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Cruz Salmerón Acosta y Conchita Bruzual: un amor inconmensurable

lunes 23 de enero de 2017
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Cruz Salmerón Acosta y Conchita Bruzual
El poeta Cruz Salmerón Acosta conoció a Concepción (Conchita) Bruzual cuando ésta tenía trece años.

Sólo me angustias cuando sufro antojos
de besar el azul de aquellos ojos
que nunca más contemplarán los míos.

Así reza uno de los intensos versos de “Azul” del poeta de Manicuare Cruz María Salmerón Acosta. Azul es todo el pueblo, su naturaleza acuosa y su infinito cielo; pero, sobre todo, azul es el color afectivo de los ojos de la amada.

Es amor real y verdadero; no abstraído, no formal. Salmerón Acosta no es un moderno, aunque tenga sus influencias rubendarianas. Su soneto canta lo concreto afectivo. Su expresión de amor relacional abarca el todo existencial: su madre, amigos, naturaleza y la amada. La amada destaca.

Amor concreto, pero espiritualizado, Cruz Salmerón extrae —tal vez— de Leopoldo Alas Clarín el sublime título de “Cordera” para la “niña” Bruzual, como la llaman sus familiares.

Cruz María nació —según nuestra investigación— en Manicuare, estado Sucre, el 2 de enero de 1891, y se gradúa de bachiller en 1910. En su época del Colegio Federal en Cumaná conoce a Conchita Bruzual Serra, quien había nacido en esa región el 9 de octubre de 1894 y murió en Caracas el 10 de noviembre de 1984.

La “niña Bruzual”, como la llaman los familiares, es la mayor de cuatro hermanos, única hembra. Huérfanos de padre, su madre Margarita Serra se encargaría de llevar adelante el almacén, en la esquina de la calle Sarmiento, que había atendido su marido. Concepción o Chichita vivió en Caracas, en el viejo Conde, Este 10, dedicada a tejer y dar clases de tejido, y pasó sus últimos años en el Ancianato de Los Dos Caminos.1 Los amigos le recuerdan lúcida, adornando con su egregia figura una casa llena de pájaros y de azules.

Según el mismo Cruz María, la conoció con 13 abriles. Durante esos seis años en el Colegio Federal, Cruz María estudia poco. Sueña con vacaciones en su tierra, playas y juego. Pero ahora son otros los juegos. Se apasiona por los gallos.2 Los admira porque son fieros, bellos y nobles. Conoce el Golfo. Allí navega en los pequeños buques de vela. Pasa días en casa de sus parientes en Cariaco. En la hacienda de un tío aprende a montar a caballo. Va de cacería y se ejercita en el manejo de las armas de fuego. Son estos los años en que conocerá a su eterno amor: Conchita Bruzual Serra.

En torno del año 1913, Cruz Salmerón, de regreso a Manicuare, luego de haber ido a estudiar a Caracas, enfermo del mal de Hansen se recluye en su “casita”.

En esa pequeña casa quiso —y tuvo— que vivir solo, rechazando la compañía de hermanos, amigos y de la amada Conchita. No obstante, las visitas fueron numerosas. A la simpatía natural del poeta se sumó la compra de una victrola para el baile de los visitantes.

La amada Conchita se convertirá en su amor real, su musa y su horizonte. Ellos buscaron desde el primer momento, como sabemos por los documentos, recuerdos y testimonios familiares, estar unidos ante cualquier situación o condición. Tanto que al morir el poeta Cruz María el 29 de julio de 19293 sólo falta al episodio luctuoso, contra su voluntad, Conchita Bruzual.

Allá, en la lejana Caracas, tuvo que resignarse —por imposibilidades de traslado— a no venir a despedir a su amado Cruz. Así continúa la “inverosímil” historia de un amor de setenta años de fidelidad acumulada.

Como testimonio intenso de ese amor sinigual, en el diario El Nacional de Venezuela apareció, el 3 de enero de 1942, una entrevista a Conchita Bruzual Serra, que fue republicada en el diario cumanés El Mensaje el 20 de octubre de 1976, titulada “Un amor azul envuelto en sombras”. Allí está la foto de Conchita con los escarpines que tejió para el hijo que quiso tener con su amado Cruz.

La fecha de muerte y lugar es testimonio de un familiar: Alejandro Bruzual. Conchita pasó 83 años de soltería. Muere, a los 90 años, absolutamente enamorada de Cruz.

El día de la muerte de Cruz María están en sincero gesto Dionisio López Orihuela, Norberto Salaya, el doctor Antonio Machado, Juan de Dios Gómez Rubio, el doctor Badaracco Bermúdez y el doctor Andrés Eloy Blanco, entre otros.

Ha muerto un héroe civil, el hijo amado de Manicuare, un poeta precoz.

En efecto, ya en su producción poética, iniciada a los 19 años, Cruz María toma para sí el prototipo quijotesco, pero también encarna al Sancho que, al final de su vida, muere henchido de realismo y desaliento. Cruz María es un soñador encantado por sus enemigos y por los hermosos ojos azules de su Dulcinea, Conchita.

En su magistral soneto “Azul” —como hemos destacado en nuestra obra—,4 el azul no es figura, no es símil, no es juego lingüístico. Azul es sustantivo concreto. Azul es la presencia actuante del cielo. Azul es la cumbre imponente del horizonte manicuarense. Azul es el vivo y gran mar consolador. Azul es la paz mañanera. Azul es los paisajes abrileños. Azul la tristeza y el ensueño. Azul es el color de los ojos de la amada.

El azul habla como oráculo revelador. Azul es la matriz en que nace la esperanza de que aparezca, tras el ala de una vela, la amada: Conchita. El azul, tan concreto y tactal, se besa. Se besa el azul de aquellos —indescriptibles— ojos que “nunca más contemplarán los míos”. Azul representa la exaltación de la vida del poeta a la cumbre, a lo hermoso, a la paz. La angustia sólo aparece, tangencialmente, cuando el blanco del ala amenaza con tragarse el mar cual espuma.

Así poetiza su historia de amor con Conchita en:

Mirándonos

……A la señorita Conchita Bruzual Serra

Entre tus ojos de esmeraldas vivas
te miro el alma, de ilusiones llena,
como entre dos cisternas pensativas
se ve del cielo la extensión serena.

El colibrí de tu mirada riela
sobre el agua enturbiada de mis ojos,
y de tus célicas mejillas vuela
un crepúsculo rosa de sonrojos.

Hilo por hilo la ilusión devana
y urde sueños de fina filigrana
la araña de mi vaga fantasía.

Porque creo cuando me miras y te miro,
sale volando tu alma en un suspiro
y embriagada de amor cae la mía.

Los ojos de la amada: espacio de revelación. Azul o verdes, no importa al amor profundo. Los ojos de “Cordera” no son ojos; son espejos en los que se mira el alma y el cielo sereno. La experiencia del amor, en Cruz María, es análoga a la experiencia religiosa. Amar es “mirar el alma”. Eso pasa entre los amantes. Eso hace Dios con los hombres.

Ese mirar es conocer directamente y saber de qué está “llena el alma”. La de Conchita, de ilusiones. Esos ojos-alma, como el colibrí, rielan. Uso culto, elevado, de un latinismo por medio del cual Cruz María sintetiza experiencias vitales-sensoriales profundas. Rielar es brillar trémulamente, vibrar y temblar. El brillo de la mirada es aprehendido por el ojo, mas no el vibrar y el temblar.

Los ojos de “Cordera” ya no son ojos, sino que se convierten en mirada y, correspondida por Cruz, en “mirándonos”. El amor: experiencia profunda relacional. Tan profunda, tan raigal, es la mirada que los ojos se enturbian y las mejillas se tiñen de color vital.

Esto sólo se entiende desde dentro. Esto sólo se experimenta en medio de un amor espiritual. Ese amor unió y une a Cruz María y Conchita. El amor que pedía huida y cercanía, en Cruz María, a la eterna novia. Amor que, furtiva tras una puerta, contemplaba de espaldas al amado. Purísima realidad.

En otro elevado soneto, continúa la declaración de amor sin medidas:5

Caricia postrera6

Su balandra arriba a mi ribera
lirios de espuma sobre el mar deshoja,
y luce al sol la tricolor bandera
cual una llama gualda, azul y roja.

Soy feliz cuando me habla la viajera
A pesar del pesar que me acongoja,
Y del llanto que ayer vertí en su espera
Y del que hoy aún mis ojos moja.

La tarde abrió sus múltiples pendones,
Y ante el adiós de nuestros corazones
Lloramos juntos como dos hermanos;

¡mas, me alivié al notar que ella tan mía,
era al fin la mujer que recibía
la última caricia de mis manos!

De nuevo el mar: lugar de encuentro. La balandra se acerca surcándole, tejiendo lirios y deshojando el mar. Pequeña barca adornada de amarillo. Amarillo es el color rey de la bandera amada, de los cabellos de “Cordera”, de la silvestre gualda.   

