación del héroe mítico que realiza el viaje que le permite recobrar su identidad y en ese devenir surgen dilemas, conflictos, tristeza, alegría, dudas.

El personaje de A contracorriente se desplaza, se mueve, cambia de ambiente, de espacios, y esas transmutaciones implican nuevas dimensiones existenciales.

Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras, considera que el camino común de la aventura mitológica del héroe es la magnificación de la fórmula representada en los ritos de iniciación: separación – iniciación – retorno (Campbell; 1959: 35).

El primer capítulo de A contracorriente, titulado “Toma de conciencia”, se relaciona con el divorcio de los padres de Ángel Enrique, que produce una ruptura del equilibrio y de la armonía de ese paraíso idílico representado en el hogar; la separación es preludio del caos, expulsión del paraíso que se expresa en una atmósfera desagradable, pesada, turbia, que genera confusión en el personaje.

Yo me sentía perseguido dentro de una atmósfera desagradable, consciente de que algo grave pasaría (Dagnino, 2009: 3).

La madre es la expresión de una diosa idealizada, de fuerza, vitalidad, decisión, orgullo.

Admiraba en mamá su élan, su búsqueda, la fuerza implacable que la impulsaba (Dagnino; 2009: 4).

El élan representa en A contracorriente un ímpetu vital, la diosa madre quien parte de manera abrupta para transformar ese espacio idílico en un desierto sofocante y agobiante; el matrimonio de la madre con un profesional de la medicina y del padre con Natacha, de origen ruso y pintora, representan para el personaje Ángel Alberto un cisma y una ruptura en su vida que determina una percepción de sí mismo como un ser fragmentado.

Una parte pertenecía a mi padre, la otra a mi madre y la tercera, la mía, que no quería pertenecer a nadie (Dagnino, 2009: 7).

Esa fragmentación que se manifiesta en Ángel Enrique es una razón para sus frecuentes ausencias en la escuela, su bajo rendimiento y su deambular como un ser alucinado por las calles de Caracas.

…emocionado con la continuación de la avenida Bolívar, y las torres de El Silencio con su mundo fantástico de pisos, túneles, maquinarias y obreros (Dagnino; 2009: 7).

Las crisis, las rupturas, son el preludio de una transición o viaje, y es importante vincular a esa palabra con un desplazamiento o recorrido, que produce una transfiguración del personaje que incluye: un partir, un viajar y un volver.

Partir se vincula con el sustantivo latino pars, partis, que significa parte o fracción, y ese partir, como sucede en Ángel Enrique, implicaría un acto de separación, de ruptura con sus vínculos, sus relaciones, con el hogar; su viaje a la escuela Stella Niagara, que incorpora una academia militar, un internado de muchachas y un convento de monjas franciscanas, se vincula con el cambio, la transmutación y el exilio interior.

Después de los primeros meses de desasosiego comencé a sentir que me estaba transformando; las vivencias nuevas apartaban los recuerdos de Venezuela y me gustaba esa soledad (Dagnino; 2009:9).

Gregory Zambrano, en Las patrias circundantes, considera que salir de los espacios del lugar de habitación significa abandonar el pequeño cosmos que habitamos (Zambrano; 2013: 120).

Existiría una ciudad interior que permanece en la memoria y, con el transcurrir de los días, esas ciudades son más frágiles, como enfatiza Juan Carlos Santaella en Las ciudades interiores.

Todos llevamos una gran ciudad en nuestro interior y en todos alberga, con mayor o menos rigidez, la lejana aldea que nos hizo crecer en silencio, la ciudad, como un espacio infinito atiborrado de paisajes diversos, se eleva majestuosa, inmemorable y transparente en los pálidos caminos que atraviesa la geografía íntima del cuerpo (Santaella; 1990: 31).

Ángel Alberto trata de superar esa nostalgia que surge de la evocación de una ciudad interior, de un espacio que persiste en su memoria como una impronta.

Pero mi mayor reto era —sin duda— tener la entereza para asumir como un machito (sin lágrimas y nostalgias insoportables) mi soledad y mi desarraigo (Dagnino; 2009: 10).

