Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

Literatura y humanización en los discursos de recepción del Premio Nobel de Literatura
(Vargas Llosa, Octavio Paz, Márquez, Asturias y Neruda)

lunes 24 de agosto de 2020
¡Comparte esto en tus redes sociales!
Literatura y humanización en los discursos de recepción del Nobel, por Omar Aouini
La novela latinoamericana tiene su origen en la realidad extraordinaria y descomunal de este continente. Piedra del Sol. Museo Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México. Fotografía: Juan Carlos Fonseca Mata

Introducción

En este trabajo vamos a tratar el tema de la literatura y la humanización en cinco autores latinos, a través de sus discursos de recepción del Premio Nobel de Literatura. Haremos una breve presentación a estas excelsas figuras, a continuación abordaremos el tema de la relevancia de la creación literaria como resultado de la lectura y la escritura en Vargas Llosa y Octavio Paz; luego, trataremos el origen de la literatura latinoamericana en García Márquez, Miguel Ángel Asturias y Octavio Paz; después, estudiaremos la cuestión de la literatura y la humanización exclusivamente en Vargas Llosa, y finalizamos con las obligaciones de los escritores latinoamericanos en Pablo Neruda.

 

La elección del Premio Nobel de Literatura ha sido siempre polémica, en la medida que lo han recibido escritores desconocidos en detrimento de otros universalmente conocidos.

La Academia Sueca y los seis galardonados latinos

La Academia Sueca empezó a conceder premios Nobel desde 1901 en varias aéreas: la física, la química, la medicina, la literatura y la paz. El Premio Nobel de Literatura fue otorgado a once escritores hispanos, entre los cuales figuran seis de América Latina. De España recibieron este galardón José Echegaray en 1904, Jacinto Benavente en 1922, Juan Ramón Jiménez en 1956, Vicente Aleixandre en 1977 y Camilo José Cela en 1989.

De América Latina, la chilena Gabriela Mistral fue la primera figura y la primera mujer que mereció el Premio Nobel de Literatura en 1945, gracias a sus poemarios considerados como libros fundamentales en la poesía latinoamericana, como Desalación (1922), Ternura (1924) o Lagar (1954). El nicaragüense Miguel Ángel Asturias en 1967, autor de El señor presidente (1946) y Hombres de maíz (1949). El chileno Pablo Neruda en 1971, entre sus más destacados libros están Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), España en el corazón (1937) y Canto general (1950). El colombiano Gabriel García Márquez, en 1982, mereció este galardón por su abundante y excelente creación literaria, como Cien años de soledad (1967) y Crónica de una muerte anunciada (1981). El mexicano Octavio Paz en 1980, cuyos libros más destacados son El laberinto de la soledad (1950), El arco y la lira (1959), y Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982). El peruano Mario Vargas Llosa en 2010; sus mejores novelas son La ciudad y los perros (1963), La tía Julia y el escribidor (1977) y La fiesta del Chivo (2000).

Cada uno de los cinco laureados sobre los cuales vamos a enfocar nuestro trabajo ha elegido un título significativo para su discurso ante los miembros de la Academia Sueca, durante la ceremonia de la recepción del Premio Nobel. El discurso de Asturias es titulado “La novela latinoamericana: testimonio de una época”; el de Neruda, “Hacia la ciudad espléndida”; el de García Márquez, “La soledad de América Latina”; el de Paz, “La búsqueda del presente”, y el de Vargas Llosa, “Elogio de la lectura y la ficción”. Estos temas representan las cuestiones centrales de estos discursos, junto a otros secundarios.

Sin embargo, la nómina de los brillantes escritores latinoamericanos no se reduce a estos nombres, pues otras grandes figuras de letras fueron candidatos al Premio Nobel de Literatura, tales como los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, y el mexicano Carlos Fuentes. Algunos piensan que la elección del Premio Nobel de Literatura ha sido siempre polémica, en la medida que lo han recibido escritores desconocidos en detrimento de otros universalmente conocidos; otros fueron miembros de la Academia Sueca y se autopremiaron; en otros casos se premió a políticos como Sir Winston Churchill; y no siempre se ha interpretado correctamente el testamento de Alfred Nobel que indica que el Premio se otorga “a quien haya producido lo mejor en sentido ideal”.1

En el discurso de Gabriela Mistral no hemos encontrado ninguna reflexión o nota relativa a la literatura y a la creación literaria. Era un discurso brevísimo, y se compone tan sólo de cinco párrafos.

