
En este ensayo analítico, pretenderemos abordar las tensiones del siglo de la razón ilustrada en las obras Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y Cándido, de Voltaire. Nuestra hipótesis pretende contestar dos preguntas clave relacionadas con estas obras: ¿es el paradigma que instala la modernidad una nueva forma de pensamiento sistemático?; ¿responde, acaso, a valores estables que han sido recuperados de la época clásica? Este análisis se encuadra en el texto La modernidad, un proyecto incompleto, de Jürgen Habermas (1988), que trabaja el concepto de modernidad desde una mirada no puesta en la innovación como época, sino en una conciencia que se relaciona directamente con el pasado, con la antigüedad. Lo moderno, según plantea Habermas, surgió como concepto en diversas ocasiones a través de toda la historia cada vez que se quiso quebrar con la conciencia de una época anterior, a modo de separación con las relaciones antiguas. Si bien la ilustración ha presentado y perfeccionado la voluntad de desarrollo de un sistema de pensamiento sistemático, no propuso ninguna innovación respecto de los lineamientos morales que imperaban sobre la razón y se encontraban implantados en las sociedades desde siglos atrás. La teoría y el análisis de Habermas servirán como anclaje para entender, en las obras antes nombradas, el siguiente supuesto: “Lo moderno conserva un lazo secreto con lo clásico (…). Nuestro sentido de la modernidad crea sus propios cánones de clasicismo” (p. 2).
Aquellos procedimientos que la razón propone para evitar una vida pecaminosa son, ni más ni menos, el sistema anteriormente conocido como mitológico.
Si hablamos de ideas predominantes en Robinson Crusoe, encontraremos la sistematización como principio fundamental. La metodología en la escritura del autor y las ideas que dicha obra pregona son las estructuras firmes que nos permiten abarcar su estudio. A partir de la llegada de Robinson a la isla, la minuciosidad y los detalles en su vida como náufrago son las bases principales que le permiten sobrevivir allí. Pero no es nuestra intención detenernos en estos aspectos que podemos notar claramente en una lectura ingenua del texto. Nuestra pretensión es rastrear aquellas zonas que den cuenta de cómo la fuerte carga ilustrada es, en realidad, una reproducción de valores mitológicos y religiosos. Desde que Robinson decide emprender el viaje, su padre le advierte de los peligros que puede acarrear dejar el lugar en que vive. Los consejos del padre, su voz, no son más que los mandatos de Dios dando cuenta de la vida errática que el personaje principal eligió. Mantenerse en el camino de Dios, continuar con el rol destinado, con la orden divina, es el modelo que la ilustración propone. Aunque es evidente que no lo hace de forma explícita, en la obra se plantea dicha situación como reflejo del daño y caos que puede provocar elegir una vida que contradiga la profesión a la cual se está destinado. “Me aseguró que no dejaría de rogar por mí, pero que se aventuraba a decirme que si me dejaba arrastrar por mi impulso Dios no me acompañaría, quedándome sobrado tiempo para lamentar haber desoído los consejos paternales y ello cuando ya nadie pudiera acompañarme en mi arrepentimiento” (Defoe, 2008, p. 18). Es menester volver sobre diversas cuestiones de esta cita. En primer lugar, la voz del padre es, en realidad, la voz del Padre de todos: Dios. Él es quien augura lo que pasará si no se actúa racionalmente. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, las pasiones son lo que la razón debería controlar para no dejarle ganar la partida. Por último, cuando las pasiones son las que priman aparecen la desdicha y la súplica del perdón. La liberación de los deseos e impulsos no sólo quiebra la norma, sino que genera conflictos y, a su vez, se presenta una incapacidad para resolver estos últimos: el resultado es una crisis. “Pero en medio de toda esta dicha un imprevisto y duro golpe de la Providencia volvió a desquiciar mi vida bruscamente, no sólo reabriendo en mí una llaga incurable, sino arrastrándome por sus consecuencias a una profunda recaída en mi temperamento errante” (Defoe, 2008, p. 331). La gran tensión de la modernidad está puesta en