Sentimientos
Los sentimientos no tienen modales.
Nadie les enseñó a tocar la puerta, y tal como lo hacen los recuerdos, entran cuando menos los esperas. No avisan y logran pasar aunque tengas un ejército de indiferencia parado atrás de la puerta. Como si fueran agua que se filtra por las grietas de nuestra piel.
Los sentimientos son egoístas.
Los sentimientos no entienden el concepto del tiempo.
No quieren pasar desapercibidos, entonces hacen ruido. Aunque estés dormido, aunque la melancolía esté recorriendo cada parte de tu cuerpo, hacen ruido y te obligan a escucharlos.
Los sentimientos cambian constantemente.
Nunca se ven igual, nunca visten la misma ropa. A veces se pintan la cara con sonrisas y se tatúan la piel con carcajadas, a veces se cuelgan nostalgias del cuello y se inundan los ojos con recuerdos, y a veces no traen nada. Cambian tanto que es difícil ponerles un nombre e identificarlos entre la multitud, y te toman de la mano para que cambies junto con ellos.
Los sentimientos no entienden el concepto del tiempo.
No tienen fecha de caducidad, y pueden estar presentes una milésima de segundo o toda la vida. Siempre se quedan demasiado o muy poco tiempo, y dejan evidencias de su estancia. Dejan ojeras y demasiados nudos en el pelo. Dejan uñas mordidas y labios resecos. Dejan palabras en la boca y sueños en la almohada. Dejan todo y dejan nada.
Los sentimientos te obligan a vivir, aunque te estés muriendo.
Mucho gusto
Me duermo con frío pero me despierto a las 4 de la mañana sudando. No me como la parte fea de las manzanas, y me apego a las distracciones para poder lidiar con el vacío que dejan las personas en mí.
Me dicen que soy demasiado rara pero que no soy suficiente. ¿Suficiente qué? Me dicen que las cosas que hago y las cosas que digo no van conmigo, pero si van conmigo, simplemente no van con el mundo.
Nací lunática y enterrada, moriré sana y con alas. Me enamoro más en mis sueños de alguien al que nunca le he visto la cara, que en la vida real de alguien a quien veo diario. Soy todo menos noble, porque la acción más noble que puedes hacer es dejar ir, y en eso me considero un fracaso.
Siempre soy la última persona en perdonarme y demasiadas veces me he pedido perdón.
Me como las uñas a finales de mes pero nunca a principios, y me quiero deshacer de mi identidad de la misma manera en la que se deshizo de mí la única persona que me ha querido sin querer. Soy mi propio portazo en los dedos y mi propio signo de interrogación que se queda en el aire cada vez que me río.
Tengo acumulado el peso de todas las mentiras que le dije a mi mamá en mi pecho, y a veces se me olvida el sonido de su voz. Hay demasiados libros en mi cuarto que me ayudan a fingir que el tiempo no pasa tan rápido y todavía tengo tiempo de coserme y arreglarme.
Cuando tengo miedo me regreso a ser niña, para tenerle miedo a cosas que no dan tanto miedo, para tenerle miedo a la oscuridad en vez de al futuro.
Paso demasiado tiempo descalza y muy poco dormida. Escalo árboles pero me dan miedo las alturas.
Sigo sin entender cómo fuimos tan felices estando tan jodidos, y sigo contando las veces que mi papá parpadea cuando se enoja. Tengo la mirada perdida y mi mente no deja de buscarla. Me baño con agua fría y tomo vino barato.
Hay cenizas de cigarro entre las páginas de la mayoría de mis cuadernos, y nunca tengo plumas suficientes porque las rompo cada vez que escribo de “eso”.
Me conozco pero no me reconozco y me da miedo que me doy miedo.
Mi sueño es no tener sueño nunca y poder robarle las estrellas a la noche sin que se dé cuenta.
Quiero que me resuelvan pero sin que me digan que soy un problema.
Siempre soy la última persona en perdonarme y demasiadas veces me he pedido perdón.
Necesito saber que las sirenas existen y necesito que me digan que mi mamá se perdió con ellas.
Me puedo ir sin decir la palabra adiós pero no sé quedarme sin que me lo pidan.
Y sé que la vida es hermosa y positiva si piensas positivamente de ella, pero también sé que mi mente no fue hecha para ser hermosa.
Fue hecha para ser un desastre, caótica, trágica.
Entonces hace sentido que mi vida sea igual.
Pedazos
Sé perfectamente que estás hecho pedazos. Que no eres de esos que nacieron para ser enteros, completos. Eres de esos que nacieron para repartirse en manos de otras personas, esperando no perder ninguno de sus pedazos pero sabiendo que difícilmente podrán estar todos juntos.
Sé que hay que quererte sin querer arreglarte. Que no hay que perder el tiempo buscando maneras de hacer que vuelvas a funcionar como antes. Es inútil, como si alguien quisiera arreglar los focos fundidos de su casa, pero sin tener focos nuevos a la mano.
Sé que eres así porque es una señal de que has vivido.
Sé que tu piel está llena de abismos. Que parecieran devorarte por completo si los tocas y por eso dan tanto miedo, pero simplemente son invitaciones a aprender a volar. La cosa es atreverse a saltar y no sólo asomarse.
Sé que tus aguaceros son intermitentes e infinitos. Que no vienen con algún manual de instrucciones para saber cómo sobrevivirlos, y a veces se ahogan tus propios sueños en tus aguas.
Sé que a veces la memoria te falla. Que no fácilmente encuentras a los recuerdos que consiguieron escaparse de tus manos, pero si buscas bien, los podrías encontrar enredados en tu pelo.
Sé que todo esto te hace imperfecto. Que te hace humano, y hace que tus cicatrices cuenten las mejores historias.
Sé que te tengo que querer roto y perdido. Que no hay otra manera.
Sé que eres así porque es una señal de que has vivido. Que has sobrevivido.
Y sé que tú sabes que yo sé, y por eso estoy tranquila.
- Tres textos de Emilia Pesqueira Zorrilla - lunes 5 de diciembre de 2016