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Poemas de Víctor Javier Hernández Ponce

miércoles 30 de septiembre de 2015
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Maldito

Este barrio es maldito.
Nadie podrá olvidar
la casa 7, azul, de
rejas negras y dos pisos,
donde se jugaba la ouija
y durante semanas nadie
lo supo, hasta que un señor
interrumpió, para bien de todos
y para mal suyo, una sesión (de tantas),
y meses después nos enteramos
de que el señor había
tenido un accidente en
carretera, y había muerto.

Casi dos años después
llego Barbieri, un italiano
muy alto, y de un rostro
feo, tosco, que limitaba
el contacto visual a
tan sólo unos segundos.
Este barrio es silencioso,
como ningún otro,
pero el último domingo
de julio de ese año,
casi dando las 5 de la
tarde, un ruido inundó
por completo cada maldito
rincón del barrio,
cada maldita escalera,
cada maldito vaso
de cada maldita casa.

Desde mi ventana
se ve la ventana del italiano,
y allí un sillón azul, y
allí, Barbieri, con una bala
entre ceja y ceja.
Pasaron unos años,
tan solo, para que
se comprara la casa
que fue de Barbieri,
¿quién querría
venir a vivir a este
maldito barrio?

Cuando aún se escuchaba en la calle
el eco del balazo de Barbieri,
y cuando cada vez que llovía podía
jurar que en el agua que
pasaba por la calle corría
la sangre del italiano,
se encontró el cuerpo
de Annabel Farías,
tensó y duro como
piedra,
bello y quieto cual
pintura,
frio y muerto como
el tiempo,
por el cuello una soga
le quitaba la vida,
pero no era tan malo,
me parece,
yo no vi a nadie llorando.

Ahora todos los vecinos,
los que no se han ido,
tiemblan,
y lloran,
yo sólo espero,
pues de nada sirve irse,
me encontrará en otras
calles,
y ninguna puerta evitará
que entre,
y ningún motivo aplacará
su ira,
así que mejor la espero
en este maldito barrio.

 

Reversa

Voy a regresar por la calle caminando en reversa,
voy a quitarte los besos de la boca,
voy a arrancarte los abrazos de la piel,
voy a arrancarme de ti.

Voy a echar reversa,
no vamos ir a ningún parque,
más bien regresaremos caminando,
bajarás del carro,
gritaré tu nombre para dentro,
y nadie saldrá a abrir la puerta.

Voy a echar reversa
y regresaré caminando hasta mi casa,
y le diré a mi madre que tiene razón,
y que, como dijo Cortázar,
el amor es un rayo que te deja roto
en medio de la puta vida.

 

La casa en Verona

Una casa se alza
en el último bosque,
con balcones
y estrellas incluidas,
con los pisos de madera,
con tristezas empolvadas
en cajones,
con problemas tras
los cuadros,
telarañas en esquinas,
demonios escondidos
en relojes,
relojes que ya
no andan,
y escaleras que
llevan a nada,
y una nada que
es tristeza,
y que tristeza
que es la casa.

Se alza en Verona
una casa, amueblada
de miradas,
con libreros empolvados,
y en los libros
malas noticias,
en esta casa para dos
está muriendo solo uno.

Hay una mesa,
un montón de papel y tinta,
una mancha en el mantel,
y una tarde que me espera.
Un poema que se escribe
siempre es buena noticia,
es que después de todo,
esto que parece vida
son los restos
de la casa,
de una casa
que es tristeza.

Víctor Javier Hernández Ponce
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