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Teoría crítica fáustica

lunes 15 de abril de 2019
“Fausto”, de Johann Wolfgang Goethe
Desde la perspectiva faustiana, para sustraerse de la autoridad coactiva impregnada por el orden dado en la sociedad no basta con forjar internamente un posible cambio externo. Ilustración de Fausto, de Johann Wolfgang Goethe (1828), por Eugène Delacroix
“Somos una época fáustica decidida a encontrar a Dios o al Diablo antes de irnos, y la esencia ineluctable de lo auténtico es nuestra única llave para abrir la cerradura”.
Norman Mailer, 1971

No podríamos decir que existe una época histórica estática. A medida que el tiempo pasa las palabras cambian y los ideales mutan o, en algunos casos, trascienden. La intervención social, para aquellos efectos, es un estandarte básico que genera el incólume movimiento de la historia. En efecto, Max Horkheimer, filósofo alemán, miembro de la Escuela de Frankfurt, confía en el rol fundamental que desempeñan la cultura, la familia y la aceptación de la autoridad como entes inmateriales que promueven aquella mediación, integración y cohesión social. Tal es la visión que funge en el teórico crítico alemán como la diáspora que le otorga los insumos para delinear las hipótesis que alimentan su ensayo Autoridad y familia, de 1936.

Nos preguntamos si la coacción que deriva de la autoridad genera un estrechamiento de la capacidad crítica del individuo y un empobrecimiento de su experiencia.

Para Horkheimer, entre 1920 y 1930 se desbarató la sociedad burguesa. La razón de ello fue el surgimiento y afianzamiento de nuevos grupos y movimientos sociales que buscaron, de raíz, alterar la estructura ciudadana, y que con su actuar generaron una crisis que desembocó en la segunda guerra mundial. El principal antecedente de aquel resquebrajamiento data de los años veinte, caracterizados por un proceso de concentración de capital en manos de la sociedad burguesa, acumulación que pasó por alto el análisis de la estructura interior y los planteamientos del proletariado. Tal omisión generó el advenimiento y posterior consolidación en el poder del fascismo en Alemania el 30 de noviembre de 1933, ideología que plasmó la esencia de la naturaleza humana: “adaptarse a un orden dado”. En otros términos, la génesis del carácter del individuo es la coacción impulsada por el sistema que impide la autonomía humana pero que enaltece la colectividad para, en últimas, ratificar el totalitarismo.

Desde la perspectiva del carácter social del ser humano forjado por la coacción a que está sometido por parte de la autoridad, en el presente escrito se buscará determinar, muy sintéticamente y a través del enfoque que presenta Goethe en el Fausto, si la autoridad como una categoría dominante en el aparato conceptual del saber histórico, como dependencia a la que se le ha dado consentimiento, genera relaciones progresistas y favorables al desarrollo de las fuerzas humanas o si, por el contrario, “conduce al extremo de la sumisión ciega y esclava, fruto subjetivo de la pereza mental y de la incapacidad para tomar resoluciones por sí mismo”.1 En otras palabras, nos preguntamos si la coacción que deriva de la autoridad genera un estrechamiento de la capacidad crítica del individuo y un empobrecimiento de su experiencia o si, por el contrario, forja asociaciones críticas y liberales que permitan la reivindicación del individuo contra la autoridad coactiva.

“Fausto”, de Johann Wolfgang Goethe
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La tesis que se manejará es que, si el hombre que se encuentra inmiscuido y carcomido por la modernidad quiere transformarse, tiene la obligación —desde una óptica nietzscheana— de transmutar, a cabalidad, el mundo físico, social y moral en que vive2 y se reconoce, pues la aceptación y sumisión total al poder, como lo diría Gabriel Marcel, se enaltecería como una técnica de envilecimiento.

Para el desarrollo del tema, se hará una breve reseña del dogmatismo interno en que hace su aparición la figura de Fausto para, posteriormente, observar la evolución de su figura como héroe cultural y social. De tal forma, intentaremos dilucidar si, en medio de la modernidad, su deseo de desarrollo podría hacer frente a la autoridad interna que con frecuencia, y de forma coactiva, lo somete.

