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Dos puntas de la madeja
La cabeza de mi padre, de Alma Delia Murillo, y la identidad mexicana

lunes 31 de julio de 2023
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Alma Delia Murillo
Alma Delia Murillo: “Nombrar a los demonios, hacer el relato de lo que me pasaba, me fue sanando de una manera efectiva y tan profunda que no exagero si afirmo que la terapia me salvó la vida”.

Desde su publicación en 2022, La cabeza de mi padre ha sido un éxito de ventas en México que comienza a expandirse al ámbito global. Pese a que su autora, Alma Delia Murillo, afirma haberse sorprendido de la recepción de su libro, ella sabía de antemano que le hablaba a un público muy específico, pero no por ello reducido: los mexicanos que no tenemos padre. Y dentro de esa población a una todavía más particular: las mujeres mexicanas que crecimos sin uno. Esta es una historia de la búsqueda del padre, una búsqueda real, pues cuenta cómo viaja con sus hermanos y su madre al estado de Michoacán para reencontrar a su progenitor después de cuarenta años sin verlo, tras augurar su muerte en un sueño. Pero es, sobre todo, la historia de una búsqueda metafórica, espiritual, de la figura paterna en cualquier lugar y en cualquier persona; es decir, la historia de la presencia del padre en cuanto ausencia.

Alma Delia ha contado en diversas entrevistas que este es un relato verdadero, cada uno de los hechos que aparecen en él ocurrieron tal cual los describe. Esto no nos sorprende, pues estamos acostumbrados a la literatura autobiográfica ofrecida cada vez más ampliamente por el mercado literario y engullida con avidez por los lectores. Pero ¿cómo llegamos aquí?, ¿en qué momento comenzamos a producir y consumir estas historias y qué implica hacerlo?

La autora, como muchos otros escritores autobiográficos, entre los que yo misma me incluyo, entiende la escritura autobiográfica como un acto sanador en cuanto transformador, como una posibilidad de renacimiento narrativo. “El verdadero milagro —dice ella— es cambiar el punto de vista”, pues contar los mismos hechos desde otro lugar crea una historia diferente. ¿Cómo se consolidó esta tradición de escritura? Y, todavía más atrás de esta pregunta, está: ¿de dónde viene la necesidad de transformar nuestra historia individual a partir de la narración que nos hacemos de ella?

“La cabeza de mi padre”, de Alma Delia Murillo
La cabeza de mi padre, de Alma Delia Murillo (Alfaguara, 2022). Disponible en Amazon

La cabeza de mi padre
Alma Delia Murillo
Novela
Editorial Alfaguara
Madrid (España), 2022
ISBN: 978-6073814881
216 páginas

Anthony Giddens nos da pistas, no tanto para rastrear el origen —pues conocer el principio de una práctica es tan difícil como irrelevante—, sino más bien para entender de dónde vienen y qué motiva estos ejercicios creativos tan frecuentes y exitosos en la actualidad. La escritura biográfica y autobiográfica, nos dice, retomando a John Lyons, sólo se ha desarrollado en la época moderna, y una explicación para ello es el papel fundamental que tiene el individuo en las sociedades occidentales de la modernidad y, de forma particular, el problema de la búsqueda de la identidad del yo. Esto no significa, advierte Giddens, que en otras épocas no haya habido una noción de la individualidad o una preocupación por las posibilidades del sujeto, sino simplemente que en los últimos siglos la imagen del yo y la búsqueda de la identidad han adquirido la característica fundamental de ser procesos sumamente reflexivos.

