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El éxtasis de la ausencia
(sobre Algo le pasa al tiempo, de Rubén Darío Carrero)

sábado 21 de octubre de 2023
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Rubén Darío Carrero
En Algo le pasa al tiempo, de Rubén Darío Carrero, el dolor se convierte en instante porque es la formalidad del lenguaje la que estructura la voz. María Fernanda Carrero
La eternidad es un asunto de gramáticos.
Fernando Pessoa
(Bernardo Soares)

Con el libro Algo le pasa al tiempo (Ediciones Estival, 2023), de Rubén Darío Carrero, acontecen el tiempo y el instante como propuesta de la voz del poema. La voz se expande en tanto busca en su lector esta complicidad de las emociones: nos introducimos en aquello que llamamos “interioridad”, hallar otros significados, entrar en lo nuevo a través del poema. Y como sabemos es un proceso hacia el hundimiento: la caída de su sentimiento como para que de allí nazcan el verso, la estrofa y el poema. La forma como expresión del sentimiento. Claro, el “sentimiento” no se ajusta a una convención lingüística. Todo va más allá por su propia sintaxis. Esos sentimientos son parte de una racionalidad de la palabra. Por cada verso, el siguiente instante con la palabra que se transforma en la conjunción, unido con la belleza como derrota del pensamiento mediante la composición. La voz trasciende sobre la forma y los significados. Tras este supuesto el dolor adquiere en parte su escenificación:

una cacería diaria
manchas
sangre como agua
cuajos
los niños lloran
siglos
las mujeres claman
cielo
la carne brota
fría
el fuego quema
ruega
la carne coincide
siempre
con la noche
arde
las noches pasan

(…)

los ojos cerrados
abiertos
el secreto dividido
espinas
el fuego sonríe
ríe
los ruidos calman
abrasan
la noche de la nada

(…)

El dolor se convierte en instante porque es la formalidad del lenguaje la que estructura la voz. Los versos breves, su insinuación y la sonoridad del verbo se presentan a modo de constituir esta poética del dolor: la percepción de lo real será la duda. Por otra parte, la ciudad, el deseo y el amor también relacionan su noción del tiempo y el lugar. A pesar de la extensión del ejemplo anterior es necesario mostrarlo aquí para acercarnos al signo del poema, como variante de esa formalidad, su ritmo y cadencia. El dolor como sensación. El verso, el instante breve de la realidad que denota, connota y seduce al lector hasta la estrofa. Y vuelve otra vez a la brevedad en procura del silencio. Lo digo porque este discurso del dolor me atrae como lector en tanto al lugar de las sensaciones. Si consideramos también el estado de la soledad que se declara: “los ruidos calman / abrasan / la noche de la nada”. La soledad como resistencia a lo real, es decir, la imaginación de la ciudad con el fin de evocar otro sentimiento y otra sensación. También mi dolor. El fragmento del discurso, lo amoroso por sí mismo conformando los elementos de oposición entre decir y desdecir, la prosa y lo poético, la frase y el verso, la alucinación y lo sobrio hasta la cadencia sobre la estructura del libro dividido en tres partes: “la quinta hora del sol”, “historia universal” y “hoy”. Los capítulos ordenados a pesar de su brevedad. Devolviéndonos el placer del hallazgo.

“Algo le pasa al tiempo”, de Rubén Darío Carrero
Algo le pasa al tiempo, de Rubén Darío Carrero (Estival, 2023). Se puede adquirir escribiéndole al autor

Algo le pasa al tiempo
Rubén Darío Carrero
Poesía
Colección “El divino Narciso”
Ediciones Estival
Maracay (Venezuela), 2023
ISBN: 978-980-18-3629-2
40 páginas

