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Paisaje y exilio en David Cortés Cabán

miércoles 18 de julio de 2018
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David Cortés Cabán

“Pajarito que venís tan cansado
(…)
Pajarito que llegás del cielo
Figuración de un alma
Ya quisiera yo meterte aquí en el pecho
darte de comer
Meterte aquí en el pecho
Y que te quedaras allí
lo más del corazón”.
Ramón Palomares
“Extranjero. Ex. Extrañamiento. Fuera de las entrañas de la tierra.
Desentrañado: vuelto a parir. No angustiarás al extranjero.
Pues. Vosotros. Vosotros. Vosotros. Los que no lo sois.
Sabéis. Vosotros sabéis. Nosotros empezamos a saber.
Cómo se halla. Cómo. El alma del extranjero.
Del extraño. Del introducido. Del intruso. Del huido.
Del vagabundo. Del errante. ¿Alguien lo sabía?
¿Alguien, acaso, sabía cómo se encontraba el alma del extranjero?
¿El alma del extranjero estaba dolorida?
¿Estaba resentida? ¿Tenía alma el extranjero?”.
Cristina Peri Rossi
La nave de los locos

La obra del puertorriqueño David Cortés Cabán (Arecibo, 1952) resulta un viaje íntimo y profundo. Leer a este poeta es contemplar la interacción de un individuo (sujeto lírico) con su entorno. Las imágenes presentes en este trabajo surgen de la vida cotidiana. Viva, latente y activa es la naturaleza que describen estos versos. El paisaje cabaniano, dentro de ese epicentro de acciones, se encuentra enmarcado en la errancia y la nostalgia. Las emociones que se nos invita a sentir en cada una de las lecturas son la huella de un existir en soledad. A pesar de abordar temáticas dolorosas, la armonía en esta poética es notoria. Tal vez por la serenidad que muchos de los paisajes descritos otorgan al lector.

Como centro de hechos, Cortés Cabán presenta escenarios rodeados de animales, mares, montañas, flores, árboles, ríos, lluvia, nieve, por mencionar tan sólo algunos. Un área rural suele poseer características muy particulares; en primer orden resulta ser opuesto a lo urbano, lo citadino. Con respecto a esto la escritora venezolana Hanni Ossott, en su ensayo Memoria de la tierra y memoria del ser, expone: “Es en lo ordinario donde encontraremos nuestra pluralidad, allí somos germen, semilla, cauces, ríos, la flor, la montaña”. Según estas palabras, el contacto directo con la naturaleza permite al individuo conocer el origen de la vida misma; contemplarse desde allí es comprenderse desde su raíz.

Una vaca, un buey, un tigre, un lobo, una gacela, no suelen ser comunes en la geografía de una metrópoli. De igual forma, la ballena y el delfín son mamíferos que particularmente se encuentran en mares abiertos, profundas costas, alejados de las grandes ciudades. Pero como la poesía de Cortés Cabán es un ir y venir, un ayer con el hoy, las metáforas que presenta logran ese resultado exquisito al compaginar serenamente la urbe con lo agreste. Es entonces cuando ocurre esa interesante fusión entre urbanidad y ruralidad.

El paisaje cabaniano no sólo se refiere a lo exterior, a lo que los ojos ven entre caminatas o desde ventanas; lo interno, lo que adentro se guarda, es también fuente para su obra.