De la barca nace la viajera. Agua arrastra la barca. Agua y sal discurre por los ojos henchidos de Cruz. El azul abraza la barca y corona los ojos de Cordera. Azul se hace la tarde en despedida. Corazones rojos lloran en amor espiritualizado de hermanos. El amor verdadero es eterno. No muere. Se eleva. La caricia deja de vivir en la piel para residir en el alma de los amantes. La caricia se hace última, retirada y despedida.

La madurez espiritual porta un amor de segunda ocasión, como la siembra de inicios de año. Ese es el mundo realísimo de Cruz María. Tal es la verdad y nobleza de los sentimientos de Cruz. Tal es la metamorfosis divina de los sentimientos de Cruz y Conchita. Tal elevación es ideal y ejemplo. Ante ese ideal los ojos dejan espacio al reverente tacto.

De la tortura del amor trata el siguiente poema:

Suplicio7

Cuando vieron mis ojos tu silueta querida
acercarse a la puerta de mi eterna clausura,
me creí que volvía para mí la ventura
que perdí en los mejores abriles de mi vida.

Emoción inefable, dicha nunca sentida,
me causó la presencia de tu regia hermosura,
y tu sana alegría derramó su dulzura
en la inmensa amargura de mi alma dolida.

Ante tu despedida un dolor me exaspera;
ser para ti tan sólo un amigo cualquiera
a quien pueda olvidarse por cualquier otro amigo.

Y un profundo sollozo se me escapa del pecho,
porque en vano deseo levantarme del lecho
en que ha tiempo me angustio, para irme contigo.

Nada hay que el amor no fugue y resuelva. Yace Cruz en su lecho, yerto de cosas, pasiones y aventuras. Por ventura vuelve a la vida —Cruz— tal el abrazo de la sombra de la amada. ¡Libertad! El amor de Conchita abre la clausura del pájaro que perdió los abriles, pero no la emoción primera.

Hermosura regia es espíritu que se derrama en el alma del poeta. El tiempo, enemigo de amores, disturba el encanto real del encuentro. Ha vuelto la vida. Cruz, por sobre todo, canta a la vida.

Cruz narra su fidelidad a la vida, al amor, al sentido del existir concreto. Sollozos, deseos y angustias nacen cuando no está la otra, los otros, el Otro. A ellos pertenece el tiempo.

La historia de un amor espiritualmente límpido narra este soneto:

Veinte años

Veinte años hace ya que una doncella
que apenas trece abriles contaría,
prometióme que siempre sería mía
y me reí de la promesa y de ella.

Muy pronto la aventura eché al olvido
Por otras aventuras amorosas,
cien veces el rosal me dio sus rosas
y otras cien sus espinas me han herido.

Luego al encuentro me salió el destino,
en la senda en que dicha busqué en vano;
y ya ni una rosa más cayó en mi mano
por entre los zarzales del destino.

Mi corazón por el dolor herido,
mucho tiempo vivió sin esperanzas,
padeciendo el pesar de la añoranza,
por todos los amores que he perdido.

Y esta tarde en la paz de mi retiro,
una mujer que con asombro miro
me dice, veinte años te he adorado
y hoy que estás casi en vida sepultado,
siento que soy, mi corazón, más tuya.

Bien pudiéramos intitular este poema “poema del amor eterno”. Amor eterno, relación real perpetua, eterna, es lo vivido por el poeta y su novia. La juventud preñada de aventuras, rosas y esperanzas no liquida el tiempo perenne de un amor nacido en abriles y que es “preso” eterno del amor del otro.

Pertenecer la novia al novio no es entregarle el cuerpo, tampoco aprovechar la juventud. Pertenecer eternamente es mantener viva la promesa temprana a pesar del “padecimiento” del pesar de la distancia, la enfermedad y la desesperanza. Nada de juego de imágenes fantasmagóricas.

Cruz María poetiza, y así sublima, lo más excelso de un amor profundo y concreto. El poeta popular —y todo hombre— vive amores, pasa por ellos. Pero siempre hay un amor que permanece vivo, actual y poseído. Los vanos amores le enseñan al poeta lo serio, fuerte y permanente del amor verdadero.

Los amores que trozan la carne, como espinas, hacen presente el amor que es aceite que cura. Y no es que esta rosa del amor verdadero no hiera; es que la herida que produce es dulce.

Leamos el siguiente:

Advenimiento

Vierte entre las florestas silenciosas
un resplandor, su aparición de estrella,
y acariciando va todas las cosas
su mirada que la hace ser más bella.

A su paso deshójanse las rosas,
la luz del sol baja a besar su huella,
y hasta las mismas flores olorosas
quedan por algún tiempo oliendo a ella.8

Yo la miro perderse entre las flores,
y con la voz de todos los amores
voy a llamarla, pero me da miedo

verla venir hacia la angustia mía,
porque yo, que la sueño todavía,
quiero amarla como antes, y no puedo.

¿Qué será de la vida sin amor? Vacuidad. Eso siente el enfermo, el distante, el moribundo. Todos, alguna vez, hemos sido los existentes que encarnan ese drama. Pero Cruz ha vivido la situación límite sintética de toda esta realidad. Pero, ante el dolor, la belleza que late en los ojos del amante desdibuja todos los fondos, paisajes y sensaciones.

La figura de la amada es más que el fulgor de una estrella; su mirada, más linda que todas las florestas; su caricia deshoja rosas y rinde al astro rey a sus pies. Fallan los recursos poéticos. No hay símil posible. Las flores —¡vaya preciosismo valleinclaniano— pierden su olor y ganan el de la amada. El poeta le llama con la voz del amor. Y ella, que le pertenece, reaparece a la vista entre flores y miedo. Amor y miedo. Amor que no se deja, y miedo que ha nacido de no estar a la altura de la amada. El amor, de allí su sublimidad, está por encima de las condiciones.

El poeta, sumido en la angustia de la enfermedad, está a la altura del amor de Conchita. Miedo, angustia y sueño de amar a la amada explotan en la presencia silente, pero cierta, de la amada cual floresta. Sin esperarla, como un regalo inmerecido, la amada adviene; como de otro lugar, de otro mundo.

El poeta cree —por momentos— que su angustia es más que el amor. Pero nunca es más lo solitariamente vivido que lo juntado en el amor. Por eso grita el poeta: ¡quiero amarla!

Esperanza, tras un aparente pesimismo, es lo que canta la poesía de Cruz María. Una investigación, más allá de los fenómenos, revela tal fondo existencial.9

Y sigue la vida en:

Estrella piadosa

En mis noches sombrías una estrella
que arde en mi cielo, que de luto viste,
me hace soñar con la mirada aquella
que sólo para mí siempre tuviste.

Quiero que cuando ese astro azul destella
pienses en mí, siquiera con el triste
amor que se piensa, mujer bella,
en un ser amado que ya no existe.

Anhelo hacer de ese lucero el cirio
que arda en la obscuridad de mi martirio
hasta que el resto de mi vida acabe;
pues en su luz, que de mirar no ceso,
tu mirada acaricia como un beso
el dolor que en mi alma ya no cabe.

Ante el más inabarcable dolor, ¡la piedad! ¡El astro azul! ¡La mirada amada! Ante la oscuridad y el cielo enlutado, el poeta recibe como un don la luz célica de la mirada amada. Azul el astro nocturno: azul los ojos de Conchita.

La luz de las estrellas siempre es luz en los ojos del poeta. La mirada de la amada es amor sólo para él. Poner a la estrella como signo del actual recuerdo es poner en lo alto del cielo el amor que sostiene a Cruz María.

Hacer de luz, mirada, cielo, el cirio de Dios que arda ante la oscuridad del Martirio del “Lázaro” de Manicuare es profetizar su resurrección, como mirada acariciante, como beso, en el azul de cielo y playa. Inmensos, cielo y mar, pueden recipientar el amor y dolor del poeta. Cielo y mar son lugares de Dios.

Amor sin esperanza

Allá donde se besan mar y cielo,
la vela del navío tan lejano
finge el último adiós de tu pañuelo
que aleteó, cual pájaro en la mano.

Te fuiste ayer de mi nativo suelo
para otro suelo que se me hizo arcano,
y sufro todavía un desconsuelo,
desesperado de esperarte en vano.

A cada vela errante me imagino
que a mis brazos te atrae, o que el Destino
hacia la playa donde estoy te lanza.

De nuevo la nostalgia me tortura,
pensar en que tendré la desventura
de morirme de amor sin esperanza.

En Manicuare, y en la vida de Cruz, mar y cielo están eternamente unidos. Mar y cielo se besan en ósculo azulísimo. Pero como mar y cielo no tienen voluntad, no pueden decidir separarse. Los seres humanos, por voluntad propia o forzadamente, nos separamos.

