El sábado 27 de abril murió en Le Havre, Francia, el novelista, ensayista, filósofo y psicólogo clínico hispanovenezolano Atanasio Alegre, quien desde 2008 ocupaba el sillón letra “Ch” de la Academia Venezolana de la Lengua.
Alegre había nacido en León (España) en 1930 y se trasladó a Caracas en 1958. En la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) se licenció como psicólogo en 1963 y dos años más tarde concluyó el doctorado en Psicología Clínica en la misma casa de estudios, para completar estudios posteriormente en Alemania. Fue docente en la Universidad de Oriente, donde además fue decano del Núcleo de Sucre, y en la Universidad Central de Venezuela, de la que fue director de Cultura.
Dirigió las revistas Video Forum (1990-96), del canal Radio Caracas Televisión, y Concienciactiva 21 (2003-2016), de la Fundación Conciencia Activa. También coordinó las colecciones Historia ilustrada de Venezuela (quince volúmenes) y Gran enciclopedia de Venezuela (once volúmenes), esta última bajo la dirección del escritor e historiador Ramón J. Velásquez.
Entre otros reconocimientos, obtuvo el premio de narrativa de la Sociedad de Autores Latinoamericanos por La caricia del lobo (1996), el premio de las bienales de ensayo de los Institutos de Cultura de Portuguesa y de Coro, el Premio de la Bienal de Ensayo Antonio Arráiz de Barquisimeto (2002), el Premio Moisés Sananes de Comunicación Social y la Orden José María Vargas, de la Universidad Central de Venezuela, en su primera clase.
Fue autor, entre otros títulos, de las novelas Sombras de tejado (1992), Las tentaciones de una señora decente (1992), Ruidos de la calle (1995), El mercado de los gansos (1999), Las luciérnagas de Cerro Colorado (2001), El club de la caoba (2004), Flores de trapo (2005), Falsas claridades (2007) y El crepúsculo del hebraísta (2008, 2018). También publicó los libros de ensayo El ojo del mundo no está en su sitio (1998) y Los territorios filosóficos de Borges, según Nuño (2002).
En 2017 regresó a España, empujado por la situación de Venezuela. Sobre su partida escribió entonces: “De Venezuela he traído conmigo la frescura de su lenguaje, pleno de humor; la tolerancia de las gentes de bien, que coincide en cierta manera con la suavidad de su clima, y la humildad que —como decía Santa Teresa (de centenario, hace poco)— es andar en verdad”.
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