De todos los animales anteriormente mencionados hay uno en particular que, más que una constante, pudiera considerarse un sello personal: el ave. Con frecuencia aparecen en escena el mirlo, la alondra, el colibrí, el tucán, la paloma y el gorrión. Poema “XVIII”: “y el gorrión que roza mi hombro / gorrión que avanza más que mis pies”. Esa misma ave de nuevo se presenta en “El tiempo es la única mentira donde no te encuentro”: “Con la voz llena de tus labios / he salido a mirar los gorriones / que salpican el espacio / nada puede rescatarme de este segundo / que oculta la inaccesible despedida / de los pájaros”. En “No oigo más que el vuelo”: “No oigo más que el vuelo / de blancas palomas (…) miro los gorriones que tocan a mi puerta / y tiemblan mojados por la lluvia”. También en “He viajado por muchas ciudades”: “Isla que preguntas por mí / voy contando los días del regreso / como un gorrión que se echa a volar / (…)”. Y en “Poesía”: “(…) sino por los que vendrán / a mirar el color del gorrión (…)”. La alondra, por su parte, puede apreciarse en el texto “XXXV”: “árboles o alondras silenciosas (…)”, igualmente en “Las cosas que amamos”: “He aquí la desolación / que enciende el deseo / dígalo la alondra (…)”. El colibrí entra a esta poética en “Oscura pradera”: “Iluminando mis manos / cuando dije: colibrí de lengua dorada”. Y la paloma en “Sin límites”: “Una paloma / rasga el silencio / sus ojos no me ven / pero en la noche / su cántico tiembla en mi ventana / la paloma reclama su destino (…)”.

Los pájaros, de manera general, también tienen lugar en este trabajo. Sin especificarlos por nombres muchos textos incluyen este animal como elemento directo de lo que se observa. Se toman para muestra poemas como “X”: “no hay pájaros no hay dulces cánticos (…)”. “He vuelto”: “Nada que ofrecerte / sólo el paisaje (…) / y el pájaro / solamente el pájaro / sobre la leve superficie / que vuela y resplandece”. “La virtud”: “(…) la virtud / que celebra tu cuerpo / el último signo del pájaro (…)”. “El ausente”: “¿Y ustedes ocultos pájaros serán luminosos?”. Y “Esta es la incertidumbre”: “(…) porque soy un mal faquir / que hiere su garganta / cuando ha perdido la magia del retorno / o como un monje cuyo único amor / va mirando el vuelo de los pájaros (…)”.

Para Miranda BruceMitford, en El libro ilustrado de signos y símbolos, las aves son una referencia directa del espíritu; afirma, de manera general, que “los pájaros pueden ser mediadores entre los dioses y los hombres y actúan como mensajeros de la divinidad”. De forma similar, Juan Eduardo Cirlot, en Diccionario de símbolos, contempla desde lo místico a estos seres: “Todo ser alado es un símbolo de espiritualización (…)”. Recurrir de manera constante a este animal pudiera crear en el lector la impresión de que la libertad que representan es un anhelo para el hablante lírico, sensación de vuelo que admira al contemplarlos.

El desagrado hacia lo visto, la inconformidad por el presente y el sentimiento de habitar una deriva, son suficientes para advertir sobre molestias que palpitan.

Pero el paisaje cabaniano no sólo se refiere a lo exterior, a lo que los ojos ven entre caminatas o desde ventanas; lo interno, lo que adentro se guarda, es también fuente para su obra. De “La vida no es una orilla polvorienta” se extrae la siguiente cita: “Mi pueblo crece dentro de mí”, y de “X”: “Conozco una isla / transcurre dentro de mí”. ¿Será esa entonces la patria interna de la que el poeta tanto habla? ¿será por eso que ese puebloisla constantemente pide que no lo olviden? “Islas que me despiertan en medio del paisaje / sean sus montañas la casa que me habita / suban sus ríos poderosos y sus verdes colinas / siéntense a mi mesa (…)”. Estos versos de “Donde la oscuridad nunca cae” son prueba de que la isla es ese hogar que se reclama, de que la orfandad es también origen en el respiro de esta voz. El uso del al hacer referencia a su pueblo reafirma posesión; en “La infancia” se observa: “en las calles de mi pueblo”, también con “La red”: “iluminando el cielo y las calles de mi pueblo”.