 

Creación literaria: de la lectura a la escritura

Para Vargas Llosa, la lectura, afición que emprendió muy temprano a los cinco años, es la actividad más notable que ha realizado en su vida. Leer es convertir en imágenes lo leído, lo cual ensancha su mundo imaginativo, y le permite viajar en mundos lejanos y con personajes extraños. Vargas Llosa, a través de la lectura, se encuentra frente al universo de la literatura, que transforma “el sueño en vida y la vida en sueño”.2 La lectura dio el paso primordial para su escritura que consistía en continuar las historias leídas, impregnadas de aventuras e ilusión, y prolongarlas en el tiempo. Sus lecturas de infancia siguieron ejerciendo influencia en él, tanto en su niñez como en su madurez y su vejez, imaginándoles desarrollos y fines distintos de los originales.

De niño, el escritor peruano descubrió la dimensión negativa de la vida a través de los sentimientos de soledad y miedo, y fue buscando salvación y refugio en la lectura, pero no cualquier lectura, sino la de los buenos libros. Allí encontró mundos diferentes de pasión intensos, que le condujeron a la libertad y la felicidad, y la literatura se volvió para él un medio de aguantar la desgracia, un instrumento de protesta y rebelión. La literatura se convierte en su “razón de vivir” y, por ende, “la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa”.3 En sus momentos de desánimo y decaimiento, recurre a la escritura de historias.

Por su parte, Octavio Paz pasó su infancia en una casa con jardín y biblioteca. Si la primera era “el centro de su mundo”, la segunda le era “una cueva encantada”, donde leía con sus compañeros de escuela toda clase de libros, especialmente los de historia. A través de estos libros, saboreaba las imágenes de los palacios, las chozas, las selvas, los desiertos, los guerreros, los reyes, los mendigos. Viajaba con héroes como Simbad, Robinson Crusoe, sujetando el tiempo infinito y poniéndolo al alcance de sus manos.

La modernidad perseguida por los poetas y los escritores de América Latina está entre ellos y no fuera.

Octavio Paz entró en el mundo de la poesía a través de la búsqueda del presente. Se sintió desalojado de su hoy y ahora, que para ellos, los latinoamericanos, existen fuera de sus países, en las grandes ciudades de Europa y América. Al principio no sabía la razón de empezar a escribir poemas, hasta que se dio cuenta, más tarde, de que ello fue por su sentimiento de estar echado de su presente. Escribió buscando “la puerta del presente: quería pertenecer a mi tiempo y a mi siglo”,4 declara. Esta inquietud por el presente pronto se convirtió en una búsqueda de ser moderno. Pero la modernidad no es una ciencia y sabiduría, tampoco es una escuela que profesa algún estilo poético, es una tradición compuesta por varias aventuras poéticas que tenía que combatir, a lo largo de dos siglos, y adversidades, tales como la represión política, religiosa, académica y sexual, además de la incomunicación y el desinterés público. Lo que une a estas diversas obras literarias y aventuras poéticas es la búsqueda de la modernidad, que descubrió Octavio Paz en su antigüedad, en su pasado, de modo que resulta una vuelta a sus orígenes. Se separó de sus raíces para volver a reconciliarse con ellas en el proceso de buscar la modernidad. Por eso, el poeta queda “un pulso en el flujo rítmico de las generaciones”.5

El poeta mexicano descubre que la modernidad perseguida por los poetas y los escritores de América Latina está entre ellos y no fuera. Es una amalgama del pasado y el presente, de la mañana y el comienzo del mundo, se manifiesta en la televisión, pero conversa en náhuatl y usa símbolos chinos antiguos. Empieza rompiendo con el pasado cercano, y de pronto recobra el pasado viejo y secular. Sin embargo, nunca llega a apoderarse de la modernidad que, al creer haberla alcanzado, se escapa y vuela tal un “pájaro que está en todas partes y en ninguna parte”.6

