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David Cortés Cabán
“No pienso en la escritura como en una rutina”

domingo 22 de julio de 2018
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David Cortés Cabán
David Cortés Cabán: “La buena poesía, esa poesía que se queda grabada en la memoria y el corazón del lector por muchos años, nada tiene que ver con la cantidad”.

Los inicios

—¿Cómo fue la iniciación poética de David Cortés Cabán? ¿A qué edad empezaste a escribir o a interesarte por la poesía?

En Puerto Rico todo el mundo se comunica en español, es nuestra lengua materna. La lengua española es la que nos ha mantenido unidos.

—Aunque de pequeño me atraía la lectura de los cuentos que hacía en la Escuela Elemental la maestra de español, fue luego, cuando pasé a la Escuela Intermedia, que comenzamos a leer a Gustavo Adolfo Bécquer, Juan Ramón Jiménez y Rabindranath Tagore, que me entusiasmó la poesía. Más tarde, en la High School (Escuela Superior Antonio Lucchetti), comencé a conocer más autores puertorriqueños como Julia de Burgos, Luis Palés Matos, José de Diego y José Gautier Benítez, y a hispanoamericanos como Pablo Neruda y Rubén Darío. Estas lecturas me motivaron a continuar leyendo y desarrollar un interés especial por la literatura, pero particularmente por la poesía. Creo que tuve suerte de tener unas maestras sensibles a los intereses del estudiantado. Recuerdo estas maestras con aprecio pues me motivaron, dentro de las escasas oportunidades y limitaciones que un niño pobre puede tener, a leer la literatura que me atraía. Recuerdo que Miss Suárez, la bibliotecaria, cubrió el bulletin board (tablón de anuncios) de la biblioteca con algunos de mis poemas. Poemas de temas puramente románticos y modernistas. Luego en El Progreso, un periodiquito del pueblo, publicaron una foto con una breve biografía y un poema mío. Estas son las humildes experiencias de mis años de estudiante, de esos gratos e inolvidables años que el gran Rubén llamó: “Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!”. Esos fueron mis primeros años de iniciación en el infinito e inefable mundo de la poesía.

—Vives en Nueva York desde 1973, y por ser puertorriqueño imagino que habrás aprendido el inglés desde niño por ser la segunda lengua oficial de la isla. ¿Has escrito poesía en ese idioma?

—Bueno, de aprender el idioma inglés desde niño no es una realidad, en mi caso no es una realidad ni creo, tampoco, la de los niños y amigos que compartieron conmigo los años de mi infancia y adolescencia. En Puerto Rico se enseña inglés desde los grados primarios, pero eso no quiere decir que todos los estudiantes hablen inglés. Hay ciertos sectores de la población que hablan inglés correctamente, otros con sus limitaciones. Hoy día los jóvenes que salen de las universidades, profesionales en el mundo de las leyes y los negocios, dirigentes políticos y representantes del gobierno, pienso que deben manejarse bastante bien en el inglés. Pero creo que, aunque se enseña en la escuela como una segunda lengua, mucha gente lo aprende y lo habla de acuerdo a sus intereses y necesidades. Yo mismo, en mi caso, aprendí inglés más por necesidad que por otra cosa. Algo así como para sobrevivir en el ambiente neoyorquino. En Puerto Rico todo el mundo se comunica en español, es nuestra lengua materna. La lengua española es la que nos ha mantenido unidos, es nuestra historia y nuestra identidad. En ella nos movemos y nos expresamos. En ella está latente nuestro modo de convivencia y de solidaridad. En ella expresamos nuestro mundo interior, nuestra forma de expresar nuestra idiosincrasia ante el mundo. Llegué a Nueva York en 1973, un año después de haber terminado mi Escuela Superior, para trabajar y estudiar como lo hacen miles de jóvenes de todas partes del mundo. En esta ciudad conocí a mi esposa Gloria Quiñones y aquí nació mi hijo Omar. Y en esta ciudad he escrito toda mi poesía.