En Modernidad e identidad del yo, Giddens reúne pasajes de textos sobre terapia y autoterapia —que tuvieron su boom en la segunda mitad del siglo XX y desde entonces no han dejado de ser consumidos— para ejemplificar el pensamiento moderno sobre la identidad. Estos textos son reveladores en este caso porque sugieren escribir diarios y autobiografías. Encontramos ahí descrito que el pensamiento autobiográfico es central en la autoterapia, pues la autobiografía, lejos de ser una simple crónica de hechos ocurridos, es “una intervención correctora en el pasado”, y en ello coincide Alma Delia: “Las palabras con las que elaboraba mi historia una vez por semana en el consultorio de mi terapeuta vinieron a mi rescate; hablar, nombrar a los demonios, hacer el relato de lo que me pasaba, me fue sanando de una manera efectiva y tan profunda que no exagero si afirmo que la terapia me salvó la vida”.

Así, el boom de la terapia psicológica —con sus múltiples vertientes— coincide con el de la literatura autobiográfica y es muy probable que estén entrelazados y se potencien entre sí; muchas grandes historias surgen en el sofá del consultorio, nos dice la misma Alma Delia. De tal manera, la imagen del yo construida a través de la terapia y de la literatura autobiográfica —dos reflejos de la manera en que la individualidad es concebida por las sociedades occidentales modernas— tienen mucho que ver.

Lo que llegamos a ser depende de los esfuerzos reconstructivos que acometemos.

El yo está visto como un proyecto reflexivo del que es responsable el individuo, es decir, lo que llegamos a ser depende de los esfuerzos reconstructivos que acometemos; el conocimiento de nuestra persona, a través de la narración que nos hacemos de nuestra historia individual y familiar, está subordinado a construir o reconstruir un sentido de identidad coherente y provechoso. No es necesario que sea la intención expresa de la autora; sabemos que la búsqueda de su padre, así como la constante meditación sobre el vínculo con su madre, sus hermanos y especialmente sus hermanas, tienen como fin último, incluso si éste es inconsciente, la construcción de la propia identidad. Esto lo podemos verificar en múltiples pasajes, por ejemplo, cuando narra cómo su hermana mayor, que se recuperaba de severas quemaduras causadas por un accidente doméstico, caminaba por la casa con la cara llena de cicatrices y un dedo prendido al estómago para favorecer la circulación de la sangre y, sin embargo, era una niña alegre, que cantaba para reírse de sí misma: “Por esos años recibí de mi hermana mayor uno de los saberes esenciales de la vida: el gozo y el dolor conviven indefectiblemente, el gozo y el dolor son inseparables, aprender a integrarlos es aprender la vida”.

Otra característica es que este yo en construcción realiza un recuento interpretativo de su pasado —en este caso, un descubrimiento— con miras hacia un futuro, buscando darle a esta trayectoria vital cierta coherencia. Así nos dice Alma Delia cuando nos cuenta que el año que emprendió el viaje en busca de su padre estaba iniciando un proceso de adopción, como madre soltera: “Y como las dos puntas de la madeja siempre tienden a tocarse porque son un mismo hilo por más que tratemos de cortarlo, aquello del hijo me llevó inexorablemente al padre (…). Todos escribimos la novela de nosotros mismos. Y yo quería que mi novela tuviera un padre y que ese hijo deseado tuviera un abuelo”.

Giddens encuentra que, en esta idea moderna del individuo, el proceso de vida se concibe como un conjunto de pasajes que implican una pérdida y, posiblemente, también una ganancia, dicha pérdida debe ser objeto de duelo para que la realización del yo siga su curso. En La cabeza de mi padre asistimos a una serie de estos procesos: la salida del nido materno, motivada por nada más y nada menos que la película Cinema Paradiso; la conquista de la Ciudad de México, perteneciendo a una familia michoacana que va migrando para ascender socialmente, persiguiendo el mito de la gran ciudad; la entrada a la universidad más reconocida en el país, tras tres intentos y un accidente de tránsito; la anhelada movilidad social, que la autora por fin consigue a costa de vender su alma al mundo corporativo; una especie de ruptura con la familia y una traición a los hermanos cuando elige buscar al padre, pues sabe que todos ellos, mayores, tuvieron una relación muy diferente con él; y, por supuesto, el encuentro con el padre, el pasaje alrededor del que gira todo el conflicto de la novela, el gran hito que marca un antes y un después en la vida del personaje.

