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De minifaldas, shorts, blusas ombligueras y otras prendas reveladoras

domingo 11 de marzo de 2018
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Minifalda
Minifaldas y similares crean en el observador la ilusión de que estamos a sólo un paso de un develamiento total, cuando sabemos que ese develamiento total es inasequible.

Como sujeto heterosexual perteneciente al sexo masculino, no niego que ciertas prendas que desnudan parcialmente al cuerpo femenino siempre me han llamado la atención. En concreto, suelen causarme asombro ciertas mujeres cuando usan minifaldas, shorts, blusas ombligueras y otros trapos que de repente lo ponen a uno como observador frente a una espaciosa extensión de la piel de quien así se exhibe. Indagar un tanto ese asombro es el propósito de las líneas que siguen. En primer lugar, quisiera analizar hasta dónde usar esas prendas reveladoras podría ser una forma de arte, y en segundo lugar, cómo el usar esa clase de vestidos podría ser la expresión (consciente o no) de una postura filosófica.

 

Minifaldas y prendas reveladoras como arte conceptual

En nuestro tiempo ha hecho carrera la expresión “arte conceptual” entendido como un arte donde la idea que se pretende comunicar es mucho más importante que el objeto empleado para tal propósito. Según Vásquez Rocca, en este tipo de arte lo esencial es la experiencia que se produce en el espectador, lo fundamental es esa turbación, extrañeza o pasmo que el espectador experimenta en contacto con una cierta idea o noción (2013, pp. 2-3).

El arte conceptual no suele ser una obra que busque su conservación, sino que es algo que se consume y agota en un cierto lapso.

Joseph Beuys anotaba que “la auténtica obra de arte transforma la conciencia del espectador” (Vásquez Rocca, 2013, p. 9) y en el arte conceptual esa es la meta. De hecho, Schellekens plantea que filosofía y arte conceptual buscan los mismos objetivos, que son hacer pensar al auditor y a la vez proponerle preguntas para su reflexión (1.1. Introduction). Asbury Brooks también insiste en que el arte conceptual pretende forzarnos a ver de un modo diferente aquello que es cotidiano (párrafos 6-7). A través de este tipo de arte —dice Tony Godfrey— recordamos que “los objetos en nuestra sociedad no sólo son objetos, nosotros los cargamos con significados y significancia” (Coghlan, párrafo 1). Desde la célebre Fountain (1917) de Marcel Duchamp, que sacó un mingitorio de un baño y lo exhibió en un nuevo contexto como una obra artística, el arte contemporáneo no ha cesado en sus intentos de retomar objetos ordinarios, insertarlos en un nuevo contexto y de este modo obligar al espectador a percibirlos y pensarlos de maneras inéditas, es decir, el arte contemporáneo tiene la pretensión, entre otras, de resignificar las cosas, de resimbolizarlas.

De otra parte, dado que en el arte conceptual es más importante la experiencia que ocasiona que el objeto empleado para conseguir el efecto, otro de sus rasgos es su carácter efímero. El arte conceptual no suele ser una obra que busque su conservación, sino que es algo que se consume y agota en un cierto lapso; por esa misma razón, desde esta óptica acciones y objetos que habitualmente serían desdeñados por la teoría tradicional del arte, adquieren condición artística. Desde la perspectiva conceptual pueden ser arte el vestuario, el peinado, el maquillaje, los perfumes o las comidas (Vásquez Rocca, 2013, p. 21); el arte auténtico no necesitaría lucir como una obra de arte. Para el arte conceptual, en el mundo hay más arte del que usualmente se imagina, más objetos de arte de los que se piensa, más artistas de los que se cree (Schellekens, sección 1.2); como anota Beuys, “cada persona puede ser un artista” (Pereira, párrafo 4).

Para concluir esta breve síntesis sobre el asunto, apuntemos que en último término el arte conceptual pretende presentarse como un comentario sociopolítico acerca de la época y el lugar donde aparece (Pereira, párrafo 4); se admita o no, en este tipo de arte se emite una interpretación y un juicio sobre un lugar y momento históricos.

Vistas así las cosas, ¿hasta dónde la minifalda y otras prendas femeninas reveladoras serían una variedad de arte conceptual?

Lo primero que señalaría es que en minifaldas y similares siempre es posible encontrar una idea que pretende comunicarse y que tal idea suele ser más importante que el trapo que la vehicula. Tal idea puede ir desde el simple “me siento bonita” hasta expresar, como dice Rof, un hambre mayor o menor de contacto corporal (Rof, 1977, p. 18), pasando por cuanto mensaje adicional sea concebible. Por otro lado, es claro también que usar prendas como las consideradas, lo desee la mujer o no, origina a menudo turbación, extrañeza, pasmo y reacciones semejantes. Ante ciertas minifaldas, shorts, blusas ombligueras y similares, es imposible quedar indiferente y es indiscutible, como declaraba Beuys, que “se transforma la conciencia del espectador” (no entro aquí a analizar si esa alteración de la conciencia es humanizante o deshumanizante, ese es otro asunto). Además, siguiendo lo expuesto por Schellekens es claro que esta clase de prendas hacen pensar al espectador y le suscitan todo tipo de preguntas (desde aquellas que se hacen los psicólogos pretendiendo ver en la minifalda el síntoma de una amalgama de motivos, hasta la del sujeto que ve en ella una velada insinuación sexual o la de otra persona que podría pensar en el uso de estas ropas como un modo de agresión).