 

Proceso creativo

—Vivimos en un mundo, una época, en la que los títulos académicos parecieran ser la gran seguridad del ser humano; sin embargo, grandes escritores provienen de formación autodidacta. ¿Qué opinión tienes con respecto a eso?

—Tienes razón. Los títulos universitarios, aunque no tienen que ver nada con convertirse en un escritor, son sin embargo necesarios para poder obtener un trabajo según los fines que uno persiga. Ciertamente hay una idea errónea en creer que un título universitario hace a un escritor o a una escritora. Tienes razón en señalar que muchos grandes escritores han sido autodidactas. De estos casos hay miles en las artes y la literatura de todos los países. Hay grandes inventores, antes y durante la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, que nunca poseyeron un título universitario. Pero pienso que una educación universitaria es necesaria para salir adelante en el mundo actual. Hoy día hay muchas universidades que ofrecen MFA (Masters In Creative Writing) con profesores que son reconocidos escritores y poetas. Muchos estudiantes son admitidos en estos programas de escritura y algunos llegan a publicar y ser reconocidos. Ciertamente esta es una manera de ahondar más en el conocimiento de la escritura, pero no garantiza que el estudiante vaya a convertirse en un verdadero escritor. Por otro lado, la mayoría de los escritores autodidactas que han trascendido los tiempos y regiones geográficas han sido personas de una profunda vocación, dedicados al estudio y guiados por intereses y motivaciones personales.

—He podido notar que tus publicaciones suelen tener varios años de diferencia; es decir, no has publicado poemarios seguidos, dos en un mismo año o uno seguido del otro. ¿Eso ha ocurrido por asunto editorial, para dar reposo a lo escrito o por mera casualidad?

—Hay poetas que tienden a publicar bastante seguido, tienen la capacidad de crear continuamente y de publicar muchos libros. Todo esto hay que verlo a la luz de los propios intereses de un escritor. Para algunos, la publicación de muchos libros puede convertirse en una satisfacción personal. Pero la buena poesía, esa poesía que se queda grabada en la memoria y el corazón del lector por muchos años, nada tiene que ver con la cantidad. Cantidad no quiere decir calidad. Aunque ciertamente algunos poetas logran crear una obra cuyo valor y riqueza no se demerita por su vastedad, pero en algunas ocasiones la misma vastedad se puede convertir en una trampa para quien no tiene la fuerza y la imaginación para trascender lo que ha escrito. No todo el mundo es un Lope de Vega o un Pablo Neruda. De todas formas, cada poeta escribe de acuerdo a sus circunstancias y experiencias, y de acuerdo también a su necesidad espiritual y personal. En mi caso yo creo que todo tiene su tiempo, no hay que afanarse por publicar. Pienso que es más conveniente esperar a que el poema mismo dicte las pausas y el tiempo de la cosecha.

Creo que cada poeta escoge aquellos temas que más le interesan y trabaja con los que se sienta más afín.

—¿Tienes algún ritual de escritura? ¿Una hora del día, una vestimenta especial, una vista, un olor, algo puntual que necesites para fluir como autor?

—Yo no escribo todos los días. No pienso en la escritura como en una rutina. Hay quienes necesitan hacerlo, especialmente el novelista profesional o el periodista que hace de la escritura un oficio. En mi caso, concibo la poesía como algo que puede obtener mejores resultados si se hace sin prisa y sin intención de satisfacer a nadie. Yo pienso que cada circunstancia de la vida que el poema refleje debe concordar con el sentimiento que le dio vida. Lo que sucede con la poesía, y vuelvo a reiterar que este es mi caso, es que las imágenes que recojo de la vida diaria se van quedado en mi mente y más tarde algunas de esas impresiones van tomando cuerpo en el poema. La misma memoria elige unas imágenes y deshecha otras. No tengo tampoco un horario específico para escribir. Sin embargo, la tranquilidad de la noche es un buen tiempo para dejar que las ideas fluyan buscando el sentido que las anima y les da vida.

—¿Qué te limita como ensayista y poeta? ¿El tiempo, la temática a trabajar, algún miedo tal vez?

