La entrega del Premio Nobel de Literatura se realizó el martes 10 de diciembre con dos particularidades: la reunión en una misma ceremonia de los ganadores de dos años consecutivos y las protestas que en la generalmente tranquila ciudad de Estocolmo tuvieron lugar contra el ganador correspondiente a este año.
La escritora polaca Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962) obtuvo el Premio Nobel de Literatura 2018 pero, como se recordará, el veredicto se postergó un año dado el escándalo en el que se vio involucrada la Academia Sueca el año pasado. Por su parte, el ganador de 2019, el austríaco Peter Handke (Griffen, 1942), fue el centro de un movimiento público de protesta por su posición proserbia en la guerra de Yugoslavia, así como por su defensa del líder serbio Slobodan Milosevic.
Manifestantes con pancartas en las que podían leerse consignas como “No Nobel for Fake News” (“Ningún Nobel para las noticias falsas”) increpaban a Handke en las afueras de la sala de conciertos, donde se realizó la ceremonia, y aunque la seguridad desplegada les impidió acercarse al edificio, las protestas arreciaron en la plaza Norrmalmstrog.
El movimiento denunciaba que el escritor cuestionara la matanza de más de ocho mil musulmanes bosnios en Srebrenica en 1995. En la concentración participaron supervivientes de la masacre y varios oradores, entre los que se encontraban periodistas o médicos, relataron el horror que vivieron en Bosnia.
El efecto que produjo la presencia de Handke en Estocolmo se notó incluso en las medidas de seguridad tomadas por los organizadores.
Dos Nobel distintos
La actitud de ambos escritores, así como la recepción que en general tuvo cada uno, presentó signos contrastantes. En la jornada del 7 de diciembre, cuando ambos autores pronunciaron sus correspondientes discursos de aceptación, Tokarczuk tuvo unas palabras de extensión regular marcadas por el recuerdo de su vida y su dedicación a la literatura. La de Handke, en cambio, fue una intervención más bien corta, que incluso podría ser la más breve en la historia de los premios.
Ella sonriente y encantadora, él serio y contenido, las diferencias se notaron incluso en el tradicional banquete Nobel que se realiza en el Salón Azul del Ayuntamiento de la capital sueca: mientras que Tokarczuk cenó junto al rey y al príncipe Daniel, esposo de la princesa heredera Victoria, y sentada frente a la reina Silvia, Handke fue ubicado en la zona más alejada de la familia real.
El efecto que produjo la presencia de Handke en Estocolmo se notó incluso en las medidas de seguridad tomadas por los organizadores en la jornada de discursos realizada en la sala de la Bolsa, en la primera planta de la sede de la Academia Sueca, donde a la prensa se le permitió presenciar las intervenciones sólo de forma indirecta por streaming, algo que no fue igual con las lecturas de los ganadores del premio en otras categorías.
Tokarczuk tuvo palabras para las series televisivas, cuya influencia calificó de “revolucionaria”.
Tokarczuk ante Internet
Tokarczuk, psicóloga de profesión y ambientalista, hizo en su discurso del sábado un análisis del mundo actual, el cual intenta hallar una salida a “la emergencia climática y a la crisis política”, dos situaciones que “no son sólo resultado de un giro del destino, sino de acciones y decisiones, económicas, sociales y relacionadas con la visión del mundo (incluidas algunas religiosas)”.
Comenzó su discurso recordando a su madre, quien ya la “echaba de menos” incluso antes de que ella naciera, y que le dio “algo que antes se conocía como alma” y, por lo tanto, la dotó con “el narrador más sensible del mundo”. Aseguró que escribe “ficción, pero nunca es pura invención”, y advirtió que tiene que sentir todo dentro de sí misma, para lo cual le sirve la sensibilidad, que es el “arte de la personificación, de compartir sentimientos”.
La autora repasó la literatura y las nuevas narrativas e ilustró las conexiones ocultas entre acontecimientos, hablando de la llegada de los españoles a América. Aseguró asimismo que la codicia, la falta de respeto a la naturaleza o la rivalidad sin final “han reducido el mundo a la condición de un objeto que podemos cortar en pedazos, usarlo y destruirlo”.
