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Jalados por los cabellos, de Roberto Molinares

sábado 29 de julio de 2023
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“Jalados por los cabellos”, de Roberto Molinares
Jalados por los cabellos, de Roberto Molinares (El Perro y la Rana, 2022). Disponible para su descarga gratuita en la web de la editorial

Jalados por los cabellos
Roberto Molinares
Cuentos
Fundación Editorial El Perro y la Rana
Caracas (Venezuela), 2022
ISBN: 978-980-14-4985-0
160 páginas

Una vez que tuve en mis manos Jalados por los cabellos pensé: “No faltará quien diga que este título está mal escrito”, y me dispuse a devorar esta pequeña gran colección de relatos oníricos. Soy colombiano, caribe, vecino de la tierra de Gabo, para más señales, de un territorio cercano al de los ancestros de este prosista venezolano; por lo tanto, me resulta fácil disfrutar del aroma macondiano adherido a las letras surrealistas de cualquier escritor. Al leer a Molinares, personajes como los Melquiades del Nobel comparten ciertos rasgos con sus Matías; la Williams se amista con Remedios Moscote; las indecisiones de Amaranta parecen encontrarse con las del pirata Morgan. Pero no se dejen llevar por estas apariencias; el autor traza su propio sendero sin caer en lo trillado, echa mano de un lenguaje sencillo pero directo; algunas veces su tono es reverente, aunque mezclado con una pizca de descaro dejada en suspenso, tal como un bikini en la playa, que permite apreciar la belleza, pero dejando la esencia en entredicho, con tal de invitar al lector a proponer un final a la historia, donde ponga en juego su arbitrio e imaginación.

El libro es atrayente desde la portada. Inicialmente supuse que era su propio diseño, en la medida que este polifacético autor, además de locutor, profesor universitario de Artes, escritor y karateca, es un hábil esgrimista del pincel; la maquetación deja constancia del profesionalismo de la Fundación Editorial El perro y la rana; como colección narrativa resalta lo micro en la extensión de los relatos. Sin quedar debiendo, Molinares es capaz de sintetizar la historia para acomodarla a las prisas contemporáneas, donde hay tanto qué leer y tan poco tiempo disponible, así que estructuró un libro servido a cuentagotas, como para quedar esperando las subsiguientes producciones de su tintero.

Sin expoliar la intriga he aquí una síntesis de lo que me encontré:

Una abuela que comienza la hilera de relatos está en “Una larga carretera en medio de la nada”, es el umbral que nos conduce al “Vientre de los lagartijos” donde la desgracia de Chanteclair se viste de tormenta, pero atenuada por el aroma de café que emana su efluvio durante todo el relato. Luego aparece un “Bebé” gigantesco que termina domesticado en brazos de un asustado padre putativo. ¿Es acaso uno de los pequeños monstruos que rondan los sueños del autor? En “Espera de ser llamado” se observan delicadas pinceladas poéticas mezcladas con descripciones fantasmagóricas, hasta entrar “En la tienda”, ese espacio donde el autor pelea con su ecosistema religioso desde el cual resuelve los retos planteados por los otros. “Bejucos” nos recuerda a esos delgados hilos desde los cuales penden nuestros miedos. “Tabuche” es un nombre raro, por lo menos para mí, y me hace recordar que a todos nos pasa: cuando soñamos, quedamos pensando: ¿qué pasó? “Vanessa Williams”, ¡uy!, “tiene un brillo tenue, como si su piel no fuera piel”, dice el descarado autor. A todos los hombres, en algún resquicio de nuestros sueños inéditos, se nos aparece ella, con sus ojos escrutadores y… sin ropa. No me he recuperado del espasmo que me causa este cuento, cuando Molinares me acosa con “Purín”, y sé que estoy soñando porque no puedo ser yo y él al mismo tiempo.

“El globo amarillo”… así sucede siempre que pensamos en lo infinito… y el cielo sin techo sigue allí, esperándonos. Al encontrarme con “Moisés” le pregunto al autor, ¿estás tomándome del pelo, Molinares? Él no me responde, pero escucho “Pájaros en mi cocina”, ¿será que a los colibrís les gusta tanto el café como a mí, que debo dejar por un momento esta lectura e ir a prepararme una taza para armonizarlo con estas letras para nada somnolientas? “Ventisquero”: por si acaso me olvidaba de que estoy leyendo sueños. “Teología” me recuerda a ese niño que no se calla casi nunca, ni si le das melatonina con sabor a chocolate. Ahora sí, “Joe compró un bastón para ciegos”, donde las respuestas que da el mundo no siempre se acomodan a las preguntas. “El zorro”: esos gigantes hacen que todo en nuestra existencia se vuelva miniatura. “Cornucopias”. Entre yo y mi alter ego hay una lucha constante: ¿quién odia más a quién? Entonces se me arruga el corazón al leer “A 15 mil kilómetros de distancia”, porque yo también tengo una madre que soñó en tercera persona algún sueño distinto al que cuenta mi papá. “Fantasma enamorado”, sin duda: todo pirata, detrás de su ojo seco, su garfio enmohecido y su pata de palo tiene un corazón que alguna vez palpitó, pero pudo más el mar, la brisa y su bandera negra. “Una extraña ave de rapiña” me recuerda que el miedo se viste de muchas formas, a veces de ave. “Ojos de búho”: considerando que las alas suelen ser muy útiles en momentos como este.