Ángel Enrique recorre los sótanos del Stella Niagara y experimenta un vínculo con esos espacios sombríos, tenebrosos, relacionados con los laberintos interiores de su desarraigo.

La aparición de Mary Jane y la pasión que surge como consecuencia del amor implicaría una transmutación de la sensación de soledad y melancolía provocada por el extrañamiento y el exilio interior.

Las muchachas alegraban el colegio; le daban un toque de sensualidad y picardía a lo que sin ellas hubiera sido frío automatismo militar (Dagnino; 2009: 12)

Existe en A contracorriente una dialéctica entre lo luminoso y lo oscuro, el equilibrio y la ruptura, el orden y el caos, el bien y el mal, entre eros y tánatos.

Aprendí a conocer el mundo elemental de la naturaleza, del amor y la muerte, pero la armonía que debía darle sentido, o lucidez y beatitud a esta dualidad, no la conocía (Dagnino; 2009: 13).

Doménico Nucera, al referirse a la palabra partir, considera que existiría una ambigüedad semántica alrededor de esta palabra, debido a su doble connotación, de inicio-fin, nacimiento-muerte, del abandono de un estado para buscar otro, dejar algo de sí en la búsqueda de una nueva identidad (Nucera; 2002: 248).

En el acto de partir existiría, como se evidencia en A contracorriente, una muerte y un renacimiento, una separación y un intento de conjunción.

Recordé con nostalgia el día en que percibí que hablaba bien el inglés, el momento cuando sentí que el ritmo profundo, la poética del lenguaje surgía espontáneamente de mi ser. Ese día me sentí integrado a Norteamérica (Dagnino; 2009: 22).

Volver, que deriva del latín tornus, designa la acción de regresar a un punto de partida, de recuperar aparentemente el lugar abandonado o perdido, y ese retorno es lo que completa y califica el viaje debido a que llegar a un lugar y quedarse allí no es viajar.

El retorno configuraría la meta última del viaje y siempre se parte para volver; sin embargo, al regresar, no se encuentra en la misma situación que a la partida.

Se parte para cambiar, para renovarse; uno se aleja de sus propias costumbres para que muera una parte de sí y, al mismo tiempo, para permitir que nazca una nueva (Nucera; 2002: 251).

El regreso implica temor, miedo y angustia, como se evidencia en las emociones y sensaciones que experimenta Ángel Enrique.

Cuando el avión tocó tierra sentí miedo y angustia. Pasé la aduana como un autómata (Dagnino; 2009: 29).

El regreso no sólo es retorno, sino un punto de convergencia con el pasado, con los recuerdos, el dolor, el temor y la melancolía.

Las heridas de mi infancia se querían volver a abrir (Dagnino; 2009: 30).

El retorno implica un cambio, un encuentro con una Venezuela y una Caracas desconocida; el espacio de la modernidad, de la ostentación, como consecuencia de la riqueza producida por la explotación petrolera. Stella Niagara representó para Ángel Enrique una manera de ordenar el caos, el desconcierto producido por la separación de sus padres, a pesar del desarraigo y extrañamiento que experimentó el personaje al trasladarse a un país desconocido.

El retorno implica cambio y transmutación, lo que se manifiesta en el asombro de Ángel Enrique al llegar a la ciudad de Caracas, que sería resultado de la intervención urbana iniciada por el general Marcos Pérez Jiménez y que implicaría una transición de una sociedad culturalmente tradicional a una sociedad moderna.

Centenares de edificios nuevos, urbanizaciones y viaductos habían surgido como hongos después de la lluvia, dándole otro rostro a la ciudad de mi infancia (Dagnino; 2009: 29).

El progreso se vincula en A contracorriente con el auge del militarismo y el gobierno de Pérez Jiménez, que produce rechazo y aversión en el personaje Ángel Enrique.

La televisión muestra imágenes pomposas y autoritarias de Pérez Jiménez tocado con una gorra militar demasiado grande para su figura rechoncha (Dagnino; 2009: 33).