Internet y su exceso de información, que no somos capaz de soportar, es cada vez con más frecuencia “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia”, aseguró Tokarczuk. En lugar de ser un sueño cumplido, la red nos “ha diferenciado, dividido, encerrado en pequeñas burbujas individuales” y creado “multitud de historias incompatibles cuando no abiertamente hostiles”.
Un mundo dominado por un Internet “completa e irreflexivamente sujeto a los procesos del mercado”, cuya gigantesca cantidad de datos no se usa para dar un acceso amplio a la información sino que sirve, “sobre todo, para programar el comportamiento de los usuarios, como aprendimos tras el caso de Cambridge Analytica”.
También en la política el exceso de información puede ser “abrumador y su complejidad y ambigüedad da lugar a todo tipo de mecanismos de defensa”, agregó. En un mundo que se transforma velozmente, “no tenemos listas las narrativas, no sólo para el futuro, sino para el ahora”, pues nos faltan el lenguaje, los puntos de vista, las metáforas, los mitos.
Las series televisivas, que han dominado las dos primeras décadas del siglo y cuya influencia calificó de “revolucionaria”, tienen a su juicio una narración que es “probablemente una de las búsquedas más creativas” de una nueva forma de contar el mundo. La autora de Las escrituras de Jacob (2014) se mostró contraria a la “comercialización del mercado literario” y también a la división por géneros de la literatura, que lleva “hacia la limitación de la libertad del autor, la reticencia ante la experimentación y la transgresión”.
La ficción ha perdido “la confianza de los lectores, desde que la mentira se ha convertido una peligrosa arma de destrucción masiva, aunque aún es una herramienta primitiva”, y cuando un lector le pregunta a un escritor si es real lo que escribe, a éste “le suena realmente apocalíptico”. Dijo que es posible que la literatura se esté convirtiendo en algo marginal frente a formas de narración, pero es la “única capaz de hacernos entrar más hondo en la vida de otros seres, entender sus razones, compartir sus emociones y experimentar sus destinos”.
Handke eludió deliberadamente tocar los temas por los que su presencia en Estocolmo fue protestada.
Handke y los acontecimientos que le dieron ímpetu a su carrera
La lectura de Handke, que eludió deliberadamente tocar los temas por los que su presencia en Estocolmo fue protestada, comenzó con un pasaje de su largo poema dramático Por los pueblos (1986) —que volvería a citar ampliamente en el discurso—, libro en el que trata temas como la familia, las raíces, el peso de la infancia y el regreso al hogar.
También mencionó a su madre —de cuya vida, tan dura que terminó en suicidio, escribió en Desgracia impeorable, de 1974— al recordar los “acontecimientos únicos” que ella le contaba sobre su familia y vecinos. Esos acontecimientos le dieron “ímpetu” a su carrera de escritor, un ímpetu que necesitaba de “oscilaciones e impulsos” que obtendría del arte, desde las películas de John Ford a las canciones de Leonard Cohen, pero, en especial durante la infancia, de las letanías religiosas esloveno-eslavas que oía en la iglesia, y de las que recitó un fragmento.
El autor compartió tres de aquellos “acontecimientos únicos”, en especial dos relacionados con los hermanos de su madre, “episodios breves, pero decisivos para mi vida como escritor”. En el primero, el hermano menor, Hans, escapa del seminario, siendo aún un niño, para regresar una madrugada a la casa familiar, donde barre sin descanso el patio hasta el amanecer, porque era sábado, el día en que se realizaba esa tarea. Ya nunca regresaría al colegio.
Un “acontecimiento” que, habiendo sufrido “una transformación natural, aparece espontáneamente, por así decirlo, una y otra vez, desde el principio en mis libros —mis excursiones narrativas, mis expediciones unipersonales”, dijo.
El segundo narra un permiso de su tío mayor durante la Segunda Guerra Mundial, cuando esconde a la familia la muerte del hijo menor en el frente, donde él mismo caería días después.
Handke terminó su discurso recordando dos acontecimientos que vivió hace poco en Noruega: el primero, con uno de sus guardaespaldas en Oslo recitando tiernos poemas de amor; el otro, ver a un joven frente al escaparate de una librería desde donde contemplaba, feliz en la solitaria y oscura medianoche, su primer libro publicado.
Fuentes: AFP • EFE • El País
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