Hanni Ossott, en Memoria y alma de la casa, afirma: “Los hombres siempre hacen casa, con lo que pueden, desde lo que pueden”. Ese es el caso del decir en Cortés Cabán, ya que se palpa la dependencia por esa vista interior, esa necesidad de compañía entendida como refugio. En el poemaX” se lee lo siguiente: “Danza conmigo Isla en las fronteras de este abismo / (…). Acompáñame (…). Rescata mi desnudez”. En “XVIII” se percibe de nuevo ese mismo sentir: “y mis manos sin poder sostener esta isla que cruje / y habla conmigo a solas y entra en mis ojos / y juega con mi emoción”. Más adelante, del mismo texto citado: “(…) no te vayas Isla (…) habita en mí corre conmigo por esta extraña ciudad / toma la sangre que te pertenece / no me dejes en este lugar”. El ruego por el abrazo de esa isla es indudable, la reiterada petición de compañía resulta el centro temático de algunos poemas. “Ausente” también es muestra de esto: “Ah lejanas costas lejanas costas / (…) Llévenme ahora / antes que otros paisajes provoquen mi alma”. Ese panorama que tanto menciona es atesorado como un gran obsequio, hay por éste ese celo otorgado a lo que se torna especial en la vida. El disfrute por la contemplación de esas imágenes es percibido de igual forma en “Tus costas”: “(…) para vivir me basta solamente tus costas”. La isla, y esa vista costera, se convierten en lo único que el ente lírico pareciera requerir para subsistir. Necesario es el ayer para que el hoy transite. Y es así como el exilio llega y se hace parte de esta vida, porque tanto imaginarse otros destinos, tanta ventana hacia el pasado, es también una forma de partir.

El desagrado hacia lo visto, la inconformidad por el presente y el sentimiento de habitar una deriva, son suficientes para advertir sobre molestias que palpitan. Poco después de escapar de Cuba, el gran Reinaldo Arenas fue invitado a dictar una conferencia en la Universidad Internacional de Florida; la misma estuvo titulada Lo cubano en la literatura, y en ella manifestó con respecto a su exilio lo siguiente: “El mejor himno para un escritor es el murmullo de los árboles; su patria más querida la que lleva, desgarrada, e inexistente, en su memoria”. Y es que el exiliado vive así, resguardado en la memoria, porque es desde allí donde, a manera de salvación, crea refugio, evoca abrazos, calores de viajero.

Se sabe que el exilio es un irse, un adiós en el arraigo. Mental o físicamente puede transcurrir la despedida, no se necesita dejar el mapa por el que hay afecto (o desafecto) para domiciliarse fuera. Resulta un asunto de pertenencia, un hecho que lastima para siempre el sentido de la identidad. Quien padece exilio padece sus sinónimos: expulsión, destierro, aislamiento, exclusión.

El exilio es un dolor, un rencor, una íntima llaga que sólo comprende realmente el que la padece. Marina Gasparini Lagrange, en su ensayo A modo de introducción: El reino del exilio, afirma: “El exilio es un viaje sin retorno. No se regresa al lugar que abrió la geografía del extrañamiento en nosotros. Cambia la tierra de la que nos alejamos, cambiamos también nosotros, habitantes desde entonces del desarraigo”. El individuo que marcha hacia otros lares se inicia así en una especie de extravío, sobresalto de ajenidad es lo que ahora le tocará vivir.

En el exilio los códigos cambian y la comunicación regular se trastoca. El que parte se siente extraño al arribar a nuevos caminos porque el trato a recibir es el que corresponde al que viene de afuera. En el poema “No veré la ciudad” el canto lírico se sabe de otros lares: “Soy un forastero (…)”. Y es que venir de tierra distinta conlleva algunas veces a complicaciones. Un forastero no echa raíces, está de paso, su ritmo y compás le indican siempre que marcharse es el deber. “Por este cuerpo” sirve igualmente de ejemplo: “(…) no basta tu imagen / cuando giras contra el forastero / que canta en el invierno / por el bien de mi vida no te detengas / cuando toques mi piel y mi ansiedad”.

Un hecho interesante en la poética cabaniana es que el motivo lírico se sabe exiliado, se reconoce bajo esa condición.