Declara Vargas Llosa que está fascinado por la escritura, que se ha convertido para él en una pasión, y una excesiva afición. En ella se ampara contra la desgracia y el infortunio, tomándola por “una vida paralela”. La escritura dispone de un enorme poder prodigioso, al hacer de lo extraño, inhabitual y extraordinario natural, y viceversa. Pero también lucha contra el desorden, el caos y el desconcierto. La escritura, asimismo, embellece lo repugnante y desagradable, inmortaliza lo momentáneo y convierte la muerte en “un espectáculo pasajero”. Pero como la escritura es una tarea ardua, es imprescindible seguir los pasos de los grandes creadores, como Flaubert, Faulkner, Martorell, Cervantes, Sartre y otros. Vargas Llosa confiesa que de cada uno de estos maestros algo ha aprendido: la esencia de la disciplina, la aprendió de Flaubert; la importancia de la forma, de Faulkner; de Sartre ha aprendido que “una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia”,7 y de Camus y Orwell, que una obra literaria carente de una carga moral es desalmada, inhumana.

Dedicarse a la construcción de una historia a lo largo de meses y años, por muy penoso que sea, resulta para Vargas Llosa un inigualable gozo, y todavía sigue fascinándole, pues escribir es llevar una vida feliz e ilusionada. Asegura, además, que escribir es un proceso durante el cual intenta amaestrar las palabras rebeldes y revoltosas hasta conseguir dar forma a su novela y “empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración”.8

 

Origen de la literatura latinoamericana

El tema del origen de la novela latinoamericana ha sido objeto de reflexión de García Márquez y Miguel Ángel Asturias. Según García Márquez, la novela latinoamericana tiene su origen en la crónica que escribió el navegante Antonio Pigafetta sobre el continente americano. La realidad extraordinaria y descomunal de América Latina que contó este navegante es la que más tarde fue contada por los novelistas. El premio Nobel que recibió Márquez no es sólo un galardón por la peculiaridad literaria del novelista colombiano, sino también por la realidad extraordinaria del continente americano (pájaros sin patas, animal extraño con cuerpo de camello, cabeza y orejas de mula, patas de ciervo y relincho de caballo, cerdo con el ombligo en el lomo, etc.), según contó Pigafetta.

La literatura latinoamericana es original y describe un mundo descomunal y original también, pero García Márquez protesta contra el hecho de admitir la originalidad latinoamericana en materia de la literatura por los europeos, y la niegan en materia del cambio social. Así plantea la interrogante siguiente: “¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”.9

Los indios sometidos reclamaron en sus textos cantados la justicia y protestaron contra la condición de avasallamiento.

Miguel Ángel Asturias procura encontrar un género literario semejante a la novela en la cultura indígena, y lo halla en sus libros de historia “pintados (…) y guardados en formas figurativas”. Para los aztecas y los mayas, la historia tiene más de novela que de historia. La transmiten oralmente a través de los tiempos hasta que llegaron los españoles al continente, y la fijaron en castellano. La historia es un auténtico vaivén entre realidad y fantasía, donde “la realidad queda abolida al tornarse fantasía, leyenda, revestimiento de belleza, y en las que la fantasía a fuerza de detallar todo lo real que hay en ella termina recreando una realidad que podríamos llamar surrealista”.10 La epopeya o la leyenda heroica, como la denomina Asturias, se vincula al arte novelesco entre los autóctonos, y se divulga su belleza por los recitadores de versos, o rapsodas entre los pueblos indígenas.

En su inicio, estos textos narrados atestiguaban el pasado de los pueblos latinoamericanos, y eternizaban lo grandioso y monumental que eran estas civilizaciones. Se trata de una literatura de “realidad y fantasía-realidad” que llegó a su término con la Conquista, reduciéndose a “vasijas rotas de aquellas grandes civilizaciones”.11 Así nació una literatura latinoamericana que testimonia la pobreza, la esclavitud y el plebeyo en lugar de la grandeza, la libertad y los señores. Los indios sometidos reclamaron en sus textos cantados la justicia y protestaron contra la condición de avasallamiento, haciendo de la literatura un grito de condena y descontento, un medio de combate que sigue la misma senda hasta la actualidad.

