

Poemas de Country Club
Luys D’ Ariel
Poesía
Editorial Averso Poesía
Granada (España), 2023
ISBN: 978-8412664027
108 páginas
Surdelta Country Club
Hablan de lo que ha sido el día, del cura,
de la acequia sucia, del huraño de al lado…
Ramón Andrés, Los árboles que nos quedan
Tan sólo fueron dos años, pero con eso basta
para escribir este humilde panegírico.
Mis experiencias en el country club
quedarán en los anales del asombro.
Marta “Gogó” Martínez, “Rifle” Castellanos,
la chanta y el amante de los ripios.
Una fue presa por malandra, otro por evadir impuestos.
Uno dice que es mujer para cobrar subsidios,
otra quiere incendiar el mundo.
Todos son dignos de evocaciones,
incluso los que se fueron al otro barrio
dejando deudas al consorcio.
¿Cómo olvidar a “Matusalén” Rodríguez,
a la “Muñeca” Razzetti, a “Atómica” Boyé,
al envidioso, a la idealista, a la explosiva?
Vivirán para siempre en mi memoria.
Uno se divorció y se quedó sin nada.
Otro dejó el taxi y se hizo motochorro.
Uno rompió el armario y abandonó a su familia.
Otra se operó los pechos y se cayó al vacío.
Una sale con su paraguas, aunque haga sol.
Otra se queja de los que toman mate.
Otra escribe diatribas y poemas
contra la resurrección de Cristo.
Una ejerce el poliamor y no escarmienta.
Otra escarmienta al que cree en el amor.
¿Cómo olvidar a Whitman, el porrero,
a Lorena, la fisio o a la “Brujita” Perón?
Todos deambulan en mis recuerdos.
Con ellos compartí momentos inolvidables:
riñas, fiestas, amistades peligrosas,
diversas formas de evadir impuestos…
¿Dónde estará Lucrecia, mi compañera de risas?
Aunque se fuera con “Chocolate” Andrade,
¿será feliz en el gimnasio, habrá dejado de beber cicuta?
Desde Madrid, donde el cocido me retiene,
les deseo lo mejor.
Oda a Surdelta
Yo me parecía a Freddie Mercury.
Yo era uno de tus vecinos, Surdelta,
quizás el menos importante, pero el más agradecido.
De entre todos los countries de Buenos Aires,
we are the champions, my friend.
Dejame que te recuerde cosas.
Iba a tu golf los sábados temprano
y los domingos al tenis. En eso te fui muy fiel.
Ah, y los paseos por el río, ¿quién me los quita?
En su laberinto verde, me parecía a Teseo
buscando a la piba Ariadna.
Hoy me parezco a Yul Brynner en El rey de Siam.
Para las fiestas de Saint Patrick
nos pincharon contra el Covid,
a muy pocos contra la envidia.
Pero hablemos de mis viajes.
Cuando cumplí los veinte, fui a los médanos de Erfoud;
entonces supe
por qué las noches brillan más en el desierto.
Vi sitios maravillosos con personas interesantes.
Me picaron casi todos los insectos: padecí malaria,
fiebre amarilla, dengue, fiebre del Valle del Rift.
No me hizo falta la tse-tsé
para tener la enfermedad del sueño.
Dicen que era igual que Humphrey Bogart
cuando fuma en Casablanca.
¿Pero a quién me parecía en realidad
cuando porreaba en Fez?
Me robaron todo tipo de ladrones
y anduve todo tipo de caminos
con letreros caídos o arrancados.
No obstante, fui feliz. Acaricié los perros de Estambul
y me trajeron suerte. Acaricié las chicas de Bangkok
y me trajeron sífilis. Cuando viví en El Cairo,
un gato maravilloso se hizo Dios y me salvó del SIDA.
Incluso de las momias con mal sueño.
Ya en Manchuria, los caballos me llevaron a Mongolia,
donde comí carne de yak y un exquisito gambir.
Tiempo después, me bañé en el Niágara
y me paseé desnudo en Central Park.
Yo sí que di la vuelta al mundo,
a mí sí que el mundo me dio vuelta.
Pero de todos los lugares que conocí tú eres mi predilecto.
Porque en tus noches se pueden contar estrellas (de cine).
Porque en tus calles
se palpa una emoción muy fuerte.
Y esa emoción me recuerda
a los mates que cebaba mi mamá.
Macedonio Hernández,
fabricante de cemento
Estaba harto de su vecino. Reguetón a todas horas,
agujas en el oído, golpes en la cabeza, gritos.
Le habló educadamente, se lo pidió por la Virgen.
Pero nada.
No había forma de bajar los decibelios.
Infinidad de veces lo pidió, por las buenas, por las malas,
“por lo que más quieras”. El hombre, tanto insistir,
prometió moderarse, pero a la noche siguiente
volvía a las andadas.
