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Cuatro poemas de Salvador Zambrana Gutiérrez

viernes 17 de enero de 2020
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Bilogía romántica

A H.R

I

Yo que creí burlar el inexorable y brutal
poder del Amor
heme aquí
C o n d e n a d o como la piedra a ser piedra
como la flor a ser flor.

Tú que sobre todos los hombres
me elegiste a mí
vasta e inimaginable sensación elevada
a la potencia del corazón raudo:

Mirada, gesto, palabra
Así un secreto ceñido a los labios

¡Oh! Las líneas de tus manos como un epigrama.

 

II

Hay días en los que aborrezco mi sobria existencia.
Días que son para mí un espejismo,
pero no hay noche en la que no te vea
como un pensamiento que, de pronto, olvido.

Días y sin aviso se cae la casa,
se incendia, y a empezar de nuevo
desde el jardín hasta la puerta de entrada.

Al menos te di:
Un pedazo del mar.
Un poema de amor.
Un libro.

 

Managua City Blues

I

Poseído y ebrio al fin explayo en todo
lo idealizado por el hombre, hasta ahora,
y principalmente, en la incertidumbre
de vivir en duplicidad, entre otros yo.

 

II

Mientras envejezco, con esto
la poesía,
me enviajo a través de sus lindes
hacia la expiación de una infinitud mayor
que son los tres rostros del alma
invadida
donde se esconde ante los ojos del mundo
ante los ojos tristes y miserables del mundo
el verdadero Dios.

 

III

Todos en exilio terrenal
………..excepto yo
que vivo exiliado en mi propio cuerpo.

Mi espíritu se hace trescientos años más joven
mientras el tiempo pasa con su pretexto
venidero.
He reencarnado, quizá, y hasta haya muerto
suficientes veces ya,
como para lapidar
con un centenar de nombres
distintos cementerios.

 

Epitafio

Cuando llegue el día en que nos falte el aire
y la luz ya no entre a nuestros ojos
mas sea la tumba la que nos aguarde:
por favor, no tengan piedad de nosotros.

Dios orgiástico, que bien lo sabes todo,
desde mis más simples errores
hasta cada uno de mis logros,
te imploro que no me perdones
cuando forme parte del aire
y mis ansias inmortales sean una con el polvo.

Ni ella pudo perdonar,
si fue su culebreo de serpiente
y su sonrisa atrayente y lasciva,
mi condenación por morder
de esa manzana podrida.

Y cuando llegue el día, y la hora
en que mi pecho crepitante ni al respiro asista,
cuando mi garganta en hosquedad suelte
el último clamor ya sin saliva,
cuando me silencie para siempre
delante de la muerte que se avecina,
sobre el desgarro de mi pobre alma,
ahí, en un ataúd abierto dejaré
estos versos que serán los restos de mi vida.

 

La habitación oscura

Hay telas en las esquinas,
chivas por doquier,
papeles en el piso,
y un bonsái en la pared.

Hay una sombra sigilosa,
que al marcar las tres,
propicia en el aire
un aroma a hiel.

Desasosegada me vigila
con su risa que rechina,
se acerca a mi oído
a decirme: ¡ven!

Pero el alba al renacer
adosa consigo la aureola,
extinguiendo los entes
que deambulan sin formas.

La noche es cómplice de la locura
como cuando cantan los gallos
y aúllan los perros,
al marcar las tres;
como la sombra de la habitación oscura
que se acerca a mi oído
a decirme: ¡ven!

Salvador Zambrana Gutiérrez
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