Cada uno de estos eventos, dice Giddens, implica un balance constante y sistemático del riesgo que entrañan, en relación con las oportunidades que ofrecen —qué sacrificios se necesitan, qué ventajas prometen—, y es a través de la reflexividad que el individuo pone al proceso entero, como se supera el obstáculo. No es en sí mismo el rencuentro con el padre lo que le permite a Alma Delia librarse del fantasma que la había atormentado cuarenta años, sino la reflexión que este encuentro le permite: el entendimiento de ese hombre como un joven que a muy temprana edad fue padre y cayó en el alcoholismo tras vérselas con la muerte de su primer hijo y con el accidente de la segunda, posibilita que entienda su ausencia no como falta de amor y responsabilidad, sino como un sacrificio y un acto de protección hacia su familia. Pero no es el encuentro lo que ofrece la cura a cuarenta años de vacío en esa parte de la historia familiar y personal; el padre y ella apenas intercambian unas palabras y no hay un solo reclamo por la ausencia; es el cambio del punto de vista, como anuncia la misma autora desde el principio del libro, recalcando casi al final: “No sé, quizá sólo es un exceso de optimismo, de inmadurez o de locura. Tal vez sólo tengo una patología que quiere ver el mundo como un lugar hermoso y humano contra toda realidad aparente”.

A veces es difícil discernir cuáles de las múltiples problemáticas a las que nos enfrentamos en la vida real debemos poner en papel.

Por supuesto, hay ventajas y desventajas en convertir estas reconstrucciones autobiográficas en literatura. A veces, por ejemplo, es difícil discernir cuáles de las múltiples problemáticas a las que nos enfrentamos en la vida real debemos poner en papel pues, incluso cuando están entrelazadas, si vertemos ocho diferentes nos arriesgamos a perder el centro de gravedad de nuestra historia. Entendemos que en La cabeza de mi padre la pobreza y la brecha social, la violencia de género y la denuncia, la ansiedad, la religión, son problemáticas atravesadas por la ausencia del progenitor; sin embargo, tratarlas todas en un solo libro puede ser abrumador para el lector. Aunque, por el contrario, quizá la mezcla permita llegar a públicos más variados y este sea el ingrediente secreto en la fórmula de su éxito.

Concibiendo nuestra trayectoria vital como la conquista de múltiples obstáculos también corremos el peligro de romantizar nuestra historia, a las personas o las situaciones sociales que tienen lugar en ella. Así nos dice Alma Delia, hablando de que la perfecta salud de su familia, a pesar de la pobreza y la falta de alimentación, los mantuvo de pie y les permitió sortear la época más dura: “Creo en el prodigio de la adaptación, en el misterio divino del cuerpo cuando tiene que resistir a todo porque no puede darse el lujo de enfermar”.

También es fácil caer en la denuncia por la denuncia de acontecimientos importantes en la vida pero poco relevantes para la historia, desproveyéndolos de cualquier medio estético, señalando nombres y puestos de trabajo como lo hacemos en el entorno seguro de la sesión terapéutica, o en los foros de violencia de género, donde contamos los abusos que hemos sufrido y alertamos a otras mujeres; espacios donde, al contrario de como hace la autora narrando aisladamente la violencia perpetuada por un médico, podemos darle a estos eventos el peso, individual y social, que les corresponde.

Por último, la gran proeza que debemos reconocerle a esta autora con La cabeza de mi padre es acallar una de las grandes críticas a la literatura autobiográfica, la que pregunta qué puede haber de importante, de interesante, en una historia producto de la vida individual, del pensamiento introspectivo de una persona. Pues vaya que debe haber algo de importante y de interesante en una historia individual que tiene la capacidad no sólo de llegar a tanta gente como esta lo ha hecho, sino de retratar una parte fundamental de la identidad mexicana que trasciende barreras de género, estratos sociales y generaciones.

Ana Reza

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