Octavio Paz reflexiona sobre las literaturas americanas, deduciendo que son escritas en lenguas europeas trasplantadas. Comparándolas con las europeas como la española, la portuguesa, la inglesa y la francesa, afirma que no son copias e imagen fiel de éstas, sino más bien, en algunos casos, las negaron y hasta han sido una verdadera respuesta a ellas. Las literaturas latinoamericanas no admitieron pacíficamente este trasplante de las lenguas europeas; por el contrario, participaron activamente en esta transformación, y han apresurado su evolución. Octavio Paz piensa que las fronteras geográficas de las naciones no frenan el movimiento de las lenguas para trasladarse de un lugar a otro. Ese es el caso de las lenguas europeas que fueron desarraigadas de sus tierras nativas y sus sociedades, y se arraigaron en América Latina, pero transformándose, de modo que quedaron “la misma planta pero también una planta diferente”.12

 

Literatura y humanización

Vargas Llosa cree que la literatura conforma la conciencia, infunde deseo y aspiración, lo cual humaniza la civilización, que vuelve menos brutal. La lectura de los buenos libros nos hace menos resignados, más preocupados y más rebeldes, y nos dispone de un alto grado de espíritu crítico. En la lectura, y particularmente la de ficción, se busca lo que no se tiene, se aspira a “colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana”.13 En este sentido, a través del acto de leer y escribir, se rebela contra la escasez en la vida, con el fin de tener las muchas vidas posibles.

La literatura, o la ficción en el decir de Vargas Llosa, nos otorga la conciencia de la libertad, que a su vez da sentido a nuestra vida, y nos conciencia de la condición infernal de la vida bajo el mando de “un tirano, una ideología o una religión”.14 La ficción no sólo nos brinda un mundo de hermosura, sino nos alarma contra cualquier forma de tiranía y opresión; por eso, queda temida por los regímenes autoritarios que vigilan y condenan a los escritores libres. Los fabuladores, al propagar historias, divulgan la insatisfacción, esto es, la riqueza de la vida radica en la imaginación y la ficción. Los ciudadanos dotados de tal conciencia se vuelven “más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor”.15 La literatura de buena calidad es un lenguaje universal que sirve de vínculo entre distintas personas, más allá de sus credos, lenguas y hábitos, infundiéndoles sorpresa, gozo y sufrimiento. La literatura consolida el sentido de la hermandad entre los hombres, y oculta las fronteras que los separan, sean de índole lingüística, ideológica, religiosa u otras, inclusive la de estupidez e ignorancia.

Aunque la literatura representa la vida de un modo engañoso, nos hace comprenderla mejor, y nos guía muy bien por su laberinto. La literatura compensa nuestro fracaso en la vida, y nos ayuda a entender el misterio de la existencia, desvelando temas como “la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia”.16

La poesía y la realidad se funden de tal manera que desaparece toda frontera entre ellas.

La ficción, más allá de su aspecto sensible y crítico, es un requisito para la existencia, la renovación de la civilización, y la defensa del sentido humano en el individuo y la sociedad. Un mundo despojado de la literatura queda un mundo sumiso, sin aspiraciones y deseos, y retrocede a la brutal soledad. La literatura nos ayuda a no someternos a la insensibilidad, la conformidad y el ensimismamiento en medio de un mundo globalizado. La vida real nos arrebata la ilusión, la rebeldía y la imaginación, frente a la ficción que nos enseña a “ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia”.17

En realidad, el proceso de nuestra humanización se inició, según Vargas Llosa, por la invención de historias por nuestros antecesores, en su estado primitivo, manejando el lenguaje en las cuevas y alrededor del fuego. Allí se dio el punto de partida de la civilización donde se humanizó el ser humano, volviéndose libre y empezó a indagar en el espacio, en la naturaleza y descubrir las estrellas.

