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El asesinato de Agatha Carter

viernes 20 de julio de 2018
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Primera parte
Un crimen atroz

Una patrulla policiaca llegó a la puerta del 179 de la calle Crawford poco antes del amanecer. Diez minutos atrás habían recibido la llamada de una mujer que afirmaba estar oyendo gritos provenientes del sótano de la casa de al lado. El oficial Thomas fue enviado.

Tocó la puerta por largo rato. Cuando se disponía a revisar los alrededores de la propiedad, un hombre obeso en bata de dormir le abrió.

—¿Puedo ayudarle? —el oficial dio marcha atrás.

—Buenos días. Soy el oficial Thomas. Su vecina nos llamó, dice que escuchó gritos.

—No sé de qué habla, yo no oí nada.

El oficial se quedó inmóvil analizando el rostro del hombre. Su volumen no le permitía ver más allá de la entrada.

—¿Me permitiría pasar?

—¿Para qué? —preguntó de mala gana.

—¿Puede decirme su nombre?

—Douglas Carter, bienes raíces.

Golpes se escucharon venir del sótano. Ambos hombres miraron en dirección a una puerta blanca junto a la cocina.

—Muy bien, Douglas. Sabe, es muy temprano y aún no tomo mi café, ¿sería tan amable de invitarme uno? —al ver que Douglas Carter no respondía, subió el tono—. Dentro de la casa.

Por fin, cedió. Por la calidad de los muebles y la cuidada decoración, el oficial Thomas notó de inmediato que tenían dinero.

—¿Con quién vive, Douglas?

—Es la casa de mi madre. Mi hermana Julia y yo nos mudamos aquí cuando enfermó.

—Lamento oírlo.

Thomas caminaba detrás de Douglas Carter y observaba con cuidado las otras habitaciones, pero éste en seguida lo percibió. Lo miró fijamente por unos segundos, tratando de intimidarlo, pero el oficial no mostró ningún cambio de actitud. Echaba los hombros atrás y no sacaba las manos de los bolsillos.

—No entiendo por qué está aquí. Ya le dije que, como puede notar, no hay nadie gritando. Debería revisar las demás casas.

Al momento que Douglas Carter afirmara aquello con tal seguridad y soberbia, golpes se escucharon venir del sótano. Ambos hombres miraron en dirección a una puerta blanca junto a la cocina.

—Dígame qué fue eso —exigió el oficial.

Una vez frente a la puerta, Thomas tomó la perilla y vio que estaba cerrada con llave.

—Ábrala. Ahora mismo.

—No tengo la llave de esa puerta —tartamudeó—. Mi hermana se encarga del manejo de la casa. Yo no tengo tiempo para estar preocupándome por estas cosas. Tal vez es una rata.

—Pues llámela.

—Está dormida.

—Despiértela, Douglas… o tendré que venir con una orden.

Douglas Carter subió las escaleras y su silueta desapareció en la oscuridad de un corredor. El oficial Thomas comenzó a hablarte a la puerta, y ésta le contestó; una mujer musitaba algunas palabras del otro lado de la madera que no pudo entender. Sabía que no lo estaba imaginando, había alguien encerrado allí dentro.

Habló con más fuerza, casi gritando. Nadie respondía. Se le acabó la paciencia y tiró abajo la mitad de la puerta. Había muy poca luz, pero pudo divisar con claridad la figura de una persona tirada al pie de la escalera. Cuando llegó hasta ella, el hedor a sudor y alcohol le hizo lagrimear. Escuchó pasos y vio a Douglas y a su hermana Julia parados en el umbral.

—¿Quién es esta mujer? —preguntó el oficial.

—Mary Ann, nuestra hermana —respondió Julia Carter.

—¿Se le olvidó mencionarla? —sentenció Thomas a Douglas.

Para cuando la ambulancia se llevó a Mary Ann Carter ya ésta estaba sedada y no dijo una palabra sobre lo que le había ocurrido.

—No tenemos idea de qué hacía ahí —afirmaron los hermanos—. Siempre está borracha, probablemente se encerró sola.

Julia Carter se disculpó diciendo que debía ir a despertar a su mamá y darle su primer medicamento del día. Unos minutos después corría por el corredor gritando que ésta no respiraba. Douglas y Thomas subieron a galope.