ello; pero la razón ilustrada presenta una resolución ante estos problemas, a saber: la creación de un sistema. Las conexiones están a la vista. Aquellos procedimientos que la razón propone para evitar una vida pecaminosa son, ni más ni menos, el sistema anteriormente conocido como mitológico. ¿Es entonces una visión innovadora la que nos trajo el hombre ilustrado? Habermas explica que la modernidad “se dirige contra lo que podría denominarse una falsa normatividad en la historia” (Habermas, 1988, p. 2). Ya viviendo en la isla, Robinson pone en funcionamiento el proyecto racional ilustrado que se le intenta hacer llegar al lector. Para poder sobrevivir perdido en medio de la nada, el personaje desarrolla un sistema de tiempo (calendario) y espacio (plantaciones) con el que lograría superar la catástrofe antes vivida (el naufragio del primer viaje que realiza Robinson). Pero cuando esto no funciona y la naturaleza se impone ante todo lo que ha logrado en la isla, él se refugia en su creencia: “¿Por qué Dios ha hecho esto conmigo? ¿Cuál ha sido mi culpa para ser tratado así? (…) y me pareció que hablaba dentro de mí una voz: ¿preguntas lo que has hecho?” (Defoe, 2008, p. 101). Este tipo de súplicas se repiten a lo largo de toda la obra siendo un sistema fácil de anticipar en la lectura. La culpa lleva a una autorreflexión constante que proviene, en su historia, de mandatos bíblicos. “La justicia de Dios me ha fulminado y no tengo nadie que me ayude o me escuche (…). ¡Señor, ayúdame en mi aflicción! Esta fue la primera plegaria, si así puedo llamarla, que elevaría al Cielo en muchos años” (Defoe, 2008, p. 100). Cabe señalar que la autocrítica es un ejercicio que toma la razón ilustrada para poder hacer blanco en las pasiones. “El más joven demostró un gran dominio de sus pasiones, dando ejemplo de una mente controlada con firmeza” (Defoe, 2008, p. 341). Otra manifestación del camino moral es el caso de su esclavo Viernes, a quien, con gran dedicación, desea “civilizar”, es decir, cristianizar: misión que incluye inculcarle los patrones sociales. “…Gradualmente fui iluminando su inteligencia (…). Le mostré cómo el diablo tiene secreto acceso a nuestras pasiones (…). Dios es más fuerte que el Diablo, Viernes” (Defoe, 2008, p. 221). Robinson Crusoe nos demuestra que somos sujetos inalterablemente funcionales para el sistema en el que estamos insertos. La transgresión a este sistema no es tolerable, no somos capaces de soportar la aventura. Debemos ejecutar nuestra vida de manera racional adecuándonos al plan para el que estamos destinados. Y, en caso de que quisiéramos romper con ese sistema, habrá otro que nos llevará nuevamente al “camino correcto”. Las expediciones de Robinson, su estadía en la isla y la construcción de objetos —a nuestro criterio— manifiestan la importancia de hacer las cosas como deben ser: “Cualquiera puede imaginar lo que significa una labor semejante, pero la paciencia y el trabajo me permitían al fin lograr mi propósito (…) con paciencia y perseverancia logré triunfar en muchas empresas” (Defoe, 2008, p. 121).
¿No es sorprendente que una moral de la razón se apoye sobre un sentimiento tan poco racional? En el texto Respuesta a la pregunta: ¿qué es el iluminismo?, Immanuel Kant, padre de la ilustración, plantea —a grandes rasgos— que la ilustración es liberadora, ya que evita una revolución, la cual pondría en peligro a la sociedad. Esta libertad de la cual somos responsables debe ser utilizada para razonar dentro de los límites impuestos. Podríamos aseverar que plantea un culto a la razón como motor del propio entendimiento y funcionamiento humano. Ahora bien, en el texto Nietzsche, crítico de Kant (1993), Olivier Reboul dice:
Al final, Kant vuelve a la doctrina del pecado original, bajo la denominación del mal radical: la falta nos corrompe absolutamente al brotar de una elección que está más allá del tiempo, puesto que proviene de la raíz de nuestro ser, de nuestra libertad (Reboul, 1993, p. 90).
Robinson nos permite entender que los sentimientos de culpa tienen sus raíces en las creencias mitológicas y han sido transmitidos hasta el hombre moderno. La razón ilustrada es el sistema que basa su castigo en los principios religiosos históricos.