Para los enamorados tal separación reviste un dolor insufrible, mortal. Cruz y “Cordera” se separan. Y, aunque el poeta no lo desea, no puede evitarlo ni puede correr tras la amada. Tal es la injusta fiereza del Mal de Hansen.

Una vela y un pañuelo señalan el adiós sin tiempo. Un pájaro, hermoso y realísimo símil, aletea en despedida. Cerca del corazón, sembrada en la tierra, la amada debe partir a un lugar lejos del corazón.

Querer ver, imaginar que la vela de un barco, el destino, la playa, acerquen a la amada, es la esperanza muchas veces desmentida por los hechos. Piensa el poeta: ¡tal vez mañana! Y vuelve a esperar, nostálgico, apostando a no morir sin esperanza. La esperanza no es quimera. La esperanza se funda en el amor realísimo de Cordera. Real como cielo y mar, real como el dolor de despedida.

En fin, poema espléndido que canta los vínculos humanos en tenue atmósfera natural.

Los ojos perdidos

Los dos ojos azules que yo había perdido
los hallé al fin en otra linda faz de mujer;
pero apenas mirarlos un momento he podido,
pues lo mismo que antes los he vuelto a perder.

Esos ojos celestes para siempre se han ido
como todas mis bellas ilusiones de ayer,
pues no hará la fortuna que tan mal me ha querido
que yo alcance la dicha de volverlos a ver.

De sufrir por su ausencia hoy estoy más enfermo;
pero yo me consuelo cuando pienso en mi yermo,
que después que esos ojos se apartaron de aquí,

desde el mar dirigieron una dulce mirada
a la lámpara sola de mi sola morada,
se pusieron muy tristes y lloraron por mí.

Ojos son espacios de encuentro. Ojos llaman al rostro. Perder los ojos amados es perder la vida. La tentación es frecuente: sustituirlos. Pero el efecto siempre es fatídico. Los ojos de los enamorados van más allá de la carne, de las apariencias. Sólo ojos capaces de trascender pueden decir amor. Los azules ojos de la amada, imitando al cielo, se alejan, fungiendo el firmamento.

Pero allí están, medio ocultos, fundando una esperanza, “la dicha de volverlos a ver”. ¡Profunda espiritualización del amor! Un sentimiento como este dura eternamente. Cordera esperó a Cruz más allá de la vida terrena.

Cruz vivió de su amor siempre. Por eso la seguridad ante el yermo: apartados esos ojos, se hicieron “dulce mirada” que, recogiendo agua del mar en lágrimas, se hicieron luz en la sola morada de Cruz, llorando la dulce tristeza del amor.

Mirada fatal10

Miróme ayer una mujer hermosa
y su presencia me causó tortura,
vi la herida más honda y dolorosa
que he sufrido en mi vida de amargura.
Me ha entristecido tanto como aquella
mortal tortura que sufrí al hallarme
ayer tan revulsivo ante la bella
que a mi retiro vino a visitarme.

Todo ese día estuve arrepintiéndome
de haber dejado verme11
de la hermosura aquella, y prometiéndome
por siempre de sus ojos esconderme.

Y hoy tengo el corazón más dolorido
de vivir vanamente deseando
sufrir de nuevo la mortal tortura,
de ser visto otra vez por la hermosura
que con mirarme ayer me dejó herido
y con no mirarme hoy, me está matando.

La relación amorosa todo lo empuja y todo lo corrige. El amor empuja al poeta en pos de la amada. Por amor a la amada, por no infligirle dolor o compasión, el poeta se inmola en el apartamiento.

Los ojos, su ver, son terribles: paralizan, hurgan, juzgan. El poeta —externamente desfigurado e inocente— contempla la sublime belleza de la amada y se entristece. La carne se siente revulsiva. El espíritu siente el corazón y se entrega.

Pero somos ambas cosas —carne y espíritu— y mientras vivamos debemos compartir la intensa dialéctica de sus afirmaciones. De Conchita: amarla y no poderla. Esperarla y temerla. Esperanza constante y largo arrepentimiento. ¿Quién no ha sentido jamás los intensos desgarros del corazón? ¿Quién no, el dolor de desear la hermosura de la amada y morir de imposibilidad? Esta es la grandeza de Cruz María: cantar, exactamente, lo profundo y concreto del drama humano.

Ambición frustrada

Quisiera que me amase esta doncella
que me visita con piedad cristiana,
como un tiempo me amó la dama aquella
que ya no alienta mi esperanza vana.

Que fuera yo, para esta niña bella,
el ser que sueña su alma sobrehumana,
y en cambio, para mí, que fuera ella
una novia, una amiga y una hermana.
Antes le hubiera hablado de mi anhelo;
hoy, aunque el limpio azul del cielo
de su mirada en mi ventana radie,

A callar mi cariño me resigno,
porque pienso, Señor, que no soy digno
ni de su amor, ni del amor de nadie.

Deseo de amor y sentimiento de indignidad: ambos se mezclan en el corazón de un hombre noble: Cruz María. Desear amar y sentirse amado es una ambición comprensible. Pero no depende de nosotros el lograrlo. La realización concreta del amor conduce directamente al valor y posibilidad humanas. Somos contingentes. En esa percepción, Cruz María es profundamente humano.

Más que bienes o placeres, el corazón de Cruz requiere latidos de amor. Amor espiritual, noble, elevado. Amor que produce “una novia, una amiga, una hermana”.

Amor que siente y ve el azul de los ojos amados radiar —temprano— como un sol en la oscura ventana del amado. Amor que, por límpido como el cielo, se hace secreto y resignación porque la felicidad de amor, que merecemos todos, no puede impedírsele al ser que se ama. Preferir sufrir por la felicidad del otro es la cara del más noble amor. Cruz María, en esto, es insigne ductor.12

Y en la intensa correspondencia hay fogosos testimonios de un amor sin mácula.

Muy recientemente se han publicados las cartas completas que atesoró Conchita Bruzual de Cruz María por años en un cofrecito de madera y con las que quiso ser enterrada. Gracias a Alejandro Bruzual 13 las podemos leer, estudiar y, sobre todo, comprender como lo que son: un tesoro íntimo —que el poeta no quiso que nadie más leyera— a través del cual se suma “una nueva posibilidad de lectura de su obra, un nuevo encuentro con el poeta”.14 Esas cartas, estamos de acuerdo con Bruzual, “forman una unidad cerrada con los poemas, se resignifican mutuamente”.15

Señora:

Al manifestarle mis ideas a vuestra hija presentía que dicha manifestación no iba (a) estar oculta ni por un solo instante a vuestros conocimientos, por eso al abrir la carta que Ud. me envió y encontrarme con la mía propia, no me causó sorpresa alguna dicho procedimiento; antes bien, experimenté suma satisfacción, toda vez que así conocí la nobleza de vuestro corazón y quedaban ampliamente conocidos mis propósitos.

Cuando Ud. mandó a decirme que pasase por allá antes de irme, imaginé que Ud. tendría algo que objetarme con respecto a lo ocurrido; pero como asistí a dicha llamada y hubo obstáculos para hablárseme, volví anoche, obteniendo el mismo resultado.

Hoy todavía ignoro si hay algo que decírseme, y deseo que Ud. me dé una respuesta más o menos satisfactoria.

Su aftmo.:

Cruz M. Salmerón16

El valor radical de ésta y las demás cartas es que —como apunta Bruzual— “en esta correspondencia hay elementos humanos más potentes que en su poesía”.17 Nosotros creemos que los elementos humano-relacionales aparecen directamente y el sentido vital emerge con gran claridad. Más que muestra de la “desrealización” del mundo e idealización del ser amado —como Apunta José A. Castro—,18 estas cartas muestran un mundo humano concreto, relacional, vital, que supera las prácticas literarias modernas y funda una nueva poesía popular.

La carta se dirige a la madre de la amada, con lo que se ubica y reconoce un centro vital-legal en el que Cruz María deberá entrelazarse para poder experimentar transparentemente el amor por su novia.

Al reconocer la nobleza del corazón de la madre se exalta a la hija y como hijo se entra (o puede entrar) en la familia-de-madre. Sólo quien en su vida tiene esa praxis familiar la practica y la sostiene. Cruz María es, ante todo, hijo de madre, pleno de sentido familiar.

La carta —esto también destaca— es medio para la palabra directa —sentido popular— que Cruz María necesita y busca.

Amada mía:

Si todos los dolores que me han herido durante mi vida de adolescente se hubieran juntados para caer en un instante en mi espíritu, no me habrían hecho sufrir tanto como tu carta. La amargura que destilan sus frases se ha derramado por dentro de mí como un licor de lágrimas.

Me has llamado hipócrita, desalmado; pero ni esto ni lo otro me lastima como el convencimiento homicida de que te estás acabando por mi causa y crees que experimento una como voluptuosidad de asesino refinado, viéndote morir.