La madre, Agatha Carter, de 86 años, yacía muerta en su cama de hospital en la habitación de invitados.

Mary Ann estaba visiblemente avergonzada por no tener muy claro lo que había pasado. Su problema con la bebida ya tenía años.

Al siguiente día, el oficial Thomas pidió de favor al detective Johansson que le consiguiera una orden para que un forense de los suyos le hiciera la autopsia a la fallecida, ya que nadie lo tomaba en serio porque Agatha tenía cáncer terminal y estaba viviendo de más. Luego de haber encontrado a Mary Ann en el sótano y percibir en los otros dos hermanos un aura de complicidad, había decidido que no lo dejaría estar hasta que estuviese seguro de que no ocultaban nada.

Volvió a la casa de los Carter y pidió amablemente que lo dejaran echar un vistazo a la habitación donde Agatha había pasado sus últimos meses. Julia estaba sola y éste fingió simpatía para convencerla.

Todo estaba sospechosamente pulcro y en su lugar, sólo una cosa resaltaba en el impecable espacio: un vaso de vidrio volcado en el suelo debajo de una mesa de noche.

Al salir de allí, fue directo al hospital a hablar con Mary Ann.

—Hola, Mary Ann. No creo que me recuerde, soy el oficial Thomas, la encontré en el sótano de la casa de su madre.

—Sí —asintió, y se soltó a llorar.

—De verdad siento su perdida. No sé si tal vez quiera hablar ahora o vuelvo después.

—Está bien. Estoy muy agradecida con usted.

—Es mi trabajo —hizo una pausa—. Me gustaría que me dijera qué pasó. Una enfermera me informó que tiene laceraciones en el costado de las manos. Debió estar golpeando la puerta por varias horas.

Mary Ann estaba visiblemente avergonzada por no tener muy claro lo que había pasado. Su problema con la bebida ya tenía años. Thomas la hizo sentir segura y menos culpable. Le contó que había tenido una discusión con Douglas la noche anterior, pero que no recordaba sobre qué. Luego tenía un vacío y en seguida se vio en la oscuridad de aquel lugar sin poder salir.

—¿Qué me puede decir sobre Douglas? ¿Cómo es él?

—Douglas es un imbécil.

—Bueno, eso no es algo que pase desapercibido.

Ambos rieron y el ambiente se hizo más relajado.

—Está en bienes raíces. Bota la baba cada vez que ve un billete de cien dólares. Apuesto a que se presentó con usted como si su ocupación fuera su segundo apellido.

—Pues adivinó —suspiró—. Usted vive con su madre, ¿cierto? Me refiero… hasta ahora.

—Sí, pero desde hace tres años. Julia y Douglas llegaron hace seis meses cuando a mamá le diagnosticaron cáncer de páncreas. Yo… bueno, he tenido mis problemas. Después de la muerte de papá quedé muy afectada. Comencé a beber. Perdí mi trabajo y luego mi departamento. Me quedé unos meses con una antigua amiga, mientras conseguía un nuevo empleo, pero tenía más interés en tomarme una botella de vino en el sofá que en salir a tener docenas de entrevistas. Finalmente su generosidad se terminó y me vi en la obligación de volver con mamá.

Thomas notó que Mary Ann estaba exhausta, así que se despidió y la dejó casi dormida.

Llamó a Johansson desde la recepción del hospital.

—Thomas, estaba tratando de llamarte.

—Estaba con Mary Ann Carter. ¿Pasa algo?

—Veme en la oficina de Eric.

Eric Olsen era el forense adjunto que siempre le daba prioridad a los casos del detective Johansson debido a su larga amistad. Recibió a ambos policías y les ofreció té.

—Tu corazonada era cierta, Thomas. Agatha Carter fue asesinada.

—¿Cómo? —respondió apresurado.

—Sobredosis.

—¿De qué? —preguntó Johansson

—Sus propias drogas para el cáncer. Le ocasionaron un paro cardiaco.

Los medicamentos de Agatha habían estado siempre bajo llave. ¿Quién poseía la única copia? Julia Carter.

—No hay posibilidades de que haya sido un accidente, ¿cierto? —el rostro de una persona vino a la mente de Thomas de inmediato.

—No. Fue una cantidad enorme. Aún no sé de qué manera se las suministraron, pero lo descubriré.