Cada mujer que usa una de las prendas que nos ocupan está siendo una artista mientras las usa, está provocando un choque estético en quienes la rodean y la observan.

De otro lado, siguiendo a Tony Godfrey es obvio que la ropa reveladora consigue que carguemos con nuevos significados a la persona que la usa y que por esa misma razón, su utilización determine un nuevo contexto y una nueva forma de mirarla. Uno podría decir que una minifalda siempre es más que una minifalda, que un short siempre es más que un short y que una blusa ombliguera siempre es más que una mera blusa ombliguera.

En cuanto al carácter de efímero, típico del arte conceptual, diríamos que minifaldas y similares también lo cumplen. Minifaldas, shorts y ombligueras son algo que se consume y agota muy rápidamente, que en principio no serían catalogados como obras de arte pero que al generar acontecimientos, emociones e ideas funcionan como otros tantos poemas, canciones, pinturas o películas. Cada mujer que usa una de las prendas que nos ocupan está siendo una artista mientras las usa, está provocando un choque estético en quienes la rodean y la observan, está agrandando el círculo de lo que podríamos considerar como “artístico” y permitiendo que el arte suceda por fuera de los museos. Para terminar este apartado, la minifalda también puede verse como un comentario sociopolítico en tanto a través de su uso se está publicitando (como veremos mejor en la segunda parte del artículo) cierta noción del cuerpo, de la cultura y del ser humano. Esa desnudez parcial connota un juicio acerca de sí mismo y del mundo. Finalicemos esta sección aseverando que la mujer que lleva minifaldas y similares está haciendo más arte del que ella misma cree.

 

Minifaldas y prendas reveladoras como declaración filosófica

En este segundo momento analizaremos las prendas reveladoras a la luz de las teorías de dos pensadores, el italiano Giorgio Agamben y el francés Jean Brun. La visión que estos dos filósofos tienen acerca de la desnudez humana, nos permitirá inferir algunas conclusiones para el problema que abordamos.

Agamben analiza la desnudez humana desde una perspectiva teológica que aquí no consideraremos, sólo tomaremos en cuenta una de las ideas de su estudio (2011, p. 79-133). Dice el italiano que cuando contemplamos un cuerpo desnudo, ocurre algo sorprendente. Cualquiera supone que al ver a alguien desnudo se lo está develando, que se lo está despojando del velo que lo cubre (la ropa) y que impide observarlo “tal cual es”. Empero, a poco de observar desnudo a alguien, caemos en cuenta de que el misterio de ese otro ser continúa intocado; incluso desnudo, el otro aún es inexplicable, aún guarda un secreto, aún sigue mostrando un misterio que no se alcanza con los puros sentidos. Al observar un cuerpo desnudo tampoco estamos observando al otro “tal cual es”, estamos simplemente observando otra envoltura que es un último límite tras el cual no se puede ir más allá. La desnudez, paradójicamente, es un último vestido del cual no se puede despojar al otro, el desnudo es otro velo y ese otro velo no se puede retirar so pena de destruir a la persona desnuda y al secreto que allí se nos expone. Por eso es que “la desnudez nunca puede saciar la mirada a la que se ofrece” (Agamben, 2011, p. 97), ella tampoco satisface. La desnudez se descubre así como otra ilusión óptica, pues por más que lo deseemos el misterio del otro continuará inalcanzable.

Minifaldas y similares pregonan el desnudo inminente que a su vez pregona la inminencia de la vida sin represiones, sin fronteras, sin condicionamientos.

Si tomamos en cuenta la noción referida de Agamben ¿cómo interpretar entonces a minifaldas y otras prendas similares? La minifalda y prendas semejantes dan exteriormente la impresión de una persona semidesnuda, de alguien que está a medio vestir. Por la cantidad de piel expuesta, pareciera que falta muy poco para develar a ese alguien, para contemplar a esa otra “tal cual es”. Minifaldas y similares son una promesa de develamiento, una promesa de desnudez. No obstante, sabemos por Agamben que incluso si retiráramos las minifaldas y similares y nos topáramos con la total desnudez de quien lleva esas prendas, el velo del desnudo continuaría impenetrable. Así pues, minifaldas y similares prometen una imposibilidad, al contemplarlas pareciera que alcanzaremos la desnudez de otra, cuando lo cierto es que incluso si las quitáramos de en medio, la envoltura-velo del desnudo nos estaría esperando. Minifaldas y similares crean en el observador la ilusión de que estamos a sólo un paso de un develamiento total, cuando sabemos que ese develamiento total es inasequible. Minifaldas y similares son máscaras debajo de las cuales nos espera otra máscara (la de la desnudez); dan la impresión de que revelarán una esencia, cuando tal esencia es inalcanzable. Minifaldas y similares dan la impresión de que en cualquier momento se superará la apariencia, cuando lo cierto es que al retirarlas sólo habrá otra apariencia (la apariencia de la desnudez). Minifaldas y similares, entonces, son una ilusión de desnudez (desnudez que a la vez es otra ilusión). Minifaldas y similares son sólo juegos ópticos que a lo sumo podrían ponernos ante el juego óptico de la desnudez. Minifaldas y similares son la promesa de otra promesa, son sólo un símbolo del desnudo (que a la vez es otro símbolo). Minifaldas y similares, en síntesis, prometen al espectador algo que no le pueden proporcionar, prometen que la saciedad de la vista está cerca, cuando, incluso si se retiraran, la vista continuaría sin saciarse.

