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Poemas de Leire Escalada Cebadero

lunes 11 de diciembre de 2017
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Tarde, muy tarde

Hoy la noche llegó tarde.
Y los pájaros se escondieron
detrás de la Luna.
Y su plumaje sombrío
se fundió con el duende de la noche.
Era tarde, muy tarde.
Y los grillos no salieron a cantar
a las estrellas,
y yo no me entregué a la noche
y me dispuse a soñar entre aullidos y tormentos.
Era tarde, muy tarde.
Y deconstruí el cielo de la noche
y uní mi voz a sus letras
y ellas se unieron a mi garganta,
pero las rayas de mi mano
se sabían erguidas
y ya era tarde para escribir
lo que yo llamo poesía.

 

Metamorfosis

Danzan como delirios
en las copas mutiladas
de los árboles en invierno.

El viento toca una sonora sinfonía,
abriendo las cortezas de los árboles
crea así su melodía.

Los frutos caen con crudeza
sobre la nieve que enfría
las raíces de sus madres.

Mi hijo recoge los frutos
y los trae a casa.
Algunos tienen oquedades
de las que se advierten
gusanos como serpientes, y otros,
se pudren por el mismo viento
que abrió las heridas de sus árboles.
Las manos del viento pueden estrangular
el fruto si no se emplean en la dirección
correcta.

Puedo ver cómo lloran debajo de su
semilla. Yo también lo hago.
Cierro los ojos y me veo en sus entrañas.
Siento que soy ese fruto
cuando escribo poesía.

 

El olvido

Las palabras que salen de mi boca
no crean poemas,
recuerdan tu figura esbelta,
como mosaicos
recrean las piezas
y a pocos pasos de ti se funden,
se hunden,
porque dejaron de ser barco
en el mar agrio de mi memoria.

 

Naufragio

En mi sueño imaginé que era barco
y navegaba inconsciente de mi naufragio.
Cuando la tormenta empezó nunca
escondí mis velas,
¿acaso lo que podía sacarme de allí era lo que iba a hundirme?

Primero fueron los truenos,
pero éstos no me agujerearon como el granizo, sólo intentaban advertirme.
Luego empezó a encabronarse la mar,
y el oleaje partió los mástiles.

En proa una niña alarga su mano
para tocar las olas
que manchan de sal su mano.
Ya no recuerda las palabras que tocó
y su madre le regaña por estar en un barco que nunca le perteneció.

El oleaje me volteó en medio de la noche,
siempre le oculté mi nombre.
Por suerte, los golpes continuados
de la ventana impulsados por el viento
me despertaron.
Ese “¡PUM, PUM, PUM..!”
retumbaba en mi cabeza
con saña,
con vida propia.

Habría deseado que ese sueño fuera real,
ya que la verdadera tempestad empieza
(cada noche en mis poemas)
cuando tu figura,
lenta y silenciosa,
navega por el recuerdo de mi memoria.

 

Extraños

Acto primero.
Cuarenta individuos de raza negra
se aventuran en el mar.
Una mujer aprieta la mano de su marido,
le mira y dibuja en su rostro la muerte.
El tiempo cae como arena encerrada
en una cápsula.
Asisto a un espectáculo de caída libre
en el mar de la incertidumbre.

Acto segundo.
Un grito desde el fondo
desvela el silencio de los árboles
y sus hojas se retuercen
detrás de sus raíces
buscando asilo en otra garganta.
La furia de las olas se levanta
para llevarse el grito,
pero yo no me lancé a salvarlos,
sólo contemplaba su sombra en el fondo.
Un pájaro dibuja candados en mi mano.

De repente, el silencio que susurra
la culpabilidad del mar.
El agua se torna negra,
como si un petrolífero
hubiera derramado su interior
y la blanca espuma
abraza la orilla de los muertos
en su cuerpo.

“Ya van doscientos treinta y cinco y todos se resumen a uno”.
No siento dolor,
mi cuerpo es exterior,
contempla el espectáculo desde lo ajeno.
“Lo ajeno”, la delgada línea que me diferencia de esa cifra.

Último acto.
Ahora la silueta de los siniestros
en el mar,
sus voces
en otras gargantas.

 

Niñez

Duermo en cada instante de la noche
apagada
por sonrisas recónditas en ninguna parte.

Miro a lo lejos y el lirio blanco de mi niñez mantiene firmes sus raíces al suelo,
llega el temperamento de la noche y lo agita, me agita, con ímpetu y crueldad.
Pierde sus pétalos.
Prefiere desflorarse a arrancarse de la tierra.
Yo no soy como el lirio:

duermo en cada instante que las manos de la muerte han palpado
y no despierto.

 

Náusea

El recuerdo del pasado no volverá
y tus lágrimas se convertirán en cenizas
entre mis manos.

La esperanza deambula perdida
por un cementerio de versos exhaustos.

Mi hermano llora con ellos.
Su infancia no le permitió llorar antes.

Mis pies se funden
junto al recuerdo de su inocencia
y las manos me sirven para sollozar
aquello que me fue arrebatado.

Mi hermano sigue llorando.
Él llorará por siempre.
Y tendrá las uñas pintadas de rojo
y la boca seca,
y las manos húmedas,
que servirán para calmar la sed
de otros que viven con los pies fuera de la náusea.

Leire Escalada Cebadero
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