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Una historia de la computación y de los estudios de las tecnologías de la información en Venezuela

sábado 22 de octubre de 2022
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“Historia de los estudios universitarios en tecnologías de la información (TI) en Venezuela (1968-2020)”, de Francisco Camacho Rodríguez y Alberto Castillo Vicci
Historia de los estudios universitarios en tecnologías de la información (TI) en Venezuela (1968-2020), de Francisco Camacho Rodríguez y Alberto Castillo Vicci (Amigos de la Ucla, 2022). Disponible en Amazon

Historia de los estudios universitarios en tecnologías de la información (TI) en Venezuela (1968-2020)
Francisco Camacho Rodríguez y Alberto Castillo Vicci
Ensayo
Sociedad Civil Amigos de la Ucla
Barquisimeto (Venezuela), 2022
ISBN: 979-8841942016
235 páginas

El primer computador electrónico en toda América Latina se instaló en Venezuela en febrero de 1957, en el Data Center de la empresa IBM en Caracas, para dar respuesta a las exigencias de la industria petrolera, en pleno apogeo del petroestado que ya había cambiado el destino nacional y que había generado una de las mayores movilizaciones demográficas, sociales y económicas, en tan corto tiempo, como nunca en la historia venezolana, de Latinoamérica y de gran parte de los países del mundo.

El camión “de estacas” necesario para trasladar la IBM 650, la primera computadora que llegó a Venezuela, lo anunciaba en un cartel gigante y en letras mayúsculas con una frase que revela la emoción reinante durante el vertiginoso crecimiento económico del país: “Aquí está para Venezuela la computadora electrónica IBM más poderosa de América Latina”. Se inicia así, ya al final de la primera generación de computadoras a escala mundial (1946-1958), la historia de la operación de computadoras electrónicas en Venezuela, pues los primeros estudios e investigaciones sobre las tecnologías de la información en el país ya contaban con varios años.

Once años después del hito histórico descrito, en 1968, se inicia la primera carrera o licenciatura de Computación en el país, en la Universidad Central de Venezuela, y al influjo de la renta petrolera y de la llegada al país de profesionales venidos desde Europa y el Cono Sur latinoamericano, primero, y los venezolanos formados gracias a las generosas becas del Estado, después, se comienza la intensa actividad académica alrededor de la tecnología de la información. Esta febril actividad mantuvo a la academia venezolana a la altura de los grandes centros universitarios y de investigación de Estados Unidos y de Europa. En Venezuela se replicaron las carreras técnicas, universitarias y de posgrado, así como las asociaciones de investigadores y científicos del área, tomando como modelos las universidades norteamericanas, que, como en otras áreas del saber, llenaban de optimismo y sentimiento de grandeza a quienes hacían vida en escuelas, decanatos y centros de investigación de las universidades, rodeados de las mejores revistas y libros sobre el tema, y de equipos electrónicos e informáticos de última generación.

Es impresionante el brillo de la academia venezolana en el área propiamente de la computación, durante más de cincuenta años, pero también de la robótica, la telemática y en general de la cibernética, con profesores que hicieron aportes incluso al desarrollo de esta área en universidades norteamericanas y europeas. Trabajos de investigación, ideas e innovaciones impulsadas por venezolanos fuera de serie, muchos de los cuales hoy hacen vida en universidades extranjeras, pero otros permanecen en el país, viviendo el dolor de la destrucción de las universidades, que muchos piensan y sostienen que ha sido una destrucción por diseño político de quienes se apoderaron del Estado desde hace casi un cuarto de siglo.

Uno de esos venezolanos dignos de admiración y reconocimiento, de conversación grata y amena, con más de sesenta años de experiencia docente y como investigador, un filósofo de la lógica computacional, se unió a otro académico, periodista, historiador y escritor, y acaban de publicar el libro (es decir, un milagro, en estos tiempos que vivimos), titulado Historia de los estudios universitarios en tecnología de la información (TI) en Venezuela (1968-2020), una edición de la Asociación Civil Amigos de la Ucla, utilizando el soporte de Amazon para la publicación y distribución. Se trata de los profesores Alberto Castillo Vicci y Francisco “Larry” Camacho. De ese libro he tomado los datos mencionados en los párrafos anteriores.