La referencia a la historia política venezolana es de importancia, debido a que permitiría ubicar temporalmente al personaje de A contracorriente y establecer un vínculo entre un momento histórico en Venezuela y el tiempo de la narración.

Caracas no sólo representa un encuentro con el presente caracterizado por los cambios experimentados por la ciudad, sino también con las situaciones traumáticas del pasado como el divorcio de los padres; surgen otros acontecimientos nuevos como el reencuentro con la madre, quien tiene planificado divorciarse de su actual esposo, y la situación económica familiar.

La situación de papá ha cambiado más de lo que temía. Ya no tiene casa propia en Caracas ni es miembro del Country Club ni del Valle Arriba (Dagnino; 2009: 32).

En Ángel Enrique confluye la condición humana del autor de A contracorriente y existiría la posibilidad de un diálogo autor-lector a través de las múltiples experiencias del personaje, que actuaría como un eje semántico productor de significados, expresión de la creatividad del escritor.

En la novela existe la posibilidad de aproximarse a los vínculos y vivencias entre Ángel Enrique y los espacios, que trasciende a la concepción de un simple lugar físico y se transforma en un topos vivencial, que se evidencia en las diferentes etapas de la evolución del personaje relacionadas con los desplazamientos que surgen en el transcurso de la narración.

Carmen Bustillos, en El ente de papel, considera que a las personas se les conoce sólo parcialmente, a diferencia de los seres de ficción que se pueden conocer en su universalidad.

La ficción se convierte entonces en simple proyección de vida (Bustillos; 1995: 27).

Una de las características del personaje es que refractaría el mundo a través de la palabra, no mimética, sino estructuralmente, que le permitirá adquirir su propia verosimilitud (Bustillos; 1995: 39).

Delprat, al reflexionar acerca del vínculo del espacio y los elementos constitutivos del relato, considera que es importante enfatizar en la descripción de la organización del espacio, los procedimientos que permiten la percepción del espacio, la función del espacio en cuanto al personaje, tiempo, acción y sentido del espacio novelesco que configuraría una filosofía del espacio o visión del mundo (Delprat; 2002: 297).

En A contracorriente, Ángel Enrique deambula por diferentes espacios con marcadas diferencias en cuanto a cosmovisiones, intereses o imaginarios culturales, como Caracas, Yaritagua, Mérida o Florida, y en esos desplazamientos se experimenta la posibilidad de conocer el microcosmos y la cosmovisión del personaje.

La vida de Ángel Enrique transcurre entre una Caracas opulenta y Yaritagua, una ciudad del interior, y en ambas el personaje experimenta una especie de extrañamiento que es motivo de desasosiego y ansiedad.

Es extraño, en Yaritagua soy hijo de un hacendado pobre y aquí, sin ser rico, vivo entre millonarios, y eso me causa un conflicto (Dagnino; 2009: 37).

Yaritagua representa para Ángel Enrique un conflicto de valores, una dialéctica entre dos formas diferentes de vida: una vinculada con el pasado y la educación en la academia Stella Niagara, caracterizada por la exaltación de la cristiandad, el orden y el respeto; la otra, con Yaritagua, cuyo imaginario colectivo es diferente al de la ciudad y que considera la hombría relacionada con un temperamento violento, el consumo de licor y la sexualidad precoz.

Me da asco ir de rumba a los burdeles del pueblo con mis amigos (Dagnino; 2009: 53).

En el internado Stella Niagara el personaje adquiere dos ideales que formarán parte de su estructura vital: ser cadete y ser cristiano; sin embargo, en una Venezuela con cambios intempestivos y bruscos, ese ideal vinculado con su formación comenzará a debilitarse.

He tratado de defenderlos contra las embestidas del tiempo y de este nuevo ambiente tan duro; sin embargo, las bases que lo sustentan sufren y se atrofian (Dagnino; 2009: 39)

El tiempo se caracteriza en su esencia por la presencia de los diferentes acontecimientos que experimenta el personaje, algo que está vinculado con el cambio, la transmutación, la evolución y también la decadencia.