Yo me consideraría dichoso si una mujer llegase hasta sacrificarse por amarme, mas no me siento capaz de hacerla padecer la menor pena para gozar con ello.

Jamás aspiré martirizar a la mujer por medio del amor. Mis amores difuntos, como casi todas las ilusiones del hombre, sólo vivieron un día. Florecieron y se mustiaron sin dejar vestigio, como esas florecillas que abren con el alba y se marchitan a la caricia del último reflejo de la tarde.

Pero ese afecto que unió tu corazón al mío nació y vive con la perseverancia y lozanía de la siempreviva que [a] despecho de la intemperie mantiene alegre sus colores entre la ruina de los follajes y aun después de tronchada de la planta y ofrendada a la menor de los extintos, todavía perdura su gracia sobre la losa de los sepulcros.

No adivino qué causa te impulsa a desconfiar tanto de mí. Desde que empezó a despertarse en mi alma ese sentimiento de adoración por tu celeste persona, tu recuerdo siempre está conmigo. Cuando, en la ausencia te soñaba mía, casi sin esperanza de que un día pudieses amarme; ni tu silencio torturante, ni las ilusiones que hicieron brotar muchas rosas en mi interior y bajo cuya fascinación más de una margarita oyó palpitar de amor el corazón de una dama, no me hicieron olvidar nunca todo el esplendor divino que se desprende de tu imagen. Después, cuando nuestras almas se comprendieron y se unificaron por el amor, y la envidia pretendió enlodarte, apareciste ante mis ojos y en mi corazón más pura y más ideal, como aureolada con virtudes que te hacía separar de las cosas terrestres. Ahora, en mis días tristes de desolación, cuando pesaba sobre mi espíritu el tormento del presidio, más que el deseo de la libertad me afligiría la ausencia de tu ser, al igual del pájaro que cautivo en la jaula deja de trinar, más nostálgico de no poder soñar bajo el ala dulce de la compañera que del aire del campo y del arroyo que por entre piedras y espinas pasa cantando los maravillosos dones del agua.

Ya ves que no debes pensar en que yo pueda olvidarte, ni borrándome de tu mente lo conseguirías, porque entonces quedarías encerrada en mi ser como la imagen de un muerto querido cuyo recuerdo nos hace una como tristeza de otro mundo, que nos hace llorar en silencio.

Volveré a tu casa el sábado aunque tenga que desatender las exigencias de tu señora madre.

C…19

Claro emerge el sentido relacional en el texto de la carta, concreción de una praxis humana. El mundo de Cruz María y Conchita está henchido de relación que se expresa —en uno de sus nudos— en metáforas religiosas. El espíritu que sufre, se amarga y derrama lágrimas como licores es el mismo que exclama en el culmen de la relación amorosa: “tu recuerdo siempre está conmigo”, enamorado del “esplendor divino que se desprende de tu imagen”. En los días de desolación —¿cárcel, tal vez?— el poeta exclama y se aflige por “la ausencia de tu ser”. Como se lee, nada hay de “irrealismo” moderno ni de individualismo solipsista en Cruz María. Aparece, sí, la naturaleza pero humanizada, vivificada. Y al final: la promesa practicada de una relación amorosa sin fin.

Cordera:

Leyendo tu última carta toda llena (de) lamentaciones y en que tus esperanzas me recuerdan esas postreras hojas que aunque amarillas, todavía permanecen adheridas a las plantas enfermas del mal de otoño, comienzo a escribirte para darte la satisfacción de que leas en mis frases cómo es de triste y desolado el estado de mi alma cuando se encuentra ausente de la tuya y, para sentir esa emoción sin nombre, mezcla de pena y regocijo, que en mí se produce cuando mi pluma te está diciendo todo cuanto mi corazón va soñando bajo la acariciadora influencia de tu recuerdo.

Jueves santo! Hoy es un hermoso día de abril y la tarde ya comienza a expirar y está tan dulcemente triste que parece verdad que se ha muerto el Señor.

Todos los colores del ocaso lucen con un tinte borroso, con el brillo apagado de las cosas que empiezan a extinguirse, el azul es desvanecido y tan doloroso como el azul de los ojos de las rubias cuando van a cerrarse por última vez; el amarillo es pálido, como el palor de esa tenuísima claridad que esparce la luz que alumbra el silencio de nuestra agonía; el rosado es menos sensible que un ligero rumor desvaneciéndose en las mejillas de una niña dormida; solo allá, en el sitio por donde el sol se ocultó, esplende violentamente una mancha roja, como si el sol al hundirse hubiera abierto en el cielo una herida, de cuyos bordes chorreara una sangre tan viva que hace pensar en aquella sangre purísima vertida en la cumbre del Calvario en sacrificio a la humanidad y da al paisaje moribundo una pincelada de una pintura del Ticiano.

En el fondo del mar inmóvil el panorama vesperal se refleja más borroso y melancólico aún, con apariencia de un cuadro antiguo que el tiempo ha ido apagando.

Pero tal vez no es la vista de este crepúsculo abrileño, que se está muriendo en mi interior y que representa el estado de mi espíritu, lo que me desespera, sino la ausencia de tu persona querida y este marchitamiento de todas mis ilusiones que estoy sufriendo en plena primavera.

En la fuga de toda nave que se aleja, en el vuelo de todo pájaro que pasa, mi pensamiento va hacia ti. Y en medio de esta desolación que me angustia me invade un ansia desesperada de tenerte a mi lado y que tus manos ideales se hundan en mis cabellos y hagan volar de mi cerebro toda idea que no me haya sido inspirada por tu ser.

Mis ojos suspirantes, mirando con una mirada nostálgica y sin fin hacia la ribera de la ciudad donde habitas, divisan apenas el velamen de una nave, cuya desaparición es tan lenta y penosa que se me figura el último adiós del ala blanca de tu pañuelo.

Soñando en esta hora de ensueño contemplo tu retrato, que tiene tu alma y ha aprendido a sufrir de tanto haberme visto llorar, y mi vida se perfuma con la memoria fragante de aquel abril de nuestros primeros amores. Quiero vivir aquella época, que no se puede olvidar aunque no vuelva, en que tú ni me conocías y yo me sentía infeliz si dejaba un instante de soñar contigo.

Ay!; por qué no moriría en mi corazón este sentimiento nunca bien expresado, cuando solo era un amor infantil no confesado todavía!…

Convengo en que hago mal con atormentarme comunicándote mi dolor, pero yo siento necesidad de tener una novia que sufra mi desgracia más que yo mismo. Perdona mi egoísmo. Corazón.

Mueran ya nuestras penas, es necesario vivir alegres a despecho de todo y confiar en que la felicidad será el cielo de nuestro Paraíso.

Termino esta carta deseando verte enamorada, no ya de mi persona, sino de mi modo de adorarte.

Tu cruz

Abril 191620

Sólo tristeza vive Cruz María cuando, en amorosa relación, se ausenta la amada. La naturaleza dice ese “lamento” y “enfermedad”. La misma que, vivificada humanamente, en Jueves Santo, muere con el Cristo.

El azul —poema en carta— se desvanece a los ojos y se duele atrapado por los párpados de la naturaleza y de la amada. Amarillo tenue alumbra el silencio. El rosado se torna rojo, como en las mejillas de la amada y en la sangre purísima vertida en el Calvario. Múltiples sinestesias que dicen de religión y amor. Relaciones puras.

Se aleja la nave, el pájaro (objeto y naturaleza), pero “mi pensamiento va hacia ti”. La desolación de Cruz le angustia y sólo se troca si tiene a Conchita a su lado. Esa ansia de tener a la amada produce una mirada eterna que apunta a la ribera donde vive la amada. Llorar, recordar los primeros y castos amores, soñar con la Cordera, sostiene al poeta, quien espera una muerte de las penas, alegría, felicidad y Paraíso.

Cordera mía:

Te escribo de nuevo y espero (que) esta carta no vaya a tener ante tus ojos el mismo valor de las demás que, entre lágrimas de satisfacción y sonrisas dolorosas, te he escrito.

¿Qué hago para merecer tu confianza? Promesas de una eterna adoración, añoranzas muy hondas, impresiones y ensueños, todo lo triste y amable que por obra y gracia de tu amor ha florecido en mí te lo he dicho en frases sentidas y en rimas que no sé de dónde vienen, pero cuya armonía corre por mi interior como el agua de una fuente oculta en el corazón de la tierra.

Con todas esas íntimas revelaciones solo he logrado desarrollar más la desconfianza que te inspiro, sin embargo nada de mentira hay en ello.

Puedes jurar que las palabras que te dije la otra noche fueron broma y nada más, y como tales has debido tomarlas, pues te lo manifesté muchas veces; además, tú sabes que yo no debo, ni puedo engañarte.

Cuando casi me diste a entender que preferías la muerte de mi amor a la pérdida del cariño de tu amiga,21 no tuve valor para romper nuestras relaciones ¿cómo voy (a) hacerlo ahora que no hay motivo?