—Tengo una teoría —dijo Thomas—. Hoy revisé la habitación donde Agatha Carter murió. Todo estaba demasiado limpio, ni una mota de polvo en una esquina. Pero debajo de una mesa de noche, encontré un vaso. ¿Qué demonios hacía ahí? Lo llevé al laboratorio. Pero seguramente no es prioridad.

—Iré contigo y pediré personalmente que lo examinen —dijo Johansson a Thomas.

Los resultados llegaron un par de días después.

—Dígame qué tenemos —pidió Johansson.

—Encontramos restos de jugo de naranja mezclado con drogas disueltas. Coinciden con los medicamentos de la mujer Carter.

—¿Huellas? —farfulló Thomas.

—Sólo un par. Le pertenecen a Douglas Carter.

Pocas horas después, Douglas, Julia y Mary Ann Carter eran interrogados por separado en la comisaria. Varias cosas salieron a la luz: los medicamentos de Agatha habían estado siempre bajo llave. ¿Quién poseía la única copia? Julia Carter. Luego de su muerte, Douglas y Julia heredarían todo el dinero y la casa; Mary Ann obtendría una parte menor sin derecho a la propiedad. Douglas nunca admitió la discusión que sostuvo con Mary Ann la noche del asesinato, ni haberla encerrado en el sótano, pero una copia de la llave de esa puerta fue encontrada en su mesa de noche.

Ese mismo día, la vecina que llamó a la policía contó que conocía bastante bien a la familia Carter por su amistad con Agatha. Según su testimonio, el hijo mayor era déspota y tenía una obsesión por almacenar cada vez más dinero en sus cuentas bancarias. La hija del medio, Mary Ann, era una alcohólica empedernida. Y, finalmente, la menor, Julia, estaba pasando por un amargo divorcio que la iba dejando sin recursos económicos día con día. La mujer afirmó con toda seguridad que Douglas sí discutió con su hermana esa noche.

—¿Qué escuchó, señora Modric?

—Bueno, yo tomaba mi chocolate mientras veía mi serie, no me interesa estar metiéndome en los asuntos de los demás, pero los gritos me desconcentraron por completo —dijo, con un tono de voz que dejaba ver que era precisamente meter las narices en las vidas ajenas lo que más le encantaba—. El que gritaba era Douglas. Me asomé por la ventana y vi que le hablaba a Mary Ann. Le decía que era una borracha asquerosa y que ansiaba el momento de no verla más.

—¿Por qué no llamó a la policía en ese momento?

—Porque se detuvo. Pero esa misma madrugada escuché la voz de una mujer. Casi no podía entender lo que decía. Reconocí que era Mary Ann. Me levanté y fui a la cocina y me di cuenta de que pedía ayuda con la característica voz de una persona en estado de ebriedad. Los gritos venían del sótano. Me pregunté qué hacía ahí. Los llamé a ustedes.

Una semana más transcurrió y la investigación determinó que los hermanos Douglas y Julia Carter habían sido cómplices en el asesinato de su madre. Armaron una línea de tiempo y concluyeron que Douglas había discutido con Mary Ann cercana la media noche. La disputa terminó cuando la encerró en el sótano. En algún momento de la madrugada, Julia sacó los medicamentos de Agatha y se los entregó a Douglas, quien preparó un coctel mortal a base de jugo de naranja, potentes analgésicos y sedantes. Se lo dio a beber a su madre moribunda. Ella era más fuerte de lo que parecía y no pudieron seguir esperando para echarle mano a la herencia.

Los hermanos Carter fueron puesto bajo arresto, en espera del juicio.

 

Segunda parte
La verdad detrás del crimen

Apenas unas semanas después del devastador diagnóstico de cáncer de Agatha Carter, ésta mandó a llamar a Arthur Collins, abogado de su difunto esposo y ahora suyo.

Se reunieron en el estudio a puertas cerradas. Sus hijos, Douglas y Julia, trataban de descifrar los diálogos de la conversación al otro lado de la cerradura. Su madre moriría, no era de extrañar que buscara poner en orden sus asuntos, pero al escuchar que se trataba del testamento, debían averiguar qué ocurría. Lo primero que recordaron fue a su viejo padre. Aquel hombre no cambió al hacerse rico, siguió siendo tan generoso como cuando apenas tenía para vivir. Cada mes, con religiosidad, hacía sus donaciones habituales. Si alguna vez conocía a alguien que yaciera en desgracia, se convertía en un gasto extra. En las mentes de sus codiciosos hijos, al estar al borde de la muerte, su madre tal vez querría seguir los pasos de su marido y ponerse demasiado benévola con el necesitado. En tal caso, harían lo que fuese necesario para evitar que la cantidad de dinero que les correspondía bajara una cifra más.