La incertidumbre queda expuesta, la exploración de lo real sin ninguna mediación: la palabra es entonces sensación fuera de todo prejuicio conceptual. El único registro será lo poético. Lo “real”, en cambio, existe en tanto al instante, cuya fragmentación no sería posible sin la aceptación de la forma; cualquier objeto es sustituido por el sentir: el lugar (la representación) primero de las palabras y de cómo aquella emoción (el dolor, la ansiedad y el desasosiego) se convierte al mismo tiempo en sensación para el escritor: “pájaro es vuelo / cielo / rostro es río / cristalino / la tierra gira / flota / todavía sin estrellas / abajo / eternos o muertos”. Toda palabra pasa primero por un proceso de racionalización. Es decir, no es esta palabra una emoción ausente de la idea, el pensamiento o la razón. Siempre el intelecto trabaja antes para luego consolidarse en el enunciado del poema. Detrás de la palabra la emoción intelectualizada. El detalle, insisto, es real en la sensación. Es real porque se vierte hacia este éxtasis del espacio y tiempo redefiniéndose. Y de allí su concepción del amor, siempre desde el giro de su poética. Por tanto el amor, más allá de lo abstracto, es para el lector su inexorable símbolo con lo otro, con el mundo que nos rodea o la afirmación del doble.

Por ejemplo la otredad es el silencio del otro.

Siendo así, el amor estará presente como oposición a este mundo que trata de definir: aquel país al que se le canta y se le mira desde la distancia. La manera de conocer al otro se logra con la ayuda de esta cadencia del poema. En el poema esa formalidad del otro se manifiesta por su guiño con lo real: el país es distante, pero no extraño: “el pasado ha pasado tres veces esta tarde (…). luz de la mañana dame otro verbo (…) que puedes ser hombre / sin ser barro / no puedes amar sin amar”. Son algunos ejemplos de ese recorrido vertidos en la sonoridad de los versos. Por eso, como toda rebeldía, el lenguaje busca su heterodoxia: el desencuentro, lo irreal en el propio goce de la lectura. Descubro al mundo porque el amor es de la tierra: “el imperio austrohúngaro / pearl harbord / los balcanes / wuham / kiev / maracay / la plazuela / julio / oralia / rubén”. Nombrar la ciudad o lo más inmediato, luego otras ciudades y su nombre también como forma del poema alude a la transgresión del sentido.

Dicho todo lo anterior, lo que es coherente, estará en esa relación con lo cotidiano y el dolor se forja nuestro en la diversidad de su interpretación. La ciudad como identidad del verso hacia el desasosiego. Nombrar la ciudad exige un compromiso con la construcción del poema, tal como lo logra Carrero. La estructura de la estrofa anunciando su tensión, su postura en el decir de una ciudad a la que se quiere a veces en la duda. Hasta la plurisignificación de su nombre. Por ejemplo la ciudad ajena al ser símbolo también. Todo en la ciudad como fuera de ella: “hoy soy el que escribe / las palabras sólo salen de mi mano / vienen de esa cosa que se llama ausencia”. Otra vez la soledad y la tensión dramática que aquí nos produce cuando los hombres pintan bisontes para registrar la historia. Tal vez el país. O más fácil sería entender los límites de esa soledad, ahora menor en el intercambio con el lector.

Con este libro Carrero nos ofrece la pasión de volver a leerle.

Igual me atrevo a mencionar ese tiempo, el tiempo, en manos de Dios es indefinible, no es un lapso, ni una estación, es el tiempo del poeta o, mejor dicho, es el tiempo del poema. Es como trazarlo tantas veces sea necesario: “el pasado ha pasado tres veces esta tarde”. El ser sujetado a ese paisaje de la historia. Una historia donde el sujeto transfiere su sentido lógico, ya no es la historia sino el sentimiento. Atravesar el sentido, lo real, el objeto hecho sustancia y el ser será accesible en nuestra mirada, así que la memoria ya no es tan abstracta, salvo para quien se ausente de esa motivación del tiempo. El tiempo existe siempre en esa memoria. Ya que no se trata tanto de recuerdos como sí de vivencias. El lector desea reconocer el instante. Lo intentamos. De allí el éxtasis que, como sabemos, no se puede vivir de manera directa, nos ahogaría y nos limita. Apenas nos acercamos en el intento sobrio, breve, conciso y residual, residual al goce de la escritura, no por lo imposible como sí por el encuentro.

Con este libro Carrero nos ofrece la pasión de volver a leerle; esperamos un segundo capítulo de este libro. Lo digo con el mayor sentido de respeto y aprecio al buen poeta. Recreándome en su propia gramática. Es necesario considerar que el libro es también una postura gramática ante la figura del poema. Leer en plena libertad de esa sintaxis que nos descubre: palabras en minúsculas, la palabra, como verso despojado de rigor, afirman el deseo y la alegría de leerlo.

Juan Martins
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