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Sancho, el bueno

sábado 22 de abril de 2023
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Llaman a la puerta pero no de una manera suave y sosegada como hace el aura a mediodía sobre el trigo maduro preparando la masa con sus yemas etéreas. Tampoco fieramente con golpes tormentosos como rayos que no acaban o pedruscos gélidos que hacen su agosto en los tejados y acribillan ventanas desnudas o golpean cerezos y dejan a los mansos tomates yertos, malheridos. Llaman, sí, de una manera firme y sostenida como hacen los humanos a medio camino entre el aura y el granizo, Abel y Caín, Quijote y Malambruno. Llaman y el panzudo de Sancho se despierta con sus ojeras de búho e intenta hacerse con el cable del interruptor, que parece un badajo en día de fiesta. En la calle una voz ronca rasga el pálido letargo de la noche como si fuera membrillo.

—Voy, ya voy.

—¡Don Sancho! ¡Don Sancho!

—Vaya unas horas. ¿Qué ocurre? Espero que no sea un flemón como el sábado pasado porque no sé nada de muelas que no mueven molino.

Sancho se dirige al ayuntamiento con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos. Su rostro serio y apergaminado vaticina una decisión difícil.

Sancho abre la puerta y un manojo de sombras dignas de un titiritero se deshace en muecas y palabras. Corresponden a un anciano canoso, enjuto y agostado como una caña vestida con mono de trabajo.

—El pregonero le busca. Quiere que vaya al Ayuntamiento ipso facto.

—¿Ipso facto ha dicho? ¿Y se sabe de qué va esto?

—Va del hijo del alcalde y su tractor.

—Vamos, pues.

Sancho se dirige al ayuntamiento con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos. Su rostro serio y apergaminado vaticina una decisión difícil pues el alcalde, con más tentáculos que una hidra, es dueño ya de casi todo y siempre encuentra ecos o soplagaitas que lo jaleen. No, señor, no ha nacido el Heracles que le lleve la contraria o lo engañe como baratero, tiene la lección bien aprendida. Basilio, el alcalde, don Basilio, iba para pícaro de los audaces pero se metió en política y se echó a perder. Iluminada, la madre de Basilio lo vio claro desde un principio. Su hijo no sería nunca como Pipón, el cojo, o Eustaquio, el bellota, gente sin nombre capaz de adornar con su epitafio una tumba u otra.

—Mi hijo será político como su tatarabuelo.

Y Basilio asentía. Sería político de pandereta o de charanga, que tanto monta.

—Sí, mamá. Seré haragán o cenutrio, lo que tú quieras.

—No lo olvides, hijo, en los discursos asiente siempre, cabecea y no te canses de cabecear. Acuérdate de aquel perrito que teníamos en el salpicadero del dos caballos.

La sombra de Tosilo, el pregonero, se dirige ahora a Sancho. Parece más nervioso que de costumbre.

—Don Sancho, se va a liar gorda.

—¿Qué es lo que pasa?

—Que el hijo del alcalde ha aparcado el tractor pegado a la puerta de la lechería y el lechero, que además no tiene vado, no puede entrar a ordeñar las vacas. Luego están los vecinos que no pueden dormir porque las vacas no las muñe nadie y además el alcalde no está porque se fue el sábado de parranda como hace siempre y además no se pone al teléfono.

—Déjame pensar. Si le digo al del tractor que lo quite me hago enemigo del alcalde que es como hacerse enemigo de todos. Si no se lo digo no dormirá nadie y además no habrá leche por la mañana. Ya puedes imaginarte lo que pasará.

—Que lo freirán a tomatazos o vendrá el manteo.

—Eso, que la leche me la llevaré yo. Ea, diles que vengan.

Dos sombras antropomorfas emergen del rincón. También llevan el ceño fruncido amén de la lengua sucia como un trapo de tanto mascullar palabrotas. Habla Sancho.

—Señores, voy a sacar una baraja. Cogerán una carta cada uno. Adelante.

El lechero se hace con un as de bastos y el hijo del alcalde con un caballo de oros. Ambos se miran incrédulos esperando las pertinentes explicaciones.

—A ver cómo os lo explico. Gana la carta más baja, obviamente. Así pues, hay que retirar el tractor y no se hable más, que hay calle de sobra. Pensad en esto: el azar lo llevó ahí y el azar lo saca. Y si alguien no está de acuerdo que se lo diga al azar que es una diosa griega, por si no lo sabíais, una tal Trinque. Yo os dejo mi baraja con más años que Carracuca para que veáis que no hay truco y, de paso, os deleitéis con ella pues es más leída que muchos libros. Mi consejo es que os reconciliéis jugando a las siete y media y así aprenderéis que es mejor no llegar que pasarse. Y ahora me vuelvo a mi camastro que es domingo y aún no he retirado el orinal.

Así hablaba Sancho, el bueno, y así gobernó su ínsula tras la muerte de su entrañable amigo don Quijote, alias “don Alonso Quijano, el bueno”, que en Gloria esté.

Aarón Andrés
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