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Tres poemas de Francisco Miguel Vera Cervera

viernes 18 de septiembre de 2020
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Ni el mundo. Ni la voluntad. Ni tú. Ni yo.
Nada es el resultado de la perfección.
Nada es uniforme. Nada es sistemático.

Somos lo que queda de las ruinas que quedaron,
los hijos del Amor y del odio,
de la debilidad y del ímpetu,
de la sangre que llora la Guerra
y del aliento de dos labios pegados.

Somos la maldición de los que sucumbieron
y la Gloria de los que mataron.
Los átomos que formaban aquella vieja estrella.
Los misántropos que la observaron mil años.

No somos nada de lo que ellos creen,
somos tan sólo un árbol.
El árbol del caos eterno.
El árbol que quieren cortarnos.

 


 

La Poesía es la mayor manifestación de pasión
y la Filosofía la mayor muestra de lucidez.
Pero, ¿qué sucede cuando se unen ambas
en un solo hombre, débil y mortal
y frágil en cada paso que hace vibrar su corazón
ingenuo y blasfemo, como es el de todo hombre?
¿Nace entonces un loco, o un genio?
¿Un alma débil y furtiva
y noble en su inmensa estatura
que se alimenta de las pasiones marchitas
y que a las pasiones conserva por siempre
en el temible fuego de un hálito eterno?
¿Nace un sabio, o un amante?
¿Un ególatra, o un filántropo?
¿Un niño, o un hombre
enfermo de verdades y enfermo de Amor,
la más enfermiza de todas las verdades?
¿Un maniático asombrado y distraído
con la capacidad de un joven para observar
y con la de un anciano para juzgar lo que observa?
¿Nace el buscador de la Verdad,
capaz de alejarse de sí mismo
para hallar una relativa respuesta?

¿El que cada mañana despierta airado
con una duda golpeando su pecho
y destrozando lo más profundo de sus pulmones?
¿Un ser sediento de conocimiento?
¿Un espíritu que sucumbe ante su rostro?
¿Un valiente que no retrocede?
¿Un cobarde guiado por la Belleza efímera?
¿Un Dios, o un Misántropo?
¿Un Soñador, o un Demonio?

 


 

Tengo que irme de ti.
Me lo han dicho las noches solitarias,
el Silencio, las Estrellas y mis lágrimas.
Incluso viejos sentimientos ya olvidados.

No olvido todavía
el calor que desprendía este lugar
al derrumbarse la tarde en el horizonte.
Ni cómo nuestras sombras bailaban
al compás marcado por una vela.
Ni cómo sonaba una melodía
que era silencio indiferente para otros.

Pero hoy este lugar está frío, maldito, disperso,
y fuera los árboles tiemblan y se estremecen,
y la lluvia estampa su odio en la tierra marchita,
y la luz se arrodilla ante el verdugo y su miedo.
No puedo permanecer aquí dentro.
Hoy tengo que salir.

Francisco Miguel Vera Cervera
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