Con la mira en la magna obra de la literatura universal que nos subsume en trágicos diálogos y reflexiones morales y metafísicas que van de la mano con una metamorfosis del desarrollo, llamamos la atención en una de las primeras frases del frenesí literario de Goethe que resulta esencial para conocer y meditar acerca de la situación en que se encuentra el Fausto soñador:

Ah, ¿todavía soy prisionero de esta cárcel? Este maldito y terrible agujero en el muro… En fin, afuera hay un mundo vasto.3

El personaje, deseoso de la vida que tanto le ha sido esquiva, se encuentra encerrado, aislado, permanece privado de experiencias por barreras clasistas o raciales que se imponen en la sociedad y que, tácitamente, oprimen y desvirtúan sus logros y éxitos los cuales, según su propio criterio, no son logros sino triunfos de su mundo interno que, a pesar de haber expandido su mente y su racionalidad, lo han aislado del universo exterior.

La angustia interior —dicha sucesión de pensamientos derivados de la curiosidad de la mente— fue el primer paso para que en medio de esa “oscuridad” se inspirasen visiones, acciones y creaciones revolucionarias.

Aquella es la coacción de su autoridad interna que continuamente le ha impedido la exteriorización de su ser. Son tantas las barreras impuestas exteriormente por el frenético despotismo que el miedo a afrontarlas resulta desmedido. Incluso, como lo dice Berman Marshall, “los poderes de su mente, al volverse hacia el interior, se han vuelto contra él, convirtiéndose en su prisión”,4 hipótesis que enaltece los insumos para pensar en la existencia de una diáfana sumisión ante la coacción de una autoridad interna.

Sin embargo, Fausto, como lo presenta Marshall, “lucha para encontrar la manera de que la abundancia de su vida interior se desborde, se exprese en el mundo exterior a través de la acción”.5 En efecto, así como lo absorben el sometimiento y la alienación hacia sus cuitas mentales, la inmensidad de su pensamiento le permite idear actos que cambian la condición en que se encuentra al hacerle frente a dicha autoridad que de manera silenciosa pero implacable le impide salir al mundo exterior.

La situación postulada, y que refleja Goethe a lo largo del texto, es la evidencia de los problemas de Fausto y, tal vez, de las demás personas que se desarrollaron en la Europa moderna temprana, pues si bien la reflexión acerca de la división social del trabajo —característica de esta época— se efectuó desde las abstracciones de grandes pensadores que plasmaron beatificas e innovadoras ideas, en la práctica se “ha mantenido sus nuevos descubrimientos y perspectivas, su riqueza potencial y su fecundidad, separados del mundo que los rodea”.6

Ello logró, en términos de Horkheimer, “la adaptación más perfecta posible del sujeto a la cosificada autoridad de la economía”.7 Sin embargo, la angustia interior —dicha sucesión de pensamientos derivados de la curiosidad de la mente— fue el primer paso para que en medio de esa “oscuridad” se inspirasen visiones, acciones y creaciones revolucionarias; o al menos así le sucedió a Fausto, como se lee en la segunda parte del texto, quien escucha las campanas que reviven su esperanza,8 o al encontrase frente a Mefisto en una montaña mirando el espacio nuboso:

¿por qué han de permitir los hombres que las cosas sigan siendo como han sido siempre? ¿No es ya hora de que la humanidad se imponga a la tiránica arrogancia de la naturaleza, para hacer frente a las fuerzas naturales en nombre del espíritu libre que protege todos los derechos?9 (…) Y es posible… en mi mente, rápidamente se desarrolla un plan tras otro.