Macedonio se quejó al consorcio. Puso innúmeras denuncias.
Comenzó la guerra. Cuando venía la policía,
los ruidos se detenían. Al marcharse,
se caían las paredes. Lo estaba volviendo loco.
Un mes más tarde, dejaron de oírse ruidos.
Una paz, diría que aburrida, reinó, de pronto, en la zona.
“Se habrá marchado a su país”, supusimos.
“Ahora puedo pegar un ojo”, confesaba Hernández.
“Estarás contento”, respondí, “prosperaron las denuncias”.
“Eso parece”, celebró, frotándose las manos.
Días más tarde, el “Pájaro” Cantero apareció en el río.
Lo habían estrangulado y llevaba tapiadas las orejas.
Como era asesor de un narco, la causa
se cerró sin diligencias.
Si bien, en un principio, sospechábamos de Hernández,
ninguna prueba pudo incriminarlo. Sólo esa paz bendita
de quien duerme como un bebé.
“Atómica” Boyé,
especialista en autoayuda
¿Por qué me dejé abatir por los cambios hormonales
y me fui pudriendo en mis propias lágrimas,
como Roxana Plath,
la antigua novia de Eduardo, cuyo cuerpo acabó en el río
comido por los peces? En el informe decía
que se había suicidado, pero todos sabemos
que la mató el amor.
¿No era acaso una señal que, por aquel entonces,
leyera vorazmente a Alfonsina, Pavese o Paul Celan?
Imaginé mil formas de acabar mi vida
incapaz de imaginar una razón
para seguir viviendo. Desde arrojarme al río
como la Wolf,
con mi abrigo lleno de piedras, hasta tomar pastillas
como Alejandra…
¿Por qué, después de tanto darle vueltas,
decidí dejar el sexo y el alcohol
para centrarme en mi presente con la ayuda inestimable
de El monje que vendió un Ferrari?
¿Por qué no matarlo a él, sí, a él, que me dejó
por esa perra faldera?
En vez de eso, me aferré al ahora,
meditando cada diez minutos, desarrollando
autocontrol y resiliencia.
Y así, seguí leyendo libros de autoayuda
hasta quedarme ciega (dicen que por glaucoma).
¿Pero por qué seguí leyendo? ¿Por qué seguí leyendo,
cuando hubiera sido más fácil cerrar los ojos y olvidar?
¿Y por qué mis ojos, que ya no ven,
miran sus fotos siempre?
Atardecer en Country Club
Los murciélagos giran en torno al alumbrado
y los carpinchos, que atrajo la pandemia,
dejan claros en la hierba de los parques.
De vez en cuando se oyen los disparos
y el olor a pólvora y a muerte huye ensangrentado el río.
El viento del litoral sacude mansamente las acacias
donde he ido a tomar algunos mates y a pensar.
Hay humo pobre en la cabaña del gendarme
y una cumbia insidiosa maltrata mi silencio.
La estrella que me protege se encuentra encima de Pólux.
Se llama Mía. Junto a ella, veo pasar meteoros
en dirección a otros mundos.
El tiempo es un cometa que pierde fuego por la cola.
Y cuando cierro los ojos, oigo croar al Covador.
Una garcita blanca se confunde con las nubes
mientras los caranchos giran alrededor de un tero.
Hace un viento muy lindo y la calandria suspira en el
jacarandá.
Y yo vigilo los astros. Y yo vigilo los astros
y les cuento mi secreto.
Dicen que la vida comenzó ahí afuera.
Y que, si uno se concentra, siente el eco del Big Bang.
El chalet de las bellas durmientes
Pasaría la noche en un sueño insondable.
Kawabata
En la avenida del Golf hay un chalet solitario,
con una farola roja que se enciende por las noches.
Es la casa de las bellas durmientes.
En sus habitaciones, el sueño y el placer se mezclan.
Y es cierto que, cuando se franquea su portal,
el silencio es absoluto.
A tenor de las teteras de hierro sobre braseros de bronce,
yo diría que es la mansión del té.
La dama que me atiende habla sin mover los labios
y sirve con parsimonia.
Nada hace pensar que mis deseos
puedan desparramarse lentos
como el aceite sobre una espalda desnuda.
Entro en la habitación de al lado.
Como si estuviera muerta, una chica sobre la cama.
Nada de ropa.
Su aspecto es oriental (uruguaya, seguramente),
su cabello largo y renegrido.
La piel recuerda mucho al satén de seda
que compraba mi madre.
¿Qué me ha traído hasta aquí? ¿La desolación del viejo?
¿La oleada de soledad?
¿O fue la pulsión morbosa de ver dormida a una mujer?
Sus pómulos y sus labios resplandecen de inocencia
junto a la luz del velador. Por un momento,
parece que sonríe, que está feliz.