En cambio, en el caso de Cándido, la razón es presentada a partir de la ironía. Esta es la principal diferencia entre la obra de Defoe y la de Voltaire. Si en Robinson Crusoe los ideales del siglo de la razón estaban puestos al servicio de la argumentación y del mandamiento explícito, en Cándido se utiliza el slogan. En este último, la exageración está a la orden de cada fragmento, dando lugar a que la ironía hable por sí misma para expresar la crítica al sistema ilustrado. Toda la obra responde de forma muy precisa a los planteos de Habermas cuando éste explica que “la modernidad se rebela contra las funciones normalizadoras de la tradición; la modernidad vive de la experiencia de rebelarse contra todo cuanto es normativo” (Habermas, 1988, p. 3). Entendemos que la razón ilustrada, la modernidad, formula su proyecto con la idea de desarrollar una ciencia moral y autónoma que responda a su lógica interna. Esta lógica, como ya expusimos, no es más que la recuperación e imitación de los antiguos modelos mitológicos. Voltaire se burla completamente de esto. Si bien no es necesariamente ateo, en su obra puede notarse la discusión que predomina con los dogmas religiosos: mismos dogmas que Robinson toma como lineamientos fundamentales para ser exitoso en la vida luego de atravesar su viaje. Lo curioso aquí es que el viaje que realiza Cándido no resulta un aprendizaje ni una ganancia, por el contrario, pierde completa significancia. Tal vez, esto tenga que ver con el enfrentamiento que tiene el autor con las instituciones, o la burla que se plasma en toda la obra. De todas maneras, estas hipótesis no son fáciles de rastrear. Los vaivenes de la narración suelen resultar absurdos y nunca completan un ideal determinado, sino que permite la ambivalencia en los lectores. ¿Cuáles son las marcas más explícitas que develan la burla a la creencia del destino divino? “Es evidente —decía— que las cosas no pueden ser de distinta manera a como son: si todo ha sido creado por un fin, necesariamente es para el mejor fin (…). Es patente que las piernas se han creado para ser calzadas, y por eso llevamos calzones” (Voltaire, 1759, p. 2). Pero este destino tiene, además, leyes. Éstas no pueden ser quebrantadas, y en caso de que así fuera, las consecuencias serían el castigo. Veamos uno de los primeros ejemplos en el capítulo V: frente a un suceso natural en el que Cándido, Pangloss y un marinero corren peligro, este último decide lanzarse a los placeres antes de morir.
Pangloss entretanto le tiraba de la manga: —Amigo mío —le decía—, eso no está bien, desobedecéis a la razón universal, porque este no es el mejor momento para ello. —¡Por Satanás! —contestó el otro—, soy un marinero nacido en Batavia, cuatro viajes he hecho al Japón y cuatro veces he pisado el crucifijo; ¡a mí no me vas a hablar de la razón universal! (Voltaire, 1759, p. 12).
El sistema racional ilustrado basa sus principios en aquello que podemos leer explícitamente en las religiones que predominan históricamente: la exigencia primordial de la moral es la responsabilidad.
¿Cuál es la razón universal? ¿Es acaso la ilustrada o corresponde al plan divino? Pareciera que aquí no hay diferencia alguna: el siglo de la razón ha basado sus imposiciones para el funcionamiento del sistema en los lineamientos religiosos de la historia pasada. Luego del terremoto que se narra en dicho capítulo, Pangloss (filósofo ilustrado) continúa repitiendo estos slogans que antes nombrábamos, sin mediar reflexión alguna de lo sucedido. Existe aquí una referencia explícita a la poca importancia que puede dársele a los sucesos acontecidos o a todo aquello que moviliza a los sujetos en su vida. Pues todo debe tener una razón de ser. Para el filósofo de la razón, si las personas actúan razonablemente y de forma correcta en todo momento y ante cualquier situación, estarán a salvo. Es el libre albedrío que nos lleva a la desdicha. Peor aún, hagamos lo que hagamos —desobedeciendo o no— se exalta hasta el ridículo el hecho de que no importa cómo o qué hagamos: todo está predestinado. Las semejanzas están a la vista. “Pangloss los consolaba, asegurándoles que las cosas no podían ser de otro modo: porque —dijo— esto es lo perfecto (…) porque es imposible que las cosas estén en un lugar diferente al que están, y porque todo está bien” (Voltaire, 1759, p. 13). A diferencia de Robinson, quien está siempre reflexionando y cuestionando sus propias acciones y consecuencias, aquí Cándido parece estar absorto siempre en las palabras de Pangloss, como si fuera esa la única verdad. El carácter