Convéncete, niña, de que aunque yo le hiciese la corte a cien hermosas mujeres y lograse ser amado de todas, ninguna alcanzaría de mí lo que tú, ninguna podría como tú hacerse dueña de mi corazón. Así en la floresta anegada en luz plenilunial, todas las flores sonríen oyendo el canto del ruiseñor, pero es sobre la corola fragante de la rosa que viene a caer el rocío cristalino del gorjeo del pájaro del cielo.

Tampoco debes temer que yo vaya a dejar de unir mi suerte a la tuya a causa del mal que sufro, pues tengo la convicción de que no has de quebrantar las cadenas de mirtos y rosas que nos atan por el temor de padecer el infortunio de perderme en los primeros años de nuestro matrimonio; sino que has de resignarte a recibir mi alma en mi último aliento, mientras tus manos cierren dulcemente y para siempre mis ojos nostálgicos que han de llevar a la tumba la poesía arcana que desciende de los tuyos como una claridad del azul.

De todo lo que alcance en mi doliente
Rimar, nada disipa mis pesares,
cómo saber que guardas mis cantares
dentro del corazón y de la mente.

Nada! Ni haz de laurel para mi frente,
Ni la gloria que miro en mis soñares,
Cuando, bajo los ósculos lunares,
Dormir en él mi corazón te siente.

Cuando al fin del vía crucis misterioso
De este vivir que sufro, sin reposo,
Quede mi sangre en polvo convertida,
Mucho de mí conservarás si aún vives
Porque esos versos que en tu ser escribes
Tienen algo de mi alma y de mi vida.

No quería escribirte y lo he hecho en prosa y en versos, prosa del corazón, versos del alma.

Adiós,

Tu cruz22

“Cordera mía”: relación y mutua pertenencia. Promesas y añoranzas sólo nacen y terminan en el amor real. Amor verdadero que se hace fidelidad y promesa en símbolos de mirtos y rosas, o en el más excelso y propio símbolo de Cruz: te amaré hasta que “quede mi sangre convertida en polvo”.

Cordera:

Amanecer de primavera! Nace este día de mayo con el encanto y alegría de un niño que despierta de un sueño de rosa entre un lecho de flores.

La aurora hace brotar del alma de los seres y de las cosas una como apariencia de felicidad que se empieza a saborear. El sol estralla23 el espejo ondulante de la mar en donde las gaviotas gritan su hambre en derredor del pelícano, cuya leyenda triste y heroica tiene la virtud de un sacrificio materno.

Mi alma siente necesidad de expresarse contento de esta hora, con la misma alegría y naturalidad con que canta el pájaro y se entreabre la flor.

Estoy solo, pero todo lo armonioso y encantador que me rodea hace que piense en ti y me da la ilusión de que estás oculta en este cuadro de la Naturaleza. En todo sonido que se produce creo oír algo de la música de tu voz: en el vuelo de la brisa, en el gorjeo del ave, en el beso de la espuma, y el rayo de sol que se deshila en las cumbres me hace recordar aquella tu cabellera que cegó el hado, como un haz de espigas tempranas, y en donde desaparecían mis manos acariciadoras y que ya la suerte tornó insensibles para la caricia y a quienes la misma suerte dará fuerzas con que yo pueda, un día, alzarte florida de azahares, hasta el trono de Dios a recibir la bendición nupcial.

Me siento feliz pensando que tú lo eres y no quiero ni soñar que se mustian en silencio imaginando que no podré ser tuyo.

Si notas que mi expresión escrita lucha por ser triste y no alegre como yo quiero que sea, ello no es consecuencia de ningún dolor disimulado sino de la fuente de lirismo que por dentro de mí está corriendo sin cesar.

Por sobre mi cabeza pasa un vuelo de pericos que desgranan en el aire risotadas de alborozo; la bandada de pájaros se posa y puebla las ramas desnudas de un árbol seco que por un instante verdea, como si hojeara por última vez, bajo el beso tibio de la luz matinal y el aliento fragante de la Primavera.

No trates de adivinar la analogía que existe entre ese árbol y el estado de mi ser y acuérdate de que soy un soñador que sabe fingir los más crueles dolores, pero que no ha aprendido (a) amar la fealdad.

Adiós. C.

Mayo 20. 1916.24

En medio de los más fuertes rigores e “infortunios”, Cruz María no perdió nunca la alegría —sentido popular— ni se ausentó en una reclusión huidiza. Primavera, como un niño, de encantos y alegría.

El sol pare pájaros como la madre hijos en su sacrifico heroico. Cruz expresa, en síntesis relacional, su contento (humano) “con la misma alegría y naturalidad con que canta el pájaro y se entreabre la flor” (naturaleza). Fusiones vivenciales en que aparece claro que “estoy solo”, pero todo lo que me rodea “hace que piense en ti”.

Y he aquí la genialidad y la “popularidad” del maestro Cruz María: en todo sonido: tu voz, la brisa, el ave, la espuma y hasta el sol que se hace sonora espiga dorada en el cabello de la amada.

Otro régimen sensorial poético. Sonidos, voces, palabras. ¡Ya nunca más imágenes y fenómenos visuales! ¡Poesía nueva! Sonidos que llaman tacto. “Mis manos acariciadoras” se hacen nuestras eternas nupcias. Radical sentido popular hecho cumbre en los amantes.

Cruz se siente feliz por la amada y sueña en mudo silencio la imposibilidad de un amor no espiritual.

Cierra la carta-poema con una reiteración y una corona: un vuelo de pericos que ríen (en voceríos) visten las ramas desnudas (a la vista) que tactan “el beso tibio de la luz matinal y el aliento fragante de la Primavera”. Múltiples sensorios y complejas sinestesias.

Cordera:
Gozando un silencio íntimo
y un dulce placer que no sé de dónde
me viene, principio a escribirte
en esta deliciosa noche de junio
en que la luna nueva al ocultarse
tras del cerro deja una claridad
perlada en el cielo y un reflejo
de inspiración en mi mente.

Respiro una brisa que acaricia
por lo apacible y fresca,
tu recuerdo empieza a llenarme
el alma y voy hacia ti con el
pensamiento, ansioso de compartir
contigo esta hora de felicidad nunca vivida.

Estoy en conocimiento de que en Cumaná han propagado
el escándalo de que me he suicidado. Considero el
tormento de la incertidumbre en que te dejaría
tan tremenda noticia y siento que ese dolor tuyo
es más mío que mis propios dolores. Pero no te desalientes,
alma. Yo todavía amo la vida y no quiero desprenderme
de ella mientras amor florezca en mi corazón
y en mi alma trine la poesía. Yo no aspiro a acabar mis días
de una manera tan violenta y trágica, estoy resignado
a que mi corazón espire pianísima y melancólicamente,
como esos pajarillos prisioneros que se mueren
de nostalgia.

Esta noche, baja de las estrellas hasta lo más hondo
de mi ser, una claridad tan dulcísima como aquella
que emana de tus ojos cuando me miras con
una mirada que nunca termina.

Estoy aprendiendo a hacer de mi vida un sueño agradable
y ya estoy como bajo la influencia de una alucinación amorosa:
siempre te estoy viendo y sintiendo junto a mí. A cada
instante oigo que me llamas y soy feliz creyendo
que no te cansas de suspirarme y nombrarme
con el puro pensamiento.

Cordera: No dejes que se marchite tu hermosura
entregándote a una aflicción que no tiene
razón de ser.
C…25

(De Manicuare a Cumaná: 4 de junio de 1916)

Una brisa que acaricia —otra vez el sentido tactal— lleva a Cruz María hacia la amada en continua y directa relación. Cuando el poeta —en aparente individualización— baja “hasta lo más hondo de mi ser” descubre una claridad dulce —otra vez la sinestesia al servicio del sentido y expresión popular— como la que emana de los ojos de la amada en mirada nuestra “que nunca termina”. “Siempre te estoy viendo y sintiendo junto a mí. A cada instante oigo que me llamas y soy feliz creyendo que no te cansas de suspirarme y nombrarme con el pensamiento”.

Aunque ya la hemos incluido entre los poemas de Cruz María, “mirándonos” es, en realidad, una postal autógrafa (S/f) enviada a su eterna novia Conchita Bruzual, a quien poéticamente Cruz María llamaba “Cordera”:

Entre tus ojos de esmeraldas vivas
te miro el alma, de ilusiones llena,
como entre dos cisternas pensativas
se ve del cielo la extensión serena.

El colibrí de tu mirada riela
sobre el agua enturbiada de mis ojos,
y de tus célicas mejillas vuela
un crepúsculo rosa de sonrojos.

Hilo por hilo la ilusión devana
y urde sueños de fina filigrana
la araña de mi vaga fantasía.

Porque creo cuando me miras y te miro,
sale volando tu alma en un suspiro
y embriagada de amor cae la mía.