 

Literatura latinoamericana y obligaciones del escritor

Vargas Llosa asegura que América Latina era para los europeos y otros pueblos del mundo el continente de los jefes militares, de los golpes de Estado, de bailes tradicionales y afrocubanos, de instrumentos musicales folklóricos. Con la aparición de grandes figuras de la literatura, como Borges, García Márquez, Octavio Paz, Fuentes, Cortázar, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y otros, gracias a los cuales la narrativa fue innovada, América Latina se convirtió en “ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal”.18

Para Pablo Neruda, en la poesía conviven lo sensacional y lo material, la separación y la participación, lo humano y lo natural, lo real y lo soñado. La poesía y la realidad se funden de tal manera que desaparece toda frontera entre ellas, y el poeta se encuentra incapaz de distinguir entre lo que vivió y lo que escribió, entre los versos y la verdad, entre la poesía y la experiencia. El mejor poeta, por lo tanto, no es más que aquel panadero que nos ofrece el pan, después de una serie de arduas tareas, movido por el sentido de la obligación comunitaria. Cuando el poeta disponga de la conciencia de construir y cambiar la sociedad, “tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera”,19 convirtiéndose en un hombre común, y dejando de creerse un dios.

Frente a un continente americano tan extenso, Neruda piensa que los escritores americanos tienen la obligación de poblarlo, criticarlo y rescatar del olvido las ambiciones y los ideales americanos que albergan los añejos monumentos arruinados, la mudez de los relieves como las selvas, los ríos y las extendidas pampas. Los quehaceres, que les arrebatan a dichos escritores, son llenar de palabras el callado continente, inventar historias y dar nombres a las cosas. En efecto, los versos, los poemas y los cantos de Neruda pretenden tener una meta clara, ser un medio eficaz de trabajo y aglutinar los caminos, las piedras o maderas donde se colocan huellas y pistas. Neruda decidió tomar parte en lo que llama “las luchas de América”, conmovido por los “gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes”20 de este continente. Se incorpora con su cuerpo y su espíritu, con entusiasmo y optimismo, a la acción del pueblo americano, porque así se produce el auténtico cambio tanto del pueblo como de los escritores.

El inevitable y difícil camino del escritor es hacer florecer la oscuridad, conceder dignidad a los americanos, senda necesaria para tener un hombre integral. Para Neruda, la misión del poeta no es sólo perseguir la fraternidad con la naturaleza, con el amor y la pasión, con los sentimientos de añoranza y nostalgia, sino con “las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía”,21 asegura el poeta chileno.

La literatura americana con sus dos vertientes, la escrita en inglés y la escrita en español, que apareció en la segunda mitad del siglo XX, representa una de las grandes innovaciones del siglo pasado. La literatura latinoamericana se divide a su vez en dos literaturas: la española y la brasileña. Lo común que une las tres literaturas, según Octavio Paz, es el sentido de la disputa entre dos tendencias: el europeísmo y el americanismo. Pero las diferencias entre ellas son múltiples, la primera de las cuales radica en que la aparición de la literatura angloamericana coincide con la eclosión de los Estados Unidos como fuerza mundial, mientras que la aparición de la literatura latinoamericana coincide con los infortunios sociales y políticos.

Otra de las diferencias tiene que ver con el origen de cada literatura; ambas son proyecciones de Europa, pero la de América del Norte tiene su fundamento en Inglaterra y la reforma, y la latinoamericana en España, Portugal y la contrarreforma. De hecho, ambas literaturas nacen de una situación extravagante y excéntrica, no obstante, la singularidad inglesa “es insular y se caracteriza por el aislamiento: una excentricidad que excluye”,22 mientras que la excentricidad hispana incluye varias civilizaciones como la visigoda, la árabe, la católica y el pensamiento judío. Es una excentricidad incluyente. Dicha singularidad se refuerza en América Latina, especialmente en países que tienen culturas antiguas y un pasado brillante como México y Perú, donde la historia, los templos y los dioses indígenas siguen inspirando vida en el presente. Por ello, ser escritor mexicano “significa escuchar la voz de ese presente, esa presencia. Escucharla, hablar con ella, descifrarla: expresarla…”.23

 

Aunque las literaturas latinoamericanas son escritas en lenguas no americanas (el español, el portugués, el inglés y el francés), su contenido no ha sido ni reproducción ni calco de las literaturas europeas.

