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Nocturna

lunes 31 de julio de 2017
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II

Volveré a mi voz cuando sea su eco,
abierto anillo en la línea que persigue, únicamente
la dirección de arrastrar mi cabello a través de los surcos
me da el salto en la profundidad desenterrada del cielo,
porque no me voy pero sigo llegando incesantemente
al reverso del límite que ciega las orillas.

Volveré al tiempo tatuado en la ceniza,
naciendo como una gota en el metal, naciendo
en la escritura tornasol del vértigo,
en una hoja que gira sumergida en el polvo
rompiendo en puntos disímiles su peso sin raíz.
Y el agua antes de ser un rostro abierto que se quiebra
como una estatua de pájaros entre las manos;
el líquido antes de ser la piel que sella lo visible,
toca con su ortiga el tacto
partido de la sed y el sonido sin cara, aún yermo,
que dentro del viento repleta el mensaje.

Ahí es donde se seca la procesión trenzada de los signos,
ahí es el sendero por donde corre el sueño de pestañas que se queman,
el contacto llagado del arpista en el arpegio del vidrio:
materia descompuesta en ruedas enraizadas;
el lugar que me lanza en la cuerda ciega del rayo
hacia la composición hundida
de los dientes en la fruta del tiempo.

Dejar que el olvido te nombre el rostro desde cerca.
Entraré en sombra
a la materia en su légamo, poblador
en las hebras eternamente amanecidas de los ojos,
el humo pesado de sangre
se pega a la piel,
el humo del sacrificio con su lengua áspera entre la arena,
como una llama encerrada en la ceniza
me crece con su oscuridad profunda de alas que baten;
como la piel del río en sus rotas dagas, ciego,
contra la continuidad entre la roca que lo florece.

Caeré, pez atravesado de espuma en su contorno, mirando
a través del lino de la niebla, los ojos encendidos del aire.

Volver a la negra orilla de la silueta que no se alcanza.
Volver hacia la oblicua cicatriz del mar.

Entonces el quebrarse del puente que atraviesa
el ladrido vacío hacia donde cae la voz,
la rueda de repeticiones
choca contra un mismo tiempo en diferentes nombres
y se le agotan las raíces de la mirada
mientras escarba el aire con el pestañeo endurecido de la distancia.
Volveré a mi voz cuando el yo sea su eco,
volveré al árbol que ahonda sus brazos en la piedra sahumada
hasta quebrarlos; al grito del pájaro que se incendia,
como un émbolo en el vacío repitiendo su designio.
Repitiendo. Tirar
de los ojos lo perdido,
de las uñas hasta escribir el polen seco de la sangre,
atracción como de salto que se mira;
tirar de la lengua lo nombrado.
Porque tengo intuición de pájaro
que en la llamada grita buscándose;
tengo el abrazo de lo desecho
en los restos de infinito que me nombran sin repetirme,
golpeándose arena contra los ojos, lanzas
encendidas entre la imagen y el pulso. Puedo oler
el brillo de una gota en la selva,
en el corazón y en medio
de las escondidas vidas que la palpitan.
Volveré a mi voz cuando el yo sea un cauce de flechas enterradas,
solamente el viento roe las cadenas del mar hasta florecer el tallo del silencio.

Arranco del tiempo su fuga que sigue en lo inconcluso,
detenido en la expresión que abarca: escalera cubierta
de simulacros que no terminan de caer.
Es el sitio amarrado al remolino ciego de las olas,
es la fuente detenida de cicuta, el tacto de un leopardo
que nace desde la espuma, violento de belleza;
un sonido de espuelas que se parten
sin tocar el tambor polvoriento donde danza.

Para caminar hay que desprenderse los ojos
de la red de figuras que los apresan,
porque en este camino que no avanza no has de oír
lo que te ve pasar, las vidas que te ven nacer.
Eres un rasgueo entre los dientes,
venido desde el nunca, venido
desde todos los orígenes
como un nacer que se precipita.
Rodando en fragmentos
tienes la oblicuidad de un capullo encendido
a través del espejo que se acerca hasta cernir las orillas:
una mirada de relámpago que muere con los ojos abiertos
mientras quema el apoyo de su salto.
Ahora
el vacío es un tacto con lo restante.

Sonata de libélulas nocturna,
retorno ritmado que se trenza, dedos
que interpretan los arcos de sonrisas,
las hebras y el brillo de la sal en tu cabello
o la manera en que cae tu ropa como máscaras
de un teatro que se realiza sobre la constancia atravesada
por el precipicio de la saeta y tu piel
se toca con la piel abierta de la nieve.

Es el trance de una ola antes de morir.

Guillermo Mondaca
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