Postal autógrafa de Cruz María Salmerón a Conchita Bruzual
Postal autógrafa de Cruz María Salmerón a Conchita Bruzual.

Alteza:

Lee y guarda esas poesías que aprecio tanto como si fuesen escritas por mí, porque sueño que las he sentido y no las he podido expresar, tan bellamente como lo hace este dulce poeta,26 adorado por las Musas.

Pienso alejarme de aquí pronto y siento cómo se hace infinita en mi alma esa amorosa nostalgia que mantengo por toda tu persona: nostalgia de no escuchar el suspiro de tu voz, de no recibir la caricia de tu mirada, de no sentir el beso de tu sonrisa.

Cuando lejos de mí se marchitaba la flor de tus veinte abriles,27 no sé qué dios invisible me decía que no ibas a morir y fuiste como un jardín que otoño deshojara y que primavera hizo más bello y adorable. Yo confiaba en que un día habría de verte más hermosa y más estrechamente ligada a mi vida y así sucedió en aquella mañana deliciosamente triste para nuestras almas, cuando tu corazón me sollozó que ni la muerte podría separarnos.

No sé por qué esta despedida derrama esa emocionante melancolía que dejan los últimos adioses!…

Tu cruz28

En eterna relación de amor, Cruz María siente el beso de la sonrisa de su Cordera. La sonrisa de la amada se siente hasta transformarse en beso. El corazón —cuando se ama— solloza la eternidad y despiertan los adioses no definitivos.

Amada:

He leído tu carta en donde me participas que has de alejarte muy pronto mucho más de mí,29 y he de contestarla hasta donde me lo permita mi fuerza moral y el estado lastimoso de mis manos.

Tu carta abre en mi corazón dos nuevas heridas: una es muy grave, la que me causan las frases agresivas que me diriges; y la otra es mortal, la que me produce el anuncio de tu partida.

No he dudado de tu cariño, ni he querido ofenderte como dices. Se podría dudar del amor del alma? Esa abnegación tuya llevada hasta el sacrificio, ese culto rendido a un amor eternamente ausente merece la mayor veneración y he de ser yo mismo, mísero mortal que ha inspirado tan sublime idolatría, el más llamado a respetar ese alto sentimiento que se ha hecho acreedor al homenaje perpetuo de mi adoración y de mi gratitud.

Nunca creí que mi silencio diese lugar a que me juzgases tan mal, pues has debido suponer que cuando yo no te escribía era porque mis manos no podían manejar la pluma o porque mi corazón no tendría fuerza para hacerlo. Ah!… Yo había acariciado la ilusión de romper ese largo silencio guardado hasta hoy, el día en que un mensaje mío pudiese llevarte en sus alas la alegría de una esperanza, pero el destino ha querido que fuese en esta hora dolorosa en que esta misiva solo puede llevarte el eco de mis sollozos…

Tal vez mañana, cuando partas, desde el lugar de mi reclusión miraré alejarse el buque donde vayas y sufriré la misma angustia del amante que ve pasar ante sus ojos el féretro donde se llevan a enterrar el cadáver de su amada…

Adiós!.. que te acompañe siempre mi recuerdo!..

Pensé escribirte mucho más pero la emoción no me ha dejado.

Adiós… Retribuyo tu beso de despedida con todas las lágrimas que he derramado escribiendo estas frases que te llevan el alma mártir de tu amado:

Cruz

Febrero 4 de 192930

El amor se hace sacrificio y culto. Las manos acariciantes, impedidas físicamente, se hacen adoración. En la tremenda relación, un “mísero mortal” inspira la idolatría de la amada. Toda relación es gratuita; la de amor siempre es inmerecida; la de Cruz y Cordera son arquetípicas. Todas las despedidas son duras. La de estos dos amantes sólo comparables a la muerte. Pero, este es el fondo, a estos dos amantes los acompañará eternamente el recuerdo.

Guarataro: 24 de octubre de 1925

Señorita
Conchita Bruzual Serra
Cumaná.31

Amada mía:

En mi anterior te hablé de lo mucho que sufro cuando te escribo y en otra ocasión te he hecho mención de eso mismo; pero tú, porque no lo has creído, o no sé por qué causa, te empeñas en que debo seguir sufriendo, pues no cesas de rogarme que te escriba.

Con respecto a lo que tú tratas en tu carta referente a mi enfermedad, te diré que no me someteré al tratamiento de Virginia, ni al de Benchetrit,32 ni a ningún otro de los tratamientos conocidos hasta ahora, pues sé que a causa de lo inveterado de mi mal ninguno de esos medicamentos podrá curarme. Los éteres etílicos y todos los derivados del chaulmugra33 no dan resultado favorable cuando son aplicados a los enfermos que ya tienen mucho tiempo sufriendo del mal de lepra. Tampoco podría lograrse lo que tú deseas y crees conseguir sin gran dificultad: hacerme volver a caminar. Esto es todavía más inalcanzable que la misma curación. Así es, que espero no mandes nada de lo que te propones solicitar. He sufrido ya mucho y quiero vivir con menos dolor los pocos días de vida que me faltan…

Ya he resuelto, pues, no usar ningún tratamiento para combatir mi mal. En cuanto a mis dolores morales yo tendré fuerzas con que combatirlos hasta la hora suprema…

Mucho he lamentado tu enfermedad y siempre preguntaba cómo seguías. Debes observar las indicaciones del médico.

Bueno, amor, si Dios existe, que te ampare.

Recibe mis lágrimas.

Tu Cruz

Carta testimonio de amor. En ella, y por ella, Cruz enlaza su amor a Cordera con su amor a Dios y le ofrenda lo más humano, lo más propio, lo más radical: sus lágrimas.

Amada mía:

En este momento en que te escribo nace el alba, y su dulce claridad que lo ilumina y alegra todo, y que otras veces lo mismo que las tinieblas del mundo ha disipado las de mi alma y tanto me ha consolado, hoy no ha podido entrar en mí.

He destinado esta hora para escribirte porque creí que solo ella podría disminuir el sufrimiento que me causa hablarte desde tan lejos, pero ni el despertar de todas las alegrías que estoy sintiendo en torno mío, ni la presencia de tanta belleza dorada por la luz matinal han logrado calmarme mi pena. No me explico por qué yo, que he vencido dolores tan grandes, no puedo vencer este dolor moral.

No tengo valor para seguir escribiendo. Puede más el sentimiento que el dominio de la voluntad.

Recibí tus dos cartas y tu excelente regalo.

Recibe un beso de

Tu Cruz34

El alba —con su dulce claridad— no logra ahuyentar las densas oscuridades del poeta. Oscuridad tejida de ausencia de la amada; oscuridad de sufrimiento y tristeza.

Amor:

Con el alma todavía dolorida de los últimos golpes que ha recibido, voy hacia ti para llorar un rato sobre tu corazón. Ha sido, pues, este sollozo mío lo que ha venido a romper el largo silencio, que para ti significó olvido, y para mí solo fue anhelo de evitar sufrimientos. Olvido? No se le hable de olvido a quien ama la vida aún sola porque vive recordando… Los recuerdos de aquellos dos días que pasaste en mi casa me acompañan. Las horas de aquellos dos días nos dieron tanta dicha y tanto dolor, que nunca podríamos olvidarlas. Hoy me prometes un nuevo viaje, y a la pregunta de que si me gustaría verte a mi lado otras horas respondo, que las puertas de mi casa y mis brazos están abiertos para recibirte.

Van mil gracias y un amable recuerdo para tu prima, y para ti el corazón de tu Cruz.

16.2.2835

Sólo soporta los dolores el poeta amante cuando sobre el corazón de la amada riega las amarguras. Cruz María, al hacer silencio cúltico, acerca el recuerdo feliz de la compañía de la amada, y así brota una promesa: la apertura de puertas y brazos.

Amada mía:

Ya está en mis manos tu misiva y en mi corazón sus palabras. Anoche cuando principié a escribir la carta que tú viste, pensé dedicar a ti también un recuerdo, pero alguien interrumpió mi labor y no pude seguir escribiendo. Por ese motivo y por otros que te contaré cuando tú vengas, no te fue antes la expresión de mi cariño.

Ya estás allí. Por fin realizaste el viaje por ti tanto tiempo soñado y por mí tanto tiempo esperado. Mas para que hoy se realizase fue necesario que sucediese en el mundo la desgracia que nos hiere a todos: la destrucción de Cumaná.36 Oh! Destino, para darme un momento de dicha enviaste tan tremendo cataclismo! Deliro… Quién sabe si solo será un sueño esa dicha de que hablo! Quizás no vendrás a verme como en aquel inolvidable día…

Yo estoy enfermo, tengo otra nueva dolencia pero tu presencia lo curará todo.

Tu Cruz.