Por otro lado, valdría la pena examinar algunas nociones de Brun respecto a la desnudez tal como las plantea en su libro La desnudez humana (1977). Según el francés, nuestro tiempo es el tiempo que intenta alcanzar la total libertad, vivir sin límite alguno, superar cualquier tabú, “romper con toda prohibición” (143). Nuestra época abunda en desnudos porque el desnudo se concibe como un primer símbolo de libertad que a su vez nos conducirá a otras libertades. La desnudez es un límite pues en un cuerpo desnudo aún se distinguen el yo y el “no yo”, un sujeto y un objeto, lo interno y lo externo, un individuo de un entorno. Nuestro tiempo —dice Brun— busca la “ultradesnudez”, es decir una total libertad donde se confundan el yo y el “no yo”, el sujeto y el objeto, lo interno y lo externo, el individuo y su entorno. La desnudez del cuerpo sólo es expresión del deseo humano actual de superar todas las barreras concebibles, ella sólo es la primera puerta que habría que cruzar para conseguir la fusión con el Todo, es el preludio o prólogo a la irrupción de un “Nuevo Hombre”. La desnudez física es el símbolo de la total libertad moral, de una vida completamente dejada a merced del deseo, sin límites, sin represiones de ninguna clase. Nuestra época busca la libertad del cuerpo como un símbolo del anhelo de libertad frente a cualquier coerción política, económica, estética, cultural o moral. En nuestro tiempo proliferan los desnudos por todas partes como un símbolo de una vida “más allá del bien y del mal”; en nuestro tiempo hay desnudos por doquier porque quisiéramos superar la desnudez, fundirnos con los otros y con el cosmos para dejar de ser incompletos, para ya no estar solos, para no estar alienados. El exceso de desnudos del mundo de hoy expresa el deseo de libertad absoluta, el anhelo humano de liberarse de la cárcel del “sí mismo”, el ansia por evadirse del yo. En otras palabras, el desnudo omnipresente de nuestros tiempos revela otro intento más del ser humano de escapar de su condición, de transgredir sus límites, de burlar sus propias fronteras ónticas. El desnudo obsesivo de nuestros días es la bandera de otro movimiento espiritual que busca lo que deseaba Marcuse: una vida sin represiones, sin limitaciones, sólo dejarse llevar por el deseo y el placer, ignorar la realidad.

El desnudo es la bandera de un movimiento que promete lo imposible: una total liberación física y metafísica que jamás ocurrirá.

Y entonces —preguntaríamos nosotros—, ¿cómo nos ayudaría Brun a inteligir el significado de minifaldas y similares? Creo que es claro. Minifaldas y similares son preludios al desnudo que a su vez es el preludio a la total libertad, son símbolos de la probable desnudez que a su vez es símbolo de otra cosa. Minifaldas y similares son las puertas a esa otra puerta que es el desnudo. Minifaldas y similares prometen al observador que está a punto de iniciarse el proceso que llevará a la total superación de barreras, a la total libertad, al reino del deseo. Minifaldas y similares pregonan el desnudo inminente que a su vez pregona la inminencia de la vida sin represiones, sin fronteras, sin condicionamientos. Minifaldas y similares son símbolos del desnudo que a su vez es símbolo del hombre libre. Minifaldas y similares son profetas del desnudo que a su vez es profeta de la libertad total. Minifaldas y similares hacen parte del mismo proyecto espiritual del cual hace parte la proliferación de desnudos de nuestro tiempo. Las minifaldas y similares —como el desnudo— son ilusión pura, crean la ilusión óptica de que muy pronto superaremos nuestros límites y los trascenderemos.

No obstante —declara Brun—, el proyecto cultural de la total libertad humana de nuestro tiempo es irrealizable. Por más que el hombre sueñe con ello, el hecho es que existen unos límites ontológicos irrebasables para nuestra especie. Nunca un hombre se evadirá del espaciotiempo, nunca nadie se ha creado a sí mismo desde la nada, nunca nadie podrá ser su propio padre (deseos todos que el arte de todos los tiempos ha expresado en innumerables formas y obras). El desnudo es la bandera de un movimiento que promete lo imposible: una total liberación física y metafísica que jamás ocurrirá. Dado que la minifalda promete la desnudez que a su vez es otra promesa imposible de cumplir, es obvio que la minifalda es demagogia, un engaño más de nuestro tiempo.

 

Referencias

Campo Ricardo Burgos López
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