—En realidad no me considero un ensayista, las reseñas que escribo las hago llevado por la inquietud misma que me ocasiona la lectura de algún libro. No reseño novelas ni cuentos porque lo más que me atrae es la poesía y eso es lo que he hecho siempre. Las limitaciones siempre están ahí presentes, y uno tiene que estar consciente de esto. El tiempo es un factor que limita la cantidad de trabajo que uno pudiera hacer como, por ejemplo, dedicarle más horas a la lectura y a la escritura. Pero así es la vida, uno tiene que poner en una balanza sus preferencias y prioridades. Creo que cada poeta escoge aquellos temas que más le interesan y trabaja con los que se sienta más afín.

 

La obra y el paisaje

—La mayor parte de tu vida la has vivido en Nueva York, una de las metrópolis más activas del mundo; sin embargo, tu trabajo poético me lleva a paisajes naturales, epicentros rurales. Entre tus constantes están los animales, las olas, y ese pueblo y esa isla que mencionas con regularidad.

—Cierto, es verdad lo que dices. Mi poesía refleja muy poca información sobre Nueva York. Pero hay contados elementos de la ciudad, el clima y los pájaros, o la nieve y los puentes. No digo la flora y la fauna porque estos serían elementos más abarcadores. Recuerda que, como dices en tu pregunta, he pasado la mayor parte de mi vida en esta ciudad. Emigré muy joven. Traje en mi mente las experiencias que viví en Puerto Rico. La isla se convirtió en una memoria constante, el lugar donde volvía en la imaginación para poder sentir que no había partido del todo. Por eso puedo decirte que todo tipo de migración es dolorosa, más si conoces que el país donde resides ahora no tiene nada en común con tu historia, con tu cultura y con tu lengua. Como has podido ver, mis libros han sido escritos fuera de la isla. Cuando comencé la universidad, me deshice de los poemas que me acompañaban desde Puerto Rico. El estudio me dio una perspectiva más profunda de la poesía y del lenguaje poético. Esto me ha ayudado a ser más cuidadoso con lo que expreso en el poema.

—Ustedes los poetas del Caribe tienen siempre presente el mar. Recientemente leí el poemario Paisaje célebre, de la cubana Nancy Morejón, y en éste celebra hermosamente el trópico. Para Reinaldo Arenas también el mar fue siempre parte importante de su vida y de su obra.

—Tienes mucha razón en señalar el mar como una constante que el lector puede hallar en mis poemas. Y como bien dices, el mar está presente en la poesía de muchos poetas, no solamente del Caribe, sino también de otras latitudes y nacionalidades. Si te fijas en la poesía de Eugenio Florit, por ejemplo, o en la del poeta Derek Walcott, nacido en Castries, capital de Santa Lucía, verás allí la imagen del mar luminoso y relampagueante del Caribe. Hay un autor español, de los grandes poetas de la Generación del 27, Pedro Salinas, que escribió un hermoso poema llamado “El contemplado” cuyo motivo es el mar de Puerto Rico, el paisaje de luz y mar. Lo escribió en la década del 40 cuando fue invitado por la Universidad de Puerto Rico a dictar cursos de literatura. Y aunque el poeta murió en Baltimore, Maryland, en 1951, sus restos reposan en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzi del Viejo San Juan. Su amor a la isla y, seguramente, su fascinación con el mar, lo llevaron allí a descansar el sueño eterno. Pero sí, ciertamente el mar está unido a la visión poética de muchos autores del Caribe. Viene a mi memoria el título de un libro que leí durante mi juventud, Tú, mar, yo y ella, del poeta puertorriqueño Evaristo Ribera Chevremont. También el mar aparece allí ligado a sus versos. Es hermoso contemplar el mar, se siente uno como transportado a otra dimensión, traspasado por la grandeza y magnificencia de la belleza marina.

El exilio es parte de mi visión poética. Cuando uno está fuera de su patria, tiende a ver las cosas de otro modo.

—¿Cómo es el paisaje interior de David Cortés Cabán?