Es una verdadera historia de la computación y la cibernética en Venezuela, en su contexto universal.

El título pareciera sugerir la naturaleza académica del libro que comento, pero es mucho más. Es una verdadera historia de la computación y la cibernética en Venezuela, en su contexto universal, expuesta de manera sencilla, documentada, y que responde a las preguntas generales sobre el surgimiento y avance vertiginoso de la computación y demás tecnologías que nos transformó los hábitos y la manera de ver y estar en el mundo a los seres humanos. Generó una verdadera transformación de la humanidad, mejoró la experiencia de vivir y democratizó muchas oportunidades (y como siempre ha ocurrido en la historia con las invenciones tecnológicas, ha ocasionado también terror y escenarios catastróficos, no tan fáciles de recusar).

La estructura del libro se deja guiar por las distintas generaciones de las computadoras y su acontecer en el país. Explica de manera minuciosa los estudios de computación, informática, cibernética y la inteligencia artificial que ha habido en Venezuela, y desliza semblanzas de los protagonistas que hicieron posible que en nuestro país se contara con todas las herramientas tecnológicas informacionales necesarias —incluso más allá de sus necesidades y algunas sin posible demanda en el país— para el desarrollo y crecimiento de la industria y las actividades económicas y sociales, en los espacios privados y públicos. Esta precisa documentación de lo que ocurría en la academia venezolana se debe a la participación directa o cercana de Alberto Castillo Vicci en la mayoría de los programas académicos que tenían que ver los estudios, la investigación y la aplicación de las tecnologías de la información que se gestaron en el país​​​​.

Castillo Vicci nació en una casona solariega de la plaza Lara de Barquisimeto, se formó en las universidades de Wisconsin, Central de Venezuela y Simón Bolívar, y desarrolló una larga y meritoria actividad docente, de investigación y de dirección en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado y otros centros académicos. Ha publicado varios libros de carácter científico y filosófico, gran conocedor de la obra filosófica de Ernesto Mayz Vallenilla, y se ha adentrado en el mundo literario de la ciencia ficción, con mucha solvencia. En estas obras literarias se convierte en un gran divulgador de la ciencia de la computación, la física y la lógica matemática. En Demiurgo S.A. (Fábrica de Utopías), sólo para mencionar una de sus cinco novelas de ciencia ficción, explica de manera accesible para profanos de la ciencia varios misterios de la física como el principio de la incertidumbre o los misterios cuánticos del tiempo, que parecieran haber inspirado la famosa serie alemana Dark.

Francisco “Larry” Camacho aporta sus saberes en la metodología de la historia, para organizar el material acopiado de manera acuciosa por Castillo Vicci.

Por su parte, el profesor Francisco “Larry” Camacho aporta sus saberes en la metodología de la historia, para organizar el material acopiado de manera acuciosa por Castillo Vicci y presentar, con los fundamentos adecuados, el devenir de más de cincuenta años de estudios universitarios en las tecnologías de la información.

Larry es un estudioso de las élites venezolanas y su presencia e influencia en Venezuela, y seguro advirtió la formación de la élite venezolana de los científicos de la cibernética, que de alguna manera se han organizado en la Sociedad Venezolana de la Computación y que ha creado la Revista Venezolana de Computación. Esta sociedad ha reconocido la trayectoria de profesores y científicos que han formado a miles de ingenieros y licenciados que, aparte de cubrir las demandas de la industria petrolera venezolana y las grandes empresas públicas y privadas, prestan sus servicios para grandes plataformas tecnológicas o se desempeñan como investigadores en centros de estudio del primer mundo. Basta mencionar a científicos y profesores como Jorge Baralt Torrijos, Francis Losavio, Francisco Puleo, el mismo Castillo Vicci, Alejandro Teruel, Nancy Zambrano y Patrick O’Callaghan, que han enseñado en las grandes universidades del país y que acopian la experiencia y los conocimientos generados por los cincuenta años de la historia de la ciencia de la tecnología de la información producida en Venezuela​​.

