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Tres poemas de María José Irigoyen

lunes 9 de octubre de 2023
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Muerte perpetua

Aún en el ruido de la felicidad
echo a andar la vaga ilusión
de la prematura muerte
Deposito en el hueco descerebrado
la idea de alcanzar serenidad incinerada

Al menos en el más aquí
sigue igual como allá de triste
del lado de Creonte que espera en la barca
atento de ver quién ahora montará

El fuego consumidor de ahora
no es más que un simulacro
de lo que está por venir
siento angustia y pena
aún en el ruido de la felicidad
aterrizadas son las horas en las que apenas existo

Lo pienso siempre, estas piedras
que llenan la cabeza hueca
no hacen más que pensar en ella

Puntos negros nublan mi vista
y el fuego que apenas existe
sigue siendo un simulacro
de la muerte perpetua.

 

Huesos secos

Reinvento el plano en el que estamos
cayendo en la adicción de seducirte
una y otra y otra vez
y si acaso una vez más
Reinvento los lugares
esta vez propongo sean oscuros
uno donde los muertos están, así nos recordaremos
hasta en el limbo con el refractario
bailoteando entre llamaradas como
lo hicimos en el sueño de una noche de verano

Sorprendeme que, de lo placentero, no me resisto
Tenés prohibido seguir un mismo guión
Quitate el disfraz de santo, descalzate y movete
sé impuro, sé vos con tu oscuridad en dimensión
dejá a la trompeta llorar, derretí la indumentaria
perdé tu quejido de lamento, en otro más intenso y travieso
quejate y sollozá del gusto que yo te acurrucaré en los pechos
regazo de mi ser, claustro maternal, útero y refugio
Para que nunca sufrás más, al menos
nunca de angustia
ni de ganas
ni de pena
El rito nuestro serán estas tierras desmoronadas
que se deslizan tranquilamente
para enlodarnos hasta el cuello
Esas ropas movedizas que se hunden
y salen a poco
dentro de una fosa a la media noche
Caldeando de este a oeste
aguados entre espinas y
hojas secas talvez dolorosas

Mi anhelo es quedar fríos en el descanso eterno
y vengan a nosotros de una vez
a terminar de sepultar
estos restos que son ahora
huesos secos.

 

El perfume de la noche

A Antonio Flores

Se me ha echado la noche encima
y el aroma de tu perfume
se ha quedado en toda la habitación
Desnuda, despavorida se abre la flor
Navego ante los deseos que me llevan, me arrastran y palpitan
cada vez un nombre, un nombre que huele
Me respiro el oxígeno fragante de tu olor
que encierran las paredes
La embriaguez de mis huesos mojados
que buscan y te buscan como mimos
en su palpar imaginario
Tirada entre telas con mi gargantilla puesta,
quizás imitando alguna escultura griega
retuerzo el vientre que previene el ciclón
de espasmos exagerados
Y la migraña que ahora acecha en contra de mí
y los ojos retorcidos por aquel sentir
y la boca temblorosa
los sonidos que maúllan entre mí
Al menos los huesos saldrán a flote
antes de que te vean venir.

María José Irigoyen
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