1.2.2937

“Ya está en mis manos tu misiva y en mi corazón sus palabras”: pura relación, unidad radical. Somos testigos del develamiento y transmisión de un afecto profundo, directo, espiritual. Tanto que la presencia de la amada ante el enfermo amado curará todo.

Amada:

Hace ya cinco días tengo en mi poder la carta que a la presente te acompaño. Primero se olvidaron de llevártela, y ayer junto conmigo se quedó esperándote. Hoy sale en unión de ésta, libre ya del peso de la almohada bajo la cual estuvo prisionera, y ansiosa de encontrarte… Las dos van a llevarte una alegría: la seguridad de que vivo pensando en ti todavía, ambas te revelarán algo de lo mucho que he sufrido en esta larga espera, pero ninguna sabrá decirte las ternuras que mi corazón ayer te hubiera dicho.

Tu Cruz

5.2.2938

Leída en sus claves, esta corta carta revela el sentido profundo de la vida de Cruz María y, en él, el sentido de vida popular. Las cartas —expresión de la voz y la palabra— son presencia, relación actual, “compañía”.

Esta carta, aprisionada con amor bajo una almohada, vibra ansiosa de encontrar a la amada para declararle: Cruz vive pensando en ti todavía e insinuará las ternuras de un alma rica y noble que pulsó el papel con la fuerza de su corazón.

Conchita:

No te había ido otra vez la expresión de mi cariño porque hasta esta mañana estuve creyendo que te habías marchado, que ya estabas muy lejos de mis costas, en donde yo, más triste que nunca, quedaba de nuevo en espera del retorno imposible.

Cuánto me ha hecho sufrir el anuncio de tu partida! Yo me decía; ¿qué clase de amada es ésta que después de estar tanto tiempo proyectando un viaje para ver a su amado ausente y para siempre cautivo, logra al fin realizarlo y cuando ya se acerca al querido lugar del cautiverio, retrocede prometiéndose volver otro día, sin pensar que acaso ese otro día no llegará nunca, o porque ella no pueda volver o porque si vuelva halle que a su amado lo han sacado de su prisión para hundirlo en la de la tumba?

Pero yo estaba soñando y esta mañana he despertado: Que no se realice mi terrible sueño!

Tu Cruz

9.3.2939

La separación, los adioses distantes, hacen sufrir. Para los amantes es peligroso vivir separados: el corazón se seca y el cuerpo muere. Pero la muerte es sueño. De ese sueño despierta el amante e invoca el amor de su vida.

Guarataro: 8 de abril 192940

Señorita Conchita Bruzual
Caracas.

Mi querida Conchita:

Quiera Dios cuando recibas ésta estés un poquito consolada, por ésta tu casa considera cómo nos habrá dejado la eterna separación de nuestro querido hermano Cruz Ma. (q.e.p.d) Ay querida Conchita! Aun parécenos mentira! Era tanto el deseo de conservarlo aunque fuera enfermo que no quiero convencerme de su muerte. ¡Pobre hermano! Tantísimo que sufrió su vida fue un martirio por eso creo que un lugar distinguido tendrá en el cielo, muy cerca de Dios estará. Su nombre lo invoco y pido que me conserve por más años a mi pobre y sufrida mamá, yo admiro la fuerza moral de ella, yo creí que en ese momento de dejarnos para siempre ese hermano, nos faltaría también mamá, pero dios todo lo hace y aunque no deja un momento de llorarlo tiene sus raticos de pequeñas distracciones con mis hijitos que están muy encariñados con ella.

Cuando yo escribí a Petra, hubiera deseado volar donde ti (a) decirte que vinieras a recibir su último suspiro, yo comprendí desde ese momento que eran contados los días que estaría con nosotros, pero la pobrecita mamá no se imaginó nunca que iba a morirse. Ese mismo día ella lo obligaba a que tomara una taza de Todi, no quiso, diciéndole que se convenciera (de) que él se estaba muriendo, todavía ella me decía que otras veces se había visto más mal. Él se conocía su muerte pero junto a mamá no quería darlo a comprender quizás por no hacerla sufrir más, pero estando madrina y Rafael H. con él los abrazó y les dijo “hermanos míos ya no los acompaño más, me muero”. Esto fue dos días antes de su muerte, todavía muriéndose preguntaba si no habían ido a hablar con el médico, quería la vida, ¡pobre hermano! Tan resignado hasta el último momento, murió como jamás he visto morir (a) otra persona, puedo decirte querida mía que sería algo en el corazón, que le daría pues fue como un suspiro que se le oyó inmediatamente con su pañuelo que hasta el último momento lo tuvo en sus manos se lo pasó por la cara y la mano por su cabeza como acostumbraba él hacer y después expiró tranquilito. También cuando Noberto Salaya llegó que serían las 8 de la noche lo abrazó y estuvo hablando con él lo último que le preguntó fue por Dionisito. Norberto dice que él le comprendía que quería seguir hablándole, pero ya la lengua se le iba poniendo pesada y calló porque le comprendió que ya no se le entendía.

Como a las 12 del día cuando las embarcaciones venían de Cumaná se presentó un tiempo de lluvia y viento que milagrosamente no se perdieron, desde ese momento fue agua hasta el momento de sepultarlo. Hasta la misma Naturaleza parecía que lloraba su muerte, pero también pienso que su destino fue hasta lo último cruel, pues de lo contrario nos hubieran quedado muchos recuerdos de su entierro, su urna le quedó linda, muchísimas coronas, entre ellas una en tu nombre, también una de Luisa Alarcón, Enoe Herrera, Cruz R. Flores, de los amigos cumaneses, de mamá e hijos que por casualidad se encontró una extranjera, una de N. Salaya y no recuerdo quiénes más. Para la misa también vinieron algunas de Cumaná, como las hijas de Dominguito Guevara, Luisa V. Aza, Cándida López, Ignarita González, Enoe Herrera, Luisa Moya, la Sra. Carlota trajo corona y ese día fue que pude mandarle una en nombre de mis hijitos. No creímos tuviera la gran manifestación que tuvo. No pudo retratarse el entierro, pues trajeron esa idea. La marcha y su muerte primeramente conmovió tanto al pueblo que desde las primeras casas hasta las últimas todas las personas lo lloraron y muchas mujeres hasta el cementerio.

¡Ay querida Conchita! ¡Quién había de creer que tu viaje último donde él sería la despedida eterna! Pobrecito hermano quién sabe si su último pensamiento sería para ti callándolo junto con su último suspiro! Su casita vacía ya, nos mortifica tanto, su jardín que tan verde está ahora todo eso nos martiriza pero a la vez nos parece que aún vive allí tantos años que difícilmente lo podremos olvidar. Madrina fue quien tuvo la fuerza moral de cerrarle los ojos y ponerle la vela. Ella como tú sabes no está nada bien de salud. A pesar de la pena camina pero enferma. Muchas veces doy gracias a Dios que tengo estos dos hijitos que me alientan y sobreponen porque los veo tan desamparados que me dan dolor. Creo que se te mande los versos que pides.41

Recibe cariños de mis hijos, bendice a Jesús Je., Mamá estrechamente te abraza.

Amiga que te besa con el alma.

Ana Mercedes.42

¡Festín de afectos y relación! Así en vida como en despedida fue la existencia del poeta mártir de Manicuare. Para Ana Mercedes y su familia de sangre, como para nosotros, su familia espiritual, ha sido “nuestro querido hermano”.

El sufrimiento —dice la fe— asegura un premio doble: la felicidad en el paraíso del creyente y la vida en esta tierra de la madre abnegada del poeta que, como la Virgen, pasó sus días de Calvario y Gólgota. El llorar indeterminado se convirtió en un “llorarlo” presente, vivo.

Pañuelo en mano se despidió y mil más se mojaron de lágrimas y lluvia. Había sequía, pues, Cruz María mandó el agua, como regalo a todos, como cumplido, como lazo de permanencia en Manicuare.

Su casa, por instantes vacía, se ha hecho por años seno de encuentro, lugar de vida y remembranza. Madrina cierra sus ojos y enciende, reverenciante, una vela cuya luz nos alcanza. Así comienza una nueva historia.