Urge el relevo que parta de lo construido por los maestros mencionados en el párrafo anterior, entre otros, y sepa conservar y aprovechar esta plataforma de conocimientos que se pudo construir gracias a la renta petrolera, pero que para conservar y aprovechar no se cuenta ni con esa renta ni con el apoyo del Estado, sino al contrario, para hacerlo se requiere huirle a las trabas y a la no muy oculta intención destructiva del conocimiento que emana de las estructuras del poder.

El libro que reseñamos no sólo acopia los datos precisos del desarrollo de los estudios universitarios en tecnologías de la información en los últimos cincuenta años en Venezuela, con la documentación con que se cuenta en el país y los testimonios de los protagonistas que describen sus experiencias especialmente para ser usados en el libro, sino que nos introduce en el fascinante mundo de las transformaciones generadas por las tecnologías de la información en la última mitad del siglo XX y las dos décadas que van del XXI. No sólo, decimos, es un precioso material para la reconstrucción de los estudios cibernéticos en Venezuela, sino que nos abisman con datos precisos enunciados desde la ley de Moore: “…los computadores avanzan por generaciones duplicando su memoria y velocidad, y reduciendo su tamaño cada cuatro años” (p. 28). Y han pasado los computadores electrónicos de procesar setecientas operaciones por segundo a doscientos mil millones de operaciones por segundo, en cuestión de cuarenta años. Y de existir no más de diez o poco más computadores electrónicos antes de 1960 a diez mil millones de unidades comercializadas en todo el mundo hasta finales del siglo XX (pp. 70-71).

Hay datos de interés para cualquier venezolano que quiera estar informado. Como la primera vez que se transmitieron correos electrónicos en el país o cómo ha ido evolucionando la conexión a Internet en Venezuela.

Y no dejan los autores de hablarnos de la utopía del “cerebro mundial” al cual estaríamos todos conectados, que haría posible una convivencia armoniosa, de absoluta tolerancia, sin guerra, sin racismos o alguna discriminación inaceptable, sin hambre, gracias al desarrollo de la tecnología, tal como creía H. G. Wells. O la distopía de estar la mayoría de los seres humanos sometidos al control de ese cerebro humano en manos de personas inescrupulosas, autoritarias y ambiciosas, que tratarían de crear un sistema universal de opresión y servidumbre, de esclavos digitales, gracias a las herramientas brindadas por la tecnología.

Un llamado replicable en las otras áreas de lo construido en el país, amenazado desde el poder con su extinción total.

El gran aporte del libro que comentamos, a mi modo de ver, de acuerdo con las circunstancias que vivimos los venezolanos que amamos el conocimiento, es el grito silencioso (valga el oxímoron), con datos e información valiosa, para que diseñemos la manera de conservar lo construido en la ciencia de la tecnología y la información. Un llamado replicable en las otras áreas de lo construido en el país, amenazado desde el poder con su extinción total.

La reconstrucción de Venezuela, que de manera silenciosa se ha iniciado en distintos sectores dentro y fuera del país y que no necesariamente debe esperar por un drástico cambio político, necesitará de toda la experiencia acumulada en nuestras universidades y demás centros del conocimiento.

Los autores describen la precaria situación de las escuelas, decanatos y laboratorios vinculados con la formación en la ingeniería de computación y demás carreras vinculadas con las ciencias de las tecnologías de la información. Conocen también los datos de la diáspora de los profesores, investigadores y estudiantes, y el empobrecimiento de los docentes que se esfuerzan por seguir en las universidades. “Aun así”, escriben en el epílogo del libro, “creemos que no podemos cruzarnos de brazos a esperar a que el barco zozobre. Al contrario, debemos sacar fuerzas para seguir remando hacia puerto seguro. Es un deber ciudadano”, proclaman.

Jairo García Méndez
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