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La misma gente, por Irene García Atencio

viernes 24 de noviembre de 2017
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Irene García Atencio

Suena “Lluvia”, aunque no es La Misma Gente.

Ella sabe que él vendrá. Déjame advertirte que esto no es una crónica, quizá sea un relato. Siempre insisto en decir lo que no escribo, hasta que por fin un día sepa… Digo “día” y me resulta demasiado. Sé que al final de esta página habré escrito una carta, cuya tercera persona de la primera línea habrá quedado recluida en la esquizofrenia de pronombres.

Ella sabe que él vendrá. Por eso se apura en vestirse. Le gusta escuchar música mientras se baña. Le gusta escuchar música mientras se sienta durante largos minutos en la silla del baño, esa que recibe con su boca abierta los desechos del desayuno y par de cafés. Ella sabe que él vendrá y por eso la ropa espera tendida sobre la cama. Jeans rotos, franela blanca con estampado de un falso París, botas negras. Medias, pantaletas y tops que nunca combinan. Labios rojos. Cadena con dijes, cuero negro con amatista vinotinto. Ella sabe que él vendrá, pero esta vez no usará perfume.

Ella sabe que él vendrá y por eso se ha vestido en dos minutos. Ambos recuerdan que quitarse la tristeza no es tan rápido como desnudarse.

Tal como lo advirtió Reina María Rodríguez, la revolución (todas las letras con minúsculas), no es más que una repisa repleta de envases vacíos. El recuerdo de un par de splash Victoria’s Secret (prefiere el azul claro), la memoria de una crema que la acompañaba desde su mudanza, el envoltorio de algún jabón. En fin, la revolución es una repisa de envases vacíos y esquinas oxidadas. Sin embargo, él vendrá. Ella se baña rápido, mientras La Misma Gente canta “Lluvia” y recuerda que las personas son como las nubes. Sí lo son. Cambiantes, deformes, conformes, cúmulos en forma de estiércol. Las nubes son la estación de un tren; son el tren. Quiere ser la protagonista de Sunrise.

Ella sabe que él vendrá y por eso se ha vestido en dos minutos. Ambos recuerdan que quitarse la tristeza no es tan rápido como desnudarse. La tristeza pesa más que las botas negras y el jean. Pesa más que la chaqueta de cuero, pesa más que el estampado de un falso París. Ella sabe que él vendrá y por eso viste ligero. Irán a los clubes de todas las ciudades que tienen el mismo mirador de Fruto Vivas, se asomarán al gran balcón de la ciudad y atravesarán todos los puentes sobre lagos o charcos, no importa. Hay un pequeño puente al terminar la cuesta. Cantarán las canciones de Fito y Cerati mientras atraviesan los túneles hacia Maiquetía. Ella sabe que él dejará pasar el avión de despedida. Hoy no habrá despedida. —Nos vamos a La Guaira. —No tengo traje de baño. —Nos bañaremos desnudos. Arriba el sol, abajo el reflejo de cómo estalla mi alma. Ya estás aquí y el paso que dimos es causa y es efecto. Cruza el amor… Yo cruzaré los dedos. Al final, no ha sido una página. Los pronombres son formas de manifestar la coexistencia del deseo y la realidad. ¿Cómo se representa al escritor en Venezuela? Escritor y papel en blanco. La hermana quiere que escriba sobre la diáspora del siglo XXI, quiere que escriba cómo se sintió cuando la supo irse, quiere que escriba cómo se despidió Manuel antes de mudarse a Chile; luego Carolina. Quiere que empiece en el 2010 con Maya, describiendo la bufanda fucsia que llevaba en su cuello. Luego Verónica (aunque ella siempre vuelve, hasta que un día ya no).

Yo sé que él no vendrá. No conozco el desvío entre Maiquetía y La Guaira, porque no nos desviamos. Habríamos visto nuestro avión sobrevolar La Guaira.

Quiere que les cuente cómo Carlos tuvo los cojones para irse y hacer su vida junto a Marian en otro país, con otra mascota y otro otoño, donde los países no se caen. Quiere que escriba por qué no se despidió de su hermano, aun sabiendo de su exilio.

El escritor frente al papel en blanco y una República por construir. La patria no es el hombre, muchacho. No lo es. La patria es la abstracción de un poder que se ejerce sobre el otro; un poder emocional, psicológico, empático, demagógico. No me jodas, Alí. Yo estoy escribiendo esto porque no me bañé, no tendí la ropa sobre la cama y no me vestí. Yo sé que él no vendrá. No conozco el desvío entre Maiquetía y La Guaira, porque no nos desviamos. Habríamos visto nuestro avión sobrevolar La Guaira, tendidos en la arena y esperando un par de Destilo. Entonces les habría contado que de regreso había cola, tranca, plantón, potes de una revolución vacía atravesados en las calles de Caracas, Mérida, Maracaibo, Trujillo, Barinas. No, en Barinas no hacen plantón. En Barinas no hay basura qué quemar, porque no hay desechos. No hay desechos porque no hay comida. En Barinas matan gente, quitan la luz y matan gente como en Guayana. La patria no es el hombre, Alí. La patria es Fahrenheit 451 incinerando las posibilidades de un país. La patria son las metras perforando cabezas de jóvenes que luchan por una cotidianidad distinta. NO ME JODAS. Nadie lucha. La gente se atraviesa, quema cauchos; los policías se arrechan, lanzan bombas. La guardia tranca el viaducto y él no puede llegar.

Nada es real. Estoy sentada en la sala del apartamento. Dirección: planta baja, calle 33 entre avenidas 2 y 3. Miro hacia la ventana y espero que él asome su nariz y alce una bolsita de verduras que le pedí para terminar de hacer el almuerzo. Saldríamos a comernos un helado de Mimo’s y unas galletas de Sussy’s Cookies (en Mérida no hay Sussy’s Cookies). La ciudad donde yo vivo no es la ciudad donde tú quieres que esté.

Ella sabe que él vendrá. Está lista. Se toma una selfie y espera impaciente que él escriba: Estoy afuera.

Mi casa es una casa con olor a madera; un día sabrás llegar.

Irene García Atencio
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