Su respiración es pausada, tranquila;
sus senos, bellamente redondeados.
Pero mis labios, que lo besaron todo,
son incapaces de rozar los suyos.
¿Qué edad tendrá la niña? ¿Por qué pagar así
el precio de su inocencia?
Elogio de Surdelta
Es hermoso vivir en un lugar alumbrado por las estrellas.
Es hermoso vivir en un lugar donde los brazos del río
te abrigan y te protegen. Es hermoso ver en tu vecina
vasos de oro y de plata.
Es hermoso argüir con Dios como un hombre
con su prójimo.
Es hermoso tener un vecino cuando tu hermano no nació.
Es hermoso ver a tu vecina en una hamaca y decirle:
“La pereza es pecado”, y que responda:
“Pero la envidia también”.
En Surdelta amamos a los carpinchos.
En Surdelta tenemos conciencia social.
Nadie desprecia a los pobres. Nadie detesta a esos bichos.
Pero parece innegable que su lugar es otro.
Por ellos y por nosotros, habría que exterminarlos.
Es hermoso compartir la vida con la gente rica.
Es hermoso que no haya mates en la calle.
Ni yerba tirada al suelo.
Soy consultora, una mujer normal,
pero tengo códigos de estética.
Los carpinchos arruinan los jardines.
Los materos arruinan el paisaje.
Y los desharrapados el glamour.
Me gusta ver nuestro lago sin gronchos ni reposeras.
Ya sé que no es gente mala, pero viene de barrios pobres,
visualmente nefastos.
Es hermoso vivir con gente como una.
Es hermoso escuchar a Bach y no esa cumbia villera.
Una no invierte un millón de dólares
para oír semejante infierno.
¿Acaso no era este el cielo prometido?
La auténtica riqueza de los ricos
A orillas del Luján, sobre las aguas tranquilas
que brillan como un espejo de azogue,
me figuré lo siguiente: “El roble es la robustez de Juan,
aquellos juncos, la flexibilidad de Marta,
ese ceibo es la belleza de María.
Y esas ‘barbas de viejo grises’
recuerdan a don Paolo.
Y aquella estela de patos, al andar tanguero de Juan.
Y aquel aliso de río se mueve como mi Wanda.
Y aquel sauce tembloroso llora como Karina.
Y aquel quebracho es noble como Pedro Weissman.
Y aquel jacinto de agua me recuerda al cuello de Laurita.
Y aquel hermoso pecán es rico como los labios de
Hortensia.
Y ese pato se acicala como Alejandra.
Y aquel zorzal bullanguero canta como Carlitos.
Y esa calandria mojada…”. Sí, todo lo que me rodea
son mis amigos,
mis amigos entrañables de Surdelta.
Viven en mis oraciones,
andan en mis recuerdos, en mis sueños toman mate.
Ya lo decía mi vieja: “Nadie está solo en la vida
si sabe quién lo acompaña”.
Estudio Jurídico Surdelta,
Piglia & Fogwill Abogados
Mi viejo luchó en Malvinas. A pesar de las medallas,
vive olvidado en una silla de ruedas.
Yo lucho en la calle cada día
contra los gurkhas de la piolada y el “sálvese quien pueda”.
Por suerte, hago de “che, pibe” en un bufete de abogados.
Me tratan bien, pero la paga es poca.
Mi viejo está contento y me anima a acabar la secundaria.
¿Pero en qué momento si termino reventado?
Además, está la mujer del jefe, que es odontóloga.
Siempre me escapo a verla al consultorio cuando acabo.
Si no fuera por el socio principal, ese gordo
depravado y asqueroso,
todo andaría sobre rieles.
A veces me hago el sota cuando me pone la mano
sobre el hombro.
Su mirada perversa me recuerda
al barón Harkonnen de Dune.
Hace días que no sabemos nada de él. Supuestamente,
se había ido a Méjico por negocios.
Seguro que andará divirtiéndose
en alguna zona de tolerancia.
Esta mañana, el jefe se encerró con dos matones
y ahora hasta le tiemblan las manos.
Yo no pregunto nada, mientras me pague puntualmente
y me atienda la odontóloga.
Pero la odontóloga no me atiende
porque dice que el otro se está avivando.
Sé que le dio una biaba.
Viendo a mi padre, lo dejo estar,
nada de heroísmos inanes.
Hoy ser héroe es de boludos.
Matás a un chorro que te dispara
y encima vas a la cárcel. Así estoy bien.
No me meto donde no me llaman.
Si hago la vista gorda es porque veo a mi padre
puliendo sus medallitas, que venden por veinte pesos.
Así estoy bien…
Aunque me mate trabajando, así estoy joya.
Mi vida ahora mismo es un sueño.
y no quiero despertar.
- Poemas de Country Club, de Luys D’ Ariel
(selección) - domingo 8 de octubre de 2023