Ángel Enrique es internado en el Colegio San José de Mérida, lo que implica el distanciamiento con los espacios y la dinámica vital de la ciudad capital. El colegio es un microcosmos caracterizado por nuevas amistades y la rigidez de una institución religiosa que, como en la antigua Inquisición, establece la restricción de la lectura de libros considerados como prohibidos, lo que incluye a autores como Hermann Hesse, Malaparte, Sartre.

Hay que tragarse el dogmatismo y seguirlo ciega y obedientemente, porque si no la condena no se hace esperar (Dagnino; 2009: 72).

Ángel Enrique es expulsado de este colegio por tratar de calmar a un amigo que se enfrentaba con otro interno, y es inculpado injustamente por el padre Michinbarrena.

Pedro Pablo y José Vicente se estaban dando piña. Nunca había visto a mi amigo tan fuerte (Dagnino; 2009: 76).

El 19 de enero comenzarán en Mérida las protestas en contra del gobierno de Pérez Jiménez y la Seguridad Nacional asesinará a varias personas que atacaron el cuartel donde se atrincheraron.

Cuando no estábamos tirando piedras en la calle fabricábamos bombas o cotorreábamos excitadamente especulando sobre cuánto tardaría la caída del dictador (Dagnino; 2009: 88).

Ángel Enrique en Mérida se inscribe en la recién fundada Escuela de Artes Plásticas y posteriormente viaja a Miami a visitar a su madre, encuentro que se traduce en conflicto y angustia; de regreso a Caracas, su familia cuestiona su decisión de iniciar estudios en esa institución y su incipiente obra artística es degradada por su abuelo a “garabatos sin sentido”.

Si este muchacho se mete a pintor se vagabundea, y no voy a mantener vagos (Dagnino; 2009: 111).

El arte es cuestionado, se considera como una actividad menor que degrada, que significa un conflicto con la tradición familiar vinculada con las actividades económicas; la familia es percibida por Ángel Enrique como cruel, exigente e implacable.

Ser pintor no es un estigma vergonzoso (Dagnino; 2009: 111).

Ángel Enrique decide viajar a París y esto le permite un vínculo al personaje con una realidad diferente relacionada con la asistencia a exposiciones de artistas plásticos, museos y las entrevistas con el psiquiatra, con la finalidad de superar la relación conflictiva y de dependencia con su madre, de quien Ángel Enrique se despide a finalizar la novela.

Adiós a tus ojos
………..a tus ojos
………….a tus ojos (Dagnino; 2009: 191)

A contracorriente es un viaje por el tránsito vital de Ángel Enrique, que experimenta cambios en su devenir, vinculados con el pasado y con el presente de una Venezuela transformada como consecuencia del auge de la modernidad y la explotación petrolera.

 

Bibliografía

  • Bustillos, Carmen (1995). El ente de papel. Un estudio del personaje en la narrativa latinoamericana. Caracas: Editorial Vadell Hermanos.
  • Campbell, Joseph (1959). El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Dagnino, Antonio (2009). A contracorriente. Caracas: Monte Ávila Editores.
  • Delprat, Francois (2002). Venezuela narrada. Mérida: Ediciones El Otro, El Mismo.
  • Dolezel, Lubomir (1999). Estudios de poética y teoría de la ficción. Murcia: Ediciones de la Universidad de Murcia.
  • Huizinga, Johan (2008). Homo ludens. Séptima edición. Madrid: Alianza Editorial.
  • Nucera, Doménico (2002). “Los viajes y la literatura”. En: Introducción a la literatura comparada. Armando Gnisci, editor. Barcelona: Editorial Crítica.
  • Santaella, Juan Carlos (1990). La literatura y el miedo y otros ensayos. Caracas: Editorial Fundarte.
  • Zambrano, Gregory (2013). “Las patrias circundantes”. En: Pasaje de ida. 15 escritores venezolanos en el exterior. Silda Cordoliani, compiladora. Caracas: Editorial Alfa. pp. 121-131.
Fernando Guzmán Toro
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