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Cinco poemas de Carlota Figuerola

viernes 24 de febrero de 2023
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La belleza

Cómo ignorar este tiempo
de invierno;
lo gris, la opacidad de los días sin luz
quebrados por la niebla.
Los árboles desnudos, como esqueletos al aire,
el hielo de los sentidos más opacos,
más funestos.

Cómo olvidar el sentido del tiempo sin bonanza,
de las horas más planas, de los silencios turbios,
de las miradas muertas.
Cómo omitir las lágrimas que brotan sin final,
ni esperanza, ni anhelo.
Las rutinas más secas.

Las gotas en el asfalto
insistentemente monótonas,
que, al caer, nunca encuentran verdor.
Aquel ruido permanente, rítmico
del tráfico. Los aromas sin sangre,
a sustancias indefinidas, yermas.

Es el tiempo más constante, el transcurso
sin gozo ni pena.

Las tardes de diciembre,
la vejez mirándome fijamente
desde un rostro agrietado
con las cuencas de piedra.
Un perro flaco, temblando bajo la espina curva,
sus ojos tan amargos…
El espacio tan grande, incierto, apagado, baldío, incógnito,
todo él, frío, sombrío.

Cómo ignorar
en el infinito dolor de la lasitud,
en la balanza de las horas más tristes:
LA BELLEZA.

 

Ayer

Ayer
pedía a la vida
mil desenlaces.
Era todo infinito, como nada lo es
hoy.
Veía crecer la hierba
en el parque
y nunca se detenía.
La muerte no era opción,
era un cuento inventado,
como una fábula más
entre tanto misterio.

A mis quince años, huyeron
como una nube
las estrellas.
Me dio la mano y nunca más me ha dejado.
La tierra ya
no sólo era vida. Era negra.
Era la sangre dañada,
tan terrible
de los antepasados,
a los que conocí solamente
desde un marco de sombras.

Pero esto fue ayer…

Ahora ya ni me encuentro
y la imagen que me devuelve
el espejo que me rodea
no tiene futuro, ni historia,
ni guion, ni escenario,
ni mirada siquiera.

 

Ningún amor

Ningún amor se olvida,
ni el primero, ni el segundo, ni el último…
ni el dulzor de manzana temprana,
ni el regusto de aquella almendra amarga
entre el puñado;
ni el amanecer que desvela
de la más oscura noche,
ni la luna más roja,
ni la paz más candente,
ni la guerra más corta,
ni la calma más huérfana.

Ningún amor se olvida.
Permanece letárgico
como visión entre sombras
observando la nada,
todo él ingravidez.
Ni opacidad ni luz,
ceniza de humo, espacio prohibido,
palabras estancadas.

Ningún amor se olvida, no.
Pero no vuelve
físicamente nunca.
Cómo no vuelven los sueños
cuando la luz nos desvela,
aun queriendo rescatar
la oscuridad benévola.
Ningún amor se olvida,
las pesadillas no se alejan
ni que el sol las deslumbre.

Cuando se cierra la puerta
sólo quedará un eco
y un paisaje detrás
de luz o de tinieblas.
Pero no vuelve, no.
Nunca.

 

Rincones invisibles

Las estaciones…
Las luces
y esos colores rotos;
los azules, los sienas
teñidos de sangre, un día
que apenas sí recuerdo.
Tanto amor, tantas prisas
por encontrar salidas,
para empezar caminos,
para olvidar barreras.
…Y esas melodías
apenas perceptibles,
deliciosas,
que de pronto acababan
dejándonos inánimes.
Tantos besos a las vías
de trenes sin destino
ni regreso.
Y el viento que soplaba
llevándose,
en remolinos frenéticos
nubes de arena y vida.

Y mientras tanto,
allí,
protegidos, expectantes,
detrás de nuestras puertas,
como si nada,
ocultos
para siempre
rincones invisibles…

 

Espacios

Desafiando espacios
entre luz y oscuridad
por la vía marcada,
temiendo tanto al silencio…
buscando límites.
Transitando por murmullos.
Espacios marcando espacios
salvajes, dolorosos,
heridas luminosas.
Horizontes sin flores,
sin magia.
La locura es aquello,
perder el norte, el silencio
total.
La maravilla
de la amplitud infinita,
sin términos
de tiempo ni lugar. El reto:
no ser más prisioneros del color,
de los espacios, de las voces…

Desertar de la vida.

Carlota Figuerola
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