En “Guitarra envuelta en candela” Molinares nos acerca a sus sueños hechos fuego. “Regalo de Emanuel”… a veces creo que el maestro Molinares me está tomando el pelo, porque en mis sueños, los conflictos no se resuelven tan fácil… “El mito de la caverna”, yo conocía la historia de Platón, pero nunca se me hubiera ocurrido contar una versión como esta. “Tuareg”: porque el paraíso está donde reside lo que amamos. “Una piedra colorada”, de vez en cuando soñamos que narramos nuestra propia vida, cuando en realidad ella es el sueño que alguien mayor que nosotros alguna vez contó. ¡Ey, Molinares! Me cuentas “Coquetona” y esta vez no tengo dudas: ¡juegas conmigo! “Omar, el radiotécnico loco”, juraría que esos seres diminutos escaparon, lo que sucede es que el autor no lo recuerda, pero usted y yo estuvimos allí. “El hombre justo que reza”: Amén.

“No nos van a creer”, dices al final de “Moneda mutante”, y tienes razón, Molinares: ¡no te creo! “Pupilas verticales”, ¡Dios! ¡Qué tragedia! ¿Terminar convertido en ese otro que es una bestia? (me refiero al felino, por supuesto). “Llueve dentro de la casa”, a veces creo que Molinares envuelve sus historias tristes con el celofán de un sueño… “Matías y su extraña bicicleta”, es decir, cuando uno debe hacer una pausa en la lectura, porque la risa no lo deja continuar. Mejor me voy de “Visita a la galería”, ¡sueños! Molinares, son sólo sueños. “Catana o cimitarra”: ¿y a mí qué me preguntas? “Técnica de vuelo”, ahora sí, ¿quién pidió ayahuasca? ¡A mí que me repitan la dosis! “Revelación”, ¿es acaso otro sueño revelado? “Disociaciones”, o sea: cuando los ángeles explican lo que está por encima de nosotros. “Ranking 15”, terminas diciendo, díscolo: “Me preocupa el dolor en mi hombro derecho”, y sólo se me ocurre responderte: “…en tales condiciones, a mí también me preocuparía”. “Confusión”: ¿quién no ha sentido alguna vez esa punzada aguda al ver los ojos almendrados de una monja para la cual uno tendría planes mejores?, ¡cuidado, Molinares, recuerda que eres casado, y por demás: casto!

“Lucho con mi padre” me recuerda que las luchas continúan cuando llega el hijo… y crece. “Karen no estaba muerta”. ¡Menos mal! “Restos reciclados”: los títulos suelen ser como una pista dejada adrede por el criminal que desea ser atrapado. “Sirvo una bebida en tres vasos”: los sueños y las apariciones no se explican, Molinares; recuérdalo: no se explican. “Malenco”: cualquier parecido con la realidad es sólo coincidencia, nada más. “Seis jóvenes colgados de una malla”: este relato, Molinares, me recuerda a mi padre, quien un día me dijo: “Antes de preguntar, intenta responder”. “Secuestro”: el secuestro diseña sonrisas tristes… en el mejor de los casos. “Felinos”: el miedo suele ser de colores intensos, pero débiles a la hora de la verdad. “Kasandra”: ¿qué hacer frente a lo ineludible? No eludirse. “Remolino”: hay cosas que sólo pueden disfrutarse en solitario… “Ante el tribunal”: con Él siempre hay un lugar para el perdón, así sea a última hora, como su vecino de la cruz. “Las alas de la abuela”, ¿es la misma abuela que me abrió la puerta al libro? Habrá que consultarlo con el autor, si alguna vez lo conozco personalmente.

A la mañana siguiente después de terminar de leer el libro por primera vez, amanecí aletargado por una discusión filosófica que no recuerdo haber vivido despierto. Le conté mi sueño a un amigo, un experto en el tema onírico, quien me dijo que la lectura de Jalados por los cabellos había generado la ignición de mi viaje extracorporal​. No sé si mi amigo tiene razón o no, pero lo que sí puedo aseverar es que su lectura fue un viaje a la imaginación. Después de acercarme a este autor concluyo que, si en Macondo o en este libro algún extraño suceso puede pasar, indefectiblemente, pasará, aunque después él se escabulle diciendo que fue sólo eso: un sueño.

Joel Peñuela Quintero
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