—Honestamente te digo que mi pasaje interior, como tú poéticamente lo llamas, no es nada diferente del paisaje de cualquier persona. Los paisajes interiores no son exclusivamente de los poetas. Todo el mundo tiene un gran paisaje interior; es decir, el ser interno y lo que podríamos llamar el alma y el espíritu viven dentro de uno mostrándonos el camino del bien y la esperanza, la misericordia y el amor, la fe y la solidaridad. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que todos tienen un paisaje que refleja aquello que los hace un ser único entre los demás.

—En tu poesía hay una gran carga de exilio, en lo personal me resultan fascinantes los siguientes versos: “(…) pero el viento me arrima a esta ciudad / y pienso en mi pueblo (…) / no fui hecho para amar otras ciudades”.

—Creo que la distancia y el exilio provocan en uno esa sensación de melancolía que motiva al poeta a expresar los recuerdos que han marcado su vida. Los momentos que fueron entrando en la niñez y la adolescencia, y que ahora, desde la altura de la adultez, salen fuera y se convierten en material poético. Tienes razón, el exilio es parte de mi visión poética. Cuando uno está fuera de su patria, tiende a ver las cosas de otro modo, a sentir que uno se va convirtiendo en algo así como un ser que a veces no sabe exactamente a dónde pertenece. De todos modos, quiero decirte que todo exilio es doloroso, hay que buscar una manera de no sentir su peso, de ignorarlo.

—El personaje Equis de la novela La nave de los locos, de Cristina Peri Rossi, manifiesta en una conversación que sufre la condición de ser extranjero, la cual adquirió con el tiempo y no por voluntad propia. ¿Sufres esa “condición”?

—Cuando uno vive en un país distinto al suyo y al lugar donde uno nació y creció, siempre existe una sensación diferente de lo que uno concibe como suyo, un estar aquí, pero con el corazón en otro lugar. A veces no podemos definir exactamente lo que sentimos, pero hay como un vacío que está ahí presente, algo de esa naturaleza invisible que quedó atrás. Pero también, te puedo decir, hay momentos en que uno puede sentirse extranjero en el mismo lugar donde nació. Parece increíble, pero así es. Es decir, formar parte de ese pueblo que amas, y a la misma vez dentro del ámbito de la escritura poética ser un ser completamente invisible. Por otro lado, cuando estamos lejos de la patria, el idioma, las costumbres y hasta el color de la piel nos recuerdan a cada paso que somos diferentes. Digo esto pensando en los que hemos echado raíces en los Estados Unidos, hemos creado una familia y hemos echado a volar nuestros sueños fuera de la tierra que nos vio nacer. Además, el prejuicio y la discriminación son parte de esa realidad que nos recuerda nuestra condición de extranjeros, pero hay que buscar el lado esperanzador de la vida, y seguir adelante.

—Juan Liscano y su revista Zona Franca, José Lezama Lima con Orígenes, Victoria Ocampo con Sur, Octavio Paz con Taller, tú con Tercer Milenio. ¿Qué podrías decirme con respecto a esa experiencia como coeditor literario?