Fausto muestra una fase estructural mucho mayor. Todos los proyectos madurados y que busca realizar, siempre con fines humanos —puertos y canales artificiales, verdes campos y bosques, entre otros—, implican el actuar colectivo, para lo cual resulta indispensable “el nacimiento de una división social del trabajo, una nueva vocación, una relación entre las ideas y la vida práctica (…), el trabajo titánico a través del desarrollo económico.10 No obstante, aquel ideal de Fausto, edificado desde el pensamiento humanista quizá de Pico de la Mirandola, corroe la idea del hombre como actor autónomo e independiente, capaz de cambiar y transfigurar, pues a pesar de creer actuar libremente, los rasgos fundamentales del orden social mismo se sustraen a la voluntad de sus existencias aisladas y los hombres, por lo tanto, no tienen más alternativa que reconocer y comprobar allí donde podrían configurar, de manera que adolecen de aquella libertad que cada vez necesitan con mayor urgencia: la de regular y dirigir racionalmente el proceso social del trabajo y, con ello, las relaciones humanas en general, es decir, hacerlo según un plan unitario en interés de la mayoría.11

La tentativa de excluirse de la autoridad interna que es uno mismo mediante ideales deseados deviene en la conversión del ser en la misma autoridad externa que somete a los demás entes de la sociedad.

Desde tal perspectiva, es viable inferir que, a pesar de que la mente de Fausto y de las grandes efemérides de la sociedad instauraron un pensamiento revolucionario y de imperioso pero eventual cambio, como consecuencia del carácter coactivo de la autoridad interna —tanto de la social como de la económica—, los intentos empíricos faustianos por forjar una sociedad como fin en sí misma, que reivindicase todos sus derechos y sus ideales, se tradujeron realmente en el apoyo y tolerancia de la cárcel interna que es la división del trabajo y las relaciones económicas, pues la consecución de tales proyectos “requerirá no sólo una gran cantidad de capital sino también control sobre una gran extensión de territorio y un gran número de personas”.12 Fausto terminó por caer en lo que él mismo consideraba una ignominia. El reflejo de aquello es, irremediablemente, cuando nuestro anacrónico héroe aduce:

¡Arriba! ¡Dejad vuestros lechos, criados! ¡Todos arriba! Dad realidad a lo que osadamente concebí. ¡Coged las herramientas, esgrimid el pico y la pala! Poned por obra inmediatamente lo propuesto.13

De aquella forma, habría de inferirse que los ideales críticos y de cambio que Fausto tenía en principio, inconscientemente ceden a la autoridad que ahora encarna, pues mediante sus palabras —que antes clamaban por la autonomía del hombre para cambiar y transgredir el sistema— ratifica la dinámica del mismo al impulsar a sus trabajadores con mano dura, así como lo hace consigo mismo, es decir, sin poder salir de su autoridad interna que lo hostigaba y lo asfixiaba.

Es suma, desde la perspectiva faustiana, para sustraerse de la autoridad coactiva impregnada por el orden dado en la sociedad, no basta con forjar internamente un posible cambio externo, un criterio ajeno a la estrechez que pretende el sistema pues, así ese sea el ideal, la dinámica del sistema encarnada por la maquinaria económica y de división del trabajo impedirá la consecución de aquellas entelequias. La tentativa de excluirse de la autoridad interna que es uno mismo mediante ideales deseados deviene en la conversión del ser en la misma autoridad externa que somete a los demás entes de la sociedad, pues todo lo que se hace se hace en función de la maquinaria económica y del trabajo.

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Notas

  1. Marcos Hernández y Carlos Marzán. Recensión: “En torno al pensamiento de Max Horkheimer en la década de los treinta. Una reseña”; pág. 200.
  2. Marshall Berman. El Fausto de Goethe: la tragedia del desarrollo en “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Siglo XXI Editores, 1991, pág. 31.
  3. Johann Wolfgang Goethe. Fausto. Editorial Espasa Calpe, SA, 1998, pág. 20.
  4. Ibídem supra nota 2, pág. 33.
  5. Ídem.
  6. Ídem, pág. 34.
  7. Max Horkheimer. Estudios sobre autoridad y familia. París, 1936, pág. 109.
  8. Ernst Schachtel. Metamorfosis: el conflicto del desarrollo humano y la psicología de la creactividad, México, FCE, 1962.
  9. Johann Wolfgang Goethe. Fausto. Editorial Espasa Calpe, SA, 1998, pág. 137.
  10. Ibídem supra nota 2, págs. 54 y 55.
  11. Ibídem supra nota 7, pág. 118.
  12. Ibídem supra nota 2, pág. 55.
  13. Johann Wolfgang Goethe. Fausto. Editorial Espasa Calpe, SA, 1998, pág. 159.