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Y sigue brillando la Luna
Poemas de Carlos Castillo Quintero

lunes 4 de mayo de 2020
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Selección: Gabriela Rosas

De Y sigue brillando la Luna
Incluido en Ab imo pectore, antología personal (Caza de Libros, 2010)

Oficio de difuntos

Para Pablo Enrique,
mi hermano.

I

(Yuto, Chocó, Julio 28)

Y si recogieras tu voz cristalina para preguntarme
—madre querida— qué hay de nuevo por estos días,
tendría que contarte que como bestias seguimos arando en la niebla
preparando la tierra para la desolación.

Te diría que tu otro hijo, en una tarde desdichada
perseguido por el agua triste de los condenados
con una moneda atravesada en sus labios se fue a un país lejano
olvidando la tristeza de su corazón
que dejó extendido como una roja luna sobre la cordillera.

Y no tendría aliento para contarte
que en esta casa que hiciste con tus manos
arribamos a la noche y sin molestarnos por cambiar los tendidos
nos recostamos en el mismo lecho en donde nuestras mujeres
copulan con los asesinos.

Pero tú no preguntas
—madre querida— porque ya estás muerta,
y yo no quiero contarte para que no sufras
no te digo nada de este cielo torcido del porvenir.

 

II

Puede suceder que apenas acallado el combate le veas bajar
cabalgando sobre su muerte como sobre una yegua salvaje,
con su cabellera mecida por el viento montaraz
y rumor de agua resbalando en sus dedos.

Y que te salude con la fuerza del que custodia la noche,
y la luz promisoria que sólo sus ojos podrían a pesar de las lágrimas.

Quizá no comprendas entonces que sobre su piel, la irredimible tristeza,
como la salmuera oculta en los senos de las muchachas,
le ha despojado para siempre de sus afanes.

Y de seguro vas a repudiar su humilde manera de entrar en el crepúsculo
con su leve inventario de amortajado,
renunciando para siempre al hogar, al lecho, al pan,
a la herida de vivir que ya no asedia
porque para ti también todo ha terminado,
ahora, cuando apenas enmudece la sombra,
y te ves bajar por el frente de tu casa
cabalgando sobre tu muerte como sobre una yegua salvaje.

 

De Piel de recuerdo
(Ediciones Maldoror, Tunja, 1988)

III

Tal vez nuestro amor
No era más
que otro requisito para el olvido.
Sin embargo,
aún siento la rosa de hielo
que se deshizo en nuestras manos.

 

IV

Seguramente
cuando comencé a recordarte
aún no habías partido.
Tal vez son cosas de la tristeza.
Eso pienso
mientras te veo tejiendo
un poco más allá de mi soledad.

 

De Burdelianas
(Editorial Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, UPTC, 1994)

Burdeliana XIII

A Gustav von Aschenbach

1

Arribaste pronto
Para la agilidad de los ojos y la piel.
Sentí tu enorme presencia poseyéndome,
intimidando mi cuerpo con palabras-sabores-palabras
que me recorrieron hasta hacerme tuyo.
Llegaste cuando apenas comenzaba mi sol interior
y te recibí confundido y noble, como un perro
ante el pan nuevo que le ofrece un nuevo amo.

 

2

Me gustabas ensimismado sobre la playa de mi cuerpo
y solo,
resueltamente solo en tu corazón.
Y tus labios besaron la apetecida muerte
mientras deshacía en el mar mi cuerpo de rapaz
y penetraba el cercano rumor de las olas.

 

De Rosa fragmentada
(Ediciones Cempred, Cámara de Comercio, Duitama, 1995)

Ulteriores explicaciones

Te escribo
para dejarte ver que no te vas,
no así de fácil.

Pues no basta
Con recoger la piel y partir,
No es suficiente
Acomodar abismos
Cuando todavía queda el riesgo
De un verso, una palabra que no te deje ir,
Que te ponga en letras de molde
Y no te deje mover
Para que quedes atrapada
En tu desamor.
Una palabra escrita
que quizá pueda más que el amor mismo
que no supo retenerte.
Te escribo, como trampa de ermitaño
Que le pone nombre a cada sombra
Para conversar con la ausencia,
Como con alguien conocido.

 

Catorce

Mi carne y mi corazón por tu carne abrazados.
Arthur Rimbaud

Sin la luz necesaria a tus labios
ni el tono de voz que corresponde

Sólo con el lenguaje cifrado de tu cuerpo
que brota del aroma de rosa fragmentada.

Sin certeza alguna,
regresa la ruta de tus manos
sobre mi piel,
y el abismo de aferrarme a tus labios,
mientras llueve por dentro.

 

De Estación nocturna
(Premio Universidad Metropolitana de Barranquilla, 2002; incluido en Ab imo pectore, antología personal, Caza de Libros, 2010)

Bajo la luz titilante de una estrella moribunda.
T. S. Eliot

1

La noche es una fiera.
Escondido tras los lentes oscuros
quiero evitar el fuego que surten
las faldas de las mujeres,
la del lunar, sonríe, es casi una niña
terrible, voluptuosa
transita por la calle perfumada.
¿A dónde vas?
A ninguna parte.
Y a pesar de la ducha fría,
la carne no olvida.

 

2

Una morena de senos enormes
juega a lanzar un niño al aire,
una y otra vez,
hasta que no vuelve a bajar.
El hombre vestido de torero, espera,
“No significa nada si no tiene swing”
dice, y el niño sube más y más.

 

3

Atrás, la iglesia cerrada
donde el sacristán oficia con vino puro
que toma del extraviado
recostado en su lecho.
Pájaro remoto sorprendido por el vacío
cuando aún no rebrotaban
sus alas.

 

4

Tras la puerta la imagen de un santo llora,
la música atrapa su llanto
y se lo lleva con el resto de sombra.

 

5

Perder un reino, dejarlo,
cambiar de ritmo,
olvidar tu fotografía en el muro
con un alfiler en el pecho, desnudo,
atravesado como por descuido.

 

6

Me abandono en la estación nocturna
con una mujer que ríe,
bebe de mi soledad y ya ebria
me muestra una cicatriz en el muslo
recuerdo de un capitán de navío
al que todavía espera…
Se tiende
y sus ojos reflejan la luna roja,
“Venga”, dice
me dejo tragar por su cuerpo de ballena
y pienso:
Qué más da otro poco de abismo
cuando de ti
nada me queda.

 

Saga de los amantes

Para que en inmortales los convierta el cielo mentido.
Jorge Gaitán Durán

I

Se entregan y olvidan
—los amantes—
que ella aguarda.
Mira los cuerpos
y suave los palpa,
por la habitación camina
recoge el desorden de ropas
las modela y sonríe
mientras escucha
promesas de amor eterno,
respira en el hombro
de los que se aman
y olvidan
que se impacienta
la paciente muerte.

 

II

Cruzan la noche
guiados por el rastro
de la serpiente.
Deshacen
la falleba de sombra
y franquean el umbral
al paraíso.

 

III

Las pieles
enardecieron el apetito
de dioses imberbes
que acudieron.
Pero el amor, fortalecido,
les hizo huir
por la noche lluviosa
y sin faros.

 

IV

Cuando la medianoche
permite que el alba se aproxime.
En su corazón
el amante oye una voz
oscuro presagio
que al amor condena.

Entonces
a pesar del alba
a pesar de la fatiga
busca al amado
a su tibia piel entredormida
y prosigue
la ronda nocturna.

 

V

El amado
contendor que ignora
el arma que usa,
ve con asombro
el rostro fatal, herido,
del amante que lo mira.

Perdido duelo, irremediable,
el del amado.

 

De Sin el azul del día
(Premio Ceab 2007; editado por la Secretaría de Cultura de Boyacá, 2008)

Octaedro

I

Quisiera hallarle utilidad,
un destino, a mi mano sin ti.

 

II

Y el amor que se hunde, se asfixia, se muere
en el gélido mar de la ausencia, su cadáver…
¿Sirve para alimentar a los peces?

 

III

La música va por la habitación, se desliza,
a palos de ciego te busca y regresa,
triste, sola, la música…

 

IV

Voluptuosa, abierta a la piel que acecha,
ebria, con una luna nueva en el pecho,
bella e inútil esta noche en la que no estás.

 

V

¿Qué caminos has ido a recorrer
de los trazados en las líneas de tu mano?

 

VI

Quizá otro deambule por el macramé pétreo de la casa,
y tropiece, sin hilo, sin brújula,
sin atreverse a consultar el mapa del cielo.
Quizá también huya del espejo y se crea, como yo,
único dueño de tu laberinto.

 

VII

Y si una tarde en un cruce de caminos, en una calle alguien te roza.
Y si ese roce casual te detiene,
si te miran y miras, si naufragas en esa mirada…
¿A dónde mi ruta?

 

VIII

No interesa ya, la extensión del paraíso.

 

De Camino a Spoon River
(Inédito, 2018)

Regreso a casa

…………Camino.
…………Pronuncio tu nombre y mi boca es vacío,
un abismo que no es tu nombre.
…………Y sin embargo la noche te reconoce,
te llama.
…………La noche tiene memoria de ti.
…………La noche sabe que tu cuerpo es mi casa.
…………Que lo fue en ese único instante de felicidad.
…………Camino.
…………Pero no hay camino para regresar a ti.
…………Sé que el tiempo no existe,
lo sé porque ahora mismo estás aquí, conmigo,
y no lo estás,
y está la primavera.
…………Tu amor fue perfecto,
como el Titanic.
…………Amor al que ya no le quedan botes salvavidas,
ni caballitos de mar.
…………Camino.
…………Busco una casa que ya no existe.

 

Epitafio

…………Aquí yace su cuerpo, solo.
…………Él, sigue muriendo en ella.

Carlos Castillo Quintero
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