—Bueno, puedo decirte que la revista Tercer Milenio fue una idea que hicimos realidad por el breve tiempo de cuatro años. La comenzamos a publicar en 1994 y ya para 1998 tuvimos que descontinuarla. Los poetas Pedro López Adorno, Juan Manuel Rivera y mi persona quisimos promover la poesía puertorriqueña. La revista sólo tuvo cuatro años de vida. Sacábamos un número por año. Aceptaba trabajos de escritores hispanoamericanos y españoles, pero su fin era dar a conocer la producción literaria puertorriqueña. El propósito primordial era luchar contra la indiferencia, crear una revista representativa de lo nuestro, que diera a conocer nuestra producción en el exterior. Sabemos, por experiencia, que la mayor parte de las revistas que ya tienen un ganado prestigio en el mundo literario, raramente publican a escritores desconocidos. Teniendo en cuenta esas posturas elitistas creamos Tercer Milenio. Tuvo poca vida, pues el costo de producción era muy alto, y aunque tuvimos buenos amigos y conocidos que apoyaban el proyecto, el dinero que conseguíamos para la publicación era muy poco. Terminábamos nosotros mismos cubriendo todos los gastos de edición, algo así como 3.000 dólares por número. En lo que respecta a la elaboración, puedo decirte que tomábamos tiempo para leer los textos que recibíamos y discutíamos la calidad de éstos, así como la organización y el montaje de los mismos. Nos acercábamos a excelentes pintores puertorriqueños para que contribuyeran con el arte de la portada y del interior. Trabajábamos en el sótano de la casa del poeta Pedro López Adorno, en Eastchester, el Bronx, Nueva York. López Adorno no solamente traducía al inglés el editorial, sino que también organizaba y escribía los textos en su computadora. En realidad, fue una experiencia que compartimos gratamente. Nos repartíamos el trabajo, buscábamos colaboradores y suscriptores, enviábamos la revista a otros países. Después de cuatro años optamos por descontinuarla debido al alto costo de la edición. Recuerdo que llegamos a publicar poemas de los reconocidos poetas Eugenio Montejo y Rafael Cadenas. Teníamos canje con muchas revistas de Hispanoamérica y Europa. De Venezuela recibíamos la revista Poesía que dirigían, en aquel tiempo, nuestros queridos amigos y poetas Adhely Rivero y Carlos Osorio Granado.

 

Quienes deseen escribir, comiencen primero leyendo buenos autores. Leer buena literatura, cualquiera que sea el género literario de su preferencia.

La docencia

—Como docente, ¿qué esperas de tus alumnos?

—En 2008 le dije adiós a la Escuela, y en 2013 hice lo mismo con mi trabajo de profesor adjunto del Colegio Eugenio María de Hostos (The City University of New York). Uno debe esperar siempre que los alumnos den lo mejor, que se afanen por salir adelante, y uno como maestro o profesor universitario también tiene que dar lo mejor de sí. Si les exigimos a los estudiantes un buen rendimiento, también nosotros tenemos que exigirnos un buen rendimiento. Ya no estoy en el salón de clase, pero cuando estaba tenía siempre presente el alto grado de responsabilidad que tiene un maestro, un profesor, un facilitador de enseñanza. Un profesor es una especie de guía, nada más. Y si en verdad, si tienes vocación y amor por lo que haces, si pones el espíritu en aquello que enseñas, ten por seguro que lograrás crear estudiantes que irán a brindar buenos servicios al pueblo, a la sociedad y al lugar donde vivan. Aquellos que deseen entrar al campo de la pedagogía les recomiendo leer a Pablo Freire y a nuestro Eugenio María de Hostos.

—¿Algún consejo para las personas que se inician en la escritura?

—En realidad, no creo que haya que darle consejos a la gente, pues lo que he aprendido con los años es que dar consejos es como echar agua en vaso roto. Pero de todos modos te voy a decir, no un consejo, una sugerencia. Quienes deseen escribir, comiencen primero leyendo buenos autores. Leer buena literatura, cualquiera que sea el género literario de su preferencia. Todo aquello que se emprenda en la vida requiere de sacrificio, paciencia y perseverancia. Estos tres elementos son importantes para crearse una disciplina personal y lograr un objetivo, cualquiera que éste sea. Hay que comenzar leyendo porque en fin, toda literatura es un gran paisaje de múltiples voces y estilos. Nada se crea en el vacío, y los mismos temas de antaño son los mismos que trabajamos hoy día desde otra perspectiva, desde una nueva óptica debido a las situaciones que entran todos los días a nuestras vidas. Hay que leer para adquirir conciencia de los estilos, las épocas, los movimientos literarios, las vanguardias, y en fin, de todo aquello que concierne a la literatura.

—Para finalizar, tus preferencias literarias.

Un poeta: Rubén Darío. Un novelista: Miguel de Cervantes Saavedra. Un cuentista: Julio Cortázar. Un ensayista: José Martí. Un libro: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Aarón Almeida Holmquist
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