La añoranza, por su lado, es percibida en el poema “En tus manos late el calor de mi pueblo”: “(…) pero el viento me arrima a esta ciudad / y pienso en mi pueblo (…) no fui hecho para amar otras ciudades”. Ese rechazo a lo nuevo trae como consecuencia un estado de soledad el cual es palpable al hacer negación de lo que aparece ante los ojos. En el poema “XVIII” el primer verso comunica incertidumbre al lector: “Estoy en una ciudad imprecisa”. Más adelante, la voz manifiesta: “(…) mientras ando por el jardín a tanta distancia / (…) no tengo una brújula / ni unas palabras de amor cerrándose sobre el disperso yo”.

El autoexiliado Julio Cortázar, en su ensayo “América Latina: exilio y literatura”, expresa: “El exilio y la tristeza van siempre de la mano (…)”. Cuando se vive la pesadumbre de la inestabilidad el individuo es sometido a un vivir agónico, eso porque insistentemente se tambalea el camino a seguir, y la duda así llega a ser memoria del cuerpo.1

Uno de los poemas de Cortés Cabán en los que el exilio se presenta directamente asociado a su ciudad adoptiva es “Cuando llegamos a Nueva York”: “Contemplamos / el paisaje del otoño / y el verde profundo y mañoso / luego fuimos por anchas avenidas cubiertas de niebla / el viento silbaba como un desconocido / que no tiene la culpa de tanta frialdad / y la nieve iba cayendo y el tren era una lámina rojiza / los que pasaban nos miraban recelosos / como se mira una piedra arrojada al vacío / el cielo morado y turbio y sin estrellas / nos daba la bienvenida a la ciudad”. Este abrumador y contundente escrito muestra mejor que ninguno el panorama que vive todo el que de afuera llega a zona no conocida, el precio a pagar al saberse inmigrante. Resalta particularmente aquí la referencia a individuos varios, a un sentir en plural, una pena compartida.

Un hecho interesante en la poética cabaniana es que el motivo lírico se sabe exiliado, se reconoce bajo esa condición. Es desde allí donde reflexiona, reafirma, comunica. Como muestra algunos versos de “Este que baja desde el exilio”: “Ven / y mírame / soy estas colinas / y este río / que baja desde el exilio (…)”. Otro ejemplo se toma de “La memoria”: “Te ofrezco / un poco de vino y un poco de aceite / para que no veas mi exilio / (…)”. “Ruega por mí” revela también lo expuesto: “de exilio en exilio ruega por mí”.

Saberse exiliado es estar consciente del precio a pagar por ausentarse de un territorio y llegar a otro, siendo las consecuencias del desarraigo siempre esa especie de lastre a llevar. Y es que, como dice la uruguaya Cristina Peri Rossi en su poema “El viaje”: “partir / es siempre partirse en dos”.

 

Referencias

  • Arenas, Reinaldo (1980). Lo cubano en la literatura. Miami: Solar. Ediciones de poesía.
  • Bruce-Mitford, Miranda (1997). El libro ilustrado de signos y símbolos. Barcelona: Blume.
  • Cirlot, Juan Eduardo (1992). Diccionario de símbolos. Barcelona: Editorial Labor, S.A.
  • Cortés Cabán, David (2011). Islas. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
    — (2004). Ritual de pájaros. Mérida: El otro, El mismo.
    — (1999). El libro de los regresos. Madrid: Editorial Verbum, S.L.
  • Gasparini, Marina (2012). Poesía latinoamericana del siglo XX. Caracas: Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana.
  • Ossott, Hanni (2005). Cómo leer la poesía. Ensayos sobre literatura y arte. Caracas: bid & co. editor.
  • Palomares, Ramón (2004). Antología poética. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
  • Peri Rossi, Cristina (1984). La nave de los locos. Barcelona: Editorial Seix Barral.
    — (2009). Poesía reunida. Barcelona: Lumen.
  • Varios autores (1997). Lectura crítica de la literatura americana. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
    — (2009). Poesía de Puerto Rico. Cinco décadas (1950-2000). Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.
    — (2007). 3r Festival Mundial de Poesía Venezuela 2009. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.
Aarón Almeida Holmquist
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Notas

  1. Hanni Ossott.
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