omiso de Cándido refleja una crítica al hombre que ha sido moldeado por un sistema que aparenta ser moderno pero que, en realidad, no ha quebrado con el modelo antiguo. Esta técnica del absurdo no hace más que dar luz a las falacias del sistema ilustrado y al sistema mitológico. Pangloss y sus slogans, por ejemplo, podrían ser puestos al mismo nivel que el planteamiento de Foucault: “El rol del pastor es garantizar la salvación de su rebaño (…), vela por el alimento de su rebaño; se ocupa cotidianamente de su sed y de su hambre (…), tiene un designio para su rebaño. Debe o bien conducirlo a una buena pastura, o bien llevarlo al redil” (Foucault, 1996, pp. 23, 24). Como nombrábamos anteriormente, el absurdo es lo más enfático de toda la obra: la burla de la planificación divina, que lleva al descreimiento de esta última. Voltaire busca la desmitificación del reduccionismo ilustrado. Incluso el mismo Cándido lo explicita ya en el capítulo XIX: “El bueno de Pangloss —se decía— tendría ahora muchos problemas para demostrar su sistema. Me gustaría verlo aquí. El único sitio donde todo va bien es en El Dorado y no en el resto del mundo” (Voltaire, 1759, p. 53). Esta voz no es más que la de Voltaire hablando del engaño del sistema ilustrado. Es el filósofo la representación absurda del modelo de la razón, y es Cándido y sus desventuras lo que desmonta la idea de un sistema perfecto. Pero, aun así, la obra abusa de la confusión y ambivalencia con respecto a aquello que critica. Cuando se creía que se burlaba al sistema, retorna y se ubica en un plano de resignación: “Lo que sé —dijo Cándido— es que debemos cultivar nuestra huerta. —Tenéis razón —dijo Pangloss—, porque el hombre fue puesto en el jardín del Edén, ut operare tureum, para que lo cultivara, y eso prueba que el hombre no ha nacido para vivir ocioso. —Trabajemos y no pensemos —dijo Martín—, así la vida será soportable” (Voltaire, 1759, p. 93). El filósofo del principio ya no es el mismo, ahora acepta que todo lo dicho anteriormente es una mentira, y los sucesos han atravesado a los personajes de forma que la crítica y el cuestionamiento se vea aplacado por un posicionamiento de aceptación. Podemos afirmar, entonces, que el sistema que plantea Voltaire es, en realidad, la destrucción del sistema. Pues apela a que tanto los sistemas religiosos como los de la razón son carcelarios; la excepción es El Dorado. “…Pero yo os aseguro que, si se echa un vistazo a este globo, o más bien a esta bolita, pienso que Dios la ha dejado en manos de algún espíritu perverso, si exceptuamos El Dorado” (Voltaire, 1759, p. 55). El Dorado es ese lugar (ese sistema) en el cual las personas se encierran voluntariamente: “Hasta el momento y exceptuando El Dorado, únicamente he encontrado en el mundo habitable a gente desgraciada…” (Voltaire, 1759, p. 71). Ambas obras representan, en direcciones opuestas, aspectos del modelo de la razón ilustrada. La modernidad como concepto único es imposible de determinar. Pero comprendemos que, en sus comienzos, la propuesta de un sistema racional que ha sido planteada como innovadora es falaz en ciertos aspectos. La razón apela a una moral racional que controle un sistema, sin fallas, en el que los sujetos están inmersos. Pero estos lineamientos morales no son más que la reivindicación de legados de la antigüedad. La libertad del sujeto es, en realidad, una libertad condenatoria: de ella se desprende el miedo, que es temor. Y el temor es mítico. El sistema racional ilustrado basa sus principios en aquello que podemos leer explícitamente en las religiones que predominan históricamente: la exigencia primordial de la moral es la responsabilidad. Y si esta responsabilidad se ve afectada, producirá un sentimiento de culpabilidad, el cual siempre es mágico.
Bibliografía
- Defoe, Daniel (2008): Robinson Crusoe. Buenos Aires: De Bolsillo.
- Foucault, Michel (1996): “Omnes et singulatim: hacia una crítica de la razón política” y “¿Qué es la ilustración?” en ¿Qué es la ilustración? España: Ediciones de la Piqueta.
- Habermas, Jürgen (1983): “La modernidad, un proyecto incompleto” en La posmodernidad. Barcelona: Editorial Kairós.
- Kant, Immanuel (1986): “Respuesta a la pregunta: ¿qué es el iluminismo?” en Espacios de crítica y producción. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Números 4/5, noviembre-diciembre, pp. 40-47.
- Reboul, Olivier (1993): Nietzsche, crítico de Kant. España: Anthropos.
- Voltaire (1759): Cándido o el optimismo. Biblioteca Virtual Universal.
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