Antes de hacerle frente a Agatha, sus hijos decidieron que buscarían el nuevo testamento para tener conocimiento de su contenido. No pudieron encontrarlo. Pero, ciertamente, otra persona sí lo hizo.

Mientras esperaba el momento de iniciar su pedida de ayuda, bebió todo lo que pudo y escondió las botellas. En su sangre saldría la alta cantidad de alcohol que consumió.

Mary Ann cayó en un hoyo negro luego de la muerte de su padre. Nunca sintió una conexión con el resto de su familia, sólo con su padre. Iba con él a todos lados cuando era niña. Lo admiraba con pasión. Ella era más sensible que todos los demás, la creían débil y con pocas expectativas de triunfo. Pero tal sensibilidad era lo que su padre más valoraba. Al crecer se convirtió en maestra de química en una escuela pública. No era gran cosa, pero al menos no dejó la universidad para casarse antes de los veinte como su hermana Julia.

Siempre fue solitaria. Un par de amigos era suficiente para ella. Luego de la muerte de su padre, no tuvo en quién apoyarse, ya que de todos, él era el mejor. Se encerró en sí misma. La bebida la entretenía. Todo empeoró sin darse cuenta. Creía que lo tenía bajo control, y cuando percibió que no era así, fue tarde. Perdió su licencia por llegar ebria al trabajo.

Cuando finalmente volvió a la casa de su madre, ya había tocado fondo. El poco dinero que le quedaba lo usaba para estar siempre ebria. Pero ni siquiera después de una botella entera de whisky, lograba ignorar la mirada de repudio de su madre al verla borracha, sucia y miserable.

Cuando leyó en aquel documento que sólo obtendría una mínima parte del dinero que trabajó su amado padre, su ira fue incontenible. Desde ese día, no bebió una gota más. Sin embargo, siguió usando su ropa desgastada y olorosa a licor barato. No se duchó ni una vez. Su imagen de indigencia y pasividad era su carta ganadora.

Consiguió sacarle una copia a la llave del estante donde los medicamentos de su madre eran guardados por su hermana Julia. Se instaló en la cocina mientras bebía directo de la botella, lo cual, sabía con certeza, asquearía a su hermano Douglas; éste respondió dándole un vaso de vidrio de mala gana y exigiéndole que al menos tuviera la decencia de usarlo en su presencia. Sin que nadie la viera, guardó el vaso con las huellas de Douglas en una bolsa de plástico.

Pocas horas antes del anochecer del día del asesinato, Mary Ann aseguró la puerta del sótano y puso la llave en la mesa de noche de Douglas. Cuando el sol se ocultó, provocó una pelea entre ellos para que su metiche vecina la oyera. Durante la madrugada, con guantes de látex puestos, tomó el vaso de la bolsa y le dio el jugo a su madre. Estaba consternada por lo que pasaba, pero el cansancio evitó que percibiera las intenciones de Mary Ann. Dejó el vaso bajo la mesa. Más tarde, y sin que nadie pudiera verla en la oscuridad, se metió al sótano por la pequeña ventanilla que daba a la casa de la señora Modric. Mientras esperaba el momento de iniciar su pedida de ayuda, bebió todo lo que pudo y escondió las botellas. En su sangre saldría la alta cantidad de alcohol que consumió. Nadie en ese estado puede cometer un asesinato sin dejar evidencia clara.

Mary Ann estuvo en primera fila cuando sus hermanos fueron declarados culpables por el asesinato de Agatha Carter. Lloró desconsoladamente. Sus únicas palabras a la prensa al salir del juicio fueron: “Ahora, mamá y papá pueden vivir tranquilos el resto de la eternidad al saber que no volverán a dañar”.

La cláusula del testamento de Agatha Carter que decía que si alguno de sus hijos cometía un crimen perdería total derecho al dinero, favoreció a Mary Ann, quien se quedó con todo.

Andrea Medina
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