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Poemas de Atila Luis Karlovich

viernes 5 de abril de 2019
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Oda del esmeraldo

(Miconia squamulosa)

en medio de la espesura
del antiguo monte
crecían abundantes y desmelenados
los tunos esmeraldos,
humildes arbustos de sabiduría edénica.

la nervadura acródroma,
el trazo libre y perfecto,
la doble faz de sus hojas cuerosas
estamparon filigranas indelebles
en los nudos de mi memoria.

el verde repleto,
el rutilante agridulce
de sus bayas montunas
(facéticos jardines de luz vegetal
que sabían a las piedras de muzo),
han sido acicate y vaticinio
que aún inunda los inciertos recovecos
de mi alma palatal.

su estampa
de mata arisca
esboza fondo
a mis quimeras más escurridizas,
a las últimas cosas que me falta soñar.

 

Bosquejo heráldico

toc, toc…

¿quién toca al portón del castillo?
¿quién bate afanoso la aldaba?

ahé, soy yo,
el del rocín huesudo
y la adarga quebrada.

soy yo con mis blasones y mi panoplia.
soy yo y la gata rampante
que maúlla abismos
en campo de lirios,
soy yo y el solariego gallinazo de las alas hambrientas,
soy yo y la anaconda clueca
que me abraza hermana
y me regurgita
sobre las fauces esperantes de su camada de basiliscos,
soy yo con mi cabeza hachada bajo el brazo
como los cefalóforos de diocleciano,
soy yo y, en gules, el cuervo bicéfalo
que grazna
tiempos feroces que fueron,
grises tempestades que vendrán,
soy yo y, en púrpura,
mi amiga, la luna artera,
soy yo y mis ojos que he perdido en el mar,
soy yo y el comején de los años
que me horada y me refleja.

soy yo que soy mi árbol arrancado,
soy yo y a mis cuestas la muerte,
siempre pronta,
indistinta,
en cuadrante de sable.

 

Buenos Aires en julio

buenos aires en julio,
esdrújula montaña rusa,
bosque encantado
de princesas exangües
y noctívoros en kermés:
hojas caducas,
el neón de los bares,
las rosas más negras,
amargores y circunstancias,
palos borrachos que suspiran en desflor.

de chaquetilla de luces,
siempre íngrimo,
el príncipe cabalga
atajos y andurriales,
golpea la pampa que aflora montaraz
por entre los asfaltos,       
circunda ceremonial el obelisco obsceno
y sorbe hastiado la grima de los cabarés.

en su bayo de crines negras
recoge la huella de los destierros,
la mueca de los que se quedaron,
la traza de los difuntos,
la sombra del perro que lo sigue
obstinado,
los desvaídos pasos del lobizón.

a la hora de la mengua
desenvaina
y enfrenta
la bestia nocturna
en un callejón.

rezuma el alma hendida:
un hilo de púrpura pulsante
irruye la corraleja
de los charcos invernales.

buenos aires en julio:
la sangre que cae gota a gota,
los años corridos,
el río ausente,
garúa,
poco más que
derrota final.

 

Palinodia de Odiseo por Calipso, su amante

naufragio tras naufragio poseidón me arroja a ogigia
y mi nave embarranca en los brazos de la abscóndita ninfa.

en la isla del gozo,
a buen resguardo de las tempestades
y las acechanzas de la muerte
encuentro paz y refugio en sus nacaradas cavernas,
me solazo en sus compasivos ojos de nereida celosa,
me enredo en el exquisito sazón de sus brazos de ama de gruta,
me aherrojo a sus piernazas hembrunas
y yazgo desterrado en la suculenta urgencia de sus carnes,
remansos coralinos cubiertos de talofitas,
donde acontece melancólica y lúbrica
la salina purulencia del mar.

pero calipso tras calipso repito mi fracaso:
ahogado por demorar oculto entre las delicias,
y arrepentido del afán de partir hacia el acaso,
la lloro y me lloro
mojando de lloro las arenas de nuestra mutua desaventura.

y entonces me lanzo abrupto
y en frágil balsa
me desato,
me desquicio,
me recorto a la mar
que es azar y abandono,
obstinada memoria.

 

Jepírachi

(Desierto de la Guajira, Colombia)

con dedos de mar
los alisios artesanos
entretejen
hilos azules y dorados
sobre tu piel morena,
alborotan
con airado susurro
las aguas de tu jagüey.

dichosos
cuando caemos
enredados y cautivos
en el chinchorro
que el viento urde
bajo la enramada.

ojos, alas, pesares
que revolotean
luciérnagos
la noche entera.

el dividivi que nos enseña,
combado,
el árido camino
de los vendavales.

y la luna que nos aguarda,
patria arcana,
allá donde desembocan
las andaduras del desierto.

 

De derrotas y brevedades

nada
más mortal
que la carne en la carne.

con perentoria fanfarria avanzaste
sobre los polvorientos resquicios de mi alma.
fue tuya la victoria
y el deseo desplegó
sus presurosas alas
para derrochar una vez más sus ritos compulsivos.

en las primeras horas
resonaban epitalamios,
persistía
la pompa engañosa de los apetitos,
se lucía
la florida arquitectura de los cuerpos en lidia,
y vibraba
la caligrafía de los propensos corazones.

sí, era el colmo del verano,
y tu savia corría
melosa por mis venas.

pero pasaron las horas,
y los ardores se hicieron
polvo y tapia,
frío viscoso
en mi carne y en la tuya.

ahora cae la noche.
nadie escucha en la piedra los quejidos.
sólo los alados diositos del amor
reconstruyen afanosos los derroteros del deseo
y lloran desconsolados
las silenciosas derrotas de la carne.

nada
más breve
que la carne, mi amor,
nada más escaso
que el amor,
mi amor.

Atila Luis Karlovich
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