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Caracas mortal (extractos)

lunes 14 de marzo de 2016
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Nota del editor

“Caracas mortal”, de Claudia Noguera Penso

Caracas mortal
Claudia Noguera Penso
Poesía
Oscar Todtmann Editores
Caracas, 2015
ISBN: 9789804070228
60 páginas

El año pasado apareció Caracas mortal, el más reciente poemario de la escritora venezolana Claudia Noguera Penso. Un canto a la capital venezolana con tonos desgarrados, que exaltan a la ciudad en toda su gloria y su crueldad, el libro ha sido publicado por el prestigioso sello Oscar Todtmann Editores. De este poemario ha dicho Héctor Torres: “Los textos que componen Caracas mortal conforman un catálogo de postales que atizan sus opuestos como un método de sobrevivencia”. Hoy presentamos una selección de sus textos a los ojos de la Tierra de Letras.

Por más golpes que recibe esta ciudad no cae, ni se derrota, siempre se levanta. No sabemos cómo, en las noches se nos tiende compasiva, en paz, con la libertad de reconstruirse a sí misma, tapando sus heridas, dejándose ver limpia y justa, menos mortal.

Yo trato de mirar entre tanta bruma, en tan poca distancia. Mis pulmones se llenan de palabras inciertas, mis manos contienen tu rostro y siento como si la ciudad me atrapara en su desasosiego, abandonándome a la suerte, perdida en las ganas, en la oscuridad de la miseria (de la tuya o de la mía).


En medio de la ciudad respiro profundamente, hundo mi existencia, acabo con las horas de tedio.

La ciudad engulle y vomita su cotidianidad para que vayamos acostumbrándonos a lo que viene, sólo espero en el fondo en donde estoy un ademán que me salve del pantano que me está comiendo los pies.

El ruido de tu voz me arrastra mientras espero que me devuelva esa palabra, la que indefectiblemente me mantiene girando en tu centro.


A veces cuesta levantarse en esta ciudad. Salir por cualquier puerta o resquicio puede significar el camino a la muerte, bajo el brazo inclemente de la miseria o simplemente del aburrimiento.

Pero también la ciudad puede ser amable y tierna, porque sé, con certeza, que estarás allí, ese espacio que ocupas me devuelve la calma y me prepara el camino para otros días de ausencia.

Así es esta ciudad, vive su vida, tuerce voluntades, nos atornilla a su destino. La contemplo y me doy cuenta de que no tengo a dónde ir, Caracas nunca pierde, no deja de latir (aun cuando tenga el pecho abierto y se esté desangrando).

En ocasiones cuando te vas siento que caigo, pero la ciudad me recuerda que estamos hechos a su imagen y semejanza.


Esta no es una capital. No es una ciudad. No es un pueblo. Es sólo una Caracas mortal en medio de cualquier cosa, que no entendemos, que nos desconcierta hasta la rabia.

Es sal sobre la herida.

Es sentirse en medio de la nada con un alarido atrapado en la garganta.


A esta ciudad, a veces, la derrotan los sonidos. También se cae de desconciertos, voces, amores frustrados, de vida que comienza, muertos sin dolor. Tiene muchos matices que no quiero entender. Caigo indecisa, debatiéndome con el cordón, que me arrastra atravesándome, creo en esa pertenencia, a juro, por sangre que le debo (o creo deberle).

Pero también conjugo distancia y ausencia, la utopía del equilibrio. Oigo tu voz y sólo quiero que la ciudad me atrape.

Y que yo no tenga ninguna salida.


Si abro mi pecho y lo ofrendo, Caracas podría otorgarme su perdón, la mano en la espalda, el abrazo mientras duermo. Si te sincero en mis latidos podría enterrarme sin vacilar.

La ciudad me susurra lo qué tengo que hacer: qué no tema, que si la enfrento, puedo quebrarla en mil pedazos y Caracas no podría contenerse: su peso es feroz y la venganza mortal.

Acepto el reto.


Todos los muertos que conozco, a excepción de dos, están en esta ciudad. Algunos están enterrados, otra en la montaña, los demás enmarcados, algunos siempre jóvenes, otros ya no tanto, es otra manera que tiene la ciudad de mantenernos cruelmente dentro de sus límites.

Me paro en una esquina sólo para verte cruzar, llegar de otro punto de la ciudad y pasar sin verme.

La ciudad tiene su maldad y la ejerce.

Nos deja solitarios e invisibles con la mano extendida.


Necesito una ciudad menos amarga
que deje de golpearme en los costados.


esto es Caracas mortal (todos somos Caracas mortal) hubo muchos cuentos realidades que ahora después de unos años son leyendas urbanas Álvaro murió de una sobredosis lo dejaron recostado muerto en la puerta del apartamento de su madre Verdad nos dejaron encerrados en un apartamento que tenía las ventanas tapadas Verdad pusieron un ácido en un botellón de caipiriñas Verdad Kandinsky pasea por Caracas Verdad Boris se baña desnudo en una piscina a las 3:00 am Verdad fuimos dueños de la ciudad mentira fuimos diferentes más decentes más amables No más jóvenes si mortales letales indiferentes sexuales citadinos urbanos leales
si
punto
y aparte


No importa lo que hagamos
pensemos
la ciudad no tiene memoria
carece de recuerdos
no importa
lo que tengas que decir
aportar
mejorar
la ciudad languidece
está allí
aguantando
su propia historia


No me ames —insisto— mientras nombro, en orden alfabético, concentrada y en rezo, todas las ciudades del mundo.

Me detengo en Geiranger, está lo suficientemente lejos para dejar de pensar en ti.

Es hora de abandonarte a tu suerte —o en la mía— en una Noruega abundante como tu pecho de fiordos y penumbra.


Caracas es una postal de los 80.


Último poema del libro y se cierra.

Creo que algunas noches piensas en mí, dentro de esta ciudad que nos mantiene en lugares opuestos, también sé que hay días en que te llego, con algunas palabras que se (des)dicen en mensajes y en voces. Tengo una calma cómoda que me roza, que me protege. Existe la imposibilidad de cerrar el paréntesis a ver que no pasa. Creo en esta ciudad, en distancias cortas, en algunos domingos de aquí y de allá, en el pensamiento continuo de poder alcanzarte, de que mi trampa desnuda y amable —finamente bordada— escrita entre líneas, se anude en medio de una frase precisa
y vengas
te descubras
me digas algo
o todo.

Claudia Noguera Penso
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