Conclusión

La lectura para estas eminentes figuras de la literatura latinoamericana y universal es un acto trascendental en su vida. Leyendo libros de historia se deleitaban con las imágenes que transmiten, y descubrían vidas y mundos extraordinarios; viajaban a través de su imaginación con ilustres héroes novelísticos como Robinson Crusoe y Simbad. La lectura ejerce un notable impacto en su mundo imaginativo, transformando el sueño y la ilusión en vida y realidad.

La lectura les permitió acceder al amplio mundo de la escritura, donde se refugian de las adversidades y de las desgracias de la vida. Ahí encuentran lo que les falta en su mundo real, gracias al maravilloso poder de la escritura que hace de lo feo hermoso, de lo inmortal eterno, y de lo inhabitual habitual. El escritor experimenta una sensación de satisfacción incomparable mientras construye su narración, y se afana por someter los insumisos vocablos a su voluntad.

Si Vargas Llosa emprende el camino de la literatura como autodefensa contra los infortunios y la insatisfacción de la vida, Octavio Paz empezó a escribir versos buscando el presente y la modernidad. Paradójicamente, dicha búsqueda del presente le guio hacia el pasado y la antigüedad, descubriendo que lo moderno está en América Latina, no en Europa o América.

En relación con el origen de la novela latinoamericana, García Márquez opina que se encuentra en la crónica que escribió el navegante Antonio Pigafetta sobre el continente americano. Un mundo descomunal que da origen a una novela extraordinaria, como aquel pájaro sin patas. Miguel Ángel Asturias lo busca en los libros de historia de los aztecas y los mayas, pues la historia para los pueblos autóctonos oscila entre la imaginación y la realidad. Lo más cercano a la novela era la leyenda heroica, cuya belleza fue divulgada en el continente por los rapsodas.

Aunque las literaturas latinoamericanas son escritas en lenguas no americanas (el español, el portugués, el inglés y el francés), su contenido no ha sido ni reproducción ni calco de las literaturas europeas. El Modernismo o el boom literarios son exclusivamente movimientos latinoamericanos. Los escritores latinoamericanos modificaron las lenguas europeas de modo que tuviesen el mismo árbol, pero con frutas diferentes.

La ficción, y particularmente la de buena calidad, humaniza la vida humana al dotarnos de la aspiración, de la facultad crítica, de la conciencia de la libertad, y de la rebeldía contra cualquier forma de avasallamiento y opresión. La literatura estrecha los lazos entre los hombres, independientemente de su religión, lengua o ideología.

Gracias a la literatura, y especialmente a la generación del boom literario, América Latina dejó de ser vista por los europeos como zona de golpes de Estado y música tradicional, y empezó a lucir en literatura, arte e ideas originales. Por ello, sobre el poeta y el novelista recae el deber de transformar la sociedad, y tomar parte en la lucha diaria del pueblo. Su primordial obligación radica en poblar el ancho continente con ideales y valores, e incorporarse a la fuerza de los hombres comunes para producir la verdadera transformación social.

 

Bibliografía

Omar Aouini

Notas

  1. De Felipe, Pedro: “El discurso del Nobel de Literatura como género literario”, pág. 8.
  2. Vargas Llosa, Mario: Discurso Nobel.
  3. Ibíd.
  4. Paz, Octavio: Discurso Nobel.
  5. Ibíd.
  6. Ibíd.
  7. Vargas Llosa, Mario: Discurso Nobel.
  8. Ibíd.
  9. García Márquez, Gabriel: Discurso Nobel.
  10. Asturias, Miguel Ángel: Discurso Nobel.
  11. Ibíd.
  12. Paz, Octavio: Discurso Nobel.
  13. Vargas Llosa, Mario: Discurso Nobel.
  14. Ibíd.
  15. Ibíd.
  16. Ibíd.
  17. Vargas Llosa, Mario: Discurso Nobel.
  18. Ibíd.
  19. Neruda, Pablo: Discurso Nobel.
  20. Ibíd.
  21. Ibíd.
  22. Paz, Octavio: Discurso Nobel.
  23. Ibíd.
¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio