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Alejandro Cabeza: “El mío es un Cervantes zarandeado por la vida, pero no vencido”

domingo 13 de noviembre de 2016
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Exposición “Escenificando a Cervantes”
Exposición Escenificando a Cervantes. Fotografía: José Alberto Puertas

Tras pasar por la exposición Escenificando a Cervantes, que ha abierto este verano con enorme éxito de público el 39º Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, el retrato de Cervantes pintado por el artista Alejandro Cabeza descansa en su destino final, el Museo de Historia de Madrid.

—Para empezar, felicidades por el éxito de esa exposición a la que asistió todo tipo de público, incluidas personalidades del mundo de la cultura y representantes públicos de las instituciones vinculadas, como Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Cultura; Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha; Ángel Felpeto, consejero de Educación, Cultura y Deportes; José Manuel Caballero, presidente de la Diputación de Ciudad Real, y Daniel Reina, alcalde de la localidad. ¿Qué me puede contar de esa experiencia?

Resulta reconfortante trabajar con profesionales que además aman profundamente su trabajo.

—Muchas gracias, pero el mérito no es mío, sino de los excelentes profesionales del Museo Nacional del Teatro, a quienes de nuevo aprovecho para dar las gracias. Yo simplemente conté con la oportunidad de prestar mi retrato de Cervantes para que encabezase la exposición. El museo conocía de la existencia del cuadro porque su conservadora Esmeralda Serrano, responsable de Adquisiciones y Fondos Museográficos, había tenido oportunidad de verlo, y decidieron proponerme que fuese pieza destacada. Por supuesto acepté inmediatamente muy honrado. Para un pintor supone un privilegio poco usual disponer de un marco tan espectacular para su obra como el que ofrece la iglesia de San Agustín; no a todos los artistas se les presenta una ocasión así.

Por otro lado el comisario de la exposición, el documentalista José Manuel Montero, la montó con un gusto exquisito, con el esmero que se advierte en cada actividad que propone el museo. Mis experiencias con ellos han sido siempre muy gratificantes. Resulta reconfortante trabajar con profesionales que además aman profundamente su trabajo.

En efecto ha sido una exposición muy visitada y no han faltado las caras conocidas. En el fondo es normal no sólo por las expectativas creadas alrededor del año cervantino, sino también y muy especialmente porque el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro se convierte en un poderoso catalizador de la vida intelectual de la localidad, atrayendo numeroso público y actuando como imán para grandes figuras del teatro y la cultura en general.

—Ahora, apenas acabada esa exposición, la obra ha pasado a formar parte de la colección del Museo de Historia de Madrid. ¿Por qué precisamente esta ubicación?

—El Museo de Historia de Madrid cuenta con unos fondos pictóricos excepcionales. La primera vez que lo visité me impresionó muchísimo su colección. La verdad es que no imaginaba que encontraría un museo tan rico. No esperaba disfrutar de ciertos autores y obras allí. Me sorprendió, por ejemplo, la representación de la pintura valenciana: Cecilio Plá, Sorolla… Aunque sea un museo centrado en Madrid, la diversidad de pintores de distintos orígenes superó con mucho mis expectativas. Además el museo se muestra muy selectivo con las obras que expone, que son de gran nivel. La representación del XIX me parece especialmente completa.

Creo que la forma en la que abordé el retrato de Cervantes fue la más apropiada.

Por otro lado Cervantes es el alma del Barrio de las Letras. Aunque parece que lo recordamos más ahora, que celebramos su cuarto centenario, siempre lo ha sido. Cervantes es, como Lope, Quevedo y Góngora, una figura esencial para Madrid. Por eso deseaba acercarlo a los madrileños; creo que, aun tratándose de una de nuestras figuras más universales, de alguna forma, es un poco más de ellos que de los demás, o cuanto menos es patrimonio de los madrileños de una forma distinta. Quiero decir que cuando transitas por ciertos barrios antiguos de la capital, inevitablemente piensas en él. Naturalmente la gente puede visitar el convento donde fue enterrado, y seguramente se emocionarán al hacerlo, pero yo quería ofrecerles también una imagen más cercana del hombre. Una imagen que además pudiese considerarse más próxima al público y también más accesible. Creo que la reconstrucción realizada en el retrato puede ofrecer un género de emoción distinta, más intensa e inmediata.

—Hace un tiempo me concedió usted una entrevista en la que analizamos los rasgos de su Cervantes. Usted me hablaba del proceso de reconstrucción fisonómica partiendo de las diversas fuentes y, para concluir, reconocía haber pintado un Cervantes ya de avanzada edad, un hombre cansado y probablemente desencantado. Si pudiese usted volver atrás, ¿se lo pensaría dos veces?

—No, volvería a hacer lo mismo. Creo que en su momento supuso un acierto total. No lo digo por soberbia o porque no me arrepienta nunca de lo que hago, porque no sea exigente conmigo mismo. A veces dejo madurar una obra que después me desencanta. Entonces no me importa desechar y volver a empezar de nuevo. Las veces que haga falta hasta aproximarme a la perfección. Es esa la mejor escuela, la humildad en el trabajo.

Sin embargo creo que la forma en la que abordé el retrato de Cervantes fue la más apropiada. Ese es el rasgo del cuadro más alabado por todo el mundo, el que más han destacado, a la hora de explicar la obra, quienes han servido de guías en el recorrido de la exposición. Creo que es precisamente eso lo que hace a mi Cervantes más humano, lo que genera la empatía con el público. Antes de tomar esa audaz decisión lo pensé muy bien; analicé las situaciones por las que pasó y cómo marcaron su obra. También su admirable tenacidad y fuerza de voluntad, mantenida hasta el final. Lo suyo es un verdadero ejemplo de lucha, todo lo contrario a la resignación. Y yo me quedo siempre con los luchadores; me identifico con ellos. El mío es un Cervantes zarandeado por la vida, pero no vencido. Aunque suponía un riesgo, quise pintar a un hombre de verdad, no a un mito de la literatura. Y creo que eso es lo que hice. Afortunadamente el resultado parece haber cautivado y emocionado al público.

—He tenido oportunidad de ver su retrato de Lope de Vega, expuesto en la sala dedicada al Siglo de Oro en el Museo Nacional del Teatro, por el que le felicito. Impresionante, por cierto, la ambientación que acompaña a una pieza tan importante para el discurso expositivo del museo; una iluminación sobrecogedora que resalta esa suerte de pátina antigua de la obra. Hace algún tiempo me explicaba el largo proceso de documentación que había precedido a su reconstrucción de Cervantes. Es usted muy analítico y meticuloso con las fuentes, y me consta que realiza un trabajo de investigación sobre su disciplina constante, así que sospecho que en su retrato de Lope siguió un procedimiento similar. ¿Podría explicárnoslo?

—En efecto, emprendí de nuevo un proceso de documentación y reflexión exigente. Para la reconstrucción fisonómica de Lope me he basado, procurando una síntesis entre las distintas fuentes, en el grabado obra de Moreno Tejada; el retrato anónimo de tres cuartos al óleo, del siglo XVII, propiedad de la Fundación Lázaro Galdiano, y el de busto atribuido a Eugenio Cajés, propiedad de la misma fundación —muy similar al conservado en la Casa-Museo de Lope de Vega (depósito del Instituto Valencia de don Juan), que a su vez se considera copia del retrato ejecutado por Juan van der Hamen y León en la primera mitad del XVII, que pertenece a una colección particular en Múnich.

He vuelto a retratar, como en el caso de Cervantes, a un hombre de edad, pero ya no buscaba reflejar un desencanto profesional y un cansancio vital como con aquél. Para empezar porque diría que a Lope la vida, a pesar de sus aventuras, no le trató especialmente mal. Me alejé por tanto de rasgos como los del retrato de Luis Tristán, que a principios del XVII inmortaliza al escritor con arrugas y ojeras. Creo que mi Lope sale bastante favorecido. Y eso es fruto de una decisión consciente. Quizá porque, he de reconocerlo, me decidí a abordar este proyecto básicamente por justicia: para desagraviar a quien sigue considerándose el dramaturgo más representativo del Siglo de Oro, uno de los más importantes de todo el teatro español.

Yo, que había querido honrar la memoria de Cervantes, paradójicamente me descubrí indignado por algunas manifestaciones despectivas contra Lope que, en esa vorágine de entusiasmo cervantino vivido a lo largo de este último año, se estaban esgrimiendo insistentemente. Algo se me revolvía por dentro. En determinados medios comenzaba a advertir una suerte de campaña de difamación —fruto sencillamente del papanatismo, diría— que parecía querer convertirle en villano de película, casi en verdugo de un Cervantes presentado como mártir. De hecho esta particular reconstrucción de la historia me recordaba mucho al enfrentamiento entre Salieri y Mozart propuesto en Amadeus, la película dirigida por Milos Forman, cuyo guion es excepcional, pero que por supuesto carece de veracidad histórica. Si bien resulta innegable que Lope y Cervantes rivalizaron en lo profesional y entre ellos volaron ciertos dardos a veces muy ocurrentes, de ahí a poder hablar de odios personales, o a pintar a Lope como el causante de todas las desgracias de Cervantes, hay un trecho. Creo que Cervantes supo aceptar con mucha elegancia y madurez la situación. Era consciente de que no podía competir con Lope sobre los escenarios, y se resignó a la digna retirada —aprovechando la excusa de su matrimonio en Esquivias, como si eso justificase su alejamiento de la vida bohemia que rodeaba las corralas—, aunque no sin dolor.

Su decisión me parece signo de honestidad: podía haber optado por poner en práctica la misma receta que a Lope le permitió conquistar al espectador, pero decidió seguir haciendo un teatro más crítico, más complicado de entender para el gran público, más exigente y, por lo tanto, con menos aceptación. En sus palabras advertimos a veces que desearía encontrar un público menos conformista, menos fácil de deslumbrar con clichés y los finales felices tan al gusto de Lope. Él mismo reconoce esa derrota con amargura, pero su carácter parece marcado por el afán de superación, y por tanto nunca se rindió del todo, siguió escribiendo hasta el último momento. “Volví a componer algunas comedias; pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese”, admite con toda sinceridad después de haber intentado regresar a los escenarios, como muy mala acogida, tras veinte años retirado. Entonces comprende definitivamente que Lope se ha convertido en el soberano indiscutible de la escena: “Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica. Avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas y tantas que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos”, cuenta el propio Cervantes en el prólogo de sus Comedias. Me inspira una profunda solidaridad y ternura, porque creo que, como creador, debió de sentirse muy incomprendido. Parece como si para Cervantes el teatro hubiese significado un amor irrenunciable pero no correspondido.

Lope demostró un enorme talento para cautivar al público, y eso tampoco puede servir como excusa para demonizarle. Logró ser un autor popular sin renunciar a la calidad: no creo que lo podamos tachar, en toda regla, de autor comercial tal y como entendemos actualmente dicha categoría. No fue un escritor contra corriente como Cervantes, pero cada artista ha de sentirse libre de acercarse a su disciplina como estime más oportuno. En cualquier caso se demostró muy inteligente a la hora de ganarse al espectador.

A un gran autor no se le rinde homenaje poniéndole su nombre a actividades de lo más variadas cuya pertinencia a veces es cuanto menos discutible, sino leyendo en primera persona sus obras.

Y a pesar de ello, o aparentemente por ello, algunos medios, a lo largo de este último año, han intentado convertir a Lope en un malo de película, como si eso beneficiase a la figura de Cervantes, convertido en víctima y mártir, y generase más simpatía a su alrededor. Es una forma muy superficial y pueril de presentar su figura. Sospecho que la masa, mayoritariamente, volverá a olvidarse de Cervantes en cuanto pase el cuarto centenario y los medios de comunicación le releguen de nuevo al ostracismo. No es que lo desee, es que lo sospecho. Dirá que parezco muy cínico, pero la deriva del país en el plano cultural no ayuda a adoptar otras posturas. Quiero recordar que la obra de Cervantes lleva ahí, a nuestra disposición, cuatro siglos, y en realidad todo ese tiempo se le ha prestado mucha más atención fuera que dentro de España. Ya lo decía el propio Lope de Vega en La Arcadia: “¡Ay, dulce y cara España, madrastra de tus hijos verdaderos, y con piedad extraña piadosa madre y huésped de extranjeros!”. Los pintores lo sufrimos también. Imagino que en todas las disciplinas cuecen habas; mire usted la situación de muchos brillantes científicos a los que se rifan fuera y que no reciben ningún tipo de estímulo ni colaboración aquí. Una pérdida monumental de patrimonio cultural, de formación y de voluntad. Porque quien alcanza un cierto grado de excelencia, claramente, al margen de estar especialmente dotado, ha demostrado su tesón y disciplina durante su formación. Una enorme pérdida humana. Veo alejarse cada vez más el progreso.

En definitiva, yo espero que Cervantes, como tantos creadores de talento durante demasiado tiempo relegados al ostracismo, sea objeto de interés, de verdadero interés y no de una suerte de estúpido triunfalismo chovinista, durante mucho tiempo. Aunque me sienta más bien escéptico. A un gran autor no se le rinde homenaje poniéndole su nombre a actividades de lo más variadas cuya pertinencia a veces es cuanto menos discutible, sino leyendo en primera persona sus obras. Recuerdo haber descubierto una reflexión similar en una entrevista de Francisco Rico, donde el gran conocedor de Cervantes, que no se caracteriza precisamente por tener pelos en la lengua, daba su parecer sobre algunos festejos de este año cervantino que va tocando a su fin. Yo aprecio mucho la sinceridad, sabe usted. Incluso cuando puede parecer un poco brusca. Por eso disfruto tanto con Pío Baroja, especialmente cuando habla de arte. Todos, especialmente los artistas, andamos muy necesitados de personas sinceras, que realmente digan lo que piensan. Sobre todo si tienen un juicio sólido.

—Me consta que usted pintó otros dos retratos de Cervantes precedentemente, uno de los cuales de hecho pertenece a la Casa Museo Natal del autor en Alcalá de Henares. También ha pintado a Lope de Vega en dos ocasiones: un retrato que el Museo Nacional del Teatro expone en su sala dedicada al Siglo de Oro y otro que la Real Academia Española tiene en su biblioteca académica. Aunque parecen proyectos especialmente complejos debido a los siglos que le separan de sus modelos, usted parece haberle perdido el miedo a este tipo de trabajos. ¿Tiene intención de retratar algún famoso escritor más del pasado lejano?

—Bueno, a decir verdad, sí me traigo un proyecto de esa naturaleza entre manos. Para ser sinceros es mucho más que un proyecto, pues la obra se puede considerar acabada y además me siento muy satisfecho con ella. Pero me va a permitir que no revele nada más por el momento. No me gusta hablar de los proyectos antes de tiempo. No es superstición; sencillamente creo que todo exige un período de maduración. Prefiero dar detalles sobre mis planes sólo cuando éstos se han convertido ya en realidad. Además, así quizá tengamos excusa para charlar de nuevo más adelante.

 

Retrato de Miguel de Cervantes por Alejandro Cabeza
El retrato de Miguel de Cervantes realizado por el pintor español Alejandro Cabeza que ahora forma parte de la colección del Museo de Historia de Madrid. Fotografía: Alejandro Cabeza

Alejandro Cabeza. Licenciado en 1993 en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos de la Universidad Politécnica de Valencia. Fue incluido en el Diccionario de artistas valencianos del siglo XX (1999), en Artistas valencianos del siglo XX (2000), en Artistas valencianos contemporáneos (1997) y en Artistas que dejan huella (2000). En 2001 la Diputación de Valencia publicó su libro de paisajes Luz valenciana.

Sus retratos están integrados en las colecciones permanentes del Museo Nacional del Teatro, Museo Nacional de Ciencias Naturales, Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, Museo de la Evolución Humana, Museo Geominero de Madrid, Museo de América en Madrid, Museo Provincial de Cáceres, Museo Provincial de Bellas Artes de Badajoz, Museo Nacional de Aeronáutica y Astronáutica, Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Museo de Historia de Madrid, Museo Arqueológico y de Historia de Elche, Museo del Ejército (Alcázar de Toledo), Museo Marítimo de Asturias, Museo Blasco Ibáñez de Valencia, Museo de la Universidad de Helsinki (Finlandia), Museo Luis González Robles (Universidad de Alcalá de Henares), Unión Nacional de Escritores de La Habana en Cuba, Real Academia de la Lengua en Madrid, Museo Casa Natal de Cervantes de Alcalá de Henares, Museo-Casa de Cervantes de Esquivias, Casa-Molino Ángel Ganivet de Granada (Centro Provincial de Documentación), Casa Museo Miguel de Unamuno (Universidad de Salamanca), Casa Museo Gabriel y Galán de Guijo de Granadilla, Universidad de Burgos, Casa Museo Antonio Machado (Real Academia de San Quirce de Segovia), Universidad Internacional de Andalucía, Academia de las Buenas Letras de Granada, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Real Academia de Medicina, Real Jardín Botánico de Madrid…

Parte de su pintura ha sido adquirida en el extranjero y ha pasado a engrosar colecciones privadas de España, distintos países de Europa, Suramérica y Norteamérica. Otras obras han sido escogidas como portada para diversas publicaciones. Cabe destacar al respecto la antología de cuentos de Vicente Blasco Ibáñez editada por Akal en 2009 y La pugna ortográfica: ¿lengua valenciana, lengua catalana o lengua occitana? (Valencia, 1999). Sus cuadros han ilustrado también algunas publicaciones de la Universidad de San Buenaventura de Cali (Colombia).

Su carrera pictórica se apoya principalmente en el empleo de una técnica artística impresionista. Motivo por el cual, al margen de su labor como retratista, también sus trabajos como paisajista, especialmente sus marinas, han cosechado el aprecio de crítica y público.

Ejemplos de su pintura pueden contemplarse en www.alejandrocabeza.net.

Salomé Guadalupe Ingelmo
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