…sus últimos diez años de vida, cuando el mal lo había confinado a su pequeña casa, en su propia tierra, la gente del pueblo no se aleja de él, no le teme, son visitantes asiduos, admiradores cotidianos que tocan a su diálogo, su consejo, su valentía demostrada. Cruz Salmerón vivirá entre familiares, rodeado de gente amiga, en el refugio construido especialmente por su padre, en la carretera del Guarataro, a las afueras de Manicuare, en la península de Araya…

El pueblo en torno a su poeta moribundo es una imagen que va adquiriendo tono de época. El escritor y su comunidad, el escritor y su novia, el escritor y su tragedia. Es una historia que se va construyendo como un reflejo de todos, de Manicuare, de Araya, del Oriente venezolano, de la patria toda… Cruz Salmerón inspiraba respeto y también adhesión y cariño.43

William Rodríguez Campos
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Notas

  1. Alejandro Bruzual (2009). Desde la otra orilla. Epistolario de Cruz Salmerón Acosta a Conchita Bruzual Serra. Caracas: CNE. P. 14-20; 33, 35.
  2. Dionisio López, Cruz Salmerón (1952). Fuente de amargura – Poesías completas. Caracas: Aeropostal. Primera edición. P. 23.
  3. Esa es la fecha verdadera de la muerte de Cruz Salmerón. Existen publicaciones y páginas web que colocan erróneamente el 29 de julio de 1930 o el 30 de julio de 1930 como la fecha de muerte. Tanto la primera edición de Fuente de amargura de 1952 como nuestra investigación hemerográfica en los diarios El Universal, El Nuevo Diario y La Esfera confirman la fecha del 29 de julio de 1929. El acta de defunción corrobora el dato. López Orihuela, que no estaba en Manicuare, equivoca el día y coloca el 30.
  4. William Rodríguez C. (2015). Cielo, mar y amor, Cruz María Salmerón, vida y obra completa comentada. Caracas: Ed. del autor.
  5. William Rodríguez C. Op. cit., 73-75.
  6. La ocasión de la escritura de este poema fue la visita que hiciera Conchita al poeta en enero de 1929.
  7. William Rodríguez C. Op. cit., 82-83.
  8. “Juan Ramón Jiménez (1881-1958) huele un clavel, y el olor conjura la sensación de presencia de la mujer ausente…
    Cierro los ojos y hundo mi vida cálida
    en el clavel rosado, embriagado y fresco;
    y, en vano delirio de anhelos y de esencias,
    me parece, mujer, que es que te estoy oliendo
    ” (Luis Alonso Schökel. Op. cit., p. 311).
  9. William Rodríguez C. Op. cit., 85.
  10. El título de este poema aparece en Fuente de amargura de López Orihuela. En el manuscrito no lo lleva.
  11. Alejandro Bruzual (2009). Desde la otra orilla. Epistolario de Cruz Salmerón Acosta a Conchita Bruzual Serra. Caracas. CNE. P. 122: “Este verso no está incluido en la versión de Fuente de amargura”.
  12. William Rodríguez C. Op. cit., 95-99.
  13. Alejandro Bruzual. Op. cit.
  14. Alejandro Bruzual. Op. cit. P. 28.
  15. Ibíd.
  16. Ibíd. P. 100.
  17. Ibíd. P. 28.
  18. José Antonio Castro (1992). “Vía para la trascendencia, el poema”. En Anuario IIL, Nº 5. Caracas: UCV. P. 63.
  19. Ibíd. P. 101.
  20. Ibíd. P. 103.
  21. Ibíd. P. 104. “Esta disputa entre los novios ya no puede ser del todo aclarada”. Los celos de ella y la referencia a la amiga pudieran dar alguna pista. El director del Centro Cruz Salmerón Acosta, Julio Hernández, da testimonio de una carta que guardaba Ana Mercedes Salmerón Acosta, enviada por una hermana de Andrés Eloy Blanco a Cruz Salmerón, en la cual le declaraba su amor. Según Hernández, Ana Mercedes rompió luego la carta, con la intención de no “ensuciar” el recuerdo de la relación con Conchita Bruzual. Exactamente la misma versión, pero de boca de Carlos Patiño del Centro, obtuvimos en entrevista en el año 2001. Por la misma razón decidimos suprimirlo.
  22. Alejandro Bruzual. Op. cit. P. 107. Como acertadamente apunta Bruzual, el soneto que aparece inserto en esta carta no se había publicado hasta ahora.
  23. Alejandro Bruzual. Op. cit. P. 107. “El verbo ‘estrallar’, usado de manera coloquial, significa ‘explotar’”. Como venimos afirmando: el lenguaje y sentido popular en Cruz María dicen de su poesía.
  24. Ibíd.
  25. Esta carta, autógrafamente, aparece publicada por primera vez en: Dionisio López Orihuela (1952). Fuente de amargura. Caracas: LAV. Pp. 33-36, de manera íntegra. También en el Anuario del Instituto de Investigaciones literarias de la UCV (Op. cit.), Pp. 257-260. Extractos —transcritos— de la misma aparecen en Osvaldo Larrazábal (1979). Salmerón Acosta: itinerario de un poeta. Cumaná: UDO. Alejandro Bruzual (Op. cit. p. 108) advierte que “esta es la única carta que se había publicado hasta ahora (2009), manuscrita, formando parte de Fuente de amargura, con el título de ‘Cruz Salmerón Acosta le escribe a su novia’”.
  26. Alejandro Bruzual. Op. cit. P. 108. “Se refiere a Francisco Villaespesa, de quien, en diversas ocasiones, le envía poemas”.
  27. Ibíd. P. 108-109. “Parece hacer referencia a cuando Conchita se enfermó de tifus. Por esto, y por su contenido, parece haber sido escrita en fecha temprana, quizás cuando va a recluirse definitivamente en Manicuare, es decir, hacia 1916”.
  28. Alejandro Bruzual. Op. cit. P. 108.
  29. Ibíd. “Conchita y su madre se residencian en Caracas, inmediatamente después del terremoto de Cumaná”.
  30. Ibíd. P. 110. “Junto a la carta iba el poema ‘La canción del recuerdo’, de Villaespesa, copiado a máquina”. El poema reza así:
    ¿Eres tú el Justo que a los justos premia?
    clamó mi labio, y de dolor maldijo,
    y ante la sorda voz de mi blasfemia
    palideció la faz del Crucifijo.


    Cegó mis ojos un raudal de llanto…
    Quise luchar aún contra la suerte,
    ¡y sentí entre mis brazos, con espanto,
    crujir el esqueleto de la Muerte!

    ¡Nadie la toque! —dije. Y abrazado
    como loco a su cuerpo inanimado,
    intenté con mis besos darle vida.

    ¡Despierta —le grité—, mi amor, despierta!
    ¡Y era mi voz tan honda y dolorida,
    que vi llorar los ojos de la muerta!
  31. Ibíd. P. 111. “Este encabezado, a esta altura de la correspondencia, resulta un tanto extraño por su formalidad. Pudiera haber sido enviada en manos de un tercero, de ahí el tono poco íntimo del texto”.
  32. Ibíd. P. 111. “Se refiere al Dr. Aaron Benchetrit, nacido en Marruecos, quien creció y vivió en Venezuela, ocupando el cargo de director de leprocomios durante estos primeros años veinte”.
  33. Alejandro Bruzual (Op. cit. Pp. 111. Negrillas nuestras) no ha podido transcribir en este punto la grafía de la carta de Cruz María. Nosotros, con sumo esfuerzo, lo logramos, y obtuvimos datos interesantísimos para el estudio y comprensión de la vida y obra del poeta. La Chaulmugra es una grasa sólida que se empleaba principalmente en el tratamiento de la lepra, bajo la forma de aceites. En los primeros tiempos se hablaba del empleo de los remedios más extraños como grasa de pantera, veneno de serpiente, orina de burro, jugos de plantas exóticas, pero quizá el más antiguo sea el aceite de chaulmoogra, pues en antiguas leyendas indias y birmanas se hablaba ya de este producto con el que se curaron Rama, rey de Benares, y su prometida. Este aceite se extrae de la semilla de un arbusto, el Hydnocarpus Whigtiana, que se encuentra en la India, y también hay otras especies en África y América del Sur, como el Taraktogeno cruzi y el Calancoba echinata. Se importó también a la China y en el siglo XVIII se utilizó en Japón. En el libro del vienés Plenck Doctrina de morbis cutaneus, publicado en 1776, que supuso un primer paso para la individualización de las enfermedades cutáneas como especialidad, se menciona ampliamente la lepra en el capítulo “Tumorcillos duros”. En relación con el tratamiento por vía oral, habla de los mercuriales, antimonio, romero silvestre, azafrán, leche y purgantes, igualmente describe el tratamiento de las úlceras con tintura de alcíbar, mirra y succino, baños sulfúreos y sales amoniacales.
  34. Alejandro Bruzual. Op. cit. P. 112.
  35. Ibíd.
  36. Ibíd. P. 115. “Se refiere al terremoto del 17 de enero de 1929”.
  37. Ibíd. P. 115.
  38. Ibíd.
  39. Ibíd.
  40. Ibíd. P. 116. “Como puede advertirse, la fecha de esta carta crea un problema. O hay un error, y es agosto y no abril, que es lo que pensamos, o el año está equivocado y es 1930, lo que resulta muy tardío”.
  41. Ibíd. P. 117. “Aparentemente, los poemas a que se refiere son los manuscritos que aquí se publican, menos ‘Mirándonos’, que iba en una postal y con caligrafía del poeta”.
  42. Ibíd. P. 116-117.
  43. Ibíd. P. 25.
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