
Pasa el río entre las columnas que sostienen
parte de la noche bajo el puente;
se desliza, divide y fragmenta en múltiples
cursos —agentes de un ejército de sombras
a la zaga de algún concepto oscuro
engendrado en el trastorno. Se tensa el arco
del puente cada vez más contra la noche
—a esa hora no habrá cuerpo que lo atraviese—;
fluye en cambio por debajo la corriente
de incontables, ignoradas cartas y misivas
dirigidas con justicia por remitentes,
sin encontrar destino. En hileras la luz
de los postes alcanza iluminar
el breve paso del correo fluvial
en su curso nocturno río abajo.
……..Sobres cerrados y lacrados
de remisiones nunca recibidas,
tintas corridas por el agua,
la humedad de viajes sin arribo:
noticias, promesas, intenciones
mantienen continua la corriente,
la desmemoria del sinsentido.
También sucede durante el día
que la sensación creciente de un fluir
toma por sorpresa al caminante,
quien transita con la muerte por callejones.
A medida que se desplazan, escalas de grises
del blanco al negro la delatan.
Surgen vagas formas, siluetas nacidas
de sí mismas, salen a las calles hipnotizadas,
ebrias de bruma opaca: el polvo las confunde
con su materia vana, las engaña.
*
……..No dejan detrás de sí las calles
ni esquinas transitadas:
a medida que el caminante y la muerte
se trasladan, van quedando en la memoria,
de resto se desvanecen (tal fue la suerte
del antiguo tranvía).
Bastará el menor destello
para errar el cruce y caminar
en la improbable dirección opuesta,
la del eco de sus pasos.
Primero sentirá quedarse detrás,
poco a poco sentirá quedarse más atrás,
luego habrá desaparecido;
entonces ya no será él sino su sombra:
un sueño oculto
tras la esquina donde duerme
ese desconocido morador
de qué otro tiempo, sabrá Dios.
A la noche del vivir
arrojado,
noche de sí mismo
al amparo
de aquella identidad
opalescente;
más clara y familiar
en ocasiones
que otras en que se abisma,
una sombra
atravesada en la vigilia.
……..Puebla una muchedumbre de siluetas,
colmando la escisión, la pérdida de vista;
desconocidos rostros siempre en formación
asaltan el campo de la mirada; es el caos
siempre nuevo e inesperado, tan visible
como cambiante y sin aviso, que esquiva el rastro
de todos los que se buscan a sí mismos
inadvertidamente en torno a la espiral,
gravitan hacia su centro siempre descendente.
Todo encuentro ocurre al mediodía.
Se puede ir entonces en contra del sentido
de la corriente abismal; a contraflujo,
si no se repara demasiado en direcciones,
se puede arribar a las afueras de la ciudad.
Allí la tierra es un campo baldío,
guijarros y pardo verdor se mezclan,
indiferencia, contraste, retazos
de asfalto desprendido, con oxidadas
tuercas y pesados jirones
de concreto. La tierra desnuda y seca.
Vago rumor,
allí no hay diálogo que valga;
no existe fuga
más allá de los linderos;
tan sólo se da